Narrativa

El pastor y el diablo

El pastor y el diablo

Mayo 04, 2021 / Por Jorge Escamilla Udave

El joven pastor de cabras esperaba, como siempre, la señal para dirigirse de regreso a su casa: el último resplandor del sol brillando en tenue luz del ocaso, cerrando sus líneas difusas en el horizonte, la que indicaba el momento de levantarse de la prolongada jornada de atención y cuidados, sobre la enorme cantidad de cabezas balando de continuo.

Caminaba con la calma habitual de las personas que viven la monotonía del transcurrir del tiempo en los lugares donde la naturaleza todavía reina sobre los seres humanos. Con la cabeza en alto, mirando con deleite la luz crepuscular, se vio sorprendido junto con el hato de animales, pues sin anuncio previo la noche se cerró frente a sus ojos de forma poco habitual, dejando a los animales y a él mismo sin poder reaccionar frente a tan inesperado suceso.

Las cabras cesaron su protesta y con el silencio evidenciaron su miedo. En medio de la oscuridad, en la que no se podía ver más allá de sus narices, el pastor metió su mano en el morral y extrajo su flauta de carrizo, la llevó a su boca y comenzó a tocar una nota prolongada que ya conocían sus animales, lo que significaba para aquel peculiar ejército seguir los pasos del aquel que llevaba colgado el cencerro al cuello.

Lo único que se distinguía en la noche era el sonido chillón de la flauta, haciendo que el oído se impusiera sobre la mirada. El pastor, conociendo de memoria el terreno, encaminó sus pasos al estrecho sendero que conducía directamente al roble centenario que vigilaba desde el bordo de la cumbre de piedra maciza del acantilado. Desde ahí se distinguía el fondo del valle y apenas se alcanzaba a apreciar su minúsculo pueblo, perdido en la inmensidad y la bruma, creando la extraña sensación de que las miradas desde lo más alto del cielo planeaban como las águilas.

Al sentir la proximidad del roble, no sin apuros pudo distinguir su enorme tronco y su fronda, como un coloso que les saliera a cortar el paso. A pesar de su enorme tamaño, sólo a tientas pudo encontrar la roca que le servía de asiento, no lograba rivalizar con la anchura del tronco del árbol que le gustaba aprovechar como respaldo. Ahí mismo termino de tocar su alucinante melodía, aunque no podía precisar si las cabras se encontraban completas. Únicamente sentía su presencia por sus pequeños movimientos que hacían figurar una especie de bestia en piezas de rompecabezas recortando su silueta en la cerrada noche.

Sentía un gran desconcierto por el silencio que guardaban, y mientras buscaba una explicación lógica a lo que ocurría, revisó mentalmente el calendario aprendido a fuerza de mirar las estrellas y sus comportamientos, con la guía de las sabias palabras de los abuelos del pueblo. Sin embargo, no lograba recordar la proximidad de un eclipse, que es cuando sus cabras se quedan quietas y silenciosas, haciendo de cuenta que se les acortó el día para alimentarse y sobrevino la noche para dormir. Desconocía otro posible fenómeno ya que nunca lo hubiera tomado desprevenido.

En esas profundas reflexiones se encontraba cuando, de pronto, surgieron dos puntos rojos de un color rojo tan brillante que parecían antorchas que alguna persona cargara en sus manos casi juntas. Esos puntos atrajeron su atención y por un momento pensó que se trataba de alguien que venía en su auxilio con teas que rompían la tela oscura de la reinante oscuridad. Las dos luces parecían volar sin que nadie las condujera, y al pasar por sobre las cabezas de las cabras, éstas hincaban sus cuartos frontales y agachaban la cabeza hasta casi tocar el piso, permaneciendo quietas sin emitir balido alguno. Cuando hubieron cruzado por sobre todo el rebaño, se instalaron a unos metros del pastor que, sin pestañar, no las perdía de vista. De la nada se alcanzó a apreciar el cuerpo de un enorme macho cabrío que por su color negro, tan oscuro como la noche, su silueta únicamente se distinguía por el brillo de su larga melena, enmarcando las curvaturas del par de majestuosas astas.

Presagiando un mal augurio, el pastor lanzó sus palabras de advertencia, que sin embargo salieron temblorosas de su boca, delatando el miedo que tenía al encuentro:

—¡Jush, aléjate! No eres bienvenido aquí.

Los belfos del macho cabrío se movieron al tiempo en que surgía una cavernosa voz que helaba los huesos a quien la escuchaba.

—¿No puede un viajero cruzar por estas tierras sin ser recriminada su acción?

—No encuentro razón alguna para que tengas que importunar a personas humildes como yo, y asustando a los pobres animales provocando esos cambios en la naturaleza.

—La condena que cargo es, por así decirlo, un castigo inmerecido, pues la naturaleza reacciona a mi paso, como advirtiendo a los hombres de mi presencia. Si por mí fuera, pasaría contemplando la tarde y sus brillos que hace tiempo no tengo oportunidad de disfrutar; de esa vida sencilla de la gente en sus actividades cotidianas, pasando como un paria sin que tengan que atemorizarse por mi presencia.

—Cada uno es responsable de sus actos, y tus acciones tientan la voluntad humana. Por esa razón, ¡no pueden tener sobre ti un mejor castigo que impedir tu maléfica intervención en los actos humanos!

—No se me puede culpar por tener la voluntad de atender las peticiones humanas. ¡Las debilidades son propias de tus hermanos! Lo único que me mueve es hacer cumplir sus deseos en este mundo y que muestren un poco de recelo en promesas que obligadamente se tendrán que cumplir luego de una vida de sufrimiento. Es mejor un deseo cumplido en este mundo que las promesas en una supuesta gloria. ¡Vaya siendo que no exista! ¿No crees?

—No podrás convencerme de tu propósito. Como verás, mis aspiraciones son pocas, porque he tenido por suerte reconocer que en la humildad puedo encontrar respuesta a mis más íntimas preguntas.

—Precisamente mi paso por este lugar es saber si puedes ayudarme a encontrar respuesta a una verdad humana. Como verás, yo no puedo responderme. Siempre he sido un cabeza dura. Estoy cierto que puedes ayudarme.

—No estoy obligado a hacerlo. No lo deseo y, por tanto, no tienes autoridad para exigirlo.

—Ya lo creo que sí, pues en ello descubrirás una verdad que será revelada con tus propias acciones.

—Ya lo decía yo que no podías cruzarte en el camino de alguien sin buscar el provecho de hacerle daño en alguna forma.

—Tómala como una lección que te hará vivir muchos años o condenarte en la eternidad

—Comprendo que me pondrás a prueba. Mientras que esto no involucre a la pobre gente de mi pueblo, estaré dispuesto a enfrentarla pues no me importa lo que puedas hacer conmigo.

—Nada puedo hacerte. Tú mismo encontrarás en tu verdad: el daño o la salvación

—Nada temo a mi proceder y menos frente a ti. Es notorio que tengo miedo, soy hombre de fe y creo con los ojos cerrados en las enseñanzas que mis padres me dieron como herencia.

—¡Pues venga, que tu tiempo es muy preciado! Yo no tengo marca que me lo exija. Déjame decirte que la noche se tendió sin que yo lo mandara, aunque estás cierto que en respuesta de mi presencia esperaba aprovechar tu miedo y el de tus animales para que corrieran y se despeñaran en el acantilado. Sin embargo, con tu ayuda y tu cuidado se tranquilizaron, además con tu flauta las hiciste seguirte hasta el pie del árbol. A pesar de las dudas, pudiste encontrar una respuesta lógica a las cosas que estaban sucediendo. ¿Qué harías para salvarlas de la muerte?

—Nada que perturbara la obediencia a quien nos da la vida y quien nos la solicita de vuelta.

—Si te fuera dado decidir proteger al rebaño a costa de tu propia vida, ¿serías capaz de enfrentar esa verdad?

—No hay mejor prueba para mostrar una verdad que defendiendo con la vida lo que es el motivo y sentido de ella.

—Si ellas serán vendidas para dar dinero a tu familia y luego serán sacrificadas para dar de comer a la gente. ¿Qué obtendrías en todo caso al defenderlas previamente de su perentoria muerte?

—Responder a la confianza de mi familia al poner en mis manos la vida de seres inocentes.

—Los humanos tienen un peculiar sentido del amor y la justicia, si bien ello muestra que son interesados: sólo cuidan y alargan la vida de seres “inocentes” para entregarlos al matadero cuando bien les conviene.

—Estas reglas existen desde antes de que yo viniera a este mundo, y la vida se rige por ellas. No seré yo quien las violente, ni siquiera por motivo de tus provocaciones.

—Si decidiera en este momento lanzarlas por el abismo, estarías en la imposibilidad de detenerme. Pero yo podía hacerte una oferta de amigos: ¿qué responderías si te pidiera cambiar la vida de tus “queridos animalitos” por la tuya, pidiendo que saltes en su lugar?

—Si esa fuera la única alternativa, con gusto lo haría por salvarlas.

—No entiendo la terquedad del hombre. En caso de que eso muestre una verdad, dime tú: ¿en qué se fundamenta?

—Tú no logras discernir entre lo malo y lo que resulta bueno para la comunidad, pues sólo piensas en provecho propio. No alcanzas a saber que, de permitir que lances las cabras por el abismo, pondría en peligro la vida de toda mi familia, ya que no tendría, primero, una razón de peso con la que les pudiera explicar mi descuido y poca atención. Por ese motivo sería señalado tanto por mi familia, como por la comunidad que nunca me lo perdonaría. ¡Y así no podría vivir más entre ellos! No comprendes que mis familiares morirían de vergüenza antes que de hambre y eso es una verdad que tú nunca alcanzarás a discernir, pues los hilos de mis acciones están encadenados con solidez con los de mi familia y la comunidad entera.

—Tu verdad está dicha y yo no puedo con ella. Al salvarlas, te salvas y por lo mismo tu familia queda a salvo. ¡Nada puedo hacer contra ti! Reconozco que son fuertes tus convicciones. Te dejo en paz y de vuelta a tu tranquilidad habitual, pues con retirarme las cosas regresarán a su normalidad.

El macho cabrío pareció desvanecerse junto con la oscuridad que dio paso a una noche tranquila tachonada por un cielo estrellado. Las cabras comenzaron su balido habitual mientras el joven pastor volvió llevarse la flauta a los labios y entonar una tonadilla que sus eternos acompañantes reconocieron como la señal del regreso a casa. El animal del cencerro se puso a la cabeza justo detrás del flautista y así emprendieron el retorno a casa.

El joven pastor sintió que algo distinto flotaba en el ambiente. Incluso podía asegurar que las cabras sentían lo mismo que él, pues en los brazos de la naturaleza todas las criaturas son iguales. A nadie enteraría de lo que había ocurrido en lo alto del risco, y tampoco nunca se atrevería a contar que había sido puesto a prueba por el mismísimo Diablo, quien no tuvo armas para enfrentar la nítida verdad de un pastor.

Jorge Escamilla Udave

Jorge Escamilla Udave
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