Ensayo

El universo onírico de Juan Rulfo

El universo onírico de Juan Rulfo

Enero 11, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Antonio Bello Quiroz

Portada: Juan Rulfo, Nada de esto es sueño, 1949 (detalle).

Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda su vida se la había pasado sueñe y sueñe.
Juan Rulfo

El universo de Juan Rulfo es onírico, lo mismo en su literatura que en su obra fotográfica, sus dos pasiones. Quién no evoca un ambiente fantasmático con sólo leer el inicio de Pedro Páramo, más aún si conocemos el primer nombre que llevó la novela, Los murmullos: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. La forma en que habla el protagonista, Juan Preciado, nos hace escuchar (más que leer) un deambular de fantasmas, rumores y murmullos que matan al mismo narrador y hacen que el lector se sumerja en un mundo de difuntos.
Juan Rulfo, en las pocas referencias que hace de sí mismo, se describe como una entidad imaginaria. Así lo escribe al inicio de la compilación de sus obras: “Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda su vida se la había pasado sueñe y sueñe” (Juan Rulfo, Obras, FCE, 1987). La vida y la escritura y la fotografía de Juan Rulfo se vuelven una ficción parecida a la de los sueños, donde los pensamientos viven: “Y tú sabes que al estarse sentado y quieto le llena a uno la cabeza de pensamientos. Y esos pensamientos viven y toman formas extrañas y se enredan de tal modo que, al cabo del tiempo, a la gente que eso le ocurre se vuelve loca. Aquí tienes un ejemplo: yo”, escribe Rulfo. Un mundo, una vida, que es un sueño y un sueño que es una locura, la propia locura del deseo, así es el universo rulfiano.
Sigmund Freud publica en 1900 su obra magistral, La interpretación de los sueños. Al hacerlo incluye un epígrafe tomado de la Eneida de Virgilio que reza “Flectere si nequeo superos, acheronta movebo” (Si no puedo persuadir a los dioses del cielo, moveré a los de los infiernos), y con ello nos abre un universo que ya no puede dejarse de escuchar: el mundo de los sueños y sus mecanismos de producción de saber. Y parece que Juan Rulfo también apela a los dioses infernales, aquellos que se presentan en los sueños, ahí donde se realizan los deseos que están impedidos en la vida diurna. Quizá sea éste el valor narrativo de la obra de Rulfo: inventar una nueva temporalidad subjetiva que no puede pensarse sólo como un efecto de la historia consciente; se trata de una temporalidad inconsciente donde se conjugan los tiempos en un juego del lenguaje entre el pasado, el presente y el futuro, como señala el psicoanalista Juan Manuel Rodríguez Penagos. Se trata del tiempo del fantasma, ése que le da sentido al sujeto y su deseo.
La fotografía de Juan Rulfo, su otra gran pasión, desarrollada entre los años 1940-1958, también refiere a un universo fantasmático. Imágenes que evocan presencias ausentes y hacen ver lo que no está. Nos muestra lo que falta al objeto. Quizá la imagen más evocadora del universo fantasmático de Rulfo sea la que lleva como título el paradójico Nada de esto es sueño. Ante esta imagen, no es posible dejar de hacer asociación con las primeras imágenes literarias de Pedro Páramo, donde Juan Preciado va junto al arriero que lo guía rumbo a Comala. La fotografía es de 1949 (de las pocas que el propio Rulfo consintió que se publicaran); la novela es de 1955, por lo que no creo arriesgado afirmar que se trata de una imagen que alimenta la construcción de la obra literaria.

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Juan Rulfo, Nada de esto es sueño, c. 1949.© FJR



La interpretación de los sueños es un texto que da cuenta de los mecanismos mediante los cuales operan los sueños: condensación, desplazamiento, figurabilidad, etcétera. Es ahí también que Freud establece que en el sueño se realiza un deseo y que se presenta mediante dos discursos, uno latente y otro manifiesto.
En lo que se refiere a Rulfo, propongo que la fotografía opera como discurso latente de lo que será manifiesto en la obra literaria. Ambas, literatura y fotografía, son construcciones fantasmáticas, por los derroteros de lo onírico, que operan como diques contra lo enigmático del deseo. Quizá por ello Rulfo se concibe como un niño que sueña y sueña.
La noción de fantasma para el psicoanálisis es de marcada relevancia. Se desprende de las primeras concepciones freudianas sobre la fantasía que es una representación, un guión escénico imaginario donde se pone en escena, de manera más o menos disfrazada, un deseo. El fantasma es el particular teatro interior donde se juegan los deseos inconscientes y eventualmente se presentan de manera consciente en la ensoñación, por ejemplo. El fantasma, en particular ciertos fantasmas llamados “originarios”, hacen referencia al origen del sujeto: su concepción (fantasmas de la escena primaria), su sexualidad (fantasmas de seducción) y el origen de la diferencia de los sexos (fantasmas de castración).
Se impone preguntarse sobre la función que tiene el fantasma en la vida subjetiva de cada sujeto, y por tanto en la vida y obra de Juan Rulfo. Para el psicoanálisis el sujeto, en tanto que está atravesado por el lenguaje, se plantea como producto de la relación con el gran Otro, que es concebido como una lógica de automatismo que maneja los hilos de tal manera que el sujeto cuando habla más bien es “hablado” sin ser consciente de ello. El Otro es el mecanismo que hace operar el orden simbólico conocido como campo del lenguaje: se trata de eso enigmático que nos constituye, ordena y estructura el deseo, pero que escapa al propio saber: la cultura, el lenguaje, la ley, el cuerpo. Se trata de Otro que no está, por lo que se distingue del otro que es el semejante. En tanto que desconocido, el Otro es portador de un aterrador enigma en tanto que no sabemos lo que quiere (Che vuoi?) de nosotros esa instancia impenetrable que determina el propio deseo, que se nos muestra a su vez como enigmático. No sólo no sabemos qué quiere el Otro de nosotros, sino que tampoco sabemos nada de nuestro deseo: eso es terrorífico, insoportable, la pura deriva, la incertidumbre acechante, el ominoso encuentro con la Cosa (diabólica) que es el objeto último de nuestro deseo. Así, el fantasma es justamente una construcción que intenta poner límites a lo insondable, nos auxilia ante el horror del abismo del Otro. Se trata, en el fantasma, de un orientador del deseo. El fantasma es una fórmula “privada”, dice Slavoj Zizek, que nos posibilita responder a la imposibilidad de la relación sexual.
Así, el universo fantasmático de Rulfo, su mundo onírico, es usado para hacernos transitar por lo insondable que es el mundo de los muertos, lo mismo que nos acerca, en sus fotografías, con lo lacónico del abandono, el campo árido, el camino que no termina. Nos muestra, en sus universos, el abandono subjetivo del que cada sujeto es portador, el extravío subjetivo que nos habita, nos lleva a vivir el dolor de existir con otros, semejantes que nos muestran su monstruosidad, la monstruosidad de ser Otros.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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