Káos

Algo no anda: los síntomas de nuestro cuerpo

Algo no anda: los síntomas de nuestro cuerpo

Noviembre 16, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: fotograma de Fight club, de David Fincher, 1999

 

El cuerpo si se lo toma en serio constituye en primer lugar todo lo que puede llevar la

marca apropiada para ordenarlo en una serie de significantes. Desde esta marca, él es s

oporte de la relación no eventual no necesaria, pues incluso soportarla lo hace

sustrayéndose a ella

Jacques Lacan, Radiofonía y Televisión, 1973

 

Un síntoma es, en psicoanálisis, algo que no anda. El síntoma es un signo de que algo no le anda bien al sujeto. Si pudiéramos pensar en síntomas sociales contemporáneos podríamos ver que cuestiones que resultan fundamentales para el sujeto “no andan”, tanto en la dimensión social como en lo subjetivo.

Veamos aquí sólo tres ejemplos claramente verificables de síntomas o malestares sociales en nuestro tiempo y nuestros cuerpos: algo no anda entre los sexos. Los efectos de este síntoma se escuchan en la clínica en las formas y modulaciones más variadas como los celos, violencia en la pareja, infidelidad, feminicidios, etc. 

En nuestro tiempo, los cuerpos sexuados se diversan, se confrontan, se juntan y se separan, se operan, se cambian, vivimos con una sexualidad mutante. Quizá siempre fue así, sólo que no se hablaba de ello, simplemente el cuerpo sexuado se ejercía en su función y no hacía síntoma, no había espacio para la queja. Las formas de ejercicio de las parentalidades también se han diversificado y confrontado. Con las neosexualidades emergen formas diversas del vínculo amoroso y de familiaridad, y también con ello emergen cuestionamientos sobre lo pertinente o no del ejercicio de la paternidad o maternidad en matrimonios del mismo sexo, por ejemplo. Las formas de reproducción también se diversan, los avances de la ciencia y las innovaciones tecnológicas permiten que el sexo sea prescindible para la maternidad, por tanto, la paternidad es puesta en cuestión como nunca en la historia de la humanidad, lo que no ocurre sin consecuencias. En los tiempos que vivimos, sin mitos sobre el amor que orienten el encuentro entre los sexos, los vínculos afectivos son sometidos a demandas de satisfacción (sobre todo en el consumo y en lo sexual) antes desconocidas, con sus concomitantes ansiedades, angustias e impotencias.

Por otro lado, también, en nuestros días, algo no anda con respecto a las marcas o señales que aseguran el paso de la infancia a la vida adulta. Se hicieron evanescentes los llamados ritos de paso. La vida infantil y la vida adulta se deslizan en un continuum indiferenciado y confuso. Ahora podemos ver en la infancia un “despertar de la primavera” demasiado temprano, esto es, la pubertad inicia a una edad cada vez más temprana dejando una estela de hiper-erotización de la infancia. Aunque, en este mismo sentido, en el otro extremo, se viven adolescencias cada vez más tardías, es decir, sujetos de 40 años que continúan bajo la tutela o los emblemas paternos. Una cuestión se nos plantea como sociedad: ¿qué hacemos con la infancia? Dos vertientes igualmente complejas se despliegan: por un lado, una hiper-regulación que impide cualquier intervención educativa o pedagógica que no sea vista como limitación de sus derechos, mientras que por el otro lado vivimos un absoluto olvido y abandono de las infancias y adolescencias, ambas tendencias de consecuencias aún incalculables.

Y un tercer síntoma social, y esto es lo que aquí mayormente nos interesa, algo no anda el “sentir”. Se escucha cada vez más la queja de la ausencia de sensaciones: no sentir nada. Proliferan las subjetividades planas que requieren experiencias cada vez más extremas para poder “sentir”. Sociedades colmadas de vacío que requieren de actos cada vez más radicales que le puedan dar lugar al dolor, por lo menos. El dolor físico se presenta como opción y defensa ante el dolor-de-existir.

El cuerpo se presenta cada vez más como el último reducto donde inscribir una marca ante la ausencia o falla del Otro (el padre, la ley, la cultura). El cuerpo deviene como el lugar de una marca que preserve de la angustia, salve del vacío. El cuerpo deviene el lugar de un corte o agujero ante el vacío. Encontramos de manera generalizada expresiones que se muestran mediante diversas modalidades de intervención sobre el cuerpo: escarificaciones como la práctica del branding (marcar el cuerpo con hierro candente o con hielo o con algún químico), perforaciones, extensiones, incrustaciones o percing, etcétera. Dentro de estas modalidades encontramos la práctica del cutting, hacerse cortes en la piel. Llama la atención no por su existencia (no es una moda, se han practicado cortes en la piel desde los orígenes de la humanidad) sino por la condición masiva de su práctica, incluso ha sido calificada como una epidemia. Se suele asociar esta práctica con la adolescencia, donde justamente los límites corporales y morales se ven estallados; sin embargo, vemos que esta práctica se encuentra generalizada aunque no siempre sea visible. Estas prácticas con el cuerpo bien pueden ser vistas como respuestas o reacciones ante una situación embarazosa. Así, las marcas en la piel operarían como respuestas ante estados de angustia. Se presentan como defensas que procuran, por vía del dolor, una ganancia de satisfacción. Se escucha decir que cortarse alivia la angustia, es un medio de desahogo. Ahí, donde hay una ganancia de placer en el dolor, a eso Lacan le llama goce. En este sentido, cortarse opera como una solución, no como un conflicto. Cortarse, marcarse, implica una inscripción en lo simbólico rozando lo real, se trata de una escritura subjetiva, eso también es un síntoma: una solución de compromiso. La marca es texto, marca escritural, flecha del síntoma le llama a la escritura Jacques Lacan. Los cortes son escrituras hechas en lo real del cuerpo,  escritura en el dolor que adquieren estatuto de rasgo unario, es decir, como marca de inicio, una inscripción radical hecha de sangre y de historia ahí donde los emblemas de inscripción en el Otro son endebles. En este sentido, el cutting es una escritura traumática (“trauma” significa justamente herida o ruptura) que rasga la intimidad del cuerpo.

Si, como sabemos, no nacemos con un cuerpo, el cuerpo surge a partir de las marcas significantes que provienen del Otro. Estas marcas permiten que el cuerpo sea contado como tal, hacen a un cuerpo distinguible como requisito mínimo para contarse uno entre otros. El cuerpo se presenta a recibir la marca significante que le haga ser. Se trata de marcas que inscriben ahí, en el cuerpo, una doble faz. Por un lado, marcan la pertenencia a un conjunto (la circuncisión o el bautizo por ejemplo), y por el otro, inscriben la cualidad erótica. Lacan, en este sentido, habla del tatuaje, donde al mismo tiempo que opera como identificador del sujeto, lo distingue, al menos en ciertas sociedades, también convierte al sujeto en un objeto erótico. Lo hace hombre o mujer y así, mediante esas marcas, se le autoriza el uso erótico del cuerpo.

Sabemos de algunas culturas que continúan practicando la ablación genital femenina, especialmente la clitoridectomía, como un rito de paso de la infancia a la vida adulta. Por aberrante que nos resulte en la actualidad esta práctica (incluso ha sido declarada, con justificación creo, como una violación de los derechos humanos de las mujeres y las niñas), no podemos dejar de señalarla como una práctica donde el cuerpo se lacera para dar lugar y darse un lugar en lo social y, al mismo tiempo, reconocerle un lugar sexual. Que una niña no pase por esto, en esas sociedades, implica que no se haga nunca mujer, implica el quedar fuera, el exilio, incluso el vacío del ser. Una verdadera mutilación.

La fórmula que operaría subjetivamente en las prácticas de marcación del cuerpo podría plantearse en estos términos: “marcarse es una solución, no un problema”. Una solución que se inscribe únicamente en la historia singular de cada sujeto. Una solución en tanto que de ahí se extrae un lugar y además una ganancia de satisfacción, o mejor aún, una solución ante la evidencia de la castración del Otro. Esta fórmula, que invierte los términos de toda moral pastoral, implica un abordaje diferente, caso por caso.

Los sujetos no se mutilan, golpean, cortan por estar locos o por ser desadaptados, no, son actos que implican un intento, incluso desesperado, de inscripción significante, son llamados al Otro, medios de soporte ante la ausencia o falla del Otro. El corte es un grito que llama al Otro y busca salvar de la angustia que produce la presencia de lo real que se juega en las vivencias de deslocalización. Dicho de manera clara: el corte del cuerpo permite poner un límite al vacío, es una forma suplementaria de hacerse un agujero por donde lo simbólico opere. La marca en el cuerpo es una forma radical de hacer huella del nombre del sujeto en el campo del Otro. Se trata, en el cutting y en otras formas de marcarse, como el tatuaje, la delgadez de la anorexia o la moda en algún sentido, de una inscripción que hace marca y que implica al sujeto.

Los malestares aquí señalados, como muchos otros síntomas del cuerpo en nuestro tiempo, reclaman ser escuchados, pero más aún, reclaman una escucha sin prejuicios, única forma de preservar la dignidad de lo humano.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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