Káos

La dimensión oscura de lo sublime

La dimensión oscura de lo sublime

Marzo 14, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Katsushika Hokusai, La gran ola de Kanagawa, 1830.

 

La belleza es el inicio de lo terrible que todavía podemos soportar.

Rilke

 

Diversas defensas instaura el Yo para protegerse de aquello desconocido que lo amenaza, es decir, das Ding, La Cosa, en términos de Sigmund Freud. El inventor del psicoanálisis plantea que en el sujeto, mediante el principio del placer, se regula la satisfacción posible, siempre con la finalidad de mantener al sujeto a distancia de la Cosa (aquello que siendo lo más propio nos resulta desconocido, por tanto, emparentado a la muerte), y qué eventualmente este principio regulador falla. Para el psicoanalista francés Jacques Lacan: “La Cosa se caracteriza por el hecho de que para nosotros es imposible imaginarla”.

La Cosa es, en este sentido, el Bien Supremo: alcanzarlo implica transgredir el principio del placer y, por tanto, vivir la experiencia en el dolor y el sufrimiento. Ante esto, el Yo se erige como un guardián. De hecho, Freud nos enseña que el Yo no tiene otro trabajo que defenderse de lo que le causa displacer, y una de esas formas de defenderse resulta ser el apego a la belleza, a lo que se considera bello.

La función de lo bello es subyugarnos, es un velo para ocultar el horror de la castración; por tanto, desde el psicoanálisis en la visión de Jacques Lacan, apuntalado en una dimensión ética, la función de la belleza es subyugarnos con la “buena forma”, alejándonos de la falta esencial que nos constituye y de la que nada queremos saber. Lo bello, la belleza de la máscara, por ejemplo, es un velo que intenta ocultar el horror de la castración. Como se puede apreciar, este concepto retomado por Lacan de la Cosa como incognoscible, más allá de toda simbolización, tiene una clara relación con “la cosa en sí” kantiana.

Lacan, en el Seminario Libro 7, llamado justamente La ética del psicoanálisis, se refiere a la tragedia de Antígona para mostrar el resplandor siniestro de la belleza, un resplandor que enceguece, una iluminación que violenta. La belleza es, entonces, una defensa contra el “horror trágico”, para Bataille. Más radical resulta el poeta Rilke, quien apunta que “la belleza es el inicio de lo terrible que todavía podemos soportar.” De esta manera, si la belleza opera como velo de lo irrepresentable no puede sino estar vinculada con la muerte.

El escritor Michel Tournier, en El vuelo del vampiro, nos recuerda la “cuádruple paradoja de lo bello” en Kant: a) lo bello es un placer desinteresado; b) lo bello es una necesidad subjetiva; c) lo bello es un universal sin objeto y; d) lo bello es una finalidad sin fin.

Lo sublime de lo bello se muestra como un punto límite que nos conecta con lo inefable, con lo que nos rebasa, con aquello que escapa al lenguaje y nos coloca en el resplandor del más allá, nos pone frente a la muerte. Lo bello nos arroja a un estado de conmoción tan radical que nos hace otros.

La sublimación es explicada por el psicoanálisis como las diferentes actividades que estarían motivadas, se dice, por un deseo que no apunta a una meta sexual: la creación artística o la investigación intelectual, por ejemplo. Se trata de actividades que extraerían su satisfacción del reconocimiento social. Pese a ello, estas obras artísticas o científicas están impulsadas por energías que no pueden ser sino de carácter sexual. En Freud, la sublimación sería uno de los destinos de la pulsión y operaría a modo de una salida que puede medianamente domeñar los impulsos destructivos, una desviación de la meta; la sublimación sería la vía por la cual las pulsiones y su potencia mortífera y sexual buscarán su satisfacción ahora en el arte, por ejemplo, sostenido en el reconocimiento de la cultura, del Otro. Lacan va más allá, es radical al dar su propia definición de la sublimación y de lo sublime, que consiste en: “Elevar el objeto a la dignidad de la Cosa”.

Cuando se dice la Cosa no se hace referencia a un objeto que pueda ser nombrado o representado, no se habla de las cosas; entonces, elevar el objeto a la dignidad de la Cosa, es más bien elevarlo al lugar del objeto en tanto inalcanzable por ser innombrable, es lo indecible más allá de lo simbólico y que al mismo tiempo constituye el núcleo mismo de toda simbolización. Ahí, justo ahí, en ese acto de elevación del objeto a la dignidad de la Cosa, es que se pone en operación la vía de la sublimación de la pulsión.

Desde esta percepción, se puede ubicar a lo sublime como cercano a lo siniestro, a lo demoniaco, en el sentido lo que no puede ser simbolizado, es decir, lo real. Lo sublime conecta, revela la Verdad del deseo, que no puede estar sino del lado de la muerte.

Quizá sea la sencilla y contundente definición de lo sublime que hace Kant en su Crítica del juicio, lo que más nos acerque a la comprensión de este estado del ser: “Llamo sublime a lo que es absolutamente grande.”

La belleza, lo bello, es bifronte, como el mitológico Jano, por un lado, nos coloca frente al resplandor de la Cosa y, por otro lado, y al mismo tiempo, se erige como una defensa. La sublimación, lo sublime, nos permite dar un rodeo a la Cosa que de suyo resulta inaccesible.

La sublimación es una artimaña, una vía que permite elevar un objeto a la dignidad de la Cosa, sin embargo, no cualquier objeto puede alcanzar esta dimensión, se trata de un objeto no-cualquiera. El objeto que se coloque tendrá que reunir por lo menos tres características: ser inédito, ser novedoso y ser irrepetible. Kafka escribía que “el arte vuela alrededor de la verdad con la decidida intención de no quemarse en ella”. Es justamente la creación artística la que nos permite acercarnos a lo bello, lo sublime; y dentro de las creaciones artísticas, Freud siempre destacó a la poesía.

En 1907 Freud escribía un breve trabajo que lleva como título Der dichter und das plantasieren, traducido como El poeta y los sueños diurnos o también, El creador literario y el fantaseo, donde se pregunta sobre la frecuente curiosidad del profano por saber de dónde extrae sus temas el creador literario o bien, qué hay en el poeta que logra conmovernos con sentimientos que no sabíamos que poseíamos. Ahí, Freud reconoce también que el poeta mismo no lo sabe. Propone que orientemos la búsqueda de una respuesta sobre el origen de la creación artística en la actividad favorita del niño. El niño tiene como actividad casi exclusiva e intensa el jugar. Mediante el juego se conduce como el poeta, creando su propio mundo, habitando su mundo. Freud habla del juego y, más bien, lo hace de lo lúdico porque el niño (como el creador literario) se toma su actividad muy en serio y la hace el origen del fantasear. De tal modo, lo que no procura placer en la realidad, lo hace en la irrealidad del fantaseo.

Aun cuando la vida le exige que al crecer cese de jugar, el creador no renuncia a este placer ya que, como apunta Freud, “quienes conocen la vida anímica de los hombres saben muy bien que nada les es tan difícil como la renuncia a un placer que ha saboreado una vez”. El creador o el poeta no renuncia a jugar, como no renunciamos del todo a nada que nos ha sido grato, sino que sustituye el jugar por el fantaseo o los sueños diurnos. Sin embargo, y en contraparte, el adulto se avergüenza de sus fantasías en tanto que la realidad le reclama “trabajar” en algo productivo y útil. Es por ello que el hombre común oculta sus fantasías, no así el poeta o el creador literario. Goethe, en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, nos ilustra cómo los sueños de la infancia deben ceder ante las realidades de la madurez: Wilheim Meister sólo soñaba con el teatro, sin embargo, se convertirá en cirujano.

El fantaseo es propio del hombre, genéricamente hablando, insatisfecho, los deseos insatisfechos (y no hay de otros) son la fuerza impulsora de las fantasías. Albert Camus señalaba que si el mundo fuera claro no existiría el arte. Así, cada creación artística, señala Freud, es una rectificación de la realidad. Pero si bien es cierto que mediante las fantasías la realidad insatisfecha se modifica generando un escenario placentero (aun en el dolor), la multiplicación y exacerbación de las fantasías (como lo bello y lo sublime) tocaría lo abyecto, lo innombrable, lo siniestro.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
En pocas palabras

Marzo 29, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Amor

Marzo 29, 2024 / Por Marlene Socorro Herrera Huerta

Más allá del álamo, antes del muro

Marzo 26, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Greatest hits for Mayahueltrónica

Marzo 26, 2024 / Por Fernando Percino

En pocas palabras

Marzo 22, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

El suicidio infantil y sus enigmas

Marzo 12, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Dos poemas

Marzo 12, 2024 / Por Marlene Socorro Herrera Huerta