Káos

Arthur Rimbaud: ¡el nuevo amor!

Arthur Rimbaud: ¡el nuevo amor!

Julio 06, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

El acto de amor es eso.

Hacer el amor, tal como lo indica el

nombre es poesía. Pero hay un

abismo entre la poesía y el acto.

Jacques Lacan

 

El psicoanálisis, quisiera decirlo de entrada, es un discurso que abre una posibilidad de bordear lo real mediante lo simbólico. Y si partimos de que una de las “formas” de lo real es la muerte (es decir, lo que nunca cambia), entonces el psicoanálisis es una posibilidad, siempre fallida, siempre en devenir, de apalabrar la muerte. Hay algo más que es necesario dejar en claro de entrada para poder avanzar aquí: el psicoanálisis se mueve por la palabra y únicamente en la palabra.

Hay, en este sentido, un encuentro entre el psicoanálisis y la poesía, que también trabaja con la palabra; sin embargo, aunque pisan terrenos muy cercanos, como un entre-cuerpos, se impone decirlo: el psicoanálisis no es poesía. Poesía, lo sabemos, proviene del griego ποίησις (poiesis), que es acción, pero también creación, engendramiento y, quizá, sacar, dar a luz. Su acción consiste en decir lo indecible, es un dar cuenta de la exploración del vacío; el psicoanálisis, por su parte, es una posibilidad de posicionarse de otra manera frente a lo dicho, es un discurso que la da lugar a los neologismos, al entre-dicho, a las ocurrencias, a lo que ocurre en el lenguaje y sus yerros.

Ambas praxis, poesía y psicoanálisis, comparten el que no se puedan separar del cuerpo; el cuerpo, esa extraordinaria caja de resonancia, el cuerpo hecho de palabras e imágenes que les resulta ser el territorio más inédito, el más inmediato, quizás el único.

El psicoanálisis, cauteloso como es, intempestivo como es, toma al lenguaje, y sólo al lenguaje en su más mínima expresión, la palabra, la letra, más aún, el rasgo, el trazo, como el vehículo en donde la subjetividad se hace fórmula matemática, pero nunca código: mediante la palabra el cuerpo explota más allá de los códigos biológicos.

En el apartado dos de Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, Jacques Lacan nos enseña una distinción radical entre “palabra plena” y “palabra vacía”. La diferencia se establece, desde esa lectura, a partir de una paradoja, ya que es la palabra plena la que es capaz de provocar un vacío de sentido que permite algo nuevo; y la palabra vacía, a su vez, contradictoriamente, llena el tiempo de sentidos fútiles.

Con todo, lo que podemos apreciar en ambas praxis es, en el caso del psicoanálisis, la prevalencia de una dirección, dirección de la cura; en la otra, la poesía, en su pleno vuelo, apunta a la resonancia de todos los sentidos. Pero, en fin, ambos, poetas y psicoanalistas, apuntan a darle un lugar a lo inefable por la vía de la palabra.

Entre el psicoanálisis y la poesía hay vasos comunicantes. Dos reconocimientos a la poesía, entre muchos, se pueden ubicar desde el psicoanálisis. En Freud, en referencia al sueño, escribe: “el sueño es un arte poético involuntario”, y más tarde diría, con respecto al amor (él que nunca dejó de hablar de amor), que ése era un terreno de los poetas. Jacques Lacan, por su parte, ubica a la poesía del lado del analizante. Así, señala tajante: “el analizante habla, hace poesía”.

Pero si ambos, la poesía como el psicoanálisis, apuntan a lo inefable, no podrían sino apostar a darle un lugar al mal-decir, a romper el velo de la belleza, quizá sea eso lo que hace que se pueda considerar maldito a algún poeta; maldito es aquel quien le da un lugar a lo mal-dicho (con lo mal-dicho es con lo que trabaja el psicoanalista, a quien por cierto nunca se le otorga el grado de maldito).

Ambas disciplinas trabajan con lo inefable, con lo inexpresable, y con ello lo maldito, lo que incomoda a lo humano, lo que no anda, donde la condición humana, por estar atravesado por el lenguaje, muestra sus falencias. Siendo esencialmente prácticas del lenguaje, el psicoanálisis y la poesía no pueden pisar otros terrenos que los de la sexualidad y la muerte; y hay que reconocer que fue el genio de Freud quien puso en primer plano estos significantes y nos heredó la tarea de pensarlos como condición ineludible de la condición humana, pese al rechazo humanista e idiota que subsiste.

El poeta Arthur Rimbaud es considerado, por antonomasia, el poeta maldito. Sobre este poeta francés, Jacques Lacan, quien declara que es éticamente deseable un retorno a Freud si se quiere levantar la bandera del psicoanálisis, plantea en el seminario 20, Aún, que, a causa de ser hablantes, es decir, estar atravesados en nuestro ser por el lenguaje, eso que introduce diferencia, no hay relación entre los sexos, no hay “proporción sexual”, esto es, y no puede ser sino mi lectura, no hay armonía entre el sujeto y el objeto, entre ambos está la muerte y la sexualidad, y ahí, en esos terrenos escabrosos, lo humano resbala.

Arthur Rimbaud (quien, junto con Baudelaire y Lautréamont, constituye la vanguardia modernista en la literatura), a los 19 años, abandona la literatura para emprender largos viajes, internos y geográficos en busca de “su voz”. El joven poeta se mueve, en principio, bajo la radical consigna de “convertirse en parnasiano o en nada” planteada a los 17 años. Jacques Lacan, en el seminario XX Aún, retoma un poema de Arthur Rimbaud: “A una razón”, donde hace eco de lo que él mismo decía del poeta: “el poeta tiene que convertirse en el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito, y el sabio supremo”. Y señala que Rimbaud escribe este poema, “A una razón”, y con ello nos ilustra sobre que el amor es signo de un cambio de discurso.

La razón, en el buen sentido, apunta a un discurrir para dar cuenta de algo, algo que, sin embargo, siempre se está yendo. La razón es, hay que señalarlo de manera radical, algo que sólo se sostiene en la ausencia, es decir, en el porvenir. Es, la razón, el recurso que utilizamos para recubrir lo inefable que resulta de la experiencia del encuentro con lo real, rostro de lo imposible. Así podemos ver que, hablando de la razón, el poeta, desde su radiante juventud, apuesta a lo que de alquímico tiene el lenguaje, hace referencia a lo que escapa a la razón, como corresponde a todo poeta que se precie de serlo. Veamos algunos versos:

 

Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos e inicia una nueva armonía.

Un paso tuyo. Y el alzamiento de los hombres nuevos y su caminar.

Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, ¡el nuevo amor!

 

Rimbaud apuesta a la razón en el título de su poema y, sin embargo, lo que hace es ir más allá de lo que dice, como corresponde a un poeta que queda rebasado como persona para que prevalezca su ser en la obra (lo que no se puede impostar). Pero, ¿a qué se hace referencia aquí con ese signo de “más allá”?

El acto de amor, el acontecimiento amor como diría Badiou, no parte de la razón sino de un signo. De un hallazgo, de un golpe de tu dedo. No se trata desde luego de un signo lingüístico, se trata de algo más allá, simplemente lo que quiere decir algo para alguien, pero más allá de la razón, o en esa “otra razón”, la que se juega en el inconsciente.

“Tú cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor!” En ese gesto de voltear la cabeza se juega la vida (y la muerte), la vida se juega en los gestos, no más que ahí. En el azar, que no es casualidad sino causalidad. El amor se juega ahí, en el encuentro inesperado, en las alas por venir, en una pregunta “¿qué es tu tatuaje?”, una vuelta de cabeza y el amor ahí, aunque no es de ahí, como enseña Freud, “cuando conocemos a alguien, más bien lo reconocemos”.

Pero entonces, si se apuesta a los signos, si se apuesta a “algo más allá” que se ubica en los gestos, si eso es así: ¿dónde está entonces la trampa? En creer que los gestos se pueden codificar; en al amor se trata de que los gestos, los signos, los signos de amor, escapan al código, apuestan a un más allá, a hacer del azar destino, como se refiere Julia Kristeva al amor.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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