Ensayo
Diciembre 30, 2020 / Por Fernando Percino
Lo que nos seduce nos define de muchas formas; aquellas expresiones que atraen nuestro interés suelen proyectar nuestros anhelos. Lo que nos gusta también nos inspira y en ello centramos nuestra atención con mayor énfasis, pero ¿cuántas veces nos sentamos a pensar por qué tenemos ciertas preferencias? ¿Dónde surge ese predominio de elegir algunas cosas sobre otras? Me refiero a un amplio abanico de temas. Elegimos libros, series de Netflix, tendencias musicales; sí, porque algo de lo que contienen nos atrae, pero alguien o algo debió ponerlo a nuestro alcance en algún momento para que pudiésemos conocer la novela que tanto nos gustó y hablamos de ella cada que hay oportunidad. También está el disco de The Beatles que se quedó como banda sonora de nuestra infancia o la serie de Netflix que tiene una o varias escenas que se quedaron a vivir en nuestra memoria por el impacto que nos provocaron.
La mayoría puede responder sin mayores problemas respecto al por qué le gusta una cosa sobre otra. Para el caso del campo artístico-cultural, uno puede encontrar aspectos fundamentales para emparentarnos con alguna expresión en particular. Puede ser la cercanía, la identificación o incluso el que sea una propuesta innovadora que nos atrae por su extrañamiento que dimana de ella.
Yo no era un lector muy ávido antes de los 16 años. Tuvo que llegar a mi aula de clases una maestra de literatura, que no se pareció en su forma de dar la clase a mis anteriores docentes en esa área. Ella leyó en voz alta “El barril de amontillado”, de Edgar Allan Poe. Eso gran impacto que tuvo en mí, provocó que la lectura se hiciera de un espacio predominante en mi vida. Yo me motivé a buscar más autores que se parecieran a Edgar Allan Poe y fue fácil encontrarlos, porque en las librerías y bibliotecas en las que preguntaba por ellos, siempre encontré personas que identificaban con facilidad a diversos autores que tenían una voz, un estilo o una temática similar a Poe; todos ellos pertenecían a un canon literario muy identificable. Fue así que también llegué a las obras de H. P Lovecraft.
Ha pasado el tiempo de esa anécdota y hoy pienso que hubiera sido una gran idea haberle preguntado a mí maestra cómo fue que ella conoció los textos de Edgar Allan Poe. Si yo lo conocí fue gracias a ella, en la escuela, que suele ser un punto de referencia definitorio para nuestros gustos culturales, con una constante retroalimentación entre docentes y los alumnos que tenemos como compañeros. Encontramos en la escuela y la universidad una “fuerza conservadora” que preselecciona conocimientos y que de forma inevitable genera gustos en quienes reciben esos saberes.
Analizar a profundidad el origen de los gustos artístico-culturales de un individuo o de un grupo social, con el uso de teorías sociológicas, nos permite conocer y reflexionar con mayor amplitud respecto a la notoriedad, desarrollo y alto consumo de algunas tendencias artísticas y sus respectivas propuestas en determinadas épocas y contextos históricos. El libro El gusto literario de Levin L. Schücking expone de forma detallada y analítica el posicionamiento de algunas tendencias en la aceptación social. El autor ofrece un discurso de largo aliento sobre la evolución del gusto literario. Menciona en sus inicios:
Pero hasta cuando la posición de un artista no se discute como en el caso de Goethe, un fino observador puede reconocer un proceso parecido al de las fases de la luna, un constante crecer y menguar de la popularidad. Por otro lado se ve claramente que cuando el entusiasmo perdura, en modo alguno se orienta siempre hacia la faceta de un mismo objeto. (16)
Shücking nos presenta aquellos momentos en los que se empezó a tener noción del nacimiento de algunos géneros literarios, la adaptación de los mismos a sus circunstancias sociales, su evolución o metamorfosis. Él considera los cambios de preferencias entrelazadas por algunas coyunturas políticas y de medios de producción que se experimentaron en determinados países europeos, como: Alemania, Francia e Inglaterra. Dichas circunstancias hicieron simbiosis con la influencia de grupos o círculos institucionales, a los que Schücking denomina el “Humus sociológico”, lo que perpetuó ciertas tradiciones y cimentó un canon literario. Un canon que hasta que el día de hoy seguimos consumiendo. ¿Por qué?
Uno de los mayores aciertos del libro de Schücking es permitirse compartir juicios de valor basándose en datos duros sobre los contextos particulares a los que se refiere, un ejemplo de ello es cuando menciona que “los diversos ambientes sociales dan lugar a diversos ideales” (18).
El texto tiene una estructura argumentativa que nos permite entender y avanzar con la lectura por diferentes épocas, es así como en las monarquías prevalecían lecturas que ensalzaban las aventuras y virtudes de los reyes, dado que los escritores subsistían por los pagos del monarca en turno y siempre convenía hablar bien de ellos. Algo similar ocurre en nuestros días. Notemos cuando un algún periodista recibe pagos o donaciones del gobierno en turno, dicho “periodista” se enfoca más en mostrar en los medios los logros y alcances de las políticas gubernamentales de la administración que lo patrocina, sin hacer un ejercicio más crítico del manejo de la información. Podríamos decir que algunos comunicadores en el presente todavía hacen uso y costumbre de los trovadores y escritores de la época medieval, en este caso por una avaricia desmedida más que por subsistencia.
Shücking explica en su texto que el artista, ya sea plástico o escritor, adaptó sus procesos creativos según dictaban las reglas del modo de producción dominante. Ya se mencionó que los reyes y la aristocracia fungían como los dueños absolutos de la riqueza, eran los patrocinadores inmediatos del arte, por lo tanto sus gustos eran los que predominaban en el círculo artístico y la sociedad los aceptaba porque esas expresiones y esos creadores eran la única opción disponible en aquella época.
La historia avanza y, con ella, la evolución de los medios de producción permite el surgimiento de una nueva clase social: la burguesía, cuya principal característica es generar riqueza a través del comercio. Conforme esta nueva clase toma notoriedad y poder en el círculo social, se vuelve un factor de cambio en el proceso y consumo del arte, de tal forma que el comercio del libro permite que el artista pueda vivir de esos ingresos y ya no depender de un mecenas aristocrático. Esta independencia proclama también cambios en el discurso y estética de los textos, puede decirse que el surgimiento de la clase burguesa también permite el surgimiento de nuevos gustos y se comienza a percibir a un artista como un personaje iluminado, con los dones de la belleza y la creación. El creador alcanza entonces títulos sociales más respetables de los que tuvo en la época feudal, en la que incluso ser artista se consideraba un oficio de baja estima, al grado que algunos pintores cuando pedían la mano de una doncella a sus padres, éstos ni siquiera permitían el acceso a su hogar al pretendiente por considerarlo casi tan insignificante como un siervo.
En plena efervescencia burguesa aparece un estilo artístico como el Naturalismo, expresión que pretende mostrar todos los aspectos de una realidad objetiva, tanto lo más sublime, como lo más vulgar. Es sobre todo en Inglaterra donde toma una notable fuerza prematura en comparación de otros países; el conservadurismo alemán haría más lenta la llegada y desarrollo del Naturalismo en su territorio.
El Naturalismo intriga y entusiasma a los lectores de finales del siglo XVII y principios del XVIII; los lleva de la mano a los cafés públicos, para discutir entre amigos y desconocidos, a conversar sobre las obras que más destacan en ese momento. Se manifiesta el concepto de “Humus sociológico”, planteado por Shücking, en grupos sociales que tienen un gusto estético en común, asunto que transita de la vida pública a la vida privada. Son diversos los casos de jóvenes que se conocen en las nacientes tertulias literarias, por lo que afloran enamoramientos y romances a diestra y siniestra por gustos literarios comunes.
Es muy posible que en nuestros días dos desconocidos puedan enamorarse el uno del otro después de dialogar sobre obras que sean de mutuo agrado, sin embargo, en la actualidad, la literatura, como arte de entretenimiento, tiene más competencia que en aquellos tiempos, lo que hace más particular ese tipo de situaciones y menos masiva.
La recomendación oral de las obras en boga resultaba ser determinante para que un autor lograra notoriedad y son diversos grupos sociales, muchos de ellos pertenecientes a una burguesía culta, los que empiezan a tener influencia en el hecho de que las obras fuesen o no reconocidas. Algunas de esas recomendaciones primero se daban en grupos selectos, formados de críticos que poco a poco se convirtieron en ejes referenciales para los demás y ejecutaban sus valoraciones sobre determinada obra para elevarla o dilapidarla. Algo similar ocurre en hoy en día con los llamados “influencers” que se desbordan en las redes sociales y están ahí para ser referentes de opinión sobre qué tan buena o mala es determinada película, video juego, serie de Netflix y demás formas de entretenimiento. La historia a veces demuestra que sólo vamos reciclando las imposiciones o determinaciones de nuestros gustos artísticos. El mismo Schücking lo señala en el capítulo 2, “el poeta no sólo baila al son que le tocan sus protectores, sino que además tiene que bailar de acuerdo con el gusto de ellos” (24), para hablar también de las tendencias como impositoras en la creación artística en algunos casos.
Hay un apartado que se concentra en un factor ajeno y primigenio a los antes mencionados, que es la familia, ¿quién no llegó a elegir una profesión, la afición por un equipo de futbol o el gusto por The Beatles siendo influenciado por sus padres, abuelos o hermanos? Es interesante que el libro comente sobre ello. Nuestra primera sociedad es, de forma invariable, nuestro primer cúmulo de influencias morales, educativas y, desde luego, artísticas, tal como lo señala Schücking, “el arte no posee un valor absoluto, sino que su aceptación depende del carácter de quienes lo acepten” (128).
Los libros que llegan a nuestras manos de tiempos pasados y que llegan con un aval de “buen gusto” fueron seleccionados por el “Humus sociológico” que lo conformaron grupos literarios, grupos de críticos, academias, instituciones gubernamentales que ejercieron su influjo de “poder sociológico”. También está el hecho de que podemos elegir si todo lo que nos legaron nos gusta o no, sin embargo son obras visibles, identificables, en comparación de otras que se quedaron en una subcultura apenas accesible para algunos y que bien podría contener obras tan buenas o incluso mejores que aquellas que cuentan con una aprobación mayoritaria por diversos sectores institucionales en diferentes épocas.
El gusto literario hace un extenso análisis sobre el influjo de los “poderes sociológicos” en los individuos para elegir ciertas tendencias que predominan en determinadas épocas, pero a la vez es contundente cuando enfatiza que no siempre se cumple la máxima de que las mejores obras son sólo que aquellas que aparecen con mucho ruido en la escena social y son aceptadas por las masas. Sin embargo, es cierto que sí tienen mayor posibilidad de sobrevivir, ser recordadas y revaloradas en tiempos posteriores, porque, a fin de cuentas, “el buen gusto” resulta un asunto atemporal. Por eso Shücking se esmera en decirlo: “la imposición de un gusto determinado depende de poderes sociológicos no siempre puramente espirituales, el único criterio para valorar un arte que ha logrado imponerse es la duración de su efecto” (128).
Es por eso que el canon que consumimos como lectores sigue ahí desde hace rato, imperecedero, porque pertenece a una tradición de “buen gusto” que otros lo aceptaron y lo perpetuaron.
Bibliografía
Schüking, Levin. El gusto literario. México, D.F. Fondo de Cultura Económica, 1950. Impreso
Es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publicó cuentos en el suplemento cultural *Catedral* del diario *Síntesis*, la novela *Velvet Cabaret* (2015), el libro de cuentos *Lucina* (2016), el libro de crónicas *Diarios de Teca* (2016) y la novela breve *Volk* (2018). Fue miembro del consejo editorial de las revistas: *Chido BUAP* y *Vanguardia: Todas las expresiones*. Fue funcionario público. Actualmente es chofer de UBER y estandupero ocasional.
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