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La sexualidad y su diversidad

La sexualidad y su diversidad

Junio 28, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

…la multiplicidad de los factores determinantes es reflejada por la diversidad de los desenlaces en la conducta sexual manifiesta de los seres humanos.

S. Freud.

 

…todas las personas, aún las más normales, son capaces de la elección homosexual de objeto, la han consumado alguna vez en su vida y la conservan todavía en el inconsciente…

S. Freud.

 

Si algo ha sido ambiguo y oscuro en la historia del hombre moderno es su vínculo con la sexualidad. Quizá sólo la muerte le produzca un pasmo del mismo nivel.

Con la celebración del Pride Parade en todo el mundo, en el mes de la “diversidad sexual”, además de abrazar y reconocer el valor de las manifestaciones vale intentar esa otra forma de celebración que es la reflexión.

Es hasta el año de 1955, a mitad del siglo XX, que inicia un interés sistemático sobre la diversidad sexual a partir de los trabajos de un médico neozelandés llamado John Money, quien hace aparecer en los discursos académicos el término gender (género) para definir lo masculino y lo femenino. Plantea la diferencia de género a partir de cuestiones culturales, más allá de las diferencias anatómicas. Podemos leer en este autor reducciones binarias ante la sexualidad. Señala que “La expresión rol de género se usa para significar todas aquellas cosas que una persona dice o hace para revelar que él o ella tiene estatus de niño u hombre, o niña o mujer, respectivamente. Ésta incluye, pero no está restringida, a la sexualidad en el sentido del erotismo.”

Poco más tarde, en 1968, Robert Stoller, con la publicación del clásico libro Sexo y género, complicará la cuestión al introducir en los estudios de género la distinción sexo/género. Lo hace con la intención de poder dar lugar a las personas que, teniendo un cuerpo de hombre se sienten mujeres o bien a quienes teniendo cuerpo de mujer se reconocen como hombres. Se trata de un nuevo diagnóstico que se concretaría en la noción de “identidad de género”. Sus alcances son esencialmente de carácter diagnóstico y, aunque lo parece, no sale del binarismo.

Los estudios que se generan desde los feminismos, durante los años setenta, pondrán el acento en las estructuras sociales, políticas y económicas, lo mismo que la relación con el poder, como los factores que establecen, sostienen y hacen uso, e incluso abuso, de las diferencias entre hombres y mujeres, estableciendo una desigualdad estructural entre los sexos. Los estudios devienen movimientos políticos.

Así, en buena medida, en términos generales, los estudios de género e identidad sexual se han orientado en dos direcciones: la primera señalaría que el género no puede prescindir de la diferencia sexual. En sentido contrario está la segunda postura, que sostiene que el género sería una construcción sociocultural establecida con independencia de la diferencia sexual, y más aún, que la diferencia sexual es también usada con fines de determinados ejercicios del poder. Sin embargo, más allá de sus diferencias, ambas posturas se oponen y reaccionan a la idea sostenida desde el capital y las religiones, para los cuales la heterosexualidad opera como ordenador sexual, y promueve, pese a todas las evidencias en contrario, la idea de una definición sexual basada en lo anatomo-biológico.

Hay algunos antecedentes antropológicos de los estudios de género en Margaret Mead, quien publica en 1935 Sexo y temperamento, donde analiza los roles sociales vinculados con la diferencia de sexo en las tribus Arapesh y Tchambuli de Nueva Guinea. Quizás el aporte más importante de estos estudios, como de otros de carácter etnográfico, sea que en muchas tribus hay multiplicidad de géneros que revientan la visión occidental de una dualidad genérica. Quizá sea atrevido decir que algunas posturas posestructuralistas en los estudios de género y feminismos, como las planteadas por Judith Butler y las teorías performativas, se deriven de estas evidencias etnográficas. Estas perspectivas deconstructivistas darán origen a lo que se conoce como movimiento queer, y las teorías de Teresa de Laurentis y su “política antisocial de la teoría queer”. A partir de estas propuestas surge el término transgénero como un rechazo al ordenamiento sexual binario y heteronormativo establecido. Busca así abarcar todas las modulaciones de la sexualidad: gays, lesbianas, transexuales, travestis, intersexo, andróginos y +.

Es necesario señalar que estas posturas deconstructivistas se juegan en sostener un ideal desidentificatorio, donde la sexualidad, mejor aún, la identidad sexual o generoafectivo, no sea definida sino por la práctica de ejercicio y goce de cada sujeto, la cual sólo podrá ser definida por él mismo sin la intervención normativa y reguladora de lo social: familiar, escolar o estatal.

Freud, desde sus primeros trabajos, puso en el centro de sus reflexiones teóricas, como ya decía, a lo sexual, a la sexualidad y sus consecuencias en la constitución psíquica de los sujetos. Lo hace, hay que decirlo, muchísimo antes de que se hicieran los primeros estudios de género. Desde 1895, en sus Estudios sobre la histeria, ubica a la sexualidad en la etiología de los padecimientos corporales que rebasaban en su explicación lógica a la biología. En 1905 publica su muy rico trabajo Tres ensayos para una teoría sexual, el cual genera un escándalo de la conservadora sociedad académica vienesa, que lo acusa de regresar contaminado de sexualidad de su estancia en París, lugar de promiscuidad y perdición, donde se encontró con Charcot. Dos hitos marcarán este trabajo: por un lado, elige la vía de los llamados “invertidos” para pensar la sexualidad; sostendrá que la sexualidad tiene un inicial componente de perversión y, además, por el otro lado, nos revelará que la sexualidad se constituye en la infancia y en tres tiempos (a diferencia de los demás seres vivos), rompiendo así con la peregrina idea de una infancia inocente. Podemos entender la magnitud del escándalo que generaron sus ideas, cuya reverberación aún resuena.

Con respecto a la diferencia sexual, Freud busca una y otra vez separar la sexualidad de la genitalidad y la reproducción. El psicoanálisis propone otras coordenadas para pensar la posición sexual que los sujetos tomarán. En principio hace pasar la constitución sexual por los complejos de Edipo y castración, donde lo que organiza ya no es el primado genital (ni social ni cultural, etcétera, aunque se les reconoce como factores que operan como moduladores) sino fálico. El falo hace función de nudo. Con este giro también se plantea una abismal e insalvable distancia epistémica entre la dialéctica que opera en la filosofía, detenida en el conflicto entre “el ser y la nada”, y la que hace andar al psicoanálisis, que se mueve entre “ser y tener”, el falo.

En la teoría psicoanalítica hay un concepto regulador y organizador de la sexualidad y es el falo. Pero el falo no es el pene (el falo no es el pene sino su prominencia, la erección); por ello es que la organización sexual va más allá del género o la anatomía. Hay que reconocer que siguen generando escozor los planteamientos freudianos sobre la ecuación pene = falo y, sobre todo, la expresión “envidia del pene” para referirse a la constitución de la sexualidad femenina.

Se trata, lo anterior, de planteamientos que requieren mucho análisis y reflexión. Sin embargo, dada la naturaleza del espacio, sólo queda aquí decir que la amenaza de castración opera en lo masculino de manera inconsciente, lo mismo que del lado femenino la envidia del pene es de carácter subjetivo y va más allá de los imaginarios. Así entonces, la sexualidad en psicoanálisis se organiza a partir de la lógica del “tener” o “ser” el falo, eso es lo que marca la diferencia y, más aún, la singularidad en la que se sostiene la escucha de la diversidad en lo sexual en su clínica. En el psicoanálisis, sobre todo después de la lectura de Jacques Lacan, la diversidad sexual es una cuestión relevante en la escucha clínica y de reflexión en el desarrollo de la teoría.

Aunque hay que reconocer que la deuda del psicoanálisis es grande con respecto a pensar lo “trans”, hay que señalar que Freud, en 1911, es decir, casi 60 años antes de los estudios de género referidos, abordará una historia que bien podríamos llamar de transexualidad contenida en las Memorias de un enfermo de nervios, de Daniel P. Scheber, quien en su delirio, defendiéndose de la homosexualidad (lo que constituye la primera hipótesis freudiana sobre la paranoia), se transformaría en mujer y no en cualquier mujer: en la mujer de Dios.

El psicoanalista francés Jacques Lacan, al respecto, habla de lo que llama el “goce transexual” de Scheber, que se juega en cultivar en su cuerpo la voluptuosidad femenina. Sin duda, es en lo que detonará la fantasía que a este personaje se le presenta en ese momento del sueño llamado duermevela: “sería fantástico ser mujer en el momento de sufrir la penetración”. Esta fantasía llevada al delirio sería una consecuencia de no contar con el significante fálico. Scheber no tiene el falo (aunque tenga pene), es el falo, es La mujer de dios.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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