Káos

El nacimiento de la muerte

El nacimiento de la muerte

Noviembre 30, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Nunca deberíamos de mirar a la muerte como una cosa lejana si consideramos que, aunque ella no se da prisa por alcanzarnos, nunca cesamos nosotros de darnos prisa yendo hacia ella

Tomás Moro, Piensa la muerte.

 

Uno de los caminos posibles para conocer al hombre es por la vía de la muerte, y de Eso no conocemos sino los rituales que los diversos pueblos realizan y mantienen. Edgar Morin, en su libro El hombre ante la muerte, dice: “la muerte se sitúa exactamente en el umbral bio-antropológico. Es el rasgo más humano, más cultural del ántropos”. Y más adelante, dirá:

 

en las fronteras de la “la tierra de nadie”, donde se efectuó el paso del estado de “naturaleza” al estado de hombre, con el pasaporte de humanidad en regla, científico, racional.

Las determinaciones y las edades de la humanidad son las de sus útiles.

Pero existe otro pasaporte sentimental que no es objeto de ninguna metodología, de ninguna clasificación, de ninguna explicación; un pasaporte sin visado pero que contiene una revelación conmovedora: la sepultura, es decir, la inquietud por los muertos, o mejor, la inquietud por la muerte.

 

Según estas aportaciones, podemos ver que la muerte va ligada al surgimiento de lo humano.

Georges Bataille, para determinar el origen de lo humano, coincide con Morin en el punto de señalar al trabajo como fundamento de lo humano. Escribe Bataille en Las lágrimas de eros: “está claro que el trabajo liberó al hombre de su animalidad inicial. El animal se convirtió en humano a causa del trabajo. El trabajo fue, ante todo, el fundamento del conocimiento y de la razón. La fabricación de útiles de trabajo o de armas fue el punto de partida de los primeros razonamientos que humanizaron al animal que éramos.” La muerte, lo mismo que el utensilio, se encuentran ligados al origen del hombre, de lo humano; parecen ser aportaciones contundentes para explicar el surgimiento de lo humano como tal.

Martin Buber agrega un argumento para destacar en el surgimiento de lo humano, un elemento con mayor contundencia: el lenguaje. Al hacer referencia a la noción de ántropos, señala que se relaciona con el mundo de tres maneras: “la primera es nuestra vida con la naturaleza, en ella la relación llega hasta el umbral del lenguaje. La segunda esfera, la de nuestra vida con los hombres, la relación adquiere forma de lenguaje. La tercera esfera es nuestra vida con las formas inteligibles; la relación se produce en ella sin lenguaje, pero engendra un lenguaje.”

El ántropos es un ser de relaciones y estas relaciones se construyen y sostienen por el lenguaje, o más precisamente por lo simbólico, de lo cual no es difícil deducir que, como señala Morin, sea el darle sepultura a sus muertos un rasgo eminentemente simbólico en tanto que supone una idea de trascendencia. Sin embargo, es necesario, según expresa Morin, “copernizar” la muerte, es decir, tener de ella una visión integral que, por extensión, nos dé una visión igualmente integral del hombre: ese es el papel de la antropología.

La antropología, en alguno de sus métodos de investigación, procede mediante la comparación o, si se prefiere, por diferenciación. Así, el hombre comparado con el animal sería un homo faber, un animal constructor y, más aún, el hombre sería un “animal enterrador de sus muertos.” Junto con la creación de herramientas, dar sepultura a los muertos es tal vez uno de los rasgos más arcaicos del hombre culturizado; desde entonces, cultura y muerte van intrínsecamente representadas, mutuamente determinadas.

Esta simbiosis estaría en el fundamento de la antropo-tanatología. Ahora bien, así como resulta universal la unión de muerte y cultura, las formas en que se representa esta relación son singulares, propias de cada pueblo y cada época, y así ocurre con de cada individuo, en tanto que se trata de la relación con el morir.  La antropo-tanatología, entonces, estudiaría las relaciones entre muerte y cultura (no confundir con la moderna tanatología, que es una propuesta de abordaje terapéutica-espiritual). La antropo-tanatología, dice Louis-Vincent Thomas, “debe ser necesariamente comparativa, pues busca la unidad del hombre en la diversidad; o mejor todavía, construye la universalidad a partir de las diferencias.”

La visión antropológica sobre la muerte busca, procediendo de manera comparativa, conocer los rasgos singulares que con respecto a la muerte genera cada cultura. También se interesa por encontrar los rasgos comunes que se presentan en cada relación (ficción) muerte/cultura.

La antropología observa algunas similitudes recurrentes entre las diversas construcciones culturales sobre la muerte, tal es el caso del horror manifiesto frente al cadáver, máxime cuando éste adquiere aspecto de carroña.

Sobre este particular, señala Philippe Ariés: “a pesar de la familiaridad con la muerte, los antiguos temían la vecindad de los muertos y los mantenían aparte. Honraban las sepulturas, en parte porque temían el regreso de los muertos...” Debido a este horror (terror) se estableció que los cementerios estuvieran siempre en los límites de la ciudad. los muertos quedaban así doblemente excluidos, de la vida y de la ciudad, con excepción hecha con los cuerpos de los sacerdotes que continuaron sepultándose en los atrios o en los nichos de los templos bajo la idea de que por el ejercicio del sacerdocio habían experimentado un proceso de purificación.

Esta actitud es una constante en muchas culturas. Sin embargo, aunque se evita el contacto con el cadáver, evitando así la muerte por contagio, no todos los cadáveres causan el mismo horror.

Edgar Morin ilustra lo expresado al señalar: “el horror deja de existir ante la carroña animal, o la del enemigo, del traidor, al que se le priva de la sepultura, al que se deja que ‘reviente’ y se ‘pudra’ ‘como un perro’, ya que no se le reconoce como un hombre. El horror no lo produce la carroña sino la carroña del semejante, y es la impureza de ese cadáver la que resulta contagiosa.” El contagio que se temía va más allá de una posible enfermedad: se trata del contagio de la muerte misma. Incluso en la cultura del antiguo Egipto, por ejemplo, los que tenían contacto con los cadáveres formaban una casta aparte y no les era permitido tener ningún contacto con el resto de la población.  Similar aversión, aunque tímidamente disimulada, generan en las sociedades modernas las personas que trabajan en los rastros o lugares donde se practican autopsias; la repulsión incluso se extiende a todo lo relacionado con la sangre.

Otras similitudes, dentro de las diversidades, que son destacadas por la antropo-tanatología, son las asociaciones entre la muerte y la iniciación: la liga nacimiento/muerte/renacimiento ha estado presente en las más diversas culturas; lo mismo se puede observar con las representaciones artísticas de la muerte, o en la relación entre vivos y muertos y en los ritos y rituales de enterramiento o cremación.

El cuidado de sus muertos ha sido preocupación del hombre desde los tiempos más remotos. El hombre prehistórico les rendía culto, los enterraba o guardaba en cuevas, al abrigo de rocas e incluso los comía incorporándolos a su propia substancia.

En todos los grupos humanos han existido una serie de ritos y técnicas funerarias de lo más variado que podemos resumir en cinco puntos. Abandono del cadáver definitivo o temporal; Inhumación; Cremación; Conservación (embalsamamiento, momificación)

Este último aspecto es de llamar la atención. El embalsamiento o conservación del cadáver ha sido en todo tiempo un hecho aparentemente inexplicable por razones naturales, creyendo que si algunos cuerpos no se descomponen, y al cabo del tiempo se conservan tal como estaban en el momento de la muerte o bien se van secando, se van encogiendo, se momifican pero sin corromperse, es decir son cuerpos aparentemente incorruptibles, por tanto marcados por alguna purificación o santificación.

No se puede dejar de mencionar la similitud cultural sobre la creencia en la inmortalidad que mantienen muchas etnias y civilizaciones primitivas, pues como lo mostró J.G. Frazer, en algunos casos no se trata de una creencia en la inmortalidad particular sino la certeza de que hay otra vida para la tribu, para los ancestros.

Si el hombre conoce mejor su muerte no se preocupará más por huir de ella o negarla, como ocurre con frecuencia en las sociedades contemporáneas, lo cual implicaría una distinta actitud ante de ella.

Pensar la muerte es siempre, de un modo asombroso, pensar en lo otro. Lo otro, en lo cual somos. Si no es posible pensar la vida humana fuera del lazo social, la muerte sólo tiene posibilidad de entrar en la conciencia a partir de la pérdida de lo otro, y el otro, lo cual, en función de espejo, posibilita pensar en la propia muerte.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
La joven homosexual: amar a una mujer

Abril 24, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Palabras al límite del tiempo

Abril 24, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

David Hockney y el libro abierto

Abril 19, 2024 / Por Maritza Flores Hernández

Mediterraum

Abril 19, 2024 / Por Fernando Percino

En pocas palabras

Abril 19, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

La Noche de los CAMPEONES

Abril 19, 2024 / Por Julio César Pazos Quitero

Desaparecidos

Abril 17, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz