Crónica

Katty Killer, tu nombre es un poema

Katty Killer, tu nombre es un poema

Marzo 29, 2022 / Por Fernando Percino

Casi no dormí pensando en que Katty Killer vendría a jugar a Puebla. Era la primera vez que la vería jugar en un estadio de futbol. He visto muchas de sus hazañas como futbolista a través de la televisión, pero pensar que al fin la vería en persona me emocionaba mucho. Me sentí cual si fuera niño otra vez, como la noche previa a Reyes Magos o algo así.

Me levanté temprano el domingo. Trabajé un par de horas en el Uber Eats para juntar dinero y pagar el estacionamiento, la entrada y quizás algo de comida en el Cuauhtémoc. Cuando dieron diez para las once de la mañana cerré la aplicación de delivery, fui a mi casa a dejar mi mochila de repartidor y me puse una playera del América. Sabía que cuando compartiera las fotos en redes sociales con el jersey de las águilas iba a recibir muchas críticas por parte de mis amigos, que me saben Atlista y Lobo de la BUAP, pero yo quería apoyar con todo a Katty Killer. Katty Killer, tu nombre es un poema, un poema épico. Retrata los gestos de coraje que expresas cuando combates en el campo de juego, un poema que se hace el viento que mece tu cabellera dorada mientras corres para anotar un gol. Katty Killer, tu nombre es un poema sobre el valor.

Mientras manejaba rumbo al Cuauhtémoc, iba sonriendo. Disfruté del trayecto sobre la Diagonal Defensores de la República. La primavera iluminaba con solvencia el camino, las casas, los negocios. Qué bonito es tener momentos de descanso para hacer lo que te gusta, algo tan simple quizá como ir a un partido de futbol.

Cuando llegué a las inmediaciones del estadio, me di cuenta que había cometido un grave error de cálculo. El equipo que visitaba al Puebla de la Franja sí era el América, el equipo más popular del país, el que tiene más afición. Las entradas al estacionamiento tenían largas filas de vehículos, había mucha gente caminando alrededor del Cuauhtémoc con sus playeras azulcrema invadiendo el coloso de la colonia Maravillas, ese gigante de piedra que, algunos dicen, en realidad es una bolsa gigante para el mandado.

Fue un craso error llegar muy cerca de la hora del partido. Había ido a los últimos dos juegos de Puebla Femenil como local. Esas ocasiones llegué diez minutos antes de las doce y había entrado sin retraso comprando el boleto en la taquilla de manera previa, sin perder tanto tiempo. Pero ese partido contra América congregó a mucha gente. En lo que tardé en ingresar el estacionamiento y comprar el boleto en otra fila (que parecía más interminable que mis clases de contabilidad en la uni), logré entrar al estadio veinte minutos después del silbatazo inicial.

No fue fácil hallar un buen lugar en la tribuna para ver el juego, pues toda la zona de platea habilitada para el público casi estaba llena. Por suerte, como iba solo, me fue fácil colarme en una butaca óptima. Mi amiga Cristina Guarneros estaba como árbitro central y me sentí orgulloso de tener una amistad como la de ella: ha luchado muy rudo para estar en la liga profesional femenil. Sé que ella algún día irá a un mundial, porque es muy tenaz. En realidad, todas y todos los protagonistas de la liga femenil poseen historias asombrosas en su lucha contra mil adversidades, empezando por las familias de las jugadoras, que entregan el alma para apoyarlas al no recibir una remuneración económica equitativa respecto a la liga varonil. Esa inconformidad no tardó en manifestarse en la tribuna: un animado grupo de porristas del América (que se nota que venían de Ciudad de México, entre ellos amigos y familiares de las jugadoras) comenzaron a corear: Señor, señora, no sea indiferente que a nuestras jugadoras no se les paga suficiente.

Por suerte no había caído ningún gol cuando al fin pude tomar asiento. Fue diez minutos después de mi arribo cuando, con un remate de cabeza colocado con maestría, la jugadora del Puebla Jessi Tenorio abrió el marcador para mi sorpresa, para sorpresa de todos los americanistas que estaban en la tribuna. Aquello estaba siendo un marcador rompe quinielas. América es una potencia de la liga, desde el torneo pasado se reforzaron con grandes cracks, una de ellas, desde luego: Katty Killer. Puebla es un equipo sobrio pero combativo, se notó con ese gol. La sonrisa en las jugadoras de la Franja resultaba hermosa y conmovedora: le estaban pegando una pedrada al gigante de Coapa.

Llegó un momento clave: en una jugada en el área del Puebla, Cris Guarneros marcó un penal a favor del América. Mi corazón latió con fuerza. Katty Killer, tu nombre es un poema. Sus palabras son tus ojos de cazadora furtiva, el gol es tu presa común. Katty Killer, tu nombre es un poema escrito en un jersey de futbol.

La cobradora del penal, obvio, fue Katty Killer. Saqué mi celular para grabar el momento, grité como veinte veces: ¡Vamos, Katty Killer! Recordé todos los goles que le había visto en la televisión: ese temple en su mirada, esa sonrisa lunar en sus momentos de triunfo, ese cabello dorado y negro que merece una corona de estrellas. Era un momento único: estaba a punto de ver un gol de Katty. Tomó vuelo y lo falló. Casi aventé el celular gritando un frustrante: ¡No mames! La portera del Puebla alcanzó a desviar el disparo y luego el balón pegó en el poste para apagar mi ilusión de chiquillo.

Esperé, esperé y esperé la gloria de Katty Killer, pero nunca llegó. Por suerte para su causa, su compañera Sarah Luebbert —una jugadora estadounidense que llegó a préstamo desde el torneo pasado— empató el juego. La afición americanista desea que se quede en México y suele gritárselo varias veces: ¡Sarah, quédate! Es una jugadora impresionante. Sarah, tiene una potencia en las piernas que da la impresión de que podría darle la vuelta al mundo entero corriendo sin cansarse un solo momento.

El partido acabó en empate. Katty Killer se fue en cero. No me fui decepcionado, porque en un juego, como en la vida, no siempre ganan las mejores. Ver a Katty Killer en persona ya era un triunfo en sí mismo. La sigo y la admiro desde que estaba en Tigres femenil. Si hubiera venido con la UANL, seguro yo hubiera ido al estadio con una playera del equipo felino. En las butacas había un chavo que tenía un jersey que tenía en la espalda el nueve y decía K. Martínez, el nombre humano de Katty Killer. Me dije: Denme mil de esas.

Qué bueno que hubo mucha gente en el estadio para un partido del femenil. Qué bueno que la gente las admire, las apoye, las considere sus heroínas. Voy a trabajar varias jornadas en el Uber Eats para comprarme ese jersey con el nombre humano de Katty Killer. Su nombre es un poema, un poema que habla de una amazona capaz de someter con su fuerza al mismo dios Ares.

 

Fernando Percino

Es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publicó cuentos en el suplemento cultural *Catedral* del diario *Síntesis*, la novela *Velvet Cabaret* (2015), el libro de cuentos *Lucina* (2016), el libro de crónicas *Diarios de Teca* (2016) y la novela breve *Volk* (2018). Fue miembro del consejo editorial de las revistas: *Chido BUAP* y *Vanguardia: Todas las expresiones*. Fue funcionario público. Actualmente es chofer de UBER y estandupero ocasional.

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