Káos

Lucian Freud: los laberintos del cuerpo

Lucian Freud: los laberintos del cuerpo

Febrero 09, 2021 / Por Antonio Bello Quiroz

Ese periodo de la historia de la humanidad conocido como Modernidad —desde Descartes y pasando por la Iluminación y el Renacimiento— nos produce la imagen del hombre trágico, figura antropocéntrica que se sabe solo (aunque él quisiera ignorarlo), abandonado de Dios, y que encuentra su sostén en el surgimiento de las ciencias como nuevos dispositivos de saber y poder.

El Hombre, como objeto de estudio, pese a lo que podría pensarse, es una preocupación más bien reciente. Antes el mundo se preocupó por la naturaleza, el cosmos, los dioses, incluso la verdad o las matemáticas, pero no por el hombre.

El hombre como objeto de estudio y preocupación aparece en la historia de las ideas sólo a finales del siglo XVII, según enseña Michel Foucault. Vivirá, este hombre, como idea privilegiada, un rápido ascenso alcanzando su mayor fortalecimiento en el Siglo XIX, aunque paradójicamente encuentra ahí mismo, y fundamentalmente en el siglo XX, su ocaso y su muerte. Foucault, en Las palabras y las cosas, sostiene de manera radical que el hombre es un enunciado reciente que no cesa de desaparecer.

Este nuevo hombre solo, en condición de constante abandono de sí, se enfrenta al mundo con todos sus apetitos e inquietudes, aunque ya no es un reflejo de los misterios del cielo: sus venas ya no son los ríos del mundo ni sus brazos y piernas las cuatro estaciones como se menciona en el Tratado de medicina del Emperador Amarillo. La modernidad nos dejó, en fin, la imagen del hombre como un animal que no tiene lugar, como decía Nietzsche.

Sigmund Freud, al inventar el psicoanálisis (allá en la Viena de fin de Siglo, en el clímax romántico de la modernidad), justamente inventa un dispositivo (quizá el único en nuestra era) donde es posible escuchar a ese ser abandonado (en principio se escucha a las mujeres), sin lugar y sin Dios. Mediante ese singular dispositivo se posibilita escuchar los resquebrajamientos del ser positivo y útil que la modernidad preconiza, desgarraduras producidas por su propia razón, validadas en su propia palabra. El psicoanálisis escucha al enfermo de su razón, al enfermo de su alma. En fin, el psicoanálisis es el dispositivo donde se elabora un sujeto a partir de escuchar, sin coartadas como dice Jacques Derrida, las incertidumbres del hablante ser y lo vacilante del andar del hombre moderno. El psicoanálisis, visto de esta manera, ha resultado ser un oasis para el hombre moderno: un espacio donde hablará del ocaso de su ser y, con ello, le sea posible otra forma de ser. Un dispositivo que quizá sea, como sostiene Žižek, hoy más necesario que nunca.

El precio que Freud pagó por su invención fue alto, y lo sigue siendo (Freud mismo, en su propia voz, reconoce que nada le ha sido fácil). Al igual que en el mito de la caverna de Platón, Freud vivió en carne propia el rechazo de una sociedad reticente a pensarse a sí misma; enfrentó la resistencia del sujeto a verse las propias miserias, a desnudarse el alma para ver que no hay alma en términos metafísicos o incluso imaginarios sino un inconsciente que opera como un lenguaje.

En pleno ocaso de la modernidad, otro Freud, ahora Lucian Freud, nieto del doctor Sigmund Freud, fue pintor y también tuvo que luchar con el rechazo de la crítica ilustrada de su tiempo. Aún hoy su obra resulta intratable para muchos sectores de la crítica y para la sociedad en su conjunto. Lucian Freud realiza una obra gráfica donde la figura humana recupera la intensidad expresiva de los pintores clásicos y, sin embargo, en sus retratos y composiciones, el rostro y el cuerpo se van haciendo cada vez más desnudos, como si quisiera expresar con su pincel las profundidades laberínticas del ser, esas que enseñó a escuchar su muy famoso abuelo.

El pintor Lucian Freud (Berlín 1922-Londres 2011) fue hijo de Ernst Freud (quien fue a su vez uno de los seis hijos del inventor del psicoanálisis), con quien emigró a Londres con sólo 11 años de edad. En la plástica, fue alumno de Cedric Morris, quien lo alejó de los paisajes y bodegones donde Lucian pretendió esconder su talento. En la vida de Lucian Freud ocurre un hecho fortuito, un accidente donde por un descuido el joven provoca un incendio en el instituto de Morris. La sanción que se le impuso lo lleva a conocer la muy dura vida del marinero. A su retorno, se formó en la escuela de Suffolk, y a los 22 años realizó su primera exposición en solitario.

Desde sus primeros trazos muestra una incesante búsqueda de los misterios de la expresión humana, se concentra en los enigmas del cuerpo (herencia obliga). En su obra busca hacer visibles los pliegues de lo humano, como si intuyera que hay un desnudo en el desnudo, como lo podemos ver en Mujer con perro blanco de 1952 o Mujer en manta de 1953:

 

Pronto en su obra los desnudos se van haciendo más contundentes y, con ello, la afirmación de la condición sexuada de los cuerpos desnudos que poco a poco ocuparán el primer plano en su realización artística.

Durante 1954, junto con Francis Bacon y Ben Nicholson, Lucian Freud representa a Gran Bretaña durante la 27ª bienal de Venecia. La crítica a su obra se muestra severa. David Sylvester, por ejemplo, habla ya de una declinación de un arte que floreció demasiado pronto como, dice el crítico, puede verse en Hotel Bedroom de ese año 1954:

Sin embargo, su obra sufre un giro en esta época para darle lugar a esa parte muy particular del cuerpo que es la carne. Inicia aquí la búsqueda del desnudo en el cuerpo, en particular en el rostro. Su paleta de colores se transforma y sus poderosos trazos directos a la tela adquieren carácter original. En el pintor algo se ha sublimado y empieza el esplendor que su obra alcanzará en los años ochenta. Este esplendor lo podemos ver en Retrato de Rosa ( 1978-79) o Desnudo de un hombre con su amigo (1978-1980).

En la vasta obra pictórica de Lucian Freud el cuerpo adquiere estatus de extimidad (concepto propuesto por Jacques Lacan), es decir nos conecta con una exterioridad íntima.

Con Lucian Freud, en particular con sus retratos, nos podemos plantear las preguntas que Lacan se hacía en el seminario sobre La ética del psicoanálisis al interrogarse sobre la finalidad del arte: ¿el fin del arte es o no imitar? ¿El arte es una imitación de lo que representa?. Es conocida la postura de Platón al respecto. El filósofo hace caer al arte al grado último de las obras humanas, dado que para él todo lo que existe es ya una imitación de un más-que-real, de un supra real. Escribe Lacan, con respecto a Platón y la imitación: “si el arte imita, es una sombra de una sombra, una imitación de una imitación”. En este sentido, hay una especie de vanidad en la obra de arte, lo mismo que algo de vacuidad en tanto que apuesta a lo imposible: imitar lo inimitable. 

En Lucian Freud hay una imitación de un modelo, sin embargo, efectivamente, parece ser que se trata de una imitación de la imitación, como si atrás de la obra, entre el modelo y la obra, existiera algo (la Cosa) inaprensible y que sin embargo se muestra. En la obra del artista “algo” inasible se asoma y seduce. En algo tiene razón Platón, las obras de arte imitan los objetos que ellas representan. Al imitar el desnudo se muestra el desnudo, pero además algo “más” que el desnudo o, dicho de otra manera, se muestra en Lucian Freud el desnudo del desnudo.

Con esta mirada nueva, donde es posible pensar la obra de arte desde la noción de la Cosa (eso que está y produce fascinación, conmoción, trastorno incluso, pero al mismo tiempo resulta inasible, inefable), el creador nos muestra la relación del arte con lo real, hace surgir el objeto que constituye una renovación de su dignidad. Sabemos que para Lacan, también lo enseña en el seminario sobre la ética, la función de la sublimación es elevar el objeto a la dignidad de la Cosa; en este sentido, Lucian Freud eleva el cuerpo a la dignidad de la Cosa.

Es a partir de que el artista, Lucian Freud en nuestro caso, busca repetir el milagro de la sublimación (elevar el objeto a la dignidad de la Cosa) que se construye la historia del arte siempre a contracorriente, siempre en sentido transgresor dado que la Cosa, ese “algo” que hace singular a las objetos, resulta ser irrepresentable. Es la imposibilidad de representación lo que hace que el arte sea un discurso contra las normas reinantes, el arte es arte justamente por su carácter transgresor. Los desnudos de Lucian Freud son esencialmente desnudos del desnudo, única vía de acceso al desnudo.

Sus modelos eran anónimos, en su mayoría, pero también le da por pintar a sus familiares, su madre (en su lecho de muerte), sus esposas, sus hijos y sus amigos e incluso a personas célebres. El cuerpo, siempre el cuerpo, los gestos, la mirada, lo añejo de la carne. Quizá busca recorrer todos los laberintos del cuerpo, lo va desnudando mientras lo pliega, para alcanzar con sus pinceles el alma en el cuerpo.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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