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Mitos del 8 de marzo: literatas y lectores

Mitos del 8 de marzo: literatas y lectores

Marzo 09, 2021 / Por Maritza Flores Hernández

En el medio de los poetas y literatos, como en muchas otras actividades humanas, el mito ocupa un lugar preponderante. ¿Usted, cuántos mitos contemporáneos asociados con los autores recuerda?

Existe un cuento, mitad fábula, mitad verdad, donde se narra la vida de un joven llamado Ling, quien después de descubrir la realidad conoce al viejo pintor Wang-Fô. Ambos deambulan por el reino de Han; seguidamente, refiere:

 

…Wang-Fô se detenía de noche a contemplar los astros, y de día para mirar las libélulas. Iban poco cargados, pues Wang-Fô amaba la imagen de las cosas y no a las cosas en sí mismas, y ningún objeto en el mundo le parecía digno de ser adquirido, salvo pinceles, frascos de laca y de tintas de China, rollos de seda y de papel de arroz. Eran pobres porque Wang-Fô cambiaba sus pinturas por una ración de papilla de mijo, y desdeñaba las monedas de plata. Ling, su discípulo, doblado bajo el peso de una bolsa llena de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como si cargara la bóveda celeste, pues esa bolsa, a los ojos de Ling, estaba repleta de montañas bajo la nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano…

 

¿Usted puede imaginar, con cuánta veneración Ling mira a Wang-Fô? Debe ser mucha para llevar en la espalda, no una carga, sino estupendos universos: paisajes de invierno, primavera y verano.

En el mismo relato, Ling supera sus miedos gracias a la ayuda de su mentor; por ejemplo:

 

…Una ráfaga de viento reventó la ventana; el aguacero se metió en la habitación. Wang-Fô se inclinó para hacer admirar a Ling el fulgor lívido del rayo; y Ling, maravillado, dejó de temerle a la tormenta…

…En el patio, Wang-Fô reparó en la forma delicada de un arbusto, al cual nadie había prestado atención hasta entonces, y lo comparó a una joven que deja secar sus cabellos. En el corredor, siguió maravillado el camino vacilante de una hormiga a lo largo de las grietas del muro, y el horror de Ling por aquellos bichos se desvaneció…

 

Es interesante ver cómo el golpe del viento abre la ventana; luego, el resplandor provocado por la luz del rayo; asimismo, se percibe el movimiento de la hormiga en el muro y al arbusto con la silueta de una joven secando sus cabellos.

Esto pasa porque Wang-Fô enseña a Ling a considerar y descubrir las exquisitas representaciones del mundo. Y el lector puede visualizarlos en las palabras que lee.

Pero la ficción no queda ahí. Ling tiene una excelente esposa, que según el cuento:

 

…era frágil como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas…

 

No cabe duda, el retrato resulta majestuoso y auténtico al exaltar la gentileza del alma y carácter de la consorte: inocencia, bondad, docilidad y confiada como un niño.

Más adelante, Ling pide a Wang-Fô que haga una estampa de su cónyuge. Quedó escrito:

 

…Wang-Fô la pintó vestida de hada entre las nubes del Poniente, y la joven lloró, pues era un presagio de muerte. Desde que Ling prefería los retratos que Wang-Fô hacía de ella, su rostro se marchitaba como una flor expuesta al viento caliente o a las lluvias de verano. Una mañana la encontraron colgada de las ramas del ciruelo rosa: las puntas del chai que la estrangulaba flotaban mezcladas con su cabellera; parecía aún más delgada que de costumbre, y pura como las bellezas celebradas por los poetas de los tiempos cumplidos. Wang-Fô la pintó por última vez porque amaba ese tinte verdoso que cubre el rostro de los muertos. Su discípulo Ling molía los colores, y aquella tarea le exigía tanta dedicación que se olvidó de verter lágrimas…

 

Es decir, el rostro y el cuerpo de la esposa de Ling van perdiendo vigor y frescura, en la misma medida, en que Wang-Fô pone con el pincel los colores que encarnan su gloriosa juventud y virtudes. Al llegar al punto de la pérdida total de estos dones, se quita la vida.

A esta serie de figuraciones le suceden otras que desembocan en cómo Wang-Fô es salvado de la persecución de un Emperador en su contra, pues le atribuye delitos relacionados con su poder sobre las imágenes.

El tema de las imágenes vinculado con el mito chino del taoísmo, sumado al conocimiento de las técnicas de la pintura, a la intimidad del ser con el cosmos y la maestría en el leguaje, —recursos usados en este cuento: “Así fue salvado Wang-Fô”—, corresponden a la genialidad de Margueritte Yourcenar.

La autora incluye esta y otras narraciones en su colección Cuentos de Oriente, donde los personajes, además de mágicos, dominan distintas ciencias y artes. De alguna manera, son eruditos, al igual que ella.

Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine Clenewerck de Crayencour, mejor conocida como Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas, Bélgica, el 8 de junio de 1903, sabía griego, latín, francés, inglés e italiano, historia, matemáticas, letras, pintura, mitologías de distintos pueblos, incluso las orientales, etc.

No obstante carecer de estudios formales —la creadora de Memorias de Adriano, obra maestra de la literatura universal—, contaba con amplias competencias en distintas materias, lo que le permitió, a los 16 años, validar el bachillerato. Para ello, la educación y apoyo brindados por su padre Fernande de Carttier de Marchienne, resultaron fundamentales. Esa experiencia de autoaprendizaje y disciplina la acompañarían toda su vida.

Esta novelista, cuentista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora, exploró nuevas estructuras para escribir; accedió a caminos que la llevarían a aceptar la cátedra de literatura comparada en la ciudad de Nueva York y, posteriormente, de francés e italiano en un College en Bronxville, en la misma ciudad.

En conjunto, todo esto le depararía el ser la primera mujer elegida miembro de número de la Academia Francesa, en 1980.

Por otro lado, fue parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras; de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias; de la Real Academia de la Lengua y Literatura Francesa de Bélgica. Y recibió distintos honores, premios y distinciones.

Dicho con otras palabras, aunque durante siglos se dijo que escribir no era una labor propia de las mujeres, la humanidad ha tenido que reconocer —en creadoras como Marguerite Yourcenar— que esa idea corresponde tan sólo a un mito; por cierto, muy alejado de la realidad.

Así conmemoramos el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, ocasión en que las letras se visten de gala al brindar espacios para que literatas y poetisas se expresen y compartan; y para que todos los lectores, sin distinción de género ni sexo, disfruten y hagan crítica.

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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