Káos

Antropología de la muerte en tiempos de Pandemia

Antropología de la muerte en tiempos de Pandemia

Mayo 11, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

O toy passant, qui marche sur leurs cendre. Ne t’ébahis...Voys

passant, je te prie, la noble sépulture.

 

“Oh tú, caminante, que andas sobre sus cenizas, / no te

asombres... / Mira al pasar, te lo suplico, la sepulture”

Epitafio fúnebre

 

El tiempo de Pandemia que nos ha tocado vivir, con su fuerte carga de mortalidad y las restricciones para realizar las honras fúnebres ante el fundado temor al contagio, nos confronta con las formas en que enfrentamos la pérdida del ser amado, sin la posibilidad de despedirse y así iniciar la elaboración de un duelo. Si el tratamiento hacia los muertos se encuentra en los orígenes de la humanidad, podría pensarse que algo de la condición humana se ve degradada ante la imposibilidad de realizar los rituales fúnebres. Ante las condiciones que la Pandemia nos impone para el tratamiento del cadáver, es necesario revisar algunos aspectos de la antropología de la muerte.

La antropología se ha considerado como la ciencia que, por antonomasia, estaría encargada del estudio evolutivo del hombre; en su nomenclatura lleva tal misión. Uno de los caminos, por lo menos el señalado por Edgar Morin en El hombre y la muerte, para intentar cumplir con esa misión es conocer al hombre por la muerte y los rituales que los diversos pueblos realizan y mantienen, en tanto que, señala puntualmente, “la muerte se sitúa exactamente en el umbral bio-antropológico. Es el rasgo más humano, más cultural del ántropos”. Y dirá más adelante: “En las fronteras de la no man’s land, donde se efectuó el paso del estado de ‘naturaleza’ al estado de hombre, con el pasaporte de humanidad en regla, científico, racional, evidente, está el útil, que lo hace homo faber. Las determinaciones y las edades de la humanidad son las de sus útiles. Pero existe otro pasaporte sentimental que no es objeto de ninguna metodología, de ninguna clasificación, de ninguna explicación; un pasaporte sin visado pero que contiene una revelación conmovedora: la sepultura, es decir la inquietud por los muertos, o mejor, la inquietud por la muerte.” Según estas aportaciones, podemos ver que la muerte, en particular el tratamiento que se le brinda al cadáver, va ligada al surgimiento de lo humano.

Georges Bataille, para determinar el origen de lo humano, coincide con Morin fundamentalmente en el punto de señalar al trabajo como fundamento de lo humano. Escribe Bataille en Las lágrimas de eros: “Está claro que el trabajo liberó al hombre de su animalidad inicial. El animal se convirtió en humano a causa del trabajo. El trabajo fue, ante todo, el fundamento del conocimiento y de la razón. La fabricación de útiles de trabajo o de armas fue el punto de partida de los primeros razonamientos que humanizaron al animal que éramos.” La muerte y el trabajo, lo mismo que la sepultura y sus inscripciones, se encuentran ligados al origen del hombre, de lo humano.

Martin Buber, en su libro Tú y yo, destaca, para pensar el surgimiento de lo humano, un elemento con mayor contundencia: el lenguaje. Al hacer referencia a la noción de ántropos, señala que se relaciona con el mundo de tres maneras: “La primera es nuestra vida con la naturaleza; en ella la relación llega hasta el umbral del lenguaje. La segunda esfera, la de nuestra vida con los hombres, la relación adquiere forma de lenguaje. La tercera esfera es nuestra vida con las formas inteligibles; la relación se produce en ella sin lenguaje, pero engendra un lenguaje.” El ántropos, entonces, es un ser de relaciones y estas relaciones se construyen y sostienen por el lenguaje, o más precisamente por lo simbólico, de lo cual no es difícil deducir que, como señala Morin, sea el darle sepultura a sus muertos un rasgo eminentemente simbólico en tanto que supone una idea de trascendencia.

El hombre, según vemos, se interesa desde su origen en la muerte; por lo menos en enterrar a sus muertos. Sin embargo, es necesario, según expresa Morin, copernizar la muerte, es decir, tener de ella una visión integral que, por extensión, nos dé una visión igualmente integral del hombre: tal es el papel de la antropología. La antropología, en alguno de sus métodos de investigación, procede mediante la comparación o, si se prefiere, por diferenciación; así, el hombre comparado con el animal sería un homo faber, un animal constructor y, más aún, según se ha señalado líneas arriba, el hombre sería un “animal enterrador de sus muertos”. Junto con la creación de herramientas, según revela la antropología, dar sepultura a los muertos es tal vez uno de los rasgos más arcaicos del hombre culturizado; desde entonces, cultura y muerte van intrínsecamente representadas, mutuamente determinadas. Esta simbiosis estaría en el fundamento de la antropo-tanatología.

Ahora bien, así como resulta universal la unión de muerte y cultura, las formas en que se representa esta relación son singulares, propias de cada cultura y, si nos apresuramos un poco, de cada individuo, en tanto se trata de la relación con el morir. La antropo-tanatología, entonces, estudiaría las relaciones entre muerte y cultura. La Pandemia producida por coronavirus SARS-CoV-2 pone en cuestión la relación muerte-cultura y nos obliga a repensarnos el vínculo con la muerte y, por tanto, pone en tensión el lazo social. La antropo-tanatología, dice Louis-Vincent Thomas, “debe ser necesariamente comparativa, pues busca la unidad del hombre en la diversidad; o mejor todavía, construye la universalidad a partir de las diferencias.” Si bien podemos observar que la visión antropológica sobre la muerte busca, procediendo de manera comparativa, conocer los rasgos singulares que al respecto genera cada cultura, también se interesa por encontrar los rasgos comunes que se presentan en cada relación (ficción) muerte/cultura. La antropología observa algunas similitudes recurrentes entre las diversas construcciones culturales sobre la muerte, tal es el caso del horror manifiesto frente al cadáver, máxime cuando éste adquiere aspecto de carroña. O como nos ocurre en tiempos de Pandemia, cuando el cadáver es fuente inmensa de contagio.

Sobre este particular señala Philippe Ariés: “A pesar de la familiaridad con la muerte, los antiguos temían la vecindad de los muertos y los mantenían aparte. Honraban las sepulturas, en parte porque temían el regreso de los muertos...”. Debido a este horror (terror) se estableció que los cementerios estuvieran siempre en los límites de la ciudad. Los muertos quedaban así doblemente excluidos, de la vida y de la ciudad, con excepción hecha con los cuerpos de los sacerdotes que continuaron sepultándose en los atrios o en los nichos de los templos bajo la idea de que por el ejercicio del sacerdocio habían experimentado un proceso de purificación. Esta actitud es una constante en muchas culturas. Sin embargo, si bien es cierto que en casi todas las civilizaciones se evita el contacto con el cadáver, evitando así la muerte por contagio, no todos los cadáveres causan el mismo horror. Edgar Morin ilustra lo expresado al señalar: “El horror deja de existir ante la carroña animal, o la del enemigo, del traidor, al que se le priva de la sepultura, al que se deja que ‘reviente’ y se ‘pudra’ ‘como un perro’, ya que no se le reconoce como un hombre. El horror no lo produce la carroña sino la carroña del semejante, y es la impureza de ese cadáver la que resulta contagiosa”. Durante mucho tiempo se creyó que el contacto con el cadáver era fuente de contagio; no se trata desde luego del contagio bacteriológico, que por lo demás se desconocía, sino del contagio de la muerte. Algunas actitudes frente a la muerte y el tratamiento dado al cadáver, nos hacen ver que en tiempos de Pandemia se actualiza el temor al cadáver y, con frecuencia se opta por abandonarlo en la calle, parece que no nos hemos curado del horror de la muerte, el horror que produce el cadáver y la muerte del ser amado.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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