Narrativa

Inquietante mirada

Inquietante mirada

Agosto 02, 2022 / Por Yadhira Ruiz

Te miro mientras encuentro en la película una carga de escándalo moral. Cuántas veces me ha pasado… Estoy queriendo encontrar una salida. El cineasta hipócrita propone mirar el error y el extremo espejo que coloca ante cada espectador en la autoevaluación. Me pregunto si estás de acuerdo. Me miras y sonríes. Siento miedo. Dices, alzando las cejas, que es una buena propuesta del autor. Sonríes y tengo ganas de abofetearte.

Acostados en la cama, recuerdo que no estoy cómoda. Intento mirarte y entender que no importa después de más de diez años juntos. Pero tus ojos fijos en la televisión me dicen que hay mucha distancia. Tengo vértigo, como si me rebasara el hecho de ver y ser cómplice. El engaño envuelve, pero la comodidad de la cama me dice que no soy yo.

Sé que no hay peligro en mirar una película acostados en la cama. Después de diez años sería extraño pensar que no somos dos almas conocidas y hermanas. Intento convencerme y te abrazo, e intento encontrar cobijo en ti, contra lo que la trama expone. Me besas.

Expuestas cada una de las mujeres en la cinta y colocadas en el punto del encierro y secuestro, todo se desborda hacia lo inevitable: sacrificios. El protagonista y sus múltiples personalidades se alimentan de sus mujeres indefensas. Y comen las entrañas de quienes presume son impuras…

Cuántas veces se puede retratar la violencia sin sentir, plantea el autor mientras la trama exhibe a la psiquiatra que ha perdido la cuenta de los mensajes de ayuda de las personalidades de su paciente. Ahora no distingue con quién habla cada vez. No veo a Gabriel, le dice de frente durante la sesión, atendiendo a uno de los más de veinte mensajes de ayuda. Soy yo, soy Gabriel, responde. Ella no advierte el punto en que su paciente se descubre como un cazador. A quemarropa dispara a la psiquiatra y simbólicamente a sus invasores. Ahora es el líder y conciencia máxima. Fausto, jugando ajedrez, logra jaque y hace desaparecer su única salvación. Corre desesperado hacia una estridente libertad. Días después la psiquiatra es hallada en su consultorio, muerta y con las costillas fracturadas, sin entrañas.

El final de la película me deja de mal humor. Me repito que no eres tú, que estoy enojada con el cineasta. ¡Qué rayos! Apago el televisor, me estiro y te abrazo. Compartimos el resto de la tarde y me dices que estás feliz. Te sirvo una rebanada de pastel y tomamos el té. El silencio nos hace cómplices y esta vez estoy en paz.

De noche, en nuestra habitación, aparece en su estridente libertad, con su mirada inquietante. La puerta se cierra mientras grito asustada y tú, desde la sala, corres hacia mí. El gato mirando por la ventana maúlla y rasga el vidrio.

Con un paño en mano se acerca. Lucho, pero su fuerza me vence y me duerme cuando coloca el paño en mi nariz. El gato, desesperado, sigue maullando y se reúnen más alrededor que hacen lo mismo.

Desesperado golpeas la puerta. Yo inmóvil. Logras abrir y me miras durmiendo con la ventana abierta y los gatos huyen mientras se aleja en la obscuridad.

Yadhira Ruiz

Liduvina Yadhira Ruiz Ruiz Nació en Ciudad de México pero desde su niñez vive en Puebla de Zaragoza. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Ibero Puebla. Al terminar, laboró como asistente en el departamento de Difusión Cultural de la misma casa de estudios. Durante seis años se desempeñó como periodista cultural y ha participado en periódicos en Puebla como El Financiero, La Opinión, ¿¡Cómo!?, la revista para ocio Ónix, el suplemento cultural Metzcalli.

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