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La apropiación del conocimiento biológico por la medicina y Keila Dara Rojas García

La apropiación del conocimiento biológico por la medicina y Keila Dara Rojas García

Abril 09, 2021 / Por Alejandro Hernández Daniel

Portada: Keila Dara Rojas García en el Instituto de Investigación y Enseñanza The Neuro perteneciente al Centro de Salud de la Universidad de McGill en Montreal, Canadá

 

La semana pasada, mientras conversaba con mi padre, vi por la televisión algo que considero nefasto: una entrevista en la que le preguntaban a un médico sobre evolución, en lugar de consultar a un biólogo. Este hecho, junto con un mensaje electrónico recibido de parte de una colega de la Escuela de Biología de la BUAP unos pocos días antes, me motivó a escribir esta colaboración.

Aunque nunca llegamos a conocernos personalmente, debido a que esta colega ingresó cuatro años después que yo, compartimos una serie de amistades y profesores en común. Al progresar nuestro intercambio virtual, me enteré que ella realiza actualmente un doctorado en la Universidad de McGill, en la ciudad de Montreal perteneciente a la provincia de Quebec, en Canadá.

Así que, con interés, decidí preguntarle a la Maestra Keila Dara Rojas García, originaria del estado de Oaxaca, sobre el inicio de sus inquietudes científicas en biología. Ella compartió que aproximadamente desde los siete u ocho años de edad había mostrado cierto interés en los seres vivientes, durante su educación básica, aunque lo que se recibe como formación en ese nivel educativo se limita a lo que se conoce bajo el nombre de Ciencias Naturales.

Añadió que en su comunidad acababa de inaugurarse la carrera de Biología en la nueva Universidad de la Sierra Juárez, que daba la oportunidad de ingreso a los jóvenes recién salidos del bachillerato de las comunidades cercanas para estudiar áreas relacionadas con el manejo forestal y las ciencias ambientales. Sin embargo Keila comentó (y esto es importante en lo posterior) que esas características ofertadas por la universidad no eran de su interés, e incluso supo que varios compañeros suyos ingresarían a Biología sin quererlo realmente, o porque quizás había sido su segunda opción. Por ello se negó a ingresar a dicha universidad y su padre la apoyó en la idea de salir de su comunidad, en Ixtlán de Juárez, para matricularse en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).

Antes de ingresar a la universidad participó en un intercambio cultural con comunidades indígenas en Alaska. Una vez de regreso en México, permaneció cuatro años en la Escuela de Biología de la BUAP, donde se decantó por el eje experimental, teniendo interés especial por las materias de Mastozoología, Fisiología, Biofísica y Neurobiología, para después realizar prácticas profesionales en el Instituto de Neurobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), campus Juriquilla en Querétaro, lugar del que se enteró de su existencia por medio de un amigo suyo (esto también es importante), donde aprendió técnicas de registro eléctrico neuronal, es decir, el registro de fenómenos eléctricos que acontecen en las células nerviosas.

Keila me contó que, a partir de ese momento, tenía la intención de aprender más sobre circuitos neuronales, por lo que buscó aplicar para el Programa Integrado de Neurociencias de la Universidad de McGill, donde después de obtener recomendaciones y mucho papeleo, logró ser aceptada, al poco tiempo de haber defendido su tesis de maestría. Actualmente se desempeña en la línea de investigación y bajo el tutelaje de Stuart Trenholm, en el Montreal Neurological Institute and Hospital, que tiene como antecedente los trabajos de Botond Roska sobre restauración visual, utilizando modelos de ratón con retinas degeneradas.

Durante su estancia en el extranjero conoció a la psicóloga canadiense Brenda Milner, profesora de Neurología y Neurocirugía en McGill, conocida —según Keila— por investigaciones sobre redes neuronales de la memoria y la cognición. También conoció al químico estadounidense Martin Chalfie, ganador del Premio Nobel de Química en 2008 por sus trabajos con el marcador conocido como Proteína Verde Fluorescente (GFP) utilizado en aplicaciones tanto médicas como en biología molecular en el estudio del funcionamiento y desarrollo celulares; a Min Zhuo, de la Universidad de Toronto, miembro de la Royal Society de Canadá, con aportaciones sobre el estudio de la plasticidad del dolor, a su vez relacionado con Eric Kandel, otro galardonado con el premio Nobel por aportes en lo que denominan neurociencias.

Al concluir Keila su relato, hubo algunas cosas que llamaron mi atención. Por ejemplo, a pesar de su interés inicial hacia la ciencia, ella reveló que, durante sus estudios de la asignatura de Biología en la secundaria, empezó a cuestionarse el por qué no había una sola respuesta a una diversidad de fenómenos biológicos; a esta inquietud se sumó una reflexión derivada de una conversación con su padre, quien le planteó que biología y la medicina “se parecían”. Esta supuesta semejanza la llevó, finalmente, a elegir la carrera profesional de biología.

Esto me hizo recordar una tercia de textos que personalmente considero significativos, escritos por Ismael Ledesma-Mateos, fundador de la Escuela de Biología en la entonces Universidad Autónoma de Puebla. El primero es el libro La Biología y los biólogos en México. Historia y representaciones sociales, en coordinación con la Maestra en Ciencias Minerva Contreras Alvarado, actual Presidenta de la Sociedad Mexicana de la Ciencia y Tecnología, donde una de las conclusiones producto de una interesante investigación es la de que los estudiantes conciben la idea errónea de que biología y medicina son muy semejantes, o quienes buscaban estudiar medicina y no fueron aceptados terminan por elegir la carrera de biólogo, con la consecuente perversión de una vocación científica.

De manera personal, concuerdo con el planteamiento anterior, pues mientras estudiaba la licenciatura en biología, nunca faltaron varios compañeros que no habían conseguido entrar a medicina y sólo buscaban esperar uno o dos años antes de cambiarse de carrera, o seguían intereses con implicaciones clínicas. En este sentido, el título de la tesis de licenciatura de Keila, Regulación Optogenética del Bulbo Olfatorio, es revelador en el sentido de que ella abordó preguntas sobre redes neuronales del bulbo olfatorio que subyacen a la Enfermedad de Alzheimer. Esto es una muestra más que evidente de tales intereses clínicos. Además, varios profesores de la Escuela de Biología enseñan o enseñaron tanto en medicina como en biomedicina de la BUAP. En suma, de manera personal me resultaba demasiado contradictorio, como biólogo, conocer las opiniones personales de un profesor del eje experimental (formado originalmente como médico) expresando que la asignatura de evolución no era importante, lo cual, por decir lo menos, es un completo desatino.

En el artículo “Las prácticas médicas y la biología como ciencia: paradigmas, asimilación y domesticación social en México”, Ledesma-Mateos aborda el interesante fenómeno social de la asimilación y domesticación del conocimiento biológico y científico por la práctica médica. Esto tiene, desde mi punto de vista, importantes antecedentes históricos. El primero con la publicación Leçons sur les phénomènes de la vie communs aux animaux et aux végétaux, del fisiólogo francés Claude Bernard para evitar la idea de una fisiología médica. El segundo, en la propia institucionalización de la biología, con la confrontación socioprofesional entre Alfonso Luis Herrera López, fundador de la primera cátedra de Biología en México, e Isaac Ochoterena Mendieta y el grupo de médicos que veían desafiados sus intereses, monopolio y poder (véase mi colaboración: CTS, Una agrupación contra la biología retratada por García Cabral, Enero 15 de 2021). Y finalmente en la propia resistencia de personajes como Boris Ehprussi y el biólogo molecular Jacques Monod ante la medicalización de la biología en Francia.

En el último texto “Biología, Medicina y Biomedicina: de híbridos, fetiches y factiches”, se hace crítica del uso de la palabra “Biomedicina” que usurpa el de Biología Experimental, porque en realidad —y concuerdo en este punto con Ledesma-Mateos—, las disciplinas de Bioquímica, Biología Molecular, Biología Celular, Genética, Fisiología, Inmunología y Neurobiología corresponden a la Biología Experimental, lo que implica un asunto sociopolítico e ideológico que da como resultado la pretensión, por parte de la biomedicina, de que se trata de una disciplina híbrida, lo cual es equivocado y trae como consecuencia la apropiación de lo biológico por lo médico. Basta con tomar en cuenta la imposición del nombre de Instituto de Investigaciones Biomédicas (IIBO) de la UNAM por parte de, adivinen, otro médico: Guillermo Soberón Acevedo.

Continuando con otro de los aspectos compartidos por Keila, aquel amigo suyo que le hizo sabedora de la existencia del Instituto de Neurología de la UNAM en Querétaro, es alguien que ya se desempeñaba anteriormente como asistente de neurocirugía en Puebla, además de haber estudiado antes en biomedicina.

Al seguir la pista de quien dirigió la tesis de maestría de Keila, “Modulación Optogenética del Bulbo Olfatorio mediante la Microglía” —el mismo tema y el mismo enfoque clínico de su tesis de licenciatura— y los lugares comunes de estos investigadores, uno puede darse cuenta de lo plagado que está de médicos o con intereses en clínica. Keila trabajó en el laboratorio de Querétaro del doctor José Fernando Peña Ortega, que a pesar de haberse graduado como biólogo, tiene una formación vinculada a los laboratorios de los médicos Ricardo Tapia Ibargüengoytia y José Bargas Díaz, del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, y de María Sitges Berrondo, del IIBO.

Así mismo, Stuart Trenholm, actual tutor de Keila en McGill, Brenda Milner, Botond Roska, Min Zhuo y Eric Kandel siguen líneas clínicas o son médicos de formación. Keila afirma, de manera concreta, que su proyecto doctoral “ayudará a contribuir en el desarrollo de nuevas tecnologías terapéuticas para la restauración visual”. Sería interesante comparar, de manera histórica, la conformación de la biología en Canadá, y en específico de Quebec como provincia francófona, con respecto a cómo se identifica socialmente a un biólogo, pues —como también Ismael Ledesma-Mateos señala— en Francia se asocia al gremio “biologist” con laboratorista clínico, que terminó desplazando al de “biologue”.

Mi interés, como biólogo, en la historia de la embriología a la biología del desarrollo (y no como “biologist”), me llevó a rastrear a dos científicos que han estado precisamente en McGill. Uno de ellos, Horacio Merchant Larios, que a pesar de ser uno de los pioneros en Biología del Desarrollo en México, ha desempeñado su trayectoria profesional en el IIBO de la UNAM, fue investigador auxiliar en el Instituto de Estudios Médicos y Biológicos —antecedente del IIBO— bajo la dirección del médico Jorge González Ramírez, y tiene una especialización en microscopía electrónica en el Institut de Researche sur le Cancer de Villejuif, en Francia, con W. Bernhard, es decir, otro médico más a la lista.

Y el segundo es un apunte al margen de una fotografía que encontré del alemán Johannes Holtfreter, amigo personal de Viktor Hamburger (véase mi colaboración: CTS, Víctor Hamburguer: un premio nobel no reconocido e historia de una disciplina, Marzo 26 de 2021), quien ocupó una posición en la Universidad de McGill a partir de 1942, donde estudió la base biológica celular de la gastrulación, (no médica ni clínica) después de permanecer cautivo por dos años tras una alambrada de púas a su llegada a Canadá, junto con otros refugiados alemanes procedente de Inglaterra, donde había encontrado refugio temporal gracias a la ayuda del bioquímico Joseph Needham. En aquella fotografía de Holfreter se puede leer: “University of Rochester Medical Center, New York”.

Para terminar, propongo lo siguiente: llamémosle enfermero o enfermera a cualquier médico o médica y observemos cómo reaccionan; o preguntémosles si están de acuerdo en que se les confunda con un simple laboratorista o si cualquier biólogo o enfermera, por más hábil que sea en el manejo de instrumental quirúrgico, puede operar en cualquier hospital.

Esta colaboración agradece a la Maestra Keila Dara Rojas García por aceptar consentir la información, tanto personal como de su trayectoria académica, además de compartir la fotografía que acompaña este texto, dar su visto bueno y quedar complacida con el escrito final.

Alejandro Hernández Daniel

Alejandro Hernández Daniel
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