Ensayo

Símbolos, íconos y mitología: la construcción arbitraria de la cultura nacional

Símbolos, íconos y mitología: la construcción arbitraria de la cultura nacional

Febrero 16, 2021 / Por Miguel Ángel H. Rascón

Muchos han sido los claroscuros, las controversias y los desencuentros que ha sufrido el actual gobierno desde aquel triunfo en 2018, cuando México protagonizó uno de los cambios más importantes de su historia con el triunfo del licenciado Andrés Manuel López Obrador, poniendo de manifiesto, por la forma aplastante de su victoria, que la voluntad popular y la democracia tenían posibilidades de perpetuarse y de prosperar. Sin embargo, además de una oposición golpeadora, sin rumbo y en completo fracaso, el movimiento si bien ha mantenido su fuerza, muchos también han sido los decepcionados. Y si las fallas y los aciertos son los más o los menos, es algo que sólo se verá al final del sexenio. Por el momento sólo se puede hacer un corte de caja muy parcial que no refleja ni los resultados prometidos, pero tampoco un fracaso.[1]

     Lo que resulta innegable, para poner en la mesa de discusión, fue la forma en la que la “Cuarta Transformación” (en 2012, la “Republica Amorosa”) se manifestó en medio de una parafernalia llena de íconos históricos y símbolos “liberales”. Y si bien resultó muy efectiva en la campaña, el discurso, en el que enumera una a una las “transformaciones de la vida pública de México”, no deja de polarizar, nuevamente, los mismos posicionamientos que se arrastran desde el siglo XIX,[2] lo que hizo que, tras unos pocos meses de prestar juramento como Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, se hayan calentado los ánimos de la oposición. Llamándolos “conservadores” o “fifís”,[3] lo único que se consiguió fue volver a dividir a la población mexicana, poniendo a unos de un lado o del otro, sin considerar quién es quién en la realidad. Porque resulta que, desde siempre, la línea limítrofe entre el “conservadurismo” y el “liberalismo” mexicano (que no es derecha e izquierda propiamente, abriendo una puerta falsa con la que hay que tener mucho cuidado) ha estado desdibujada. A ciencia cierta, en pleno 2021, una división como esta resulta sumamente ortodoxa y no define nada. ¿Quién puede denominarse “fifi” o “conservador”, bajo la ambigua contención de ese significado? ¿Lo define la posición económica, la raza, la religión? ¿Se es “fifi” sólo por pertenecer a la oposición al gobierno obradorista? Realmente, nada lo define como tal, porque la definición no tiene ningún parámetro (y porque considerarse a sí mismo “fifi” podría ser un autoengaño para el ciudadano de a pie). La oposición política contra Andrés Manuel López Obrador se compone también por sectores de izquierda, como los frentes zapatistas, otros atenquistas, estos últimos que se oponen a algunos proyectos del Gobierno Federal[4] como el aeropuerto en Santa Lucía,[5] ¿eso los hace “fifís” o “conservadores”? Y por extraño que parezca, parte del clero en México, en el sur del país, sobre todo en Tabasco, está a favor de Obrador. ¿Eso lo hace liberales juaristas? Y es que es de ahí, de las imágenes, los íconos y los símbolos utilizados por el gobierno de Obrador, de donde surge este contrapunto interminable que se ha trasladado a todo el imaginario de la 4T.

     Si los signos ideológicos conforman las ideas acerca de la realidad de una manera acorde a cada ideología de clase y resulta inevitable la percepción de una realidad medida por el reflejo que el sujeto hace de los signos ideológicos, entonces las imágenes, expresadas o no en términos artísticos, están determinados por un producto ideológico. Sin duda alguna, un gobierno que hace gala de tantos símbolos, íconos y legendarios, no puede obviarse bajo esta lupa de análisis. Las reflexiones políticas alrededor de los símbolos que usa la 4T están dados, casi por completo, a través de personajes como Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas, presentes en la imagen gráfica del Gobierno Federal. Símbolos que, en ciertos contextos, pueden ser contradictorios y poco coadyuvan en las pretensiones de unidad nacional.[6] Ya varios analistas y periodistas, incluso de la oposición, han señalado que el discurso popular de Obrador, en un lenguaje llano y costumbrista, sirve para comunicarse con el grueso del país, de estratos humildes, y que en ese sentido resulta un acierto en el terreno político.[7] Sin embargo, resulta en un desacierto en todo lo demás, ya que la división que reina en el país es cada vez más visible y poco pueden frenarse las animosidades. En este sentido, la palabra es muy importante ya que, pese a que es neutral, no por ello deja de contener material sígnico. Y es que la ideología se construye a través de la palabra y una vez puesta como mecanismo de discurso, visibiliza y objetiva las intenciones ideológicas, replicándose después por medio de los símbolos que ayuden a este propósito.

     La suposición del presidente, donde hay una “historia de los buenos” y una “historia de los malos”,[8] crea sesgos y parcialidades casi maniqueas, donde señala a unos como los que sí pueden entrar en la historia de la “Cuarta Transformación”[9] y los que no,[10] los que deben salir por la puerta trasera.[11] Una experiencia que se vivó varias veces a lo largo de “doscientos años de independencia”. En medio de esta parafernalia de símbolos, íconos y mitología cabe preguntarse ¿el gobierno de Obrador va a celebrar el 27 de septiembre de 2021 la Consumación de la Independencia? ¿Cómo se entiende la Independencia de México, por el inicio o la consumación? Habrá muchos entusiastas con menos de dos dedos de frente, sin duda, que harán una celebración al Ejército de las Tres Garantías y a la Coronación de Iturbide, alabando al Primer Imperio, sin tener idea de lo que hablan pero gustosos de regodearse en la crapulencia simbólica de sus supuestos privilegios nobiliarios. Irónicamente, también es el año de conmemoración de los quinientos años de la caída de Tenochtitlán, lo que hará que salgan chispas en las mesas de discusión histórica, en lo académico y en las redes sociales (escaparate del inconsciente social mexicano). Es decir, de qué modo pueden ser interpretados los símbolos si se ponen los reflectores y se maquilla a unos mientras se opaca y llena de polvo a los otros. La respuesta de la 4T, en los niveles visuales de su propaganda, fue usar a Quetzalcóatl para la “conmemoración” de los 500 años de la caída de Tenochtitlán, como un gesto rancio de “inclusión” a las culturas indígenas nacionales. Una estrategia genial de marketing, si lo que quería era descalificar y negar la “celebración” de la Consumación de la Independencia a manos de Agustín de Iturbide, génesis de todos los “fifís”. Sin embargo, el dios mexica representa un arma de doble filo, ya que el discurso incluyente que pretende es el más excluyente de todos: preguntemos a las comunidades indígenas qué es lo que saben de dicha “conmemoración” que se viene con bombo y platillo. Quizás habría que replantearse si necesitamos esas “celebraciones” y “conmemoraciones”, en primer lugar.

     El problema, al final del día, no es (o sí) la Serpiente Emplumada, que sin duda se verá genial en muchas playeras, tatuajes y servirá de inspiración para que cientos de personas vayan a tomar buenas vibras a la Pirámide del Sol, con cubrebocas de Frida Kahlo y agua de chía. El problema real viene del uso arbitrario de los signos que conforman la cultura nacional, que pueden ser usados o no según las necesidades políticas partidistas. Y es que, si fue execrable que en el 2010 el PAN, con su conservadurismo ramplón y cínico, se adueñara de los símbolos de la Revolución Mexicana, lo que pase este 2021 resultará no menos chocante. En su empeño por negar a los símbolos y la iconografía del triunfo trigarante, la 4T prefiere jugar con una de las heridas abiertas en la historia nacional, tratando de encajar con calzador una “idea incluyente”. Ser “incluyente” también significa reconocer la historia tal y como sucedió, no negarla ni disfrazarla, mucho menos maquillarla, porque “esos me caen mal y estos me caen bien”. Dignificar la historia no se trata de poner dioses antiguos que no entendemos, sino enfrentar nuestra realidad a partir de todo lo que nos construye; y eso incluye a todos. Al final de cuentas, los conservadores perdieron y esto es una república, ¿no de eso se trata toda la iconografía de la 4T, con Juárez a la cabeza? ¿Por qué tanta saña? O será que en esta guerra de “buenos” y “malos”, de casi dos siglos, se usa y abusa de los signos culturales para hacer demagogia. Creo que la 4T, como el niño que es el dueño del balón, dice quién juega y quién no y esa es la forma más añeja y putrefacta del PRI para construir discursos. La Historia Nacional ya tiene suficiente de esto. No pierdo las esperanzas. Quizá la crisis sanitaria por el Covid-19 haga salir lo mejor de nosotros, ya que la muerte nos ha enseñado que en eso sí somos iguales todos. Ojalá el corte de caja final del gobierno de Obrador tenga más notas altas que descalabros, y que una de esas notas altas sea, precisamente, salir de esta zanja ideológica que lleva dividiendo a los mexicanos por tantas y tantas décadas. Al menos no habrá “conmemoraciones” ni “celebraciones” de este tipo en muchas décadas; eso puede ayudar.

 

 

[1] La crisis mundial causada por el Covid19 queda completamente al margen de este texto, ya que es un fenómeno mundial, no una situación exclusiva de México, por más que se intente hacer parecer lo contrario en los escenarios políticos. Ciertamente se ha manejado la crisis casi en el mismo nivel de eficiencia del resto del mundo y con el mismo nivel de fracaso.

[2] Justamente en agosto del 2020 hubo una nueva controversia respecto del Águila Juarista colocada en el Zócalo de la Ciudad de México.

[3] Se desconoce a ciencia cierta el origen de esta palabra, aunque fuentes imprecisas, que no vale la pena señalar, sugieren que se remonte a un personaje en un cuento de Guy de Maupassant, Mademoiselle Fifí, aunque resulta poco probable. Otras versiones, poco fidedignas, señalan a un naturalista francés llamado Georges L. Leclerc, que utilizó la palabra fifí para referirse a las aves recién nacidas o muy jóvenes; sin embargo, estas aseveraciones resultan contradictorias en el contexto mexicano. Lo cierto es que fue una palabra muy extendida durante el porfiriato para designar a la gente opulenta y presumida. En este sentido, resulta un claro anacronismo respecto del “conservadurismo”, pero, sobre todo, su sentido peyorativo hacia las clases privilegiadas (como en otro contexto lo fue fufurufo) hace evidente la relación que se hace respecto del conservadurismo y el privilegio económico, cosa que resulta imprecisa y prejuiciosa.

[4] Dicha oposición al proyecto es tomada por la oposición partidista para señalar un supuesto disgusto general hacia tan controvertido proyecto.

[5] De hecho, proyectos como el Tren Maya han sufrido severas críticas por grupos proteccionistas, ambientalistas, indigenistas, entre otros, que se han caracterizado por intensas luchas sociales, que lejos están de ser fifís.

[6] Tomando en cuenta que la figura de Madero, por ejemplo, ha sido enarbolada por el PAN, apelando a las relaciones consanguíneas de sus militantes y líderes con el fenecido “Apóstol de la Democracia”, título que sigue siendo muy controversial para muchos sectores de izquierda con sustentos revolucionarios.

[7] Sólo por mencionar a José Fernández Santillán quien hizo un par de reflexiones al respecto en su columna en www.cronica.com.mx el 2 de febrero de 2020 y problematiza sobre estas manifestaciones verbales de Obrador, mal entendidas con “populismo”. Enumerar la cantidad de periodistas que han “vertido tinta” resultaría ocioso, sobre todo porque partiendo del concepto “populismo”, ni siquiera hacen una reflexión y sólo terminan en un golpeteo político que enciende de nuevo las animosidades.

[8] Donde señala sin ninguna restricción que Antonio López de Santa Anna fue un criminal, sin atender todo el contexto del periodo. Si bien queda clara la incompetencia de Santa Anna como gobernante, lo cierto es que la pérdida del territorio obedeció a una situación más compleja y de factores externos al control del general oriundo de Veracruz. En este sentido, un señalamiento directo a un solo sujeto resulta maniqueo porque es poner a unos como “los buenos” y a otros como “los malos”. ¿Los malos no serían Estados Unidos? En este sentido, Benito Juárez, buen amigo del presidente Abraham Lincoln, o Francisco I. Madero, parecen, en palabras del presidente, dos entidades inmaculadas.

[9] Cómo se publique la Historia de aquí en adelante y cómo se desarrolle la literatura de corte histórico, bajo esta lupa, serán muy importante, ¿en eso, mucho tendrá que ver Paco Ignacio Taibo II?

[10] Y si bien, los gobiernos anteriores cometieron errores terribles e imperdonables, lo cierto es que no es el papel de la academia emitir un juicio, sino perpetuar el análisis en favor de una comprensión más profunda de la realidad, que no está delimitada y obcecada a sexenios ni administraciones, sino que son factores más complejos.

[11] Resulta obvio que el maquillaje de gobiernos anteriores, sobre sus propias atrocidades y sus nefastas “verdades históricas” debe salir por la puerta trasera de la historia nacional. Este trabajo hace una reflexión sobre sectores académicos, artísticos, sociales y políticos que no están en concordancia con la 4T, y eso puede llevarlos a estar en la periferia de la oficialidad y desaparecer junto con sus trabajos y aportaciones.

Miguel Ángel H. Rascón

Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.

Miguel Ángel H. Rascón
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