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La participación de un ingeniero mexicano discreto en el hallazgo del cráter Chicxulub

La participación de un ingeniero mexicano discreto en el hallazgo del cráter Chicxulub

Enero 22, 2021 / Por Alejandro Hernández Daniel

En días recientes, conversando con mi pareja sobre la defunción de varias personas conocidas nuestras a causa del SARS-COV-2 en el municipio, hablamos acerca de las grandes cifras de muertes producidas por este virus en la población a nivel local e internacional. Esto por alguna razón se conjuntó, por accidente, con la imagen de mi hija pequeña, quien hacía unos minutos jugaba con un par de figuras de dinosaurios que son de su particular agrado, lo que me hizo pensar en el evento catastrófico del fin de estos seres vivos hace millones de años y querer saber un poco más acerca de una afición personal ligada comúnmente a la paleontología que, por desgracia, no pude desarrollar en mis años universitarios en la entonces Escuela de Biología.

En 1980 se hizo rápidamente célebre, en la prestigiosa revista Science, el artículo “Extraterrestrial cause for the Cretaceous-Tertiary extinction”, escrito por un equipo de investigadores del que formaban parte el físico estadounidense Luis Álvarez, ganador del Premio Nobel en 1968, su hijo el geólogo Walter Álvarez y los investigadores Frank Asaro y Helen Michel. En ese texto daban cuenta de la identificación y hallazgo de altas concentraciones de Iridio (un elemento que es muy raro en la corteza terrestre pero muy común en la composición de meteoritos), lo que sugería la colisión de un cometa con nuestro planeta.

A partir de ese momento surgió un debate en distintas comunidades científicas sobre si la presencia del iridio pudiera tener otro origen y explicaciones ligadas a fenómenos como la actividad volcánica, por ejemplo, puesto que un punto débil en la propuesta del grupo encabezado por los Álvarez era la falta de evidencia de un punto de impacto, lo que desencadenó una búsqueda alrededor del mundo por parte de varios investigadores para dar con un posible cráter.

Recuerdo que el distinguido geólogo y evolucionista de la Universidad de Harvard, Stephen Jay Gould, interesado en aquel tópico candente, explicó en su voluminoso libro La Estructura de la Teoría de la Evolución. El gran debate de las ciencias de la vida que había un prejuicio tan arraigado en varias de las comunidades de geólogos y paleontólogos, además de la cultura popular en aquellos años, que medios como el New York Times dedicaban editoriales ridiculizaban casi de manera inmediata la hipótesis planteada por los Álvarez, hasta que un investigador canadiense llamado Alan Hildebrand —quien tenía por interés el estudio de tsunamis (fenómenos naturales que desplazan grandes cantidades de agua marina continente adentro)— conoció a un par de geofísicos ligados a la industria paraestatal Petróleos Mexicanos (PEMEX), con quienes posteriormente publicaría el artículo: “Chicxulub crater: a possible Cretaceous/Terciary boundary impact crater on the Yucatán Peninsula, México”. En palabras del propio Walter Álvarez, ¡fue un bombazo! al aportar por fin evidencia del ahora nombrado “Cráter de la Muerte”.

Chicxulub es el nombre que recibe uno de los cráteres de impacto más grande del mundo producido por un asteroide o cometa ubicado al Noroeste de la península de Yucatán. Su diámetro ronda los 200 kilómetros, superando a otros dos encontrados en Canadá y en África del Sur. Produjo cambios drásticos y violentos en la superficie de la Tierra hace aproximadamente 65 millones de años y, como consecuencia de este evento, se dio paso a la extinción de numerosas especies de seres vivientes.

Sin embargo es curioso que antes de saber el verdadero significado e importancia científica en Chicxulub, durante la década de los años cincuenta este lugar no fuese considerado como tal, pues se llegó a creer que pudiera ser un sitio prometedor para la prospección y extracción de petróleo. Sin embargo, al salir a la superficie roca cristalina, dura y densa, fue confundida con material volcánico, y como en los volcanes no se encuentra petróleo las investigaciones en este lugar pararon de manera abrupta hasta la década de los setenta. Es aquí donde entra en escena el ingeniero Antonio Camargo Zanoguera.

De acuerdo con el periódico El Diario de Yucatán, publicado en 1996, el ingeniero Antonio Camargo Zanoguera nació en el municipio de Tixpéhual en Yucatán el 13 de junio de 1940. Cursó sus estudios entre las ciudades de Manzanillo y Tampico desde la primaria hasta la carrera profesional, graduándose como ingeniero electricista. En 1961 ingresa a PEMEX, asignado al Departamento de Exploraciones y, debido a la escasez de personal especializado en Geofísica, fue enviado a la Universidad de Rice, en Houston, donde obtuvo una maestría en dicha área. Llegó a ser también, en años posteriores, académico de la Facultad de Ingeniería en la Universidad Nacional Autónoma de México.

A su regreso de Houston, desempeñó su trabajo en la subdirección de Exploración de PEMEX en Villahermosa, Tabasco. De acuerdo con el mismo testimonio del maestro Camargo, durante una participación suya, hace algunos años atrás, en un programa de televisión llamado Las Respuestas de la Ciencia, entre 1978 y 1979 PEMEX realizó campañas de exploración con métodos aeromagnéticos para determinar la profundidad (espesor de roca sedimentaria con posibles pozos petroleros) tanto en partes cercanas de la costa como mar adentro y se detectó una anomalía que sugería la presencia de un cráter.

Fue hasta el año de 1981 cuando presentó un trabajo en Los Ángeles, California, durante la reunión anual de la Sociedad de Geofísicos de Exploración titulado “Definition of a major ígneous in the central Yucatán platform with aeromagnetics and gravity”, en colaboración con el geofísico estadounidense Glen Penfield, dueño de una compañía asesora contratada por el propio ingeniero yucateco.

No obstante, el propio ingeniero declaró que después de la publicación de su trabajo con Penfield no pasó nada de consideración científica durante varios años que pudiera complementarse o relacionarse con la investigación encabezada por los Álvarez, hasta el artículo en conjunto con Alan Hildebrand y otros investigadores diez años después.

Resulta extraño que a pesar de la relevancia de los estudios realizados por el ingeniero Antonio Camargo, sea un personaje un tanto discreto en el escenario científico nacional. Incluso, en un libro de relativa popularidad escrito por Walter Álvarez, Tyrannosaurus Rex y el Cráter de la Muerte, en el que relata el proceso de investigación y los actores involucrados, no se puede encontrar una foto del ingeniero en contraposición de otros investigadores que contribuyeron de manera importante en este suceso de corte científico a nivel mundial.

Esperemos que la memoria de Antonio Camargo sea difundida con mayor amplitud para darle un mayor reconocimiento a su trabajo y no termine con la misma suerte de los dinosaurios tras el choque del cometa en Chicxulub, o la vida de varios de los connacionales que lamentablemente se ha llevado este virus que actualmente azota nuestra civilización y estado.

Alejandro Hernández Daniel

Alejandro Hernández Daniel
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