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Un virus inserto en una revista cultural

Un virus inserto en una revista cultural

Marzo 12, 2021 / Por Alejandro Hernández Daniel

Una de las prácticas usuales que solía llevar a cabo antes de los confinamientos era el de visitar a varios amigos mercantes dedicados a la compra venta de libros y revistas, quienes usualmente lograban conseguir para mí materiales que llegaban a sus manos y que potencialmente podían resultar de mi interés. Una de esas piezas resultó ser una revista publicada en 1957. Mi vendedor de confianza me comentó que mientras la hojeaba parecía haber visto un artículo relacionado con la ciencia, es así que me la ofreció a un precio por demás accesible para que pudiera llevármela a casa.

La revista en cuestión resultó ser un ejemplar del semanario Sucesos para todos del 8 de octubre del año en mención, que se vendía por un peso. Fue fundada por Francisco Sayrols Mass, quien fungió como su presidente por varios años, además de ser editada por el grupo de Libros y Revistas S. A., aunque no es claro si se trataba de la misma que dirigió en los años setenta Gustavo Alatriste Rodríguez, actor, productor, escritor y director de cine además de exesposo de la actriz Silvia Pinal.

Publicaciones como Sucesos para todos, junto con la revista Vea, se vuelven referencia para un buen análisis histórico al amalgamar entre sus páginas intereses de grupos heterogéneos que provenían de experiencias políticas, culturales e ideológicas diversas. Enfocaron su atención en el mundo popular y, a pesar de dedicarse a la redacción sobre oficios, el espacio citadino de la Ciudad de México o sus arrabales, también de vez en cuando solían presentar alguno que otro reportaje de calidad.

En la página 39 del número que adquirí hay un encabezado por demás llamativo como inusual, aunque sin firma que pudiera ayudar a la identificación de su autor: “El Misterio de la Vida. Por primera vez se ha analizado y sintetizado una materia viviente”.

Por lo que invita a cualquier persona interesada en la ciencia, y con la suficiente curiosidad, a seguir lo redactado en tal artículo que prosigue en sus párrafos: “El logro de Fraenkel-Conrat es muy distinto […] por primera vez la materia viviente acaba de ser reconstruida como un motor sencillo de automóvil […] el ser viviente con el que se ha hecho esta experiencia es el célebre virus de mosaico del tabaco (VMT), descubierto por Stanley […] sabido es que los virus son inframicrobios, mucho más pequeños que los microbios ordinarios […] todo el mundo puede conservar el virus en un frasco […] al parecer, no es más que materia inanimada”.

Después de leer el texto anterior, aunque en la universidad llegué a escuchar acerca de los nombres y experimentos de Stanley y Fraenkel-Conrat de manera un tanto somera, no puedo dejar la oportunidad de compartir, desde un punto de vista personal, que cada vez que encuentro alguna mención o referencia a algún científico o investigador interesante resulta un poco frustrante aquella práctica, común en las publicaciones de antes —ya sean libros o revistas—, de referirse a los investigadores solamente por el apellido, sin los nombres correspondientes. Porque después de todo, para quien haya despertado su interés ¿quiénes fueron Stanley y Fraenkel-Conrat?, ¿qué relevancia tiene el virus de mosaico del tabaco o VMT?

Los virus como entidades biológicas, a pesar de no estar vivos en sentido estricto, comenzaron por ser objetos de estudio principalmente en el último tercio del siglo XIX, a partir de las enfermedades que producían y que hacían estragos en las cosechas agrícolas. De ellas, la más icónica fue la manifestación de una coloración amarillenta en las hojas de la planta del tabaco. El botánico holandés Martinus Willem Beijerinck usó por primera vez el término de virus para designar al causante de estos padecimientos vegetales.

Varios científicos buscaron dilucidar qué provocaba esta enfermedad; sin embargo, la tecnología disponible para quienes se dedicaban a la microbiología lo impedía, pues solían utilizarse filtros de porcelana con pequeños poros empleados para bacterias. Pero como estas son de mayor tamaño de los virus, hubo que esperar hasta el diseño e ingenio del microscopio electrónico en 1931, en la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial, por el físico Ernst Ruska y el ingeniero eléctrico Max Knoll, pues los virus escapaban a la vista de quienes buscaban estudiarlos y por lo tanto no fueron identificados como agentes causales de dichas patologías.

En el libro The Life of a Virus: Tobacco Mosaic Virus as an Experimental Model, 1930-1965, su autora Angela N. H. Creager, bioquímica e historiadora de la ciencia, narra que en 1935 el químico Wendell Meredith Stanley logró purificar y cristalizar el virus del mosaico de la planta del tabaco, lo cual fue considerado como un gran logro en aquellos años debido a que por vez primera se obtenía de manera visible y tangible al principal sospechoso causante de la patología de este vegetal, pues anteriormente al intentar reproducir los síntomas para su investigación, se elaboraban extractos con plantas infectadas que se impregnaban en la superficie de plantas sanas, pues se desconocía la presencia de los virus como agentes infecciosos. Los resultados de Stanley tuvieron una amplia cobertura por parte de los medios de comunicación y, como consecuencia de su hallazgo científico, Stanley fue laureado con el premio Nobel de Química en 1946.

El trabajo que realizó Stanley en el Instituto Rockefeller, en los inicios de la década de los años treinta del siglo XX, le permitió además caracterizar la composición molecular de las partículas virales, argumentando en un principio que el material cristalizado era proteico. Sin embargo, los británicos Frederick Charles Bawden —pionero en la investigación de patologías virales en vegetales y que se desempeñaba en la entonces conocida Estación Experimental de Rothamsted, en Herdfordshire al sur de Inglaterra, uno de los institutos de investigación agrícola más longevos del mundo— y Norman Wingate Pirie, al reproducir sus resultados, criticaron la afirmación de Stanley, pues obtuvieron ácido nucleico un año después en 1936, hallazgo que publicaron en la revista especializada Nature, junto a John Desmond Bernal e Isidor Fankuchen, en el artículo “Liquid crystalline substances from virus-infected plants”, donde mostraron que la naturaleza del virus no era exclusivamente a base de proteínas.

Dos años después del logro cristalográfico de Stanley, el físico alemán Max Delbrück conoció al bioquímico Emory Ellis en el Instituto Tecnológico de California, en 1937, conociendo así sobre los trabajos del franco-canadiense Félix d´Herelle sobre los virus que infectaban a bacterias o bacteriófagos, y colaborando con Ellis en la publicación del artículo “The Growth of Bacteriophage”, que se publicó en 1939 en el Journal of General Physiology. Fue así que los virus vegetales se volvieron un sistema modelo para el estudio del funcionamiento de los seres vivientes y la búsqueda de los mecanismos de su replicación. Delbrück tendría después un papel importante al conformar, junto con Salvador Luria y Alfred Day Hershey, en la década de los años cuarenta, el legendario conjunto informal de científicos conocidos como el “grupo del fago”.

Hacia 1944 fueron relevantes los trabajos del químico alemán Gerhard Shramm, formado en las universidades de Gotinga y la técnica de Múnich con sus experimentos de descomposición del VMT, que fueron en gran parte ignorados como consecuencia de la sospecha de haber sido promovidos por el régimen nacionalsocialista como propaganda, y los del polaco nacionalizado estadounidense de la Universidad de California en Berkeley Heinz Ludwig Fraenkel-Conrat que, junto al físico Robley Cook Williams en 1955, lograron ensamblar un virus funcional a partir de ARN purificado; y después, junto a Beatrice Brandon Singer, en 1957, combinar ARN y las envolturas proteínicas que lo recubren de dos virus del tabaco distintos que se probó que el ARN del virus era el material infeccioso.

Es bajo ese contexto, donde se insertan y cobran relevancia y significado los apellidos de Stanley y Fraenkel-Conrat de este número del semanario Sucesos, y aunque la purificación, cristalización, manipulación y ensamble del VMT no habían contribuido en realidad a la caracterización de la naturaleza química del material genético envuelto por una cubierta de proteínas —enigma resuelto tras varias décadas e investigaciones posteriores—, dos páginas de una revista nos llevan de vuelta al momento en que un acontecimiento científico como el ensamble de un virus de la planta de tabaco cobró tal relevancia en su momento como para quedar impresa en medio de tantas otras que buscaban atraer la atención de un público no especializado y con distintos intereses, de manera similar a la que tanto se ha escrito de manera actual sobre el SARS-CoV-2 y que quedarán para la posteridad y lectura de futuras generaciones.

Alejandro Hernández Daniel

Alejandro Hernández Daniel
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