Narrativa

La muerte de Fernando Percino escrita por Fernando Percino

La muerte de Fernando Percino escrita por Fernando Percino

Octubre 14, 2022 / Por Fernando Percino

Para Alan, Richard y Xóchitl

 

Capítulo 1

 

Fue a la bóveda celeste a sacar un archivo. Sonó el teléfono. Era Mónica, había pasado mucho tiempo desde la última charla.

 

—Hola, Moni.

—Desaparecida, mucho trabajo, me imagino.

—Sí.

—Chaparra, ¿te acuerdas de Fer Percino, el chico que te quería cuando eras joven? Murió antier. Escribía horrible, pero no era un mal tipo.

 

Yesenia se quedó sin aliento. Colgó.

 

 

Capítulo 2

 

Recibió un mensaje de WhatsApp de Tatiana, su eterna amiga de Puebla. Era una esquela de un periódico en línea:

“En eContraste lamentamos la muerte de nuestro colaborador y amigo, el escritor Fernando Percino. Pronta resignación para sus seres queridos.”

Se le fue la respiración y se puso a llorar.

Muchos años estuvo enojada con él por la forma en cómo la había representado en un cuento con mucho humor negro. Después lo perdonó y entendió que el texto era un tributo oscuro. Citlali concluyó que el cuento era una metáfora en la que el escritor tuvo que matar, por fuerza, los recuerdos de esa relación que tuvieron y tanto le dolían.

Ambos se quisieron tanto.

Tania le dijo que lamentaba mucho la muerte de Fer y que fuese ella quien le informase.

“Sé lo importante que era para ti, fuerte abrazo Citla. Te quiero mucho.”

A ella no le gustaba beber, pero ese día sacó dos botellas, ya abiertas, de brandy de la bodega de su padre, quien tenía poco de haber fallecido también.

Se emborrachó, lloró mucho y se quedó dormida recordando el día que Fer y ella hacían una tarea en el Carlos Marx de Piedra de la Facultad de Administración.

 

 

Capítulo 3

 

Lalo, el pasante, subió a la oficina.

—Licenciado Valeriano, lamento informarle que su hijo ha muerto. Acaba de llamar Rubén para avisarnos. Lo siento mucho.

—¿A ver pendejo! ¿Cuál de todos mis hijos? Sí sabes que tengo un chingo, ¿no?

—Disculpe mi error, licenciado. Se trata de Fernando.

Valeriano se levantó, bufó como un toro. Fue al mini bar que estaba en la siguiente sala. Sacó de un mueble una botella de mezcal y un caballito. Regresó a la oficina con Lalo. Se sirvió y bebió en su escritorio. Bufó de nuevo.

—Ese maricón profeminista dejó de ser mi hijo cuando escribió tantas chingaderas sobre mí en sus putos libros. Ya no era mi sangre, era un traidor de esta familia.

—Lic. Yo entiendo que tenían sus diferencias, pero Fer donó sangre para la operación que usted tuvo no hace mucho. Es más, dejó de beber alcohol una noche antes, en el cumpleaños de uno de sus mejores amigos, para poder donar. Y ahora se fue para siempre...

—¿Cómo sabes lo del cumpleaños?

—Es conveniente para la historia.

—¡Ah!

Volvió a servirse y volvió a beber de a Hidalgo.

—¿Sabes, lacayo? A ese maldito yo lo salvé de la muerte. Su madre no quería tener hijos. Abortó dos veces antes que Fernando naciera. Tuve que convencerla para que ese cabrón no se fuera al limbo y me pagó con desprecio y difamación. Lárgate a tu casa. Hoy sales temprano.

—Gracias. Mi más sentido pésame

Valeriano chasqueó.

—¿No quiere saber cómo murió?

—Ña, lárgate ya.

Valeriano fue a su cuarto. Sacó un álbum de fotografías. Ahí aparecía el hijo de unos cinco años. Un niño arriba de un chapulín grande de plástico, de juguete, con ruedas. Estaba gordito y chapeado. Años después Fernando Percino cambiaría ese vehículo por una motocicleta que Valeriano le regaló en un cumpleaños.

El licenciado agarró una peda que duró dos días.

 

 

Acto IV

 

Sala de un departamento de INFONAVIT. Muebles de precio ni tan caro ni tan barato. Un papá y su hijo ven las noticias en la tele mientras comen chicharrines.

 

Conductor de TV: En Televisión Maya lamentamos la muerte del escritor poblano Fernando Percino. Gran autor, pero mejor ser humano. Todos quienes tuvimos oportunidad de conocerle lo vamos a extrañar mucho. Escribió libros que iban sobre Puebla, en su mayoría, de los pocos nacidos acá que exploró con sagacidad nuestros municipios, ya sean urbanos o rurales, lo hizo con pasión. Obras como Mutter o Mañana es tu silencio quedan como un gran legado de Fernando. Yo tuve la oportunidad de entrevistarlo acá en el estudio un par de veces. La última, cuando ganó un premio nacional de novela, poniendo muy en alto a Puebla. Fue egresado de una licenciatura en la UPAEP en Administración Turística y una maestría en la UDLA en Letras. Llegó a trabajar de Delivery para pagar sus estudios y se ganó el corazón de mucha gente, por su voluntad y su gran corazón. También trabajó muchos años en la Procuraduría de Tlaxcala, dónde se inspiró para varias de sus historias policiacas. En paz descanse, Fer Percino. Pronta resignación a sus seres queridos.

Fontimbras: Mira, ya se murió ese pendejo, pá.

Denethor segundo: ¿Y quién chingados era? Ya no me acuerdo.

Fontimbras : El pendejo Didi que atropellaste hace como tres años con el Audi.

Denethor segundo: Ah, ¡qué bueno! Un pendejo menos en el mundo. Un pendejo conductor menos. Su cagada me costó ocho mil pesos de deducible del seguro.

Fontimbras: Fue una mamada que te echarán la culpa a ti sólo porque ibas de reversa. Pero ese motoneto ya no joderá a nadie más.

Denethor segundo: Ya cámbiale a la Champions.

 

 

Capítulo 5

 

Micky se quedó con Estefanía. Que ya llevaba seis meses en Puebla después de divorciarse en Monterrey, eso le permitió estar a tiempo en el sepelio de su hermano, el escritor Fernando Percino.

Estefanía vivía sola. Rentaba un departamento cerca de Plaza San Diego, en Cholula.

Acá va un poco de la relación de una mujer soltera mayor de treinta con un perro puddle mini toy de más de 13 años y con catarata en un ojo, que sólo puede comer pollo y croquetas especiales para mantenerse sano por un problema que tiene en el riñón y con una hernia:

“¡Pinche Micky, ya te orinaste en la cocina, carajo!”

“Mickey ya no ladres, son las tres de la mañana, y debo levantarme muy temprano, por piedad.”

“Mickey, carajo, se me olvidó cocinar tu pechuga. ¡Chingaos! Voy a tener que pedir una ya preparada por Rapid.”

“Mickey, ya no chilles, por favor. Sé que extrañas a Fer. Yo también lo extraño, mira que hijo de la chingada, que te dejó solo.”

Estefanía estaba muy estresada con el perro, pero fue la única que aceptó el reto de quedarse con él. Le dolía ver cómo Micky extrañaba a Fernando. Se notaba una gran codependencia. El pequeño can se quedaba en la puerta del departamento mucho tiempo sentado, como esperando irse a casa en cualquier momento y que Fernando regresase por él, como cuando lo llevaba a peluquería con la Veterinaria.

Ella ya no podía dormir por los chillidos, aullidos y ladridos del perro por la madrugada.

Cinco días después se llevó a Micky en una jaula transportadora. Lo iba a dormir.

Fernando era su mejor amigo y además su hermano. Estefanía estaba devastada. Ella era el día y Fer la noche. Una chica blanca como el sol y el otro prieto como la carretera. Eran un Yin Yang en perfecto equilibrio. Fer era seis años mayor que ella y a ratos fue una figura paterna, pues Estefanía jamás convivió con el licenciado Valeriano, porque los abandonó al poco tiempo de que ella nació. Fer hizo lo que pudo como joven padre sustituto.

De camino a la Veterinaria, vio unas piñatas colgadas en una tienda de abarrotes. Se detuvo. Fernando Percino escribió un libro para ella, se llamó Fox. En el sale un pasaje de la infancia en Coatzacoalcos, con los abuelos. Fer narra el día que Estef rompió su primera piñata en una fiesta de año nuevo.

Estefanía se puso a llorar. Miró a Micky adentro de la jaula.

Regresó al departamento, se sentó en el sillón. Abrazó y besó al perro en la frente.

“Vamos a salir de esta, corazón.”

 

 

Capítulo 6

 

Salió de la colonia Tres Cruces faltando quince minutos para las dos de la mañana. Verificó que la camioneta tuviera la gasolina necesaria y se fue por periférico para tomar la autopista.

Pensó que había borrado la playlist que hizo con él cuando fueron a Veracruz, pero no, ahí estaba, escondida en sus favoritos de la aplicación. Se preguntó si Fernando la había quitado de su cuenta. Lo más seguro es que no.

Lo odió y lo amó. Habían pasado muchos años de aquel viaje a Veracruz. ¿Cuántos 7, 8, 9? ¿Quién sabe? Lo odió porque jamás regresó a ella. Lo amó porque era un tipo entrañable. ¿Quién más en su vida había escrito y publicado una novela entera para restaurar una relación? Nadie, ningún otro. Eso era Papel de terciopelo, su libro, de ella, una larga canción de amor que apelaba a la reconciliación y también se convirtió, de forma accidental, en la primera obra publicada de Fernando Percino.

La carretera estaba serena. Manejó rápido y segura. Vio sus ojos en el retrovisor, brillaban como perlas negras. Bebió de su Gatorade de limón.

Sonaron las canciones del placer y el dolor. Cantó:

“El triste”, la versión de Julieta Venegas.

“Applause”, de Lady Gaga

“Instant Crush”, la de los Elephant

“Get Lucky”, de Daft Punk

Y otras más...

Lloró. Se acordó cuando estaban en el hotel, en la cama él se puso encima de ella. La miró fijamente a la cara.

—Hey, ¿qué tienes ahí?

—¿Dondé? —Preguntó ella.

—Ahí, en el ojo.

—Ay, ya me espantaste. Revísame, ¡rápido!

Se acercó. Ella cayó en la trampa, cuando estaba tan cerca de sus labios con el pretexto de la revisión ocular, la besó. Con pasión.

Ella se rió mientras se dejaba vencer.

—Eres un tonto, pero te amo.

—Te amo.

Fernando estaba muerto. Tantos años sin saber de él y cuando regresó, volvió sólo con su nombre en una esquela.

Llegó al Puerto de Veracruz para ver el amanecer, como alguna vez lo contempló con Fernando. El cielo negro transmutando al naranja, luego al azul. El aire era cálido. La playa estaba desierta y el mar era una hermosa inmensidad. Ella era el viento.

Tenía en sus manos una bolsa de plástico, adentro estaba un libro, su libro: Papel de terciopelo. Se adentró en el mar y aventó con todas sus fuerzas aquella bolsa para consumar al puerto como un cementerio marino.

Cuando iba de regreso a la camioneta vio a una joven pareja que pasaba por ahí. Les pidió que le tomaran una foto a ella teniendo como fondo el mar y los restos del amanecer en el cielo.

La fotografía se parecía tanto a aquella que Fernando le tomó tiempo atrás. Una recreación del final de la película Terminator.

 

 

Séptimo arte

 

Froylan y Adriano salieron de ver Media noche en París, de Woody Allen, en las salas del CCU de la BUAP. Froylan fue compañero de Fernando Percino en la maestría de la UDLA y Adriano era el joven ahijado del escritor muerto. Los tres hicieron una sólida amistad por su amor al cine.

—Fue una extraña experiencia ver la película que más le gustaba a Fer de Woody Allen acá, donde siempre quedamos de ver alguna función juntos y al final nunca se pudo —dijo Adriano con un tono de melancolía.

—Fer estaba loco, pero era un gran amigo. Lo vamos a extrañar bastante. Me siento feliz de que me acercara a ti. ¿Quieres ir por unas chelas? —Froylan estaba despeinado, llevaba puesta una playera de The Doors.

Fueron a un botanero cercano a la IBERO.

—¿No pasa nada si te desvelas? Yo mañana tendré algo de trabajo, pero pues un par de chelas para brindar por el buen Fer nunca están de más —Froy le dió un trago a su chamochela.

—Mañana no tendré clases, así que no pasa nada. Salud por el buen Fer Percino.

Brindaron.

—Oye, mano tengo una duda. El libro de cuentos de Fer llamado Samantha Oscura, ¿lo tomó del nombre de tu mamá?

Adriano se puso rojo y se rió.

—En efecto, en una de esas Fer pudo ser mi padre, creo. Ni mamá ni Fer me hablaron algunas vez de sus asuntos completamente, aunque sí lo consideré siempre un mentor, a él le debo mucho de mi formación cultural.

Fernando Percino convenció a Adriano de que sería un gran director de cine y lo motivó a estudiar la carrera en la BUAP. Él lo llevó por primera vez a la Cineteca Nacional y ambos parecían niños en una juguetería. Ese día el padrino le dijo al ahijado: “Algún día van a estrenar una película tuya aquí y yo te voy a acompañar para que brindemos con un mezcal”.

—Siempre le admiré a Fer su fuerza de voluntad para enfrentar sus adversidades. Era como mi héroe, hizo tanto con tan poco amor, un hombre solitario, un loco estilo David Lynch —Adriano miró su reflejo en el tarro de cerveza.

—Sabes, a lo mejor es muy viajado lo que te voy a proponer, pero ¿qué te parece si filmamos juntos el guion que te dejó?

Adriano alzó la vista y fijó con determinación su mirada en los ojos de Froylan. Le contestó.

 

 

Ocho

 

En memoria de Meneses y Fitzgerald, mis maestros

 

Mientras llueve, Percino hace correcciones a su tesis de maestría. Siente que falta poco para cerrarla. La nueva asesora hizo crecer el texto de una manera prodigiosa y él se siente motivado de estar a nada de presentar al mundo su mejor obra.

El cuarto que renta en la colonia Volcanes es sobrio. Ya se han colado algunas ratas para robar comida, pero es lo que puede pagar. Percino quedó en ruinas después de su divorcio. Apenas y disfruta y padece la compañía de su viejo perro Micky, que ya se puso a ladrar otra vez, pidiendo comida o quizá un paseo al parque que está junto a la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe.

Sobre su escritorio reposa, intacto, el libro de su amiga venezolana Leticia Martínez. Debe tener lista una reseña antes del sábado, esas reseñas que son más bien crónicas sobre la experiencia de conocer autores y ser su amigo. Ya habría escrito sobre Conrado, Judith, Luis. Faltaba su querida Leticia. Cuando ella llegó de Venezuela él le regaló un chinito de la suerte color amarillo para desearle abundancia en tierras mexicanas.

Piensa en América. ¿Cómo podría haber salvado su matrimonio con ella? Al final, sí pesaron los 20 años de diferencia que había entre ambos. Ahora ella estaba triunfando con su obra escultórica en Berlín, mientras él, Fernando Percino, alguna vez flamante ganador de un Premio Nacional de Novela, apenas y podía mantenerse a sí mismo y a su perro, pues tenía poco de haber terminado el periodo de una beca estatal y no tenía un trabajo fijo.

¿Qué has hecho de tu juventud? Ante esta pregunta, Percino aspira entera y de un jalón la línea de polvo blanco que está junto a la computadora. Afuera, los personajes de su novela caminan en el año 2002. Alguien activó la invención de Morel.

La vista se le nubla, se le atraviesa una náusea. El brazo izquierdo hormiguea. Suena You want it darker, de Leonard Cohen, en el Spotify del ordenador. El cuerpo se hace estatua. Se va de bruces sobre el tablero.

La pantalla:

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Fernando Percino

Es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publicó cuentos en el suplemento cultural *Catedral* del diario *Síntesis*, la novela *Velvet Cabaret* (2015), el libro de cuentos *Lucina* (2016), el libro de crónicas *Diarios de Teca* (2016) y la novela breve *Volk* (2018). Fue miembro del consejo editorial de las revistas: *Chido BUAP* y *Vanguardia: Todas las expresiones*. Fue funcionario público. Actualmente es chofer de UBER y estandupero ocasional.

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