Káos

El silencio y la violencia contra las mujeres

El silencio y la violencia contra las mujeres

Noviembre 26, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar…

Corintios 14: 34

A partir de la tragedia vivida por las hermanas Mirabal en República Dominicana a manos del dictador Rafael Leónidas Trujillo, se estableció el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Desde aquí mi contribución a la reflexión en torno la violencia contra las mujeres.

Sin duda este 2024 es un año muy especial en México, dado que por primera vez una mujer es Presidenta, lo que marca un nuevo rumbo en los trabajos para disminuir la violencia contra las mujeres. Hay que reconocer que se han hecho cambios legislativos, culturales y acciones políticas encaminados en ese sentido, aunque es evidente que aún falta mucho para revertir las condiciones estructurales de desigualdad y opresión que han vivido las mujeres. El problema no es sencillo, dado que el odio y temor a la condición femenina es ancestral. Veamos.

La historia de la humanidad bien puede trazarse a partir del lugar (o no-lugar) que las mujeres han tenido en las diversas épocas. Una constante parece revelarse: nunca se ha sabido qué hacer con el horror que la condición femenina genera y que hoy, como en otros tiempos, se expresa en los feminicidios.

Hesíodo, en su Teogonía, narra el mítico y ejemplar castigo que Zeus infringe a los hombres a partir de que Prometeo les entregó el calor del fuego: “y al punto, a cambio del fuego, preparó un mal para los hombres”: manda a hacer una mujer modelada de la tierra, con apariencia de doncella, de ojos glaucos, y vestida con un adornado velo: “[…] y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres mortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres. Pues de ella desciende la estirpe de las féminas mujeres. Gran calamidad para los mortales, con los varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad”.

En Una breve historia de la misoginia, Anna Caballé nos narra que un filósofo francés llamado André Glucksmann decía que el odio más largo de la historia, más planetario incluso que el odio a los judíos, es el odio a las mujeres. La misoginia no es un asunto de falta de educación o escasa cultura. Por ejemplo, Alfonso X, el sabio, escribía acerca de las mujeres: “confundimiento del hombre, bestia que nunca se harta, peligro que no guarda medida”. Tampoco es cuestión de género, lo mismo se da en hombres que en mujeres: la escritora española Almudena Grandes escribe: “entre las escritoras de mi edad hay muchas que son unas petardas, que van llorando por ahí, convertidas en unas pobres chicas tiernas a las que los críticos quieren tocar el culo y se sienten acosadas sexualmente, y reclaman apoyo por ser chicas”.

La convivencia entre hombres y mujeres ha sido desde siempre complicada. Durante siglos, el orden patriarcal les ha dado a las mujeres un lugar cerrado a la maternidad y así su discurso, su deseo, no es escuchado. Los hombres, desde siempre, han mostrado su desprecio por las mujeres, mejor aún, por la palabra de las mujeres. Los hombres no escuchan a las mujeres, y esto es el fundamento de la misoginia o el odio a las mujeres. Las relaciones de dominio masculino se dan a partir de un rechazo a la palabra femenina. El cuerpo y las relaciones de poder son los espacios donde las mujeres han sido controladas y silenciadas.

Así entonces, el problema no es la misoginia: esta ha existido desde siempre. El problema realmente grave es la negación o invisibilización de esta condición estructural del sujeto. Si se oculta no se puede hacer nada, es mucho mejor reconocer que nos afecta, y nos afecta a todos: hombres y mujeres.

Pero ¿qué es lo que no se escucha en las mujeres? ¿Qué es lo que produce tanto horror y rechazo a las mujeres? Quizás sea, justamente, que en el centro mismo de la constitución psíquica de las mujeres se encuentra Nada, lo indecible, lo que las acerca a Dios, y al Diablo, a lo real. Quizá por ello la tendencia a adornar el cuerpo femenino, a cubrirlo de afeites para velar esa Nada que lo habita y constituye. Un cuerpo sin centro, un discurso sin sentido, eso es una mujer. Las mujeres son alteridad a todo discurso dominante. Y eso es justamente lo que se vive con recelo, no se sabe qué con ellas: ¡gozan demasiado! Esta condición de gozante sin límites es lo que no se soporta en ellas.

Esta condición gozante de las mujeres no es nueva, se conoce desde tiempos inmemoriales, tal y como lo revela Ovidio Nason en Las metamorfosis, donde nos cuenta que Júpiter y Juno discutían acerca de quiénes reciben más placer en el acto carnal, es decir, quién goza más: si las hembras o los varones. Júpiter opinaba que eran las mujeres quienes más gozaban. Como no se ponían de acuerdo deciden acudir al sabio Tiresias, que había gustado del amor bajo los dos sexos. Escribe Ovidio: “este sabio juez, nombrado para dirimir la contienda, se inclinó por la opinión de Júpiter”. Juno se ve descubierta y en castigo privó a Tiresias de la vista, como no es dado ir en contra de un dios, Júpiter en compensación lo hizo adivino.

Para Sigmund Freud, la mujer se constituye a partir de un momento fundante que ocurre justo ante la percepción psíquica de la diferencia anatómica de los sexos: el penisneid o envidia del pene, la cual resulta ofensiva para algunas lecturas de corte feminista y motivo de ataques virulentos al psicoanálisis. Vale aquí un intento de lectura que nos permita ir más allá de esa miopía.

Para Freud, lo que le falta a la mujer no está en el orden de lo anatómico, a la mujer en lo real no le falta nada. Sin embargo, la diferencia en la constitución psíquica de los sexos se ubica entre “fálico/castrado”. La dialéctica del psicoanálisis se organiza en “tener/no tener”, mejor aún se trata de tener o ser el falo, y es claro que el pene no es el falo, el pene es tan sólo el órgano que lo representa. El falo, en todo caso, es la erección. Hecha esta pequeña aclaración, es en el “ser” de la mujer, en lo que se convierte para tener acceso a “eso” (el falo) que le falta donde el psicoanálisis pone el énfasis de la feminidad. Si ella no lo tiene, entonces queda la vía de ser el falo por donde se puede acceder a este significante que organiza la existencia y la sexualidad. Para la mujer, y esta es su potencia, hay dos salidas: aferrarse a tener o bien ser el falo. Ser el falo implicaría encarnar aquello que al otro le falta. La mascarada de ser el falo implica que la mujer hace de su cuerpo el falo y se ofrece al otro como objeto de deseo.

El hombre, al estar del lado del tener, queda siempre amenazado con perder. Quizá por ello deba defenderse de aquella que lo amenaza con su demanda, y ahora podemos decir, con su demanda excesiva y enigmática. La respuesta es la huida, la impotencia o la aniquilación (simbólica o real) de quien lo angustia con su demanda. Aunque a últimas fechas podemos ver que el hombre reacciona ante esta demanda haciéndose “feminista”, colocándose de “su lado”, el de todas, como si fueran iguales. Así, en lugar de escucharlas se identifican a una masa políticamente correcta. Desde luego, todo lo que se exprese como común, una causa común como se dice, es masculino. Hacer causa común implica eliminar las diferencias y esa es la raíz del odio a las mujeres, no se tolera que sean diferentes al discurso dominante.

Lejos estaría de decir que el psicoanálisis tiene la respuesta para la misoginia o para la violencia contra las mujeres, sin embargo, sí se constituye en un espacio, quizás el único en las sociedades occidentales, donde se escucha lo excluido, donde se escucha a las mujeres en su singularidad (así nació el psicoanálisis con Freud, en la escucha de las mujeres histéricas, y con Jacques Lacan escuchando a la locura), es decir, en lo propio de su deseo inconsciente. Su apuesta, la del psicoanálisis, es justamente no ceder ante el horror a la castración que se encuentra en el origen del desprecio a las mujeres. El psicoanálisis le abre una perspectiva diversa a la pulsión de muerte.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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