Ensayo

La Decena Trágica en voz de Salvador Quevedo y Zubieta

La Decena Trágica en voz de Salvador Quevedo y Zubieta

Enero 07, 2022 / Por Miguel Ángel H. Rascón

En 1921, un viejo Salvador Quevedo y Zubieta publicó En Tierra de Sangre y Broma, una novela que trata sobre los funestos sucesos acaecidos entre el 9 y 19 de febrero de 1913, durante la Decena Trágica y el sitio en La Ciudadela, que pusieron fin al breve gobierno de Francisco I. Madero. Dicha obra, fuera del catálogo que comprende el prestigioso género de Novela de la Revolución, está excluida también de todos los catálogos, antologías, listados, bibliotecas y bibliografías de narrativa nacional de inicios del siglo XX. Sólo existen menciones escuetas en páginas de internet y textos especializados, como algunos de Emannuel Carballo o Christopher Domínguez Michael, quienes poco atienden al emérito escritor de Jalisco, que fue profesor de lengua y literatura, además de un brillante doctor en medicina galardonado por la Facultad de París. Se sabe de una edición jalisciense de este libro en 1935, quizá para hacer honores al escritor tapatío que falleció ese mismo año (no podría asegurar ese dato), pero dicha edición es imposible de encontrar. Sin embargo, otra reimpresión de 1956, puesta en marcha por “Colección Económica. Libros de bolsillo: Buenos bonitos y baratos”, volvió a poner en circulación dicha novela de tema revolucionario, en lo que parece una reimpresión del manuscrito original de 1921, dividida en dos partes debido a su extensión de 431 páginas, pero añadiendo dos ilustraciones magníficas hechas al gouache que dan la impresión de ser para un libro de aventuras en el lejano oeste, quizá para poder atraer algunos lectores a tan extenso y raro ejemplar (no podría asegurar ese dato). Hasta ahí no hay más, ni del autor (a quien apenas mencionan), mucho menos del ilustrador anónimo (quien me parece formidable).

En tierra de sangre y broma es una novela muy complicada, escrita en una prosa muy pulida de marcado tono intelectual, con referencias poéticas a la cultura clásica y barroca, que por momentos adquiere tonos modernistas. Un texto de difícil lectura que tiene enormes referencias históricas y científicas que sirven de apoyo al autor para ejemplificar o alegorizar ciertos pasajes, pero que para un lector poco entrenado resultan ininteligibles. La novela no se parece a ninguna escrita en el periodo y por momentos puede parecer anacrónica, debido a su excesivo cultismo conservador y tono decimonónico; tal vez esa fue la razón de su escaso éxito, ya que carece de la impactante y sobrecogedora simpleza estilística de Azuela, por ejemplo. No obstante, a la luz de un siglo, puede verse como un texto brillante que, si bien no puede ni debe ser catalogado como parte del género de Novela de la Revolución, sí se merece su escaño en la literatura nacional por méritos propios. Se divide en cinco partes que el autor quiere mostrar como si fueran actos de una puesta en escena absurda: “Preámbulo: lo tragicómico del poder”; “Primera parte: Más broma que sangre”; “Segunda Parte: Tanta sangre como Broma”; “Tercera parte: Más sangre que broma”; “Epílogo: La sucesión de Jorge Albán”. Dicha disposición, permite al narrador centrarse en los hechos históricos como si de una farsa se tratase, colocando hechos, personajes y motivaciones en el absurdo para después ir recrudeciendo el tono hasta la tragedia maderista y sus desenlaces; unos que cambiaron para siempre la Historia de México. La novela narra los acontecimientos previos a la Decena Trágica desde muchas aristas, muchas voces y muchos escenarios políticos y sociales que pueden concatenarse por medio del personaje Jorge Albán, un profesor “agringadito”, muy intelectual y fifí, que se desenvuelve con facilidad en diversos escenarios sociales y políticos, desde los ranchos del altiplano y la huasteca, pasando por los palacios y las mansiones de La Petit Paris (nombre que se le daba a la Ciudad de México en esos años), codeándose con la crema y nata de la sociedad porfiriana y francesa, como Madame Capel, una hermosa extranjera de muy finas formas que es el centro de la atención aristocrática e interés amoroso del protagonista, quien sostiene al mismo tiempo una complicada relación sentimental con una mujer ranchera de la huasteca llamada Tana, conciliando así ambos mundos, marcando las diferencias sociales y la naturaleza femenina en ambos extremos de la balanza. Y es que cuando la matanza, hacia el final de la novela, de la mano con el circo político que se desató durante esos días de confusión y muerte en la capital, la distinguida dama y la dura ranchera dibujan las condiciones sociales y carnales de forma magistral: una rehuyendo al compromiso y manteniendo el privilegio mientras la otra se entrega como soldadera a una causa tan incomprensible como absurda.

La novela, además, pone en juego nombres históricos que sólo pueden corroborarse a fuerza de un trabajo extenuante de investigación: mandos militares felixistas, huertistas, maderistas y zapatistas que se “volteaban” y traicionaban unos con otros, esperando, casi como en un chiste, a ver quién iba “perdiendo” para irse “acomodando”, vendiéndose al mejor postor. Generales y coroneles borrachos que brindaban con Victoriano Huerta un día y con Gustavo Madero al otro, como el general José M. Cauz, uno de los “volteretas” olvidados por la historia. Órdenes y contraórdenes confusas y embadurnadas de explicaciones espurias, caballerías cargando a propósito contra ametralladoras; artillería que no daba en los blancos, pero sí en el edificio Nueva Era y demás periódicos maderistas. Patrullas de soldados sin hacer nada, excepto matar a los transeúntes, “por puro gusto”. Charcos de sangre coagulada y caballos destripados en la plaza del Zócalo, rodeada de estatuas de deidades grecolatinas, agujereadas por obuses, metrallas y morteros. Y el Palacio Nacional y la Catedral como mudos testigos de la horrísona tragedia que, por momentos, como apunta en secas y chocantes ironías, el autor hace parecer una enorme broma.

Resulta obvio el tono antimaderista del autor, quien no oculta su desdén hacia el finado mártir de la democracia mexicana y a quien juzga como un espiritista de doble moral cuya prominente familia de Coahuila había vivido de la desgracia del pueblo mexicano por generaciones y que, una vez tomado el poder, “Panchito” volvió a las mismas prácticas aristócratas que tanto condenó, traicionando así la revuelta social que se alzó en su nombre. Quevedo y Zubieta juzga duramente su falta de decisión y mano dura en los momentos claves de la restauración del poder, mientras que la firmeza del presidente le resulta intransigente y ridícula en decisiones que poco o nada servían a la nación. Empero, reconoce la tragedia que se ciñe con su infame asesinato, además de que condena la inhumanidad y la brutalidad con que martirizaron tanto a Gustavo Madero como a Belisario Domínguez, quienes aparecen como personajes que alzan la voz de la cordura en un mundo de locos. Salvador Quevedo y Zubieta, cuyos exilios, durante el gobierno de Manuel Gonzalez, cambiaron abruptamente su relación con el conservadurismo y el liberalismo porfiriano, adquiere un tono renovado en su literatura ya avanzado el siglo XX. En tierra de sangre y broma es una novela donde el viejo escritor ya observa muy lejos las pugnas del poder que vivió en su juventud, cuando sus pronunciamientos a favor del Segundo Imperio o sus roces con el compadre de Díaz le costaron su salida de México, al menos dos veces. Y es que la Revolución lo tomó, como a todos, por sorpresa, e indudablemente el mundo que conoció había desaparecido para siempre. Esa es también la enorme broma que se insinúa a lo largo de la novela, ya que la Decena Trágica y su barbarie pone fin a la Belle Époque mexicana: la ciudad porfiriana se vuelve una ruina y el mundo de los aristócratas se va para no volver. Muere junto a Madero —por qué no decirlo— todo el siglo que se arrastró con guerras fratricidas, y la idea del “liberalismo” llega a su fin. La revolución armada que provocó el infame Victoriano Huerta, tras su traicionera y espuria ascensión al poder, se levantaría con más violencia, más brutalidad y abriría el paso a un nuevo orden político y social en México donde ya no figuraban los viejos modelos. Un nuevo parto para la nación mexicana; uno más doloroso y con nefastas consecuencias. Para 1921, año en que se publicó la novela, casi todos los protagonistas de la Revolución Mexicana estaban muertos y ascendió al poder, de la mano del general Álavaro Obregón, una nueva clase política, la de la Revolución Institucional, que daría forma al partido hegemónico que dominaría todo el siglo XX. ¿No es acaso esa también una broma? Seguramente para el viejo escritor sí lo fue, y su novela lo plasma magníficamente: la enorme broma llena de sangre que es la historia nacional.

Miguel Ángel H. Rascón

Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.

Miguel Ángel H. Rascón
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