Cine
Agosto 13, 2021 / Por Francisco González Quijano
Hace unos días, un amigo se sorprendió cuando le dije que las mejores películas que había visto recientemente eran documentales. “¡Qué hueva! ¿No que te gustan las películas? ¡Para la realidad ya tengo suficiente!”, me reclamó. Le contesté que había obras maestras “y en cualquier plataforma”, no me peló. Después traté de entender su respuesta, resultado de lo cual salen estas líneas.
Somos de la misma edad, cuarentones. Nuestro primer contacto con este género fue cuando los profes nos llevaban al auditorio a ver un audiovisual que nos explicaba lo que ellos no podían o no sabían cómo: ciencia, sexo, naturaleza, historia y otras cosas por el estilo. Supongo que mi amigo coincide conmigo en que lo mejor de esas sesiones era perder clase y podernos dormir sin que nadie nos preguntara nada. Mi generación y las anteriores crecimos con documentales aburridos, de voces en off que nos enseñaban “la verdad y nada más que la verdad”, esos a los que algunos teóricos denominan clásicos. Varios de ellos pueden considerarse obras cinematográficas, muchos otros no.
Más interesantes nos resultaron los documentales modernos, los que puso de moda la televisión cultural y algunos canales de cable en los noventa. De ellos se desprende una narrativa a partir de la observación de imágenes obtenidas de la realidad, algunas entrevistas, buena edición y música. Generan reflexiones en el espectador sin un discurso imperativo, son para verlos más de una vez. Los hay también de grandes directores, como Wim Wenders, Agnés Varda, Scorsese, Godard, Kieslowsky o Kusturica. La mayoría, si los encontrabas, estaban en la sección de Cine de arte, del Blockbuster. Sí, también podían aburrir a muchos, a mi amigo entre ellos.
Sin embargo, si hoy abrimos cualquier plataforma de streaming nos topamos con algunas películas documentales que fueron concebidas en este siglo y que llevan la etiqueta de posmodernas. Su característica principal es que se valen de cualquier recurso cinematográfico para contarnos algo de la realidad y adquirir una narrativa entretenida, más propia del cine de ficción. Pueden poner actores, simular situaciones, dramatizar, cambiar de orden la cronología de los hechos, incorporar animaciones, entrevistas falsas, agregar suspenso, confundirnos, meter acción, engañarnos (sí, engañarnos), y volver locos a nuestros cerebros ingenuos que aprendieron a ver documentales clásicos en un auditorio de la secundaria.
Entiendo si mi amigo se ha perdido en la oferta exhaustiva de Netflix o Prime. Muchos de estos documentales posmodernos, aunque buenos, obedecen a intereses comerciales: de promoción de artistas, de marcas, de juguetes, de cantantes, políticos, movimientos civiles, partidos políticos o deportistas. Sí, para la realidad ya tenemos suficiente; pero amigo, también están las obras maestras, y en cualquier plataforma.
Te pongo aquí una lista para divagar menos. Ve a buscar El agente topo, Three Identical Strangers, El impostor, Voyeur, Buscando a Sugarman, Tickled, The Wolfpack, La verdadera leyenda de Tony Vilar, Chuck Norris vs comunismo, Man On Wire o Vals con Bashir. Intuyo que después de verlas te perturbarás y buscarás en el Google si lo que viste fue verdad o te tomaron el pelo, reflexionarás y, al final, recordarás otras grandes cintas de ficción que te hicieron sentir igual. ¿No que te gustan las películas?
Comunicólogo, periodista, director y productor audiovisual, futbolero y melómano. Ha escrito en diarios, revistas y medios de comunicación desde hace más de veinte años. Estudia la Maestría en Literatura aplicada. Está trabajando en un proyecto de crónica sobre rock y cine.
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