Ensayo

Imaginarios colectivos

Imaginarios colectivos

Mayo 18, 2021 / Por Miguel Ángel H. Rascón

En 1988 el ex fiscal de distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison, publicó el libro JFK. On the trial of the Assasins, un híbrido literario extraordinario que se suscribe a las memorias, la novela y la investigación policiaca con muchos tecnicismos legales. Una ficción que rompe los límites con la realidad y en la que la retórica legal crea un efecto literario muy poderoso y convincente. En sus páginas viene contenido el trabajo de investigación real de Jim Garrison como fiscal durante el caso contra Clay Shaw en 1969, presunto líder de una conspiración para asesinar a John Kennedy en 1963. La trama es sencilla: un joven fiscal de Nueva Orleans descubre, por medio de un par de rumores y casualidades, una conspiración gestada en el corazón de Luisiana para asesinar al presidente durante su visita a Dallas, Texas, que está a miles de kilómetros del centro de operaciones del señor Shaw. La investigación, que toma lugar casi cinco años después del magnicidio, se basa en conexiones inverosímiles entre testigos que pocas relaciones tenían con el caso, pero que contradecían, plausiblemente, la investigación de la Comisión Warren, el órgano oficial del gobierno para esclarecer el magnicidio. Así, tras un par de sospechosas muertes y por medio de una argucia legal por demás extravagante, en 1969 fue llevado a juicio Clay Shaw, un empresario local cuyo único delito fue ser homosexual y hablar públicamente de su desprecio por la administración de Kennedy, durante reuniones con cubanos exiliados e inconformes tras el fracaso de Bahía de Cochinos. De alguna forma, el señor Garrison, que no tenía ni competencias ni autoridad para investigar nada sobre el caso JFK, encontró la manera se sumarse a la narrativa, casi extraoficialmente, descubriendo que, casualmente, la conspiración a la que apelaba se dio en su vecindario. El juicio de 1969, que poca relevancia tuvo en los medios, puso en evidencia que hubo, posiblemente, una conspiración, pero que ésta tenía poco que ver con Clay Shaw, a quien el autor castiga inmisericorde por sus preferencias sexuales. Las omisiones, las inconsistencias y los errores procesales de la Comisión Warren fueron el punto fuerte del fiscal, quien culpaba indirectamente a la Casa Blanca a cargo de Richard Nixon. Al final se determinó que la investigación de Jim Garrison, si bien no esclarecía el magnicidio, tampoco contenía pruebas que demostraran lo contrario. Un verdadero uróboro. Jim Garrison pasó parcialmente al olvido hasta la publicación de su libro en 1988, al que le siguió una película de Oliver Stone en 1991, llamada precisamente JFK, que puso en el ojo del huracán la famosa conspiración que incluye al FBI, la CIA, el Servicio Secreto, el Pentágono, el KKK, la mafia, cubanos anticastristas, espionaje internacional soviético, Harvey Lee Oswald, Lyndon Johnson y al ya mencionado Clay Shaw. La película, ganadora de dos premios Óscar en 1992, hace un despliegue de imágenes extraordinariamente editadas con las que el espectador es engañado. A esa magnífica edición de video se suma la increíble retórica documental del señor Garrison, quien está detrás del guión, para poner a los protagonistas de su melodrama casi frente al descapotable donde viajaba el presidente, apuntándole con un rifle. A esto se suman personajes sombríos y anónimos que encarnan a las agencias de inteligencia estadounidense que, al mismo tiempo que le advierten y le amenazan, también le dicen que va por buen camino y ha puesto a temblar al sistema. Y surge una narrativa precisa, que se había sugerido desde los años sesenta, donde la muerte de John Kennedy estuvo orquestada por el mismo gobierno, pero esta vez con un Washington que dio la orden reuniendo a sus agentes, espías, la mafia, cubanos y demás involucrados a la vuelta de la casa del ex fiscal. Si la teoría del asesinato es cierta o no, es algo que se omite, porque lo importante es crear una red de signos por medio de imágenes que se traduzcan desde lo individual hasta lo colectivo en una verdad, la que Jim Garrison quiere que creamos. Estas redes de signos, construidas por medio de la literatura y el cine han puesto sobre la mesa una infinita cantidad de otros imaginarios, alimentados por teorías conspirativas, donde las agencias de inteligencia parecen entidades omnipotentes, capaces de poner y de quitar presidentes o derrumbar gobiernos a placer. La CIA, en este sentido, es el árbitro invisible del mundo y de lo que contiene, y alguien o algo, en las sombras, gobierna la Casa Blanca más allá de sus paredes de mármol veneciano. En este caso, el ex fiscal utilizó todo eso que de forma colectiva se sospecha y lo amplifica con su novela. El discurso contestatario de Oliver Stone, lleno de imágenes y estrobos visuales dramáticos, sin duda tiene una participación política en contra de la administración de George Bush, un conservador republicano, como en su momento Garrison lo hizo con Nixon, y no es en vano que, durante las administraciones de Bill Clinton, entre 1993 y 2001, se diera pie a más teorías que apoyaran esto, incluyendo el Área 51 y otras tantas.

En su libro El cine o el hombre imaginario (2001), publicado en 1956, Edgar Morin, un teórico y cineasta francés, explica como el cine ha sido un vehículo para fusionar la realidad con la ficción. Para este autor, el cine ha sido un motor importantísimo de lo que denominó “imaginarios colectivos”. Si bien existe una realidad objetiva ésta se subjetiva y reinterpreta por medio de la literatura en el siglo XIX y el cine en el siglo XX.

 

Subjetividad y objetividad no solamente están superpuestas, sino que renacen contantemente una de la otra, ronda incesante de subjetividad objetivante, de objetividad subjetivante. Lo real está bañado, rodeado, llevado por lo irreal. Lo real está amoldado, determinado, racionalizado, interiorizado por lo real. (Morin, 141)

 

Para Morin, la realidad está tocada por la ficción y lo que se conoce de ella está ligado, irreductiblemente, a lo que se materializa en la literatura y el cine, creando imaginarios colectivos que muchas veces trascienden más que los hechos concretos. Como en el caso de JFK, muchos de los imaginarios que se han construido alrededor de la muerte del presidente Kennedy provienen del cine y la literatura que hay alrededor, y a pesar de que muchos archivos se han desclasificado resulta interesante como las fuentes de información como la misma Comisión Warren son escasamente consultadas. Si bien es un hecho que hay mucha opacidad, que da verosimilitud a las teorías conspirativas, lo cierto es que la ficción se ha mezclado tanto con la realidad que se han hecho una sola. En este sentido, Morin (2001) explica que las imágenes que arroja el cine y la literatura crean imaginarios donde ya todo es posible, sobre todo el cine por su alcance masivo en la época, de lo que denomina Walter Benjamin (2019), de reproductividad técnica.

Conrado Cabrera define lo imaginario como “un hecho histórico, social y colectivo” que trasciende a las mentalidades individuales, y que “estas son por así decirlo; variantes, combinaciones de la sociedad de una época” (Cabrera, 30). Coincide con Ginzburg (1999) en que lo imaginario es un acervo colectivo de las sociedades y los perfiles ideológicos de cada sociedad van de la mano con sus mitos y la construcción de imaginarios que provienen de todo ese acervo social que se materializa en el arte y la cultura. Gruzinski (1994) conviene en que la relación de la imagen sobre la palabra en relación con el colectivo tiene un poder en la forma en la que se construyen los imaginarios. Los imaginarios están conectados, invariablemente, con la interpretación que se hace de la realidad y su material sígnico. Voloshinov dice que

 

Para que un tema, cualquiera que sea el nivel de la realidad a la que pertenezca, forme parte del horizonte social de un grupo y suscite una reacción semiótico-ideológica, es necesario que dicho tema esté relacionado con los presupuestos socioeconómicos más importantes del grupo mencionado; es preciso que involucre siquiera parcialmente las bases de la existencia material del grupo señalado. (45)

 

Es decir, es posible que dichas construcciones estén dadas por la extensa lucha de clases, donde hay una clase social que usará unos signos y otra que usará otros, y de ahí construirá el material simbólico para cada colectivo semiótico, es decir, con el grupo que utiliza los mismos signos de la comunicación ideológica. “Así las distintas clases sociales usan una misma lengua. Como consecuencia, en cada signo ideológico se cruzan los acentos de orientaciones diversas. El signo llega a ser la arena de la lucha de clases”.

Entonces la pregunta más importante, ¿qué tiene que ver todo esto con JFK? Pues que la Historia está construida más como un enorme aparato de ficción que otra cosa, y los imaginarios colectivos alrededor de los principales hechos históricos que marcan cada periodo están atravesados por discursos que llevan a una interpretación paralela de la realidad, sea que ésta se deforme o no, parezca irreal y descabellada o no. Si le preguntáramos a cualquier persona, mínimamente versada en el tema, sobre la muerte del presidente estadounidense, diría, sin chistar, que lo mató el gobierno de su mismo país por medio de la CIA o el FBI; incluso no faltará quien llegue a citar la dichosa película de Stone como una evidencia historiográfica. La película trasciende su época y su contenido y se vuelve una realidad. Nadie investiga los documentos desclasificados de la Comisión Warren, ni los cientos de investigaciones alrededor del tema hechos por expertos (ni los mismos estadounidenses, quienes deberían estar interesados en “la verdad”). Y si bien la muerte del primer mandatario —de origen irlandés— de la nación más poderosa del mundo es sospechosa, nublosa y encubre una verdad mayor, nadie se cuestiona la verdad unívoca que nos dio el cine. ¿Qué sucede entonces con la masificación de contenidos y videos que existen en la actualidad en internet, donde se dan versiones incontables y alternativas de cualquier tema? Lo cierto es que estamos, más que nunca, inmersos en la irrealidad mezclada con realidad; una verdad ficcional que se ha tomado como historia y de la que se desprenden todos los valores políticos y culturales. La misma lucha de clases está en este escenario quimérico. Al final son entelequias y cada quien ve lo que quiere ver, porque ya existen muchas versiones distorsionadas de todo.

 

Bibliografía

BENJAMIN, Walter. Tesis sobre la historia y otros Fragmentos. México: UACM. Ítaca. (2008)

__________ La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Buenos aires: Ediciones Godot. (2019)

GINZBURG, Carlo. “Mitología germánica y nazismo. Acerca de un viejo libro de George Dumezill” en Mitos, emblemas, indicios. Morfología e Historia. España: Gedisa (1999)

GRUZINSKI, Serge. La guerra de las imágenes. México: FCE. (1994)

MORIN, Edgar. El cine o el hombre imaginario. Barcelona: Paidós Comunicación. (2001)

RICOEUR, Paul. Narración y tiempo III. El tiempo narrado. México: Siglo XXI Editores. (2004)

VOLOSHINOV, Valentín. El marxismo y la filosofía del lenguaje. Buenos Aires: Ediciones Godot (2009).

WHITE, Hayden. El texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Paidós. (2003)

WOOD, James. Los mecanismos de la ficción. Madrid: Gredos. (2009)

CANO VARGAS, Alexander. “De la historia de las mentalidades a la historia de los imaginarios sociales”. Colombia: Universidad de Medellín. Ciencias Sociales y Educación vol 1. No1. Pp: 135-146. (2012)

 

Miguel Ángel H. Rascón

Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.

Miguel Ángel H. Rascón
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