Ensayo

La resistencia de los olivos

La resistencia de los olivos

Octubre 19, 2021 / Por María Teresa Andruetto

¿Cuántos años vive un árbol? Aunque la vida media de los árboles varía según la especie a la que pertenece, los que crecen rápido viven menos y los de crecimiento lento, como los olivos, viven mucho tiempo. Tal vez por eso los olivos tienen ese carácter simbólico que se relaciona con la paz, con la resistencia ante la adversidad, con la celebración y el honor y con el agradecimiento.

Hace unos 6000 años la aceituna se cultivó por primera vez en las costas del Mediterráneo, a lo largo del Líbano y Palestina, y los asentamientos fenicios fueron los primeros en domesticar y adaptar el acebuche común, mediante mejora por competitividad entre individuos. El acebuche es el olivo en estado silvestre y se destaca por su rusticidad y resistencia. Se adapta a prácticamente todos los suelos, incluso a los más pobres, soporta la sequía y el calor, puede crecer tanto a nivel del mar como en altitudes de hasta 1500 metros. Los bereberes lo llamaban azzemur, de ahí derivó en el castellano acebuche.

El olivo silvestre, que los antiguos griegos distinguían del olivo cultivado, se utilizaba para modelar la corona con la que se premiaba a los vencedores en los Juegos Olímpicos. El antiguo olivo silvestre sagrado de Olimpia, de donde se sacaban las ramas para la coronación, se encontraba cerca del Templo de Zeus, el patrón de los juegos.

También recordaban los griegos que el héroe Aristeo, creador de las artes de la apicultura y la fabricación del queso, fue quien “prensó por primera vez el fruto de la aceituna” y en la Odisea, cuando Ulises naufraga y es arrojado a tierra, se encuentra con un olivo silvestre con las ramas pegadas —gemelas— a las de un olivo cultivado.

 

Debajo de dos aceitunas brotaron de la misma raíz

un olivo silvestre, el otro linaje de buena raza

Ningún viento empapado podría atravesarlos...

Tan densos como crecieron juntos, enredados uno al lado del otro.

 

También dice la leyenda que Hércules inclinó su garrote de madera de olivo, echando raíces en la tierra, y el garrote volvió a crecer y sigue vivo

 

El Líbano es el hogar de 16 olivos majestuosos conocidos como los olivos de Noé, que están entre los olivos más antiguos del mundo. Situados en el norte de ese país, la leyenda dice que, de uno de ellos, arrancó la paloma de Noé la rama que indicaba la presencia de tierra tras el diluvio. Pero la del diluvio no es la única leyenda relacionada con los olivos. En el año 330 a. C, Alejandro Magno se lanzó sobre Atenas con su ejército para arrebatársela a Jerjes, rey de los persas. Para vencerlo, ordenó prender fuego a la ciudad y arrasarla hasta hacer desaparecer todo el pasado enemigo. En la ciudad arrasada, los griegos vieron un olivo centenario que había logrado resistir. Esto emocionó tanto a sus habitantes que lo eligieron símbolo de renacimiento ante las adversidades.

De otras adversidades, horrores y destrucciones da cuenta un árbol de olivo, el único que sobrevivió a la “limpieza” de lo que fue el centro clandestino de detención, un olivo que creció junto a lo que fue la sala de torturas. En algún momento, un proyecto artístico hizo una serie de fotografías de ese ejemplar único. El olivo de frutos amargos que nadie podría tragar sin lentamente elaborar, sin hacer que traspire el dolor en un agua más salada que las lágrimas. Gabriela Morales, cuyo padre fue asesinado en La Perla, y participó de la experiencia de fotografiar ese árbol testigo del horror, anotó: “Pienso en el proceso que hay que hacer para comer aceitunas, ponerlas en sal, sacarles el amargo… Me gustaría inventar un sistema para sacarle información al árbol.”

 

En los incendios griegos de este año, el fuego destruyó un olivo de 2500 años de edad, un árbol que nació en tiempos de Alejandro Magno y aparece nombrado hace 2000 años en los escritos del filósofo y geógrafo Estrabón. El árbol estaba situado en el olivar de Rovia, en la isla Evia, la segunda más grande de Grecia, cerca del continente, al noreste de Atenas. Era tan enorme que se necesitaban diez personas para rodear su tronco. Nunca perdió la fertilidad y ha dado aceite a más de cien generaciones, sobrevivió al imperio romano, a los hunos, a los tártaros, a la invasión turca, a las guerras mundiales.

Murió recientemente en la oleada de incendios que afectan a Grecia y a Turquía.

“Nuestros hijos nunca verán nuestra tierra de la misma manera que la vimos nosotros”, afirmó el alcalde de Rovia y dijo también que para que esa zona de Grecia vuelva a su estado anterior, se necesitarán décadas.

Bajo la información del alcalde en un sitio de internet, un lector escribió: “Seguro que brota de nuevo”.

Y yo no pude dejar de pensar en un video que me mostro Pablo Sigismondi cuando lo acompañaba en la organización de su libro de fotografías de mujeres de distintas culturas.

En el video, hay una mujer parada sobre los escombros de una ciudad completamente en ruinas, y entre los escombros apenas una ramita, un hilo de verde en medio de las ruinas y la muerte, y ella que dice: “no comprendo por qué nos destruyen, no sirve para nada, porque nosotros volvemos a empezar”. Y señalando esa mota de verde agrega: “brotamos de nuevo”.

 

María Teresa Andruetto

Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.

Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.

Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).

Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.

María Teresa Andruetto
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