Káos

La mujer es el negro del mundo…

La mujer es el negro del mundo…

Marzo 23, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

“La mujer es el negro del mundo. Sí ella es… piensa sobre eso.

La mujer es el negro del mundo. Piensa en eso… haz algo al respecto”

John Lennon

 

“…es que la mujer, no se sabe lo que es,

tiene domicilio desconocido”

Jacques Lacan

 

 

I

Para leer los fenómenos de la cultura el psicoanálisis se ha constituido como una práctica dialógica. Sus postulados teóricos se sostienen en constante diálogo con otras disciplinas que abordan lo social.

Un ejemplo de ello es que en 1919, para abordar lo siniestro (Unheimlich), Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, hace referencia a una disciplina que es propia de la filosofía: la estética.

Freud, en Lo siniestro, señala que la estética se ha detenido preferentemente en lo bello y lo grandioso; en cambio, no repara en lo repulsivo o penoso. Sin embargo, dice, la vía de la estética no tiene por qué desecharse para abordar esas experiencias extremas que se producen en el sentir ante lo informe, lo oscuro, lo abismal, lo desproporcionado, lo monstruoso, lo grotesco.  

En lo siniestro, unheimlich, se incluye a su contrario, Heimlich, es decir, algo que nos resulta familiar, agradable, pero es al mismo tiempo algo oculto (recordemos que Apocalipsis en griego significa “sacar el objeto de su escondite), y se refiere a un miedo de la infancia que hemos olvidado y que vuelve a asolarnos con su terrible rostro familiar. Lo siniestro genera atracción y repulsión al mismo tiempo. Propongo que eso ocurre con la presencia de lo femenino (eso que debiendo estar oculto se hace presente): deviene como algo siniestro para la sociedad en su conjunto.

Freud, en el texto sobre Lo siniestro, hace un recuento de lo que nos resulta ominoso. Para muchos sujetos, la muerte, los cadáveres y el retorno de los muertos nos colocan ante lo más siniestro. En esta serie, con frecuencia también se ubica a la visión de los genitales femeninos como algo ominoso. Freud asocia esta angustia ante lo femenino como la experiencia de nostalgia de aquello que nos resulta familiar, los genitales o el vientre materno en el que alguna vez se vivió. Del que podemos decir con propiedad, nos dice Freud: “ya estuve ahí una vez”. Freud lo reconoce desde hace mucho, la mujer está asociada al mal, a lo ominoso; la mujer es el negro del mundo, como dice John Lennon.

 

II

En la clase del 10 de enero de 1960, en el Seminario VII, La ética del psicoanálisis, Lacan introduce un neologismo que nos conduce al corazón de lo siniestro. Se trata del término éxtimo que nos remite a lo íntimo (lo más propio) y lo más extraño al mismo tiempo. Se refiere a lo que nos es más propio y que nos resulta, sin embargo, absolutamente ajeno. Nuestra muerte sería el ejemplo por antonomasia: es lo más propio y lo más extraño al mismo tiempo. Lacan inventa lo éxtimo a partir de aplicar el prefijo ex (exterior) a la palabra intimidad para señalar algo que está tanto dentro como fuera. De esta manera, lo Otro es algo extraño al sujeto y al mismo tiempo constituye su núcleo. La propuesta aquí es que, para todo sujeto, la condición femenina adquiere carácter de éxtima: es lo más ajeno, pero al mismo tiempo es lo más propio del sujeto. Se encuentra en el núcleo e inicio de sus identificaciones narcisistas. Lo femenino es lo más familiar y al mismo tiempo lo más desconocido para todo sujeto: es lo más real, lo más cercano a la muerte. La mujer (lo femenino) es el negro del mundo.

 

III

En un artículo de Freud denominado El motivo de la elección del cofre, muestra diversas escenas donde hay que elegir entre tres mujeres, como tres cofrecillos (oro, plata y cobre). La elegida es siempre la tercera mujer. Una mujer que “ama y calla”. A esta tercera elegida también la identifica con Atropos, la inexorable, la muerte. En algunas mitologías esa tercera mujer también, contradictoriamente, es hermosa, prudente, fiel. Se trata de lo femenino-materno asociado a la muerte.

Es imposible dejar de encontrar resonancias de este trabajo de Freud —donde se asocia lo femenino con la muerte— con el horror a la castración señalado en El tabú de la virginidad, de 1917, y también con otro, La cabeza de la medusa, de 1922, donde Freud considera el horror a los genitales femeninos como el horror ante la castración de la madre. En los tres se aborda básicamente el horror y rechazo a la diferencia sexual.

La sexualidad femenina se presentó ante Freud como un enigma hasta el final de su producción teórica: el continente oscuro le llamó. La mujer es un discurso sin lugar; no se sabe qué es la mujer. Tiene domicilio desconocido, señala Lacan. La condición femenina ha sido asociada a la noche, la oscuridad, la maldad. Se le atribuyen comercios sexuales con el diablo, etc. Esto se puede constatar a lo largo de la historia e incluso en las narraciones mitológicas: las mujeres han sido perseguidas por oponerse a la legalidad social de los hombres. La mujer es el negro del mundo.

 

IV

Sabemos que Freud inventa el psicoanálisis a partir de escuchar a las histéricas que hablan con su cuerpo de la sexualidad que les es silenciada. Mientras que Jacques Lacan se introduce al psicoanálisis a partir de escuchar a las psicóticas. Aquellas cuya voz es acallada porque rompen con el orden de la razón. Ambos psicoanalistas dan un lugar en la escucha a lo silenciado.

Lacan ha planteado la existencia de dos dimensiones del goce: un goce llamado fálico y otro con carácter suplementario. Helí Morales, en su libro Otra historia de la sexualidad, enseña que el primero está sometido a un órgano determinado y una temporalidad marcada por la eyaculación. El segundo es un goce abierto al infinito, cuya geografía no está limitada a un órgano, sino que todo el cuerpo se vuelve terreno de lo erótico. Esta distinción de goces es lo que hace que haya algo de insoportable en el goce del cuerpo, en el goce femenino. Se trata entonces de un goce ligado al exceso. Si lo fálico introduce orden, lo suplementario está ligado a lo fuera de orden. Así, lo fálico nos introduce al mundo; lo suplementario, el goce femenino, nos conduce a lo in-mundo.

El odio a la mujer es consecuencia de la imposibilidad de decirla toda, de controlarla; ese goce suplementario escapa al saber, se escabulle, es inasible, y eso es insoportable. Ante ello, las mujeres han sido colocadas del lado de lo grotesco, portadoras de la gruta de lo indecible, producen horror, son embajadoras de lo siniestro. Ante la imposibilidad de escucharlas, una por una, la opción a la que se ha recurrido es a su silenciamiento, incluso por la vía de la muerte. “La mujer es la esclava de los esclavos. Si me crees…. es mejor que grites sobre eso…”, escribe y canta John Lennon.

 

V

Hasta Freud, no se escuchaba a las mujeres, en su singularidad, una por una, en particular a aquellas que quedan por fuera del orden y la razón. Este silenciamiento de su singularidad constituye el núcleo de la misoginia. Las relaciones de dominio se dan a partir de un rechazo a la palabra. Y la palabra es femenina, es diferencia.

Pero ¿qué es lo que no se escucha en las mujeres?, ¿qué es lo que produce tanto horror y rechazo? Quizá sea justamente que en el centro mismo de la constitución psíquica de la mujer se encuentra Nada. Lo indecible que le habita, lo que la acerca a Dios, y al Diablo, y a lo real. Un cuerpo sin centro, un discurso sin sentido, eso es una mujer.

Todo discurso es un discurso dominante y la mujer, o lo femenino, representa la alteridad a todo discurso dominante. La mujer es un síntoma para un hombre, según Lacan. Y eso es justamente lo que se vive con recelo, no se sabe qué con ellas: ¡gozan demasiado! Es justamente esta condición de gozante sin límites, sin tiempo ni localización corporal de su goce, lo que no se soporta. Lo que no se soporta de las mujeres (para hombres y mujeres) es lo que le falta. Lo insoportable es el no todo que les habita.

Quien se coloca del lado del tener (el control, el poder, el falo como dice el psicoanálisis) está siempre amenazado con perder. Es por ello que actúa en defensa contra aquello que lo amenaza con su demanda excesiva y enigmática. Las respuestas del varón son tres: la huida, la impotencia o la aniquilación de quien lo angustia con su demanda.

Sin embargo, en las últimas fechas, somos testigos de una nueva salida: el hombre reacciona “haciéndose feminista”, colocándose de “su lado”, el de todas, como si fueran iguales, como si tuvieran causa común. Así, en lugar de escucharlas en su singularidad, se identifican con una masa políticamente correcta. Es decir, se feminizan para no escuchar la singularidad de la condición femenina.

Lo radical y peligroso de esta acción es que el varón, identificándose con ellas como si fuera ella, negando la diferencia, contribuye a no escuchar su singularidad: lo que las hace diferentes, una por una.

La ola de feminicidios que azota al mundo es una expresión más del odio que las mujeres han suscitado a lo largo de la historia de la humanidad.

Las políticas sociales no pueden enderezarse sin atender, creo, las siguientes cuestiones:

¿Qué hacer con aquellas que ponen en cuestión el orden establecido? ¿Cómo vivir, ahora, con dos discursos cuando la humanidad casi toda ha vivido con uno solo? ¿Qué lugar damos a esa forma de Ser sostenida desde el no todo por poco más de la mitad de la humanidad?

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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