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Lecciones de los maestros

Lecciones de los maestros

Mayo 10, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Imagen portada: La maestra rural, Diego Rivera (1932)

 

En realidad, como sabemos, la mayoría de aquellos a quienes confiamos a nuestros hijos en la enseñanza secundaria, a quienes acudimos en busca de guía y ejemplo, son unos sepultureros más o menos afables.

George Steiner

 

Lecciones de los maestros es el título de un extraordinario libro-homenaje sobre los maestros y el acto de enseñar realizado por el genial George Steiner en el año 2003. El autor, profesor él mismo en los cinco continentes durante muchos años, se pregunta qué es lo que confiere a un hombre o a una mujer el poder de enseñar a otro ser humano, “¿Dónde está la fuente de su autoridad?”. Ante sus cuestionamientos sobre el poder y la autoridad concedidos al maestro, Steiner nos plantea tres escenarios: en principio, señala que hay maestros que han destruido a sus discípulos psicológicamente y, en algunos casos, físicamente. Son maestros que quebrantan el espíritu, se aprovechan de la dependencia del alumno y se vuelven vampiros del alma. También, y en contraparte, dice, “ha habido pupilos, discípulos que han tergiversado, traicionado y destruido a sus maestros”. Y hay una tercera categoría que llama del intercambio: “el eros de la mutua confianza, incluso amor”. En ese escenario, el maestro aprende del discípulo cuando enseña. Ahí la donación apunta a ser recíproca: “La intensidad del diálogo genera amistad en el sentido más elevado de la palabra”. Después de muchos años por las aulas, como alumno y como maestro, puedo signar la contundente afirmación que Steiner realiza respecto a la altísima responsabilidad y pasión que se involucra detentar el poder de enseñar: “La enseñanza auténtica puede ser una empresa terriblemente peligrosa. El Maestro vivo toma en sus manos lo más íntimo de sus alumnos, la materia frágil e incendiaria de sus posibilidades. Accede a lo que concebimos como el alma y las raíces del ser, un acceso del cual la seducción erótica es la versión menor, si bien metafórica”.

La educación es una forma de lazo social y, por tanto, un vínculo amoroso donde se juega la libido sciendi, el deseo de conocer, el ansia de comprender. Esa forma de amor se puede reconocer, como lo hace Aristóteles, esencial en la constitución de las sociedades, en la moral social de occidente y es el fundamento del amor que el “hombre de bien” tiene por sí mismo. Decía Aristóteles que, cuando el alma se ama a sí misma, el intelecto y la razón pueden mantener la paz y la armonía, necesarios en el acto pedagógico, haciendo valer así la etimología de la palabra educar, que se deriva de ducere, es decir, conducir. Conducir hasta que el sujeto educando pueda ejercer el dominio de sí mismo.

George Steiner reconoce el valor y privilegio que produce enseñar, despertar en otros seres humanos sueños que se mantenían incluso desconocidos en el alumno. Es un privilegio ser cómplice de una posibilidad trascendente, así lo dice: “Es una satisfacción incomparable ser el servidor, el correo de lo esencial, sabiendo perfectamente que muy pocos pueden ser creadores o descubridores de primera categoría. Hasta en un nivel humilde —el del maestro de escuela—, enseñar, enseñar bien, es ser cómplice de una posibilidad trascendente.”

Una de las cuestiones que se plantea Steiner de inicio es, como ya se dijo, sobre ¿dónde está la fuente de autoridad del maestro? Sigmund Freud nos da indicios para elaborar una posible respuesta, en un escrito de 1914 con carácter autobiográfico que titula Sobre la psicología del colegial. Ahí, hablando de la pubertad-adolescencia y del desasimiento del niño con respecto a la dependencia con los padres, escribe el maestro vienés:

“Es en esta fase del desarrollo del joven cuando se produce su encuentro con los maestros. Ahora comprendemos nuestra relación con los profesores de la escuela secundaria. Estos hombres, que ni siquiera eran todos padres, se convirtieron para nosotros en sustitutos del padre. Por eso se nos aparecieron, aun siendo muy jóvenes, tan maduros, tan inalcanzablemente adultos. Trasferíamos sobre ellos el respeto y las expectativas del omnisciente padre de nuestros años infantiles, y luego empezamos a tratarlos como a nuestro padre en casa”.

Aunque en tiempos de virtualidad, debido a la pandemia Covid 19, la función del maestro necesariamente se ha visto puesta en cuestión, sin duda, aún en la virtualidad, se refrenda que todo proceso educativo implica la presencia del Otro. “Ningún medio, por expedito que sea, ningún materialismo, por triunfante que sea, pueden erradicar el amanecer que experimentamos cuando hemos comprendido a un Maestro”, escribe Steiner. Toda relación con el Otro está mediatizada por una demanda de amor: el proceso de aprendizaje, donde se presenta una relación asimétrica de los involucrados: el maestro enseñante, por un lado, y el alumno discípulo, por el otro. Ambos pueden sostenerse en ese lugar sólo por el reconocimiento del otro: no hay maestros sin que por lo menos un alumno lo reconozca como tal, y desde ahí le adjudique un saber y una autoridad: ahí se encuentra la esencia del acto educativo (el psicoanálisis le llama transferencia, más precisamente, “amor transferencia”) donde la palabra se vuelve el medio para transmitir lo que el alumno demanda obtener del maestro, al que le supone un saber, un saber que desde luego el maestro no tiene por ser él mismo efecto del lenguaje. De ahí la expresión de Sigmund Freud en el sentido de que la educación (lo mismo que gobernar y psicoanalizar) es una “profesión” imposible.

Conocemos el influjo que la palabra ejerce en el lazo social, sabemos sobre el poder y la influencia que se ejerce desde el discurso entre los seres humanos. El que transmite detenta el poder de la palabra, es su responsabilidad que el proceso de enseñanza-aprendizaje opere en una dimensión ética, salvo graves perjuicios.  Nuevamente Steiner: “Enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital el ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un Maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que, conscientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitarias, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza. La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente, un pecado”.

Los griegos de la antigüedad decían que el trabajo, labor, se realiza a partir de contar con tres elementos, y necesariamente los tres: una potencia o erótica suficiente para realizar el trabajo, una ética que permita que el trabajo produzca un bien en el semejante y, tercero, una estética que lo dote de lo bello. Sólo así una acción era considerada como trabajo, labor. Cuando se realiza una acción sin alguna de estas tres condiciones ya no se trataba de una labor sino pornos, pornografía. La pedagogía, la práctica docente y la enseñanza, demanda realizarse como una labor.

Pero también, lamentablemente, se padece la “educación” donde se quebranta el espíritu del alumno, se aniquila la pulsión de saber, se trata esencialmente de una enseñanza muerta y vengativa de las propias frustraciones del docente, se produce una antienzeñanza, como la llama Steiner. Son legión El autor nos hace ver que (y lamentablemente le tenemos que reconocer la razón) los buenos profesores o profesoras, aquellos que encienden las almas, son más escasos que los artistas virtuosos o los sabios.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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