Ensayo

La imagen, la fe y el silencio

La imagen, la fe y el silencio

Octubre 26, 2021 / Por Miguel Ángel H. Rascón

Portada: Fotograma de Silencio, de Martin Scorsese, 2016

 

La expansión del cristianismo, desde el siglo I, hasta nuestros días, ha sido constante. Esa revolución iniciada por un rabino judío de Nazaret no sólo se volvió el motor en la construcción de la cultura y la sociedad occidental, sino que también sirvió de engranaje filosófico e ideológico para cometer los más grandes crímenes e iniciar las guerras más mortíferas. El catolicismo, pilar histórico que sostiene la fe cristiana, y sus dogmas, en los que el dolor, la culpa y el sufrimiento conforman el pensamiento general de la fe, se ha nutrido incansablemente de historias ejemplares donde el sacrificio, el dolor y la muerte están presentes. Las diversas hagiografías, que conforman un extenso catálogo literario, sirvieron durante siglos como edificadoras de la espiritualidad, donde al final mártires y santos eran ejemplos y piedras fundadoras de la iglesia. Sus muertes no eran en vano y sus sacrificios convertían a los paganos al cristianismo casi como por arte de magia. Y si bien el cristianismo tuvo éxito en casi todo el mundo, en especial en América, donde la evangelización fue sistemática y productiva, lo cierto es que no todas las misiones gozaron de tales triunfos.

Las incursiones evangelizadoras, católicas y protestantes, tuvieron una enorme dificultad para arraigarse en el lejano oriente. Japón es un ejemplo excelente de cómo fracasó el cristianismo y sus intenciones de expansión. Hacia el siglo XVII, tanto españoles como portugueses no sólo habían fracasado en toda pretensión de introducir el cristianismo en tierras niponas, sino que, a diferencia de América, fueron ellos los que sufrieron en carne viva la violencia y la masacre. Los belicosos japoneses de ese tiempo, cuya cultura y civilización ya se remontaban a varios milenios atrás, poco interés tuvieron en esas nuevas ideas y ante la invasión ideológica, que a veces se disfrazaba de comercio, decidieron prohibir el cristianismo y dar muerte a todo aquel extranjero que llegase con la más mínima intención de hablar del mesías de Nazaret. Los samurai aplicaron todo su arte en la violencia y la tortura, desarrollado durante siglos, para hacer de aquellos misioneros, frailes o simplemente comerciantes incautos, verdaderos mártires. Los japoneses regodearon su crapulencia en el pensamiento cristiano, y el dogma del dolor y el sufrimiento, flagelando, martirizando y crucificando a todo infeliz que llegase a caer bajo su yugo. La insistencia de muchos misioneros sólo engrosó la lista de mártires y provocó que Japón se aislara del mundo, cerrando sus puertos y sus líneas de comercio hasta el siglo XIX, cuando su sistema feudal quedó descontinuado y obsoleto ante los avances de la Revolución Industrial. Y es que al final, el cristianismo sí llegó a extenderse en las tierras del sol naciente, aunque de una forma híbrida, muy poco clara y confusa. Para nada servía a los intereses de protestantes o católicos, ya que era una mezcla entre sintoismo y budismo con ritos y simbología cristiana. Los poquísimos conversos japoneses jamás entendieron los evangelios ni el concepto del mesías, el cordero de Dios que vino a salvar al mundo de los pecados, así que hicieron traducciones a su modo y entendieron lo que les dio la gana. Esto, para emperadores y autoridades niponas, resultaba en una excrecencia que debía ser eliminada, pues alteraba el orden social y tergiversaba, en ocasiones, la religión budista, cuando se hacían paralelismos simbólicos entre Jesús y Buda, lo que implicaba, si no problemas, al menos disgustos entre la mayoría de la población que miraba a estos conversos como ascetas vagabundos y pordioseros. Este grupo, pequeño y apenas visible, nunca llegó a aportar nada ni a la Iglesia ni a Japón, desapareciendo sin dejar rastro.

Silence (2016) es una película basada en una novela de Shusaku Endo, en la que Martin Scorsese aborda este tema y pone una grave disyuntiva sobre la verdad. Sin duda, es un filme dicotómico en el cual, evidentemente, Scorsese puede ser tergiversado o comprendido (tal vez fue su intención), tanto por seres creyentes que miran en esta película una apología homenajeante a los mártires y fieles cristianos y, por otro, lado la versión de los seres que se quedan con la sensación angustiante provocada por el silencio de Dios, que remite a la teodicea leibniziana. Y es que, si Dios existe, por qué permite las injusticias y el sufrimiento de sus hijos, a los que en medio de los calvarios torturantes se ha limitado a acompañar en silencio.

Martin Scorsese ya había explorado temas religiosos en todas sus películas, donde el catolicismo y sus dogmas están presentes como una bisagra en la que sus personajes desarrollan sus arcos narrativos y algunas emociones como la culpa, el sufrimiento y la redención. Sin duda, la película que abordó mejor este tema fue La última tentación de Cristo (1988), empero, los elementos del catolicismo están presentes en muchas de sus películas, donde italianos e irlandeses mafiosos pasan de la violencia y el crimen a la fe en un segundo. Silence, por otro lado, lleva este leitmotiv al extremo, donde la fe es cuestionada no por su efecto en las personas y los creyentes sino por sus motores simbólicos. La principal crítica a la fe ciega, que hace Scorcese, es a los símbolos e imágenes que parecen tener mayor peso en los hombres que en el mismo concepto de Dios. Dios es adorado por la imagen y el símbolo, no por la espiritualidad y la fe. El silencio de Dios se hace presente cuando, alejados de toda imagen y representación, y al ser puesta a prueba la fe y la espiritualidad, sin el cobijo del simbolismo, el hombre entregado a Dios deja de oírle en la oración. ¿Acaso la espiritualidad del hombre está internalizada sólo por los elementos exotópicos de la imagen y el símbolo? ¿La fe necesita del símbolo para manifestarse? ¿Cuál es la verdad de la fe?

Quizás el momento final de la cinta defina todo, cuando el sacerdote, padre Rodrigues, es incinerado en una ceremonia budista, se puede explicar mucho mejor la condición humana respecto de lo que guarda una persona en su interior respecto a la fe, el dogma y la verdad. Los hombres, invariablemente, guardan secretos tan profundos que resultan increíbles para ellos mismos. Un hombre puede guardar tan hondamente éstos que desaparecen por un instante durante la vida cotidiana. Cristo, grabado en el fumie, le pide al padre Rodrigues que lo pise para apostatar y salvar la vida de japoneses cristianos condenados a morir. Es la voz de Dios que rompe el silencio. “Vamos, písame. Yo ya cargué con los pecados del mundo”. Es más valiosa la vida humana que el dogma de una religión de hombres. Rodrigues pisa y ante los ojos del inquisidor ha negado a Dios. Yo soy el camino la verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es por mí.  De ahí en adelante Rodrigues vive como un japonés, un cristiano apostata; pero la verdad oculta en su interior nunca desapareció, a pesar del silencio. Pisar a Cristo no fue apostatar, por el contrario, fue un acto sublime de amor a Dios. La verdad interna es también silencio. ¿Somos esa verdad que ocultamos o los actos en la realidad?  Quit et veritas?

El cine de Martín Scorsese, sin duda, llega a un epítome filosófico y estético con esta cinta, sin recurrir a una polémica religiosa como lo fue su película de 1988 sobre la vida de un Jesucristo mundano alejado de la divinidad y reivindicado en el último momento. Silence es una cinta que, por su crudeza y su violencia, contrastada con su belleza visual, pone en dinamismo el pensamiento moderno mediante un discurso histórico. El tema del silencio es abismal y puede entenderse en la actualidad más que nunca, ya que en medio de tanto ruido e imágenes vertiginosas a las que nos exponemos diariamente, al final existe un silencio enorme que nos envuelve y nos enloquece.

Resulta sumamente interesante cómo el cristianismo y la imagen de Jesús actualmente se ha hibridado en Japón con Santa Claus u otros elementos extravagantes. Lo cierto es que tales ideas no son propias del pensamiento oriental y si bien hay comunidades cristianas, protestantes en su mayoría, como los son Testigos de Jehová o Mormones, que han podido prosperar tímidamente en tierras niponas, ciertamente resulta plausible pensar que aquellos fenómenos del siglo XVII se repitieron y en realidad los japoneses cristianos actuales creen otra cosa muy diferente. Y es que debe ser claro, que hoy, más que nunca, la imagen es lo que construye el pensamiento y por qué no decirlo, la fe misma. Y con la imagen hacemos lo que queremos arbitrariamente. ¿Dios es sólo una imagen a la que nos aferramos? ¿Es una imagen para despreciar y apostatar? Quit et veritas?

Miguel Ángel H. Rascón

Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.

Miguel Ángel H. Rascón
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