Gorilas en Trova

Vacacionar entre vivos, en temporada de muertos

Vacacionar entre vivos, en temporada de muertos

Octubre 26, 2021 / Por Maritza Flores Hernández

Portada: Imagen tomada de Betania Zacarias: NUEVO LIBRO: LOS MUERTOS ANDAN EN BICI (pequeniabetania.blogspot.com

 

Octubre se va, llevándose a la más bella de las Lunas. Abre el espacio a los dos últimos meses del año, de cielos despejados y lluvia de estrellas. Mientras tanto, ya huele a mandarinas, hojaldras e incienso. Por cierto, ¿ha notado que el “día de muertos” se encuentra vinculado al árbol genealógico (sí, al de Usted también)?

En esta época, a lo largo y ancho del planeta, se desarrollan eventos festivos, mostrando lo parecidos que son las personas, sin importar su raza, religión, etc.

Por ejemplo, el 31 de octubre, en Halloween, conocido como “Víspera de Todos los Santos” o “Noche de Brujas” —de origen celta—, niños y adultos disfrazados de personajes de terror salen a pedir dulces. En sus orígenes, afuera de las casas se ponían golosinas y alimentos para convidar a las almas de los muertos y velas encendidas para guiarlas hacia la luz.

En México, el primero de noviembre se coloca la ofrenda de “Día de muertos”, compuesta de las frutas, comidas y bebidas preferidas de los antepasados difuntos. Sus fotografías, dispuestas al pie de la imagen de la Virgen María o de las Ánimas del Purgatorio, acreditan que es a ellos a quienes se dedica, y a nadie más. En el medio, agua, sal, velas, incienso, flores de cempasúchil y calaveritas de azúcar.

Esta festividad de carácter pagano coincide con la de “Todos Santos”, de la iglesia católica; así pues, se trata de un tiempo para reconocer la trascendencia del hombre.

La ofrenda mexicana es un elemento lleno de vitalidad, donde se conjugan el artificio y la convicción de que se retorna por un breve periodo para convivir con el mundo de los vivos. Una vez saciados con los aromas, sabores y texturas, prosiguen por el camino de las luces rumbo a sus actuales moradas.

En estas ocasiones, se formula una pregunta, si Usted pudiera conversar con su padre o su madre, ya fallecidos, ¿qué les diría?

Mejor aún, ¿qué ocurriría si su abuelo muerto hace varios años, decidiera pasar unas vacaciones con Usted, querido lector?

Suena absurdo; mas ni esto escapa a la literatura. Entonces, unas vacaciones con el abuelo ya fallecido no sólo son posibles, sino también divertidas.

Por lo menos así lo hace ver Christian Guczka, en su cuento Los muertos andan en bici, ilustrado por la argentina, Betania Zacarías —residente de Barcelona, España.

El protagonista, un niño llamado cariñosamente Tocino, estudiante de primaria, al llegar —junto con su familia— a la cabaña donde pasará sus vacaciones descubre que en la cajuela viaja el abuelo.

Tocino explica:

 

…Me quedo con la boca abierta, es mi abuelo… Mi abuelo murió hace dos años… El abuelo me abraza con gusto…

 

El asombro de Tocino debido a la presencia del abuelo resulta natural. Y eso que está acostumbrado a las particularidades de su familia, por ejemplo:

 

…Papá es experto en anatomía, es el encargado del laboratorio de un hospital en donde analizan las enfermedades de los órganos…

 

Es decir, para el protagonista es común hablar de las enfermedades e incluso de la fisiología de los individuos, aunque se halle en lugares poco habituales. Él mismo relata:

 

…A mí me gusta ver la colección de las partes del cuerpo que ya no les sirven a los pacientes y que guarda en nuestro sótano…

 

Uno se cuestiona, ¿por qué el padre de Tocino guarda partes de los cuerpos de los pacientes en su sótano? ¿Para que los utiliza? ¿Acaso se regodea con la simple observación de esos miembros?

De inmediato acuden a la mente las imágenes desveladas por Mary Shelley en su novela Frankenstein o el Moderno Prometeo. Empero, no se preocupe, querido lector, nada de esto está pasando. Tocino en ningún momento da datos que hagan suponer que su padre es un discípulo del doctor Víctor Frankenstein y que él mismo ha devuelto a la vida al abuelo. Sin embargo, en la literatura nunca se sabe; es mejor continuar.

Tocino está atento al aspecto del abuelo. No es para menos. ¿Cómo se supone que estarían nuestros muertos en el “más allá”? ¿Cuál sería su aspecto”? ¿Usarían ropa? ¿Tendrían muchas mudas?

Uno podría entrar a la dimensión imaginada por Lee Unkrich, vertida en la película Coco —dirigida por él mismo y por Adrián Molina—, en la que un niño sabe de su bisabuelo gracias a la historia rememorada por su padre y por la madre de su padre.

Un día, ingresa en su calidad de vivo al “más allá”, se encuentra con su bisabuelo y después de muchas peripecias comprende que desciende de un hombre bueno y autor de una importante tradición.

Y mientras en Coco, el pequeño viaja al mundo de los muertos, en Los muertos andan en bici, es el muerto quien viene al mundo de los vivos para disfrutar con ellos de unas deliciosas vacaciones.

Tocino advierte algunos “detalles” en su abuelo:

 

… Luce mucho más delgado y sus lentes están rotos, se le ven algunos huecos sin pelo en la cabeza, le han crecido hierbitas en las uñas, sus ropas se ven algo raídas y llenas de tierra y tiene varios agujeros en el cuerpo, pero sigue siendo el mismo abuelo activo y risueño que yo recordaba…

 

¡Vaya que el abuelo ha cambiado!, aunque no tanto. Indudablemente no se trata de un fantasma. De otra manera, habría dado las señales oportunas, de la forma en que sólo los verdaderos fantasmas saben hacerlo.

Es el caso de Sir Simon de Canterville, alma en pena protagonista de El fantasma de Canterville, novela de Oscar Wilde, quien deja manchas rojas en el piso de la biblioteca imposibles de borrar, atraviesa paredes, emite una luz de extraño verdor, arrastra cadenas provocando horribles sonidos, todo con tal de expulsar a los vivos de su castillo.

Desde luego, Cristell Guczka —oriunda de Vancouver, Canadá, naturalizada mexicana—presenta a un abuelo feliz de reencontrarse con su nieto, a un nieto en el camino de aceptar que el abuelo ya es de “otro nivel” o de “otro mundo” (como Usted lo prefiera) y a reconocerse como miembro de una familia “especial”, diferente a todas las demás, donde el abuelo es precisamente el puente entre las muchas realidades por las que transitan los seres humanos.

Por eso, la importancia de las remembranzas e interrogantes que el niño Tocino y su creadora, Christel Guzcka —cuentista, novelista, articulista—, logran despertar en el lector: si usted se encontrara con uno de sus ancestros, su padre o su abuelo, su madre o su abuela, ¿qué le preguntaría?

Cuando los padres de Tocino se percataron de la presencia del abuelo, vea Usted querido lector las reacciones:

 

…Mi mamá no ha dejado de sacarle fotografías y de preguntarle por la abuela…

 

La madre de Tocino es fotógrafa profesional, por lo que sin dejar de lado su arte, aprovecha para saber sobre su propia madre.

Por otra parte, Tocino agrega:

 

… Papá, por el contrario, se ha puesto sus guantes y con la lupa observa minuciosamente sus brazos, sus agujeros, el hoyo por el que se desangró dos años atrás; pone el oído sobre su pecho y confirma el diagnóstico: está muerto…

 

O sea, el hombre de ciencia está interesado en saber cómo es que funciona la morfología del abuelo y verifica empíricamente su primera conclusión. Todo muy científico, ¿no lo cree?

Por extraordinario que parezca, ninguno de los adultos interroga al abuelo respecto de lo esencial: ¿a qué has venido? ¿Piensas quedarte mucho tiempo? ¿Se te ofrece algo de esta vida? ¿Cuándo te marcharás? ¿Dejaste algún pendiente?

¿Usted, qué otros aspectos indagaría?

A Tocino y a su mejor amigo, un perro llamado Zacate, le esperan muchas aventuras de la mano del abuelo. El desenlace es sorprendente (tendrá que leerlo), principalmente porque el pequeño, sin decirlo y sin quererlo, formula una serie de reflexiones alrededor de la vida, la muerte y la familia.

Algo muy semejante sucede en la temporada de “Todos Santos” o en el “Día de los Muertos”, ya que al evocar a los antepasados, sus gustos, defectos y cualidades, y al mirar sus imágenes, lo que hacemos es preservar la memoria, reverdecemos los lazos familiares, aprendemos a respetar nuestra propia herencia y a conformar la vida tal cual es. De algún modo es verdad: realmente, nunca nos vamos.

Como siempre, Usted, querido lector, tiene la última palabra.

 

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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