Ensayo
Abril 06, 2021 / Por Miguel Ángel H. Rascón
Hay una anécdota sobre el día en que el compadre de don Porfirio Díaz, el general Manuel González, capturado en esos tumultuosos años de guerra contra el Imperio, se arrodilló ante Carlota de Bélgica y suplicó por su vida en medio de un baile en honor de la princesa. La vida y libertad de Manuel González fue el regalo que Maximiliano de Habsburgo concedió a su esposa. Lilia Vieyra Sánchez, en su texto Las biografías del presidente mexicano Manuel González (2017), menciona que muchas de estas anécdotas maliciosas tenían como única fuente a Salvador Quevedo y Zubieta, quien plasmó esa y muchas historias más en su libro Manuel González y su gobierno en México, cuya única edición, de 1885, se conserva en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Poco se sabe de este ilustre escritor que tuvo la mala idea de meterse con los titanes de la República Restaurada y ventilar algunos chismes, por demás entretenidos. ¿Quién fue este escritor y por qué sólo los especialistas del periodo lo conocen?
La obra de Salvador Quevedo y Zubieta[1] resulta casi inédita dentro de los estudios literarios del siglo XIX mexicano, a pesar de que fue un escritor importante durante las últimas décadas de ese siglo. Emmanuel Carballo lo menciona en su Diccionario crítico de las letras mexicanas del siglo XIX como un escritor valioso que “sabe crear personajes autónomos, engrandecer el interés de la historia que cuenta y describir ‘científicamente’ los trozos de realidad que enjuicia junto a las criaturas que la habitan” (Carballo, 198). Su trabajo como precursor de la psicología social en México[2] ha sido mencionado por especialistas en la materia y sus obras literarias han sido publicadas y estudiadas más en el extranjero que en su país natal. De ideología conservadora, aunque se declaraba oficialmente liberal, se promulgó de forma tardía a favor del extinto imperio de Maximiliano y criticó al general Manuel González Flores, cuando éste ocupaba la presidencia en 1880, lo que le valió la expulsión del país. Durante este exilio, en 1883, escribió Memorias de un emigrado, una recopilación de historias que podrían parecer inconexas entre sí, donde se evoca una versión del México conservador durante el Segundo Imperio.[3] El libro es publicado solamente en Madrid con un prólogo de Emilio Castelar.[4] Se reeditó en 1912 nuevamente en España y no será reimpreso hasta cien años después por la Universidad de Washington, en su forma íntegra, con una traducción al inglés. Posteriormente, en 2018, por The World Books para su distribución y comercialización, como parte los estudios hispánicos de mexicanos fuera de México en las principales universidades del mundo. Nunca es publicado en México. Los manuscritos originales de la edición de 1883 sólo están disponibles para su revisión en archivos digitales en la Universidad de Princeton, Universidad de Montreal y la Universidad de Barcelona.
En México la obra de Salvador Quevedo y Zubieta es poco estudiada, a pesar de que fue un escritor prominente en su estado natal, Jalisco, estando en contacto con los grandes escritores como Federico Gamboa y José López Portillo y Rojas; era parte de los círculos intelectuales de México y Francia, además de que mantuvo, se dice, una sólida amistad con Emile Zolá.[5] Su obra es catalogada, según Carballo, por tener un estilo “de pocos y vigorosos trazos que anunciará la novela-crónica de la Revolución” (198). Memorias de un emigrado, escrita desde el exilio, ofrece una visión muy particular sobre diversos aspectos de la cultura y la historia mexicanas, con la perspectiva que sólo puede dar la distancia objetiva de observar y recordar desde muy lejos (con un telescopio y no con una lupa). El autor se detiene constantemente en sus impresiones exuberantes sobre un México muy lejano, entremezclando temas políticos con temas culturales y literarios, tratando, desde su pluma, de dibujar el país que tanto extrañaba pero del que había sido expulsado por sus ideas conservadoras, y por “denunciar falsedades” en contra del general Gonzáles (aunque no se explica cómo fue perdonado por Díaz y repatriado, publicando de nuevo en 1885, el mismo libro que lo condenó). En el prólogo de Memorias de un emigrado, Emilio Castelar dice:
Los libros publicados en Europa respecto á la joven América por americanos, unen al mérito intrínseco de sus calidades literarias y científicas, el extrínseco de su especial utilidad para quienes ignoran, tanto como los europeos, las cosas de Ultramar. Apenas podemos inscribir en nuestra memoria la lista de los errores cometidos por la casta de los políticos en el Viejo Mundo al resolver el problema de sus relaciones con el Nuevo. Se ha necesitado que pasaran múltiples sucesos y muchos años para imbuir á la reacción europea el sentimiento de su impotencia en América. (Quevedo y Zubieta. Memorias de un emigrado, 1)
El libro, en España, sirvió como referente para los estudios de literatura mexicana en Europa, cosa que, si bien podría parecer muy sesgada por su tono “conservador”, lo cierto es que resultaba ser de las pocas obras disponibles, ya que las generadas por el liberalismo y la escuela de Altamirano se habían convertido en textos localistas y casi herméticos. Sin duda la importancia de la obra de Quevedo y Zubieta radica precisamente en la visión que el jaliciense tuvo de México como emigrado político, entrecruzando directamente sus referentes personales con los referentes inmediatos europeos. Esto se traduce en un estilo narrativo muy diferente al de sus contemporáneos mexicanos, ya que el autor gozó de una formación de élite y perteneció a círculos muy exclusivos e influencias muy marcadas como la de Francisco Pimentel, el intelectual más importante ligado al conservadurismo. En el Tomo Tercero del Interregno Universitario de la Universidad de Guadalajara (1861-1925) se lee:
A la par de sus actividades profesionales y diplomáticas se dedicó a la producción literaria. Así se convirtió en el primero en escribir —desde el español— en francés como lengua alterna. Además de su tesis profesional, publicó “Récits mexicains” y “L’etudiante, notes d’un carabin”, ambas en 1888. (enciclopedia.udg.mx)
Sus “Récits mexicains” (traducidos del francés al español por Guadalupe de la Peña), escritos desde una construcción poética nacional, representaron una verdadera innovación en la manera de escribir. Fueron publicados hasta 2002 con el título Narraciones mexicanas, las cuales se dividen en “Episodios mexicanos”, que incluyen “Cecilia”, “Juárez errante”, “Periquillo” y “Escontzin”;[6] y “Diálogos parisienses”, con “El francés, lengua universal”, “¡Enterrados vivos!” y “El señor Severo”.
La formación de Zubieta como médico y psiquiatra le permitió un replanteamiento en las formas literarias, ya que aplica sus conocimientos en geografía, antropología e historia para hacer literatura desde la psicología social,[7] pero sobre todo desde una prosa pulida muy influenciada por el clasicismo europeo. Es, además, un académico de la estética y hereda el uso de la retórica y sus formas de pensadores e historiadores conservadores mexicanos como el ya mencionado Francisco Pimentel y Lucas Alamán, herederos de Hegel.
Publicó varias novelas, entre las que se destacan En tierra de sangre y broma; novela histórica contemporánea, La camada, México manicomio, novela histórica contemporánea (época de Venustiano Carranza). La prosa de Quevedo y Zubieta tiene sin duda un enorme carácter mexicano, pero se aleja por completo de las formas costumbristas de las novelas mexicanas que habían sido proyectadas por Ignacio Manuel Altamirano tras el triunfo de los liberales. En palabras de Carballo “es más valioso como novelista que como cuentista”, pues la novela le ofrece un campo amplio para la exploración de ideas, de espacios y de temas. Su narrativa es muy académica, pero precisa y clara, aunque no por ello carece de poesía popular o de carácter nacional. Mientras los novelistas mexicanos de la época, en su mayoría, usan el lenguaje coloquial, el humor o el folclor típico como medio expresivo, Quevedo y Zubieta se regocija con las metáforas que le ofrecen las concentraciones urbanas, el ferrocarril y los espacios citadinos: palacios, salones y sedes de gobierno en contraste con los nuevos puentes, las plazas y edificios públicos donde está el pueblo. En este sentido, su estilo se acerca al naturalismo, pero sin comprometerse con la corriente ni autoproclamarse naturalista. Si bien, Salvador Quevedo y Zubieta hace crítica social, no es un fin último en su obra ni trata de ser moralizante con ésta, sobre todo en Memorias de un emigrado o Un año en Londres, publicada en París 1885, donde trata de mantener la mayor objetividad respecto a sus experiencias.
Memorias de un emigrado pertenece al campo de la literatura autobiográfica, pero desde el exilio, lo que deja ver ciertos rasgos diferentes a otros textos que van en este mismo tenor. Resulta más interesante la forma en la que las memorias de Quevedo y Zubieta retratan un México evanescente, que se evoca desde el pasado, concretamente desde el efímero Segundo Imperio Mexicano. Memorias de lo que pudo haber sido y no fue jamás. Desde el exilio, el autor se sumerge en sus recuerdos y extrae, como si fueran puñados de rocas al fondo de un río, fragmentos olvidados de historia nacional, escenas cotidianas barridas por el mar del tiempo y momentos personales, tanto en situaciones cruciales del país, como en la intimidad intrascendente.
Cuenta la historia de la conquista de México, que cuando llegó Cortés á las playas del Anáhuac, los habitantes, que nunca habian visto caballos, tomaban á éstos y á los conquistadores que los montaban como una sola y conjunta persona. El hombre siempre es el hombre, lo mismo el semiculto de Europa que el inculto de América; lo mismo el de hoy que el de hace tres siglos. Y algo nuevo que sale de la esfera de sus conocimientos, y sin consentir su ignorancia ni rendirse á la duda, se explica á su manera y según sus nociones los fenómenos que percibe. Es esto, sin duda, lo que ha hecho exclamar cerca de mí á una descendiente de la Malintzi al ver por primera vez una locomotora, lo mismo que han exclamado los populachos de todas partes: ¡Los caballos van dentro! Pero, pasada la primera impresión, las indias del camino se familiarizan poco á poco con el prodigio, y lo estupendo del primer día pasa á ser lo natural y ordinario de los que le suceden. Desde entonces no hay estación de ferrocarril tan apetitosa y animada como la mexicana: rica con todo el arte de su cocina nacional y con todos los dones sale la campesina á ofrecer al viajero las chalupas hirviendo en el comal, los tamales envueltos en hojas de maíz y los frutos del trópico hinchando hasta el asa los chiquihuites. Pasa la platanera, con su penca de amarillas bananas; llega la marchanta de piñas, ostentándolas, divididas en discos trasparentes que destilan miel; acude el pulquero con sus ollitas de blanco licor espumoso, y las enchiladas sobrepuestas en la batea exhalan su acre aroma en aquella atmósfera digna de los festines de un Camacho americano. (Memorias..., 24)
Sin duda, un autor al que vale la pena rescatar y publicar en México, ya que sus obras, junto a las de los muchos escritores, artistas e intelectuales ligados al conservadurismo, se perdieron para siempre con el triunfo de la República, ya que sumar todas las voces nos permitirían tener una mejor perspectiva de lo que nos conforma como nación y como cultura.
BIBLIOGRAFÍA
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Vieyra Sánchez, Lilia. Las biografías del presidente Manuel González México: Revista Historia Autónoma. (2017)
[1] Escritor, médico, psiquiatra, abogado y político mexicano que vivió durante la segunda mitad del siglo XIX. Nació en Guadalajara sin fecha precisa de nacimiento. Falleció en la Ciudad de México el 6 de julio de 1935.
[2] Sobre todo en su ciudad natal, Guadalajara. La UDG publica frecuentemente textos que mencionan a Salvador Quevedo y Zubieta, pero desde los estudios periodísticos, de crónica y sociología. Es mencionado por diversos historiadores para corroborar algunas fuentes respecto al Segundo Imperio, pues vivió entre los círculos íntimos de la élite intelectual conservadora. Manuel Gutiérrez Nájera lo menciona en Periodismo y literatura: artículos y ensayos (1877-1894) para corroborar la veracidad de “La catástrofe de Escontzin”, accidente ferroviario acaecido en Morelos y del que Salvador Quevedo y Zubieta fue testigo directo. Suceso que menciona en Memorias de un Emigrado.
[3] Curiosamente, en 1882, Manuel González nombra a Manuel Payno cónsul en España, en una suerte de exilio privilegiado. Manuel Payno había tenido mucha injerencia en los movimientos políticos. Se promulgó en contra de la Constitución de 1857 y fraguó una conspiración fallida contra Juárez.
[4] Emilio Castelar y Ripoll (Cádiz, 7 de septiembre de 1832-San Pedro del Pinatar, 25 de mayo de 1899) fue un político, historiador, periodista y escritor español, presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República entre 1873 y 1874.
[5] Entró en contacto con el naturalismo en la misma época que Manuel Payno, pero no se dejó influenciar por el trabajo de Zolá. Quizá porque ideológicamente no compartía las ideas filosóficas del francés.
[6] Texto que menciona Gutiérrez Nájera como referencia histórica.
[7] Ésta sería otra innovación en las letras mexicanas.
Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.
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