Gorilas en Trova

Abigail Rodríguez, apasionada del libro cartonero

Abigail Rodríguez, apasionada del libro cartonero

Junio 29, 2021 / Por Maritza Flores Hernández

Portada: Abigail Rodríguez. Foto de Maritza Flores Hernández

 

En la mediateca de la Alianza Francesa de Puebla, provista de cubrebocas y careta, me recibe Abigail Rodríguez Contreras, quien añade a la medida sanitaria de la sana distancia el uso de gel y desinfectante en espray.

Fundadora, editora y diseñadora de una editorial cartonera, Abigail Rodríguez Contreras conversa sobre los orígenes de las cartoneras, sus ventajas y sobre su nexo ineludible con los libros y con el poder liberador de la lectura.

 

—Sabemos que eres Fundadora, editora y diseñadora de una editorial cartonera, y que esta clase de editoriales, así como el libro cartonero, han cobrado importancia en los últimos años, por lo menos en América Latina. Para ti, ¿qué es un libro cartonero?

—Esos libros yo no los inventé ni se inventaron aquí. Son argentinos.

Las editoriales cartoneras iniciaron durante la crisis económica de Argentina, cuando la gente no tenía recursos ni para comer.

Pero siempre hay lectores. Entonces buscaron herramientas para tener libros.

Un libro de una editorial cartonera es básicamente: fotocopias, grapas y cartón. Eso sí, yo lo modifiqué porque empecé a trabajar con niños.

Originalmente, nosotros recogíamos el cartón. Se recortaban las tapas y las pegábamos al cartón. Ese es el libro cartonero. Casi siempre está pintado a mano.

Actualmente nosotros ya no recogemos el cartón, lo compramos; pero sí hacemos todo el demás trabajo para que salgan los libritos. Por ejemplo, como este titulado Drôlement escarpée (en español, De rocas peligrosas), de Fatouma Agnès Diaroumèye —primera edición, septiembre 2017—, contiene una selección de fragmentos del poema, trabajo de diseño y, sobre todo, traducción de Verónica Martínez Lira.

En los talleres, lo entregamos a los lectores con sus tapas de cartón sin pintar. Ellos pintan su propia portada después de leer los textos, obviamente.

 

—¿Cómo se llama la editorial cartonera que fundaste?

—Se llama Tegus. Tegus es un torito. Es ese torito de juguete, como el que todo niño mexicano tiene. Compramos un torito y lo llevamos a las lecturas, en Xanenetla. Ahí los niños le pusieron Tegus, porque teníamos un juego de palabras de acortar sílabas, basado en “Te-gusta o Ten-a”; por ejemplo, Tengo hambre. Entonces, se quedó Tegus. Por eso, “Tegus, la cartonera del toro”.

 

—Actualmente, la cartonera argentina Eloisa es una editorial que cuenta con escritores famosos. ¿Las estrellas literarias se sienten o se sentirán convocados por Tegus?

—Sí, se llama Eloisa Cartonera. Su fundador es Washington Cucurto. Y sí, ahora ya todo mundo tiene un libro ahí y todo mundo quiere publicar ahí.

Nosotros hemos publicado a algunos que ya han firmado en otros espacios.

Pero aclaro, me parece bonito de la filosofía cartonera que se trabaja con creative commons, lo que no tienen otras editoriales.

Es decir, las editoriales cartoneras no persiguen per se o no muchas de nosotras, el ISBN, que es el código para uso comercial. Más bien, creemos que la cultura debe ser colectiva; que debe circular y que debe ser libre.

En nuestro caso, no comercializamos los libros, pero hay muchas otras que sí lo hacen.

Creemos en la esencia de la editorial cartonera, que es mantener el libro al más bajo costo posible y dentro de circuitos de distribución del mano en mano.

 

—En estos tiempos de crisis, ¿cómo logra la cartonera Tegus editar y distribuir sus libros, bajo el sistema de creative commons?

—Pues desde hace unos años trabajamos con las instituciones, por proyecto o por libro. A partir de ahí, nosotros solventamos los gastos de producción.

De hecho, a ellas les conviene, porque trabajar con editoriales tradicionales eleva los precios.

Nuestra propuesta, desde hace algunos años, es publicar poesía; a veces narrativa, pero sobre todo poesía.

Nos interesa acercar a poetas noveles o que son de difícil acceso, o poco reconocidos, a todo el público; por ejemplo, no sabemos nada de la poesía de África.

Así que nos interesa acercar a esos autores y específicamente autoras a todo el público. Porque a veces creemos que el francés es una legua de élite, inaccesible, o se tiene la idea de que el francés se habla solamente en Francia y no es así; también, se habla en algunos países de África y en otros continentes; en la lengua francesa, encontramos muchas sonoridades, formas, etc.

La cartonera, nos permite editar mucho, muchísimo, ya que son fotocopias o impresiones, que es como trabajamos en los últimos tiempos, porque es más barato, y eso es muy bueno.

Si se terminara la edición de los cincuenta libros que teníamos y se requiera más libros, no hay problema, se vuelven a reproducir.

La idea es que la gente pueda des-engrapar el libro, que lo fotocopie y lo comparta. Es la idea con la que nació Eloisa Cartonera y con la que hasta hoy, en muchos casos, siguen editando.

Actualmente, una ventaja, es el internet. Muchos libros cartoneros se pueden descargar de internet. Cada lector, desde su casa, puede descargarlos, imprimirlos y presentarlos. Drôlement escarpée, por el momento, no tiene esta ventaja.

Hay otras editoriales, todavía más abiertas: dan el texto editable, para que puedas agregar, poner, quitar, modificar la edición.

Nosotros no somos tan abiertos; pero sí subimos gratuitamente el PDF.

Muchas editoriales también lo hacen.

 

—¿Cómo podemos tener acceso a esos libros descargables, por internet?

—Tenemos un blog que se llama teguscartonera.blogspot.mx. Ahí, tenemos una pestañita que descarga nuestros libros. También estamos en Instagram y Facebook como “teguslacartonera del toro”. El acceso y la descarga es libre totalmente; no hace falta suscribirse al blog, a los talleres, ni pagar nada.

Obviamente, es una experiencia distinta ir a los talleres. Ayer dimos uno, en el Consejo Puebla de Lectura. Los niños que fueron se llevaron, cada uno, impreso su libro.

Pensamos mucho sobre la selección de los textos, porque deben ser para quien tiene un bagaje de lectura amplio o para alguien que nunca ha leído poesía o para un niño.

En los talleres nos gusta tener al mismo tiempo adultos, niños, ancianos, etc., porque creemos que así se alimenta mejor una lectura colectiva.

Entonces, por ejemplo, llegas al taller y comenzamos hablando del autor. En este caso, Fatouma Agnès Diaroumèye es de Malí, así que empezamos a ver el continente africano, porque, ¿qué sabemos de África? Nada o puros clichés.

Luego, la primera hoja que nos recibe es la legal donde, además de los derechos y demás datos, se encuentra nuestro principio: “No pretende su circulación comercial, pero si su circulación emocional”.

En seguida, vemos el mapa de África. Hablamos de Geografía, de Historia. En este caso, preguntamos, ¿sabes dónde esta Malí?

La verdad es que casi nadie sabe dónde está Malí. Ponemos el mapa grande, y decimos: Hay un desierto, la mitad está habitado y la mitad no, y los lectores iluminan el país.

Siempre trabajamos con crayolas. No hay goma ni lápices, no existen en nuestro mundo porque no hay manera de que te equivoques, aún si te equivocas realmente no es una equivocación.

Luego pasamos a una mínima biografía de la autora. Ahora sí, leemos el poema, verso por verso. Entre cada verso, hay espacios en blanco: arriba, abajo o a un lado del verso, porque los espacios en blanco son para ilustrar; entonces, puedes ir dibujando sobre el papel y leyendo cada verso.

Y mientras estás dibujando, ves cómo el otro dibuja; todos empezamos a platicar, como en los clubes de lectura, pero esto es simultáneo.

Al final se sociabiliza el poema: ¿Qué sentiste? ¿Sabías algo del país? Te llevas esta idea de descubrir o explorar el mundo a partir de los poemas, sus poetas y su biografía. Antes de retirarte, cada uno decora las tapas de su libro con acuarelas.

Eso es lo que hacemos en un taller; es una experiencia distinta a sólo descargar el libro cartonero.

 

—¿Estos talleres, dónde se llevan a cabo?

—Donde nos inviten. También somos itinerantes, hemos estado en muchos lugares, por ejemplo, este que tienes en la mano, Drôlement escarpée, con el sello de Tegus y con el nombre y símbolo de la Alianza Francesa, corresponde a un proyecto para el que nos convocó esta institución. Con en este texto, dimos un taller en la mediateca, en 2017.

Del mismo modo, hemos llevado a cabo este tipo de proyectos y libros con la Secretaría de Cultura, con Instituto Municipal de Arte de Puebla, de Cholula, etc. Hemos trabajado con universidades, normales, primarias, jardines de niños.

 

—¿Entonces, la idea es que, en los talleres, coincidan personas de diferentes edades?

—Es lo ideal. Por ejemplo, si vas a un kínder, integras a las maestras o los papás.

Otro ejemplo, hicimos un neceser de poemas de volcanes, que leímos en el Cuexcomate, con las personas que viven en la junta auxiliar de La Libertad. Luego, un lunes, fuimos a un kínder. Fue muy bonito, porque hubo un muralista, firma como Alba, que agarró las ilustraciones de las personas, las pasó a bocetos, obviamente con su técnica, e hizo un mural en el kínder perteneciente al DIF. Luego, llegaron los niños, vieron sus dibujos con los volcanes en los muros de su escuela y nosotros leímos con ellos los poemas.

Después, hicimos un libro de iluminar. El ilustrador nos pasó los vectores de sus bocetos y los pasamos para que los niños lo pudieran iluminar. Fue masivo. Fueron 100 niños. Esto se logró gracias al programa infantil de la Secretaría de Cultura, “Alas y raíces”, al IMACP y a la junta auxiliar de la Libertad, Puebla.

Otra vez, fue con Pemex, tienen una reserva, como ambiental, en Coatzacoalcos, y ahí dimos un taller a los guías de la reserva. En esa ocasión, pensamos en poemas relativos a los animales pero con la idea de fomentar en ellos la intención de hacer sus propios cuadernos y ediciones, y que vieran que podían hacer sus propias publicaciones, hechas en casa o a mano.

 

—La poetisa Fatouma Agnès Diaroumèye nació en 1938, así que, supongo, su poesía corresponde al dominio público. ¿Los autores que publicas caen dentro de este rubro?

—Sí, casi todos. Y cuando no es así, pedimos permiso, o los mismos autores nos mandan un fragmento de su obra.

De cualquier forma, en nuestros libros cartoneros no cabe un poema completo.

Generalmente, en nuestros libros cartoneros, presentamos textos que se encuentran en internet o que no se han traducido.

Nos dedicamos a los libros que parecen inaccesibles o que tardarán 20 años más en llegar a México o que a lo mejor no van a llegar. Por ejemplo, Fatouma Agnès Diaroumèye es maliense; pertenece a una cultura a la que es muy difícil acceder desde México, parece imposible.

Nos gusta la poesía de los siglos XIX, XVIII, XVII, incluso, XVI.

 

—¿Tegus ha tenido, alguna vez, problemas con el tema de los derechos de autor?

—No. Pero en 2014 fue el centenario del nacimiento de Octavio Paz. Nos invitaron, primero, aquí en Puebla, a realizar un libro cartonero para niños sobre Octavio Paz.

Nos pusimos a leer su obra poética completa. La verdad, a mí no me gustaba Octavio Paz. Nos gustó el Paz muy joven o muy viejo; el de en medio, no tanto; pero es el que más se lee; corresponde a la época de “Piedra de Sol”. Pero, ¿ese poema, para niños?

El muy viejo habla de extraterrestres. No podíamos creer que era Octavio Paz y me gustó mucho; desde entonces, realmente me gusta.

Paz tiene un poema muy bonito, “Blanco”. Es un acordeón gigante, de su época experimental. E hicimos un acordeón cartonero, que los niños pudieran plegar, iluminar y con versos. Cada pliegue era un verso extraído de muchos lados. Fue interesante. Nos salió un libro muy llamativo y barato.

Lo dimos en el Instituto Municipal de Arte, en el centenario. A los niños les gustó muchísimo. El Instituto estaba en la 3 Norte número 3. Dimos el taller en el tercer piso. Los niños pudieron leer los versos en el balcón con micrófono. Fue muy bonito.

Se enteró otra gestora que tenía en ese momento un proyecto del FONCA, y nos invitó a leerlo en Guadalajara para el año siguiente. Porque hicieron una exposición, Retrospectiva de la Biblioteca de Octavio Paz, en el Centro Cultural del Refugio de Tlaquepaque. Dimos el taller en primarias y en el museo, a 280 niños, repartidos en varios días. Lo que no sabíamos es que estaba una de las hijas de Octavio Paz. Temíamos que nos fueran a demandar o algo así. Pero dijo que el acordeón cartonero le parecía muy bonito. Entendía que no nos íbamos a hacer ricos con esa edición. Además, no estábamos ante un ISBN, que eso sí hubiera sido un problema. Y tampoco se vendía porque era sólo material de lectura, de difusión, casi como si fuera un folletín.

 

—¿Por qué se te ocurre crear una editorial cartonera?

—Empezamos mi amiga Ema Flores y yo porque éramos cuentacuentos en Xanenetla. Pero nos dimos cuenta de que no teníamos libros para niños y tampoco dinero para costearlos. Entonces teníamos 19 o 20 años.

Aparecieron dos proyectos que todavía existen y aún trabajo con ellos. Uno de ellos es Consejo Puebla de Lectura, que es la biblioteca que estaba en el Alto, atrás de Casa Aguayo, con una biblioteca con servicio de préstamo domiciliario. Otro, Invasión de Niños Come Libros. Leían en vecindades. Ambos nos prestaban libros. Con eso empezamos.

Entonces, Emma se enteró de que existían las cartoneras. Nos informamos mejor, por medio de la cartonera de Cuernavaca, que ya tenían 13 o 14 años trabajando en México. Empezamos fotocopiando libros que ya existían para hacerlos con los niños. Fue muy lento, pero así empezamos.

 

—Antes, comentaste haber hecho modificaciones al formato de los libros cartoneros que originalmente conociste, ¿en qué consistieron esas modificaciones?

—Hace diez años comenzamos a sacar copias. Pero dijimos, podemos hacer otra cosa. Nosotros podemos hacer nuestros propios libros.

Ella y yo leemos mucha poesía, así que empezamos a presentar poemas a los niños en Xanenetla. Nos dimos cuenta de que los niños podían dibujar los poemas; porque nosotros leíamos una cosa y ellos dibujaban otra. Y se hacía otro poema.

Actualmente, nosotros hacemos nuestros diseños, por ejemplo, yo diagramé el libro de Fatouma Agnès Diaroumèye.

 

—¿Qué pasa con los poemas que van haciendo los niños?

—Muchas veces los registramos en fotos porque se los llevan a casa, pero tenemos un banco de fotos, de recuerdos.

Lo que hacemos, ya constantemente, desde hace dos años y con más cuidado, después de que tenemos una actividad, hacemos una especie de crónica de lo que sucedió en el taller y lo subimos al blog. Es una especie de bitácora de lectura. Antes lo hacíamos muy mal, pero, desde hace dos años, lo hacemos mejor.

 

—¿Cartonera Temus funciona actualmente, al mismo tiempo, como un taller de lectura?

—Sí, combinamos la edición y el taller de lectura. Eso nos ha ayudado mucho con las instituciones, porque les damos el material y el taller. Es un producto redondo, acabado.

 

—Ahora, tú, Emma y Tegus ya tienen un prestigio. Sin embargo, al inicio Ema y tú apenas tenían 19 o 20 años. ¿Cuál fue la primera institución que dijo “me arriesgo con estas chavas”?

—Abigail: En el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, ya había un poco más de apertura y algunas instituciones como la UACM (Universidad Autónoma de la Ciudad de México) nos dejaron a mí y a mis amigos, junto con otras cartoneras, hacer una feria que se llamó, “Mutagemos”, porque el libro cartonero era extraño, no era común. En la feria, pudimos hacer lecturas y encuentros.

También, la Asociación Mexicana de Escritores, empezó a hacer un taller de libros Cartoneros. Consiguieron un stand en la Feria del Zócalo del D.F. Así, tuvimos un stand del libro cartonero. Una pared gigante. Mandaron libros cartoneros de toda América Latina. Eso fue muy bonito.

Aquí, localmente, el primero fue el IMACP. Pero durante los primeros tres años de nuestra labor, no recibimos ningún apoyo. Ha costado trabajo lograr que las instituciones nos convoquen.

 

—Sabemos que eres historiadora, con Maestría en historia y que hiciste un diplomado en creación literaria. ¿Para dar un taller o dirigir una editorial, hace falta ser historiador?

—No hace falta ser historiador. Apenas tuvo lugar el Encuentro Internacional de Cartoneras, en Costa Rica. Nosotros metimos una ponencia y nos aceptaron. Por motivo de la pandemia, se realizó en Zoom. Se conectaron de toda América Latina

En mi mesa, había una cartonera de Venezuela; otra, de Argentina; otra, de Brasil y nosotros. La mesa se trató de proyectos sociales en torno al libro.

Venezuela fue impactante, la cartonera fue fundada por la ponente, una bibliotecaria. Ella dijo, cuando la crisis se tornó difícil, recortaron mucho el presupuesto de la Biblioteca Central de la Universidad de Venezuela.

Dijo, es horrible, porque una biblioteca tiene gastos y necesita libros. Ella empezó a hacer esto del libro cartonero. Descubrió que casi con nada podía hacer libros.

Ella es bibliotecaria, pero otros cartoneros son sociólogos; muchos se dedican a las letras. Otros ya estudiaron maestrías en producción editorial, pero siguen produciendo libro cartonero.

 

—Cuál es el verdadero encanto del libro cartonero. ¿Por qué, cuando lo tomo entre mis manos, siento un aprecio especial por él?

—Abigail: Muchos dicen que tiene una relación directa con el libro objeto. Aunque es una reproducción en fotocopia, no se trata de una producción en masa. Cada poema lo vas pintando con tus manos o pintas las tapas.

De hecho, hay otras editoriales cartoneras que invitan a artistas a intervenir el libro. El libro cartonero, en este caso, ya se desvirtuó.

Así, un libro que en principio debía costar un dólar, ahora ya cuesta quinientos pesos, y la gente lo paga.

La editorial cartonera impresiona mucho a los europeos. Ellos están haciendo investigaciones en México. Por ejemplo, una estudiante, germano-kazaja, de una universidad alemana, que hizo su tesis de doctorado con una estancia en la UNAM, le impactó mucho este pensamiento de la editorial cartonera porque dice: Esto, en Alemania, no tendría cabida. Primero, porque hay una vigilancia estatal de la cultura. Segundo, porque a nadie se le ocurriría hacer eso. Tercero, porque se sale totalmente de otras lógicas editoriales.

Otros que están investigando son de una universidad de Inglaterra. De hecho, nos invitaron a un congreso en Cuernavaca, en 2018. Ellos están investigando no sólo desde el punto de vista de la literatura sino también desde la antropología. Les interesan mucho, las relaciones que se hacen entre las cartoneras con circuitos nacionales e internacionales.

Les interesa saber sobre lo intercambiamos de libros, que funciona como un trueque. En ese trueque tenemos libros de otros países, nos vamos conociendo.

 

—Eres joven, Abigail, ¿hasta qué lugares y personas deberían llegar tus libros cartoneros?

—Llegan a muchos lados; eso es bonito. A veces creemos que sólo llegan a los que están en el taller, a los que tenemos de frente. Por ejemplo, en las ferias del libro, antes de la pandemia, llegaban a cien personas, que hacían el mismo libro.

En una ocasión, en las lecturas en el Cuexcomate, llegaron unas personas y me dijeron que habían hecho un libro conmigo, en la FILEC, en la feria del libro en Tonanzintla.

Posteriormente, por redes sociales, me enviaron las fotografías del libro que hicieron y que conservaban.

Hay comunidades a las que nunca pensé que fuera a llegar. En Colombia, por ejemplo, los que están en este proceso de reinserción social, los minadores de la FARC que estaban en un proyecto de la ONU para desminar, ahí leímos Siglo XX, de Julio Verne, que es una narrativa del futuro.

Yo nunca hubiera imaginado que llegaría a leer Julio Verne con los exguerrilleros de la FARC. Ahí conocimos a otro chavo que está escribiendo su autobiografía; le interesaba el taller con el podría escribir mejor; compartimos lecturas, textos. Últimamente, nos recomendó a su compatriota, Pilar Quintana, quien acaba de ganar el premio Alfagura. Leímos con ella La perra. Está en Random House.

 

—¿Por qué Tegus cartonera publica sólo poetas mujeres o de preferencia mujeres?

—Antes publicábamos a hombres y a mujeres, pero en un taller en la Alianza Francesa tuve una niña que tenía cinco años en aquel tiempo y me dijo: “Oye, ¿por qué solamente leemos hombres, señores, no hay señoras?” Dije, sí. Investigué en la biblioteca de la Alianza Francesa. Y empezamos en la editorial a publicar a poetisas.

En nuestra cartonera, estamos abiertos tanto para que nos apoyen en la edición, como para que nos inviten a dar un taller. Los talleres pueden ser en línea; con las medidas sanitarias, pueden ser presenciales. Ya estamos sesionando en la sala itinerante en Chapulco, en San Jorge. Las editoriales cartoneras son una alternativa para leer.

 

—¿Por qué debemos leer? ¿Por qué los niños, adultos y ancianos deben leer?

—En nuestra cartonera no nos gusta mucho la idea moralizante de que la lectura te va a hacer mejor. Sin embargo, nos gusta la parte comunitaria; o sea, no es lo mismo que leas un libro a solas que en comunidad. Esto último resignifica. Leer te hace vivir más vidas, otros espacios. Te hace conocer otros territorios, saber que hay otras lenguas, otras sensibilidades. Leer es muy gratificante. No sé si te haga mejor o peor persona, pero es apasionante y me gusta compartir eso.

 

Dejamos a Abigail Rodríguez Contreras, seguramente, planeando otros libros cartoneros que, una vez, tocando tierras lejanas, encantarán a niños y a viejos; mientras tanto, compartimos con Usted, querido lector, la apasionante aventura de vivir.

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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