Káos

El cuerpo: canto, grito y susurro

El cuerpo: canto, grito y susurro

Marzo 02, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Oldřich Kulhánek (Praga, 1940). Tomado de https://www.mirartegaleria.com/2014/01/torsos-y-cuerpos-masculinos-dibujos-de.html

 

Para Marcel, mi amado amigo, a quien abrazo en su mortificación.

 

El hombre […] piensa porque una estructura, la del lenguaje, lo implica. Porque una estructura recorta su cuerpo y nada tiene que ver con la anatomía.

Jacques Lacan

El cuerpo suele ser tomado como el shibboleth del psicoanálisis, su santo y seña, su Alfa y Omega. Y quizá lo sea: tiene sus en-cantos, sus gritos y sus susurros. El psicoanálisis tiene una mirada singular del cuerpo, como singular resulta su abordaje de todo lo que concierne a la condición humana. El cuerpo no sólo es un montón de pelos, vísceras y venas. Esencialmente es un espacio relacional, organizado más allá de lo biológico. En psicoanálisis la concepción del cuerpo va más allá de las consideraciones de la física que habla de un “cuerpo” para designar a todo aquello que ocupe un lugar en el espacio; eso es cierto, desde el psicoanálisis el cuerpo ocupa un lugar, pero un lugar en el Otro. El cuerpo es inconsciente.

Sigmund Freud, en su obra Esquema del psicoanálisis (1938), se propone la gran tarea de “reunir los principios del psicoanálisis y exponerlos de manera dogmática —de la manera concisa y en los términos más inequívocos”. Ahí señala que el psicoanálisis se apoya y articula en dos cabos o comienzos de nuestro saber acerca de la vida anímica. Uno es justamente el órgano corporal, centrado en el encéfalo, que es su escenario, mientras que el otro se asienta en nuestros actos de conciencia. De esta afirmación se desprende un cierto paralelismo psicofísico. Freud le da nombre: (Trieb) pulsión, frontera entre lo psíquico y lo somático. Estas dos hipótesis, estos dos pilares, son las bases del edificio psicoanalítico. El cuerpo adquiere estatuto de objeto conceptual en psicoanálisis.

El hombre no piensa con su alma como imagina el filósofo, dice el psicoanalista Jacques Lacan en un texto que en la jerga psicoanalítica se conoce como Televisión: “El hombre piensa porque una estructura, la del lenguaje, recorta su cuerpo y nada tiene que ver con la anatomía”. El cuerpo en psicoanálisis es un cuerpo hecho de palabras y, por lo tanto, no puede ser sino un cuerpo fragmentado organizado con carácter ilusorio en esa instancia enigmática llamada Yo.

Freud, en Introducción del narcisismo (1914), se cuestiona sobre el Yo, partiendo de que es “un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo”. Hay, en cambio, una fragmentación de origen que se muestra como desarmonía del organismo, una discordia primordial. El cuerpo como unidad, el cuerpo esfera, enseña Lacan, siempre fracasa porque el cuerpo real o cuerpo fragmentado lo agujera permanentemente.

El maestro vienés nos deja una orientación y una verdad incontestable hasta el momento con respecto al cuerpo: el ser humano nace de manera prematura y nace con el cuerpo fragmentado. Se encuentra en estado de desamparo (hilfsbedürftigkeit). En el infans, al nacer, no hay un yo que se reconozca como tal, el infans (el que no está en el habla) no sabe que su mano es su mano, que su pie es su pie, etc. No hay reconocimiento innato de su cuerpo, luego entonces, tendrá que pasar un proceso de apropiación (siempre imposible, inacabado) de su cuerpo. Proceso que pasa de lo imaginario a lo simbólico, y que no termina nunca dado que hay una dimensión real del cuerpo que imposibilita toda asimilación. Podemos ver aquí los tres registros que propone el psicoanalista francés Jacques Lacan: real, simbólico e imaginario.

Entonces, y hay que decirlo de manera radical, el ser humano no nace con cuerpo, por tanto, tendrá que construirse un cuerpo en una necesaria relación significante con el Otro. Vaya cosa: el ser humano se reconoce en otro lado de sí, en el Otro. Eso enseña Freud: el yo se constituye a partir de la ausencia de un supuesto de unidad comparable al yo. El yo es Otro. En suma: el Yo, asiento del cuerpo, se constituye no desde el conocimiento o consciencia sino desde el desconocimiento.

Es cierto que la importancia del cuerpo está dada desde mucho antes de la invención del psicoanálisis, sin embargo, la disciplina fundada por Freud, y en particular la lectura de Lacan, le da a la categoría cuerpo otra dimensión. Un punto referencial de este cambio epistémico ocurre cuando el cuerpo deviene morada de la muerte: el cuerpo deviene mortificación en sí. Lacan, desde Freud, reivindica la presencia de la muerte en la vida. Es ante la muerte (que en principio viene del afuera) que el sujeto habla, crea, se crea la imagen de un cuerpo.

Por paradójico que parezca, en el mundo no siempre los seres humanos se han pensado como habitados de la muerte. La muerte resultaba ajena. Por muchos siglos la muerte venía del exterior, era cuestión de Dios o del maligno. El cuerpo no estaba habitado de la muerte, la muerte era ajena. Con el Renacimiento, sin embargo, el cuerpo se vuelve morada de la muerte. La muerte baja del cielo y la vida corporal se habita de muerte. El cuadro de Rembrant Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp es una ilustración clásica de la búsqueda de la muerte en el cuerpo diseccionado. El cuerpo, al ser tomado por la muerte, nos deja como saldo un cuerpo fragmentado. La fragmentación de la carne se sutura (mal) por el lenguaje. Tenemos ahora un cuerpo hecho de palabras, mejor aún, por la pulsación de la palabra, vamos, por la Letra.

El cuerpo está indisolublemente ligado al lenguaje. El cuerpo habla, así lo mostró el genio de Freud en su encuentro con la histeria. Los signos del cuerpo, sin embargo, son opacos, ambiguos, insensatos, como el canto que escuchamos en los sueños. El cuerpo habla también en los silencios. El cuerpo se expresa con jeroglíficos, con mensajes encriptados, es un laberinto enigmático. Freud descubre que el cuerpo habla con el lenguaje fascinante de los síntomas. Pero no sólo eso, al escuchar el habla singular del cuerpo, escucha lo que los demás se niegan a escuchar, escucha la sexualidad femenina, escucha el “otro-sexo”.

Sí, el cuerpo es un cuerpo erógeno. Las vías de la sexualidad llevaron a Freud a un encuentro con la muerte. La muerte que no es vista con la simpleza de quien la supone al final de la vida, no, la muerte es una muerte que insiste en la vida, insiste en el cuerpo: lo mortifica. De esta manera, el cuerpo se encuentra anudado por la sexualidad y la muerte. El cuerpo deviene campo de batalla entre la sexualidad y la muerte. Lo que resulta contundente (y para muchos discursos insoportable) en la enseñanza de Freud es que no hay sexualidad sino en relación con la muerte. Esto nos lleva a pensar en una nueva erótica y nos muestra lo ingenuo de la sexología. “No somos psicólogos sino erotólogos” dirá Lacan.

Si con alguna consideración del cuerpo el psicoanálisis guarda distancia (quizá al nivel de la visión religiosa del cuerpo) es con el cuerpo visto desde la medicina. Para la ciencia de Hipócrates, lo real del cuerpo se equipara con el organismo y sus funciones. El cuerpo de la medicina es el de la anatomía y la fisiología, se detiene en lo que se hace visible del cuerpo. Éste no es el cuerpo del psicoanálisis. En la invención de Freud, el cuerpo se construye en la relación con el Otro como significante que le precede como discurso. En Psicoanálisis y medicina, Lacan escribe: “este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo”.

Esta lectura del cuerpo que propone el psicoanálisis nos obliga a pensarlo, con Lacan, como se ha dicho, desde los tres registros que el psicoanalista nos propone: el imaginario, el simbólico y el real. Canto, grito y susurro.

Canto.

En el registro de lo imaginario el cuerpo pasa por los dispositivos especulares e identificatorios que posibilitaran la vivencia de unificación del cuerpo a partir de la imagen que el Otro le devuelve. El organismo fragmentado encuentra en la imagen su unidad, su límite, su silueta, su contorno. El cuerpo entonces es reconocido con un estallido de júbilo, el niño se reconoce en el cuerpo que ve unificado en el espejo, el cuerpo se encanta con el Otro. Se trata de un cuerpo unificado, sí, pero en lo imaginario, fuera de sí, en el Otro, en la dependencia del Otro que le devuelve una imagen de sí mismo. En lo imaginario, el cuerpo es espejo de las pasiones, opera como imán erótico.

Grito.

Pero el cuerpo también resulta ser como un texto (libro abierto y enigmático), es el lugar donde se inscribe nuestra historia. En el registro de lo simbólico, el cuerpo es archivo del amor y el odio, cartografía de los encuentros y los desencuentros. Mapa de los abandonos y las mudanzas. En el cuerpo se encuentran inscritas las cicatrices de la infancia. El cuerpo grita al Otro sus desgarraduras, sus mortificaciones. El cuerpo grita al Otro Che vuoi?, ¿qué me quieres?, ¿qué quieres de mí?. Desde lo simbólico y las filiaciones, en el nombre, el cuerpo es el portador de la historia del sujeto, sus pactos, sus amores y sus desamores.

Susurro.

Por otro lado, en el registro de lo real, el cuerpo nos confronta con lo indecible, con lo imposible, con eso que sólo conocemos por el susurro. El cuerpo, pese a cada uno, nos muestra aquello que se juega entre los gritos y silencios, lo inasible, el puro susurro de la muerte, con lo real de mortificación. Aquello que nos coloca entre dos-muertes. El cuerpo de lo real es el que se resiste al signo, sólo es aullido, grito que desgarra toda inscripción, lo que rompe de un golpe seco (la muerte que llega de súbito), lo real del cuerpo atañe al horror. El cuerpo en lo real es reducido al desecho.

En la experiencia amorosa podemos ver en juego estos tres registros: en principio los cuerpos se atraen, la imagen del otro es imán erótico que despierta las pasiones. El erotismo se hace presente. Pero la atracción, para no consumirse en el fuego ardiente de lo erótico, para sostenerse, convoca a las historias, los amantes se muestran al otro con sus cicatrices, sus heridas, y desde ahí se hacen pactos. Sin embargo, en todo encuentro hay un susurro de muerte. Más allá de las imágenes y las historias, en el encuentro del cuerpo y el Otro, se muestran el horror, los silencios, los gemidos, los llantos, las violencias y la muerte.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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