Tinta insomne

Eclipse

Eclipse

Marzo 03, 2023 / Por Fabiola Morales Gasca

Acuérdate de la belleza de la vida. Mira las estrellas y vete corriendo con ellas.

Marco Aurelio

 

Las estrellas son las cicatrices del universo.

Ricky Maye

 

En clase nos preguntaron qué día de la semana nos gusta más. Yo respondí que el domingo porque los paseos familiares me encantan, o mejor dicho me encantaban. Íbamos todos al parque y disfrutábamos desayunar al aire libre sobre el mantel de cuadros que mamá colocaba sobre el débil pasto de invierno. Saboreábamos el gran cono de helado de vainilla con chocolate y nos mojábamos en la fuente saltarina. El ritmo de la música marcaba nuestras carreras sobre el húmedo piso que rodeaba la fuente. Las tardes solían ser tranquilas: hacíamos la tarea que no habíamos hecho desde el viernes y nos preparábamos para ir a la escuela. Teníamos listo todo para iniciar la semana, los uniformes con blancas playeras y los listones coloridos para el cabello, sin duda nuestro mundo era bueno. Aunque terminara las tareas a las doce de la noche o a veces no hubiera mermelada de fresa para untarla en el pan con mantequilla, yo era muy feliz. Me gustaba ver la lluvia de estrellas al aire libre y me gustaba el olor del mar en verano. Tenía el padre más bueno del mundo y la mejor madre sobre la tierra. Eso era suficiente para mí.

 

Pero el mundo no es perfecto: un día las cosas cambiaron. Empecé a notar cosas raras. Mis padres se encerraban en su cuarto y discutían. A veces escuchaba los gritos tras la puerta mientras hacia un esfuerzo por no escuchar aquellas palabras. Me sentaba con el corazón encogido y miraba insistente mis libros de astronomía con algunos de los de mapas estelares que me regalaron a los nueve años. Me tapaba los oídos con gruesos algodones, me encerraba en mi habitación y no salía hasta estar segura que el silencio reinaba. Abrazaba con fuerza a Mina, la gatita blanca que un día mamá nos obsequió, mientras Sofía, mi hermana pequeña, se quedaba dormida en su cama. A Mina y a mí la noche nos sorprendía y nos arrullaban los grillos. Aunque las discusiones habían cesado, mi corazón sentía tristeza. Fue cuando inició en mí la necesidad de observar con detenimiento las estrellas. En el libro encontré el siguiente párrafo: “Para el pueblo yolngu del norte de Australia, la constelación de Orión, para ellos llamada Julpan, es una canoa. La historia cuenta de tres hermanos que fueron a pescar y uno de ellos comió un pez que estaba prohibido por su ley. El Sol, al ver esto, se llevó a los tres hermanos y a la canoa al cielo. Las tres estrellas en el centro de la constelación, que forman el cinturón de Orión en la mitología occidental, son los tres hermanos, la nebulosa de Orión por encima de ellos es el pez prohibido, y las estrellas brillantes Betelgeuse y Rigel son la proa y la popa de la canoa.” Ansiaba subir a esa barca y que me llevara lejos, en el universo, para ver como mis manos se llenan de la escarcha estelar que impregna la bóveda celeste. Anhelé estar en el centro del cinturón de Orión mientras afuera mis padres peleaban.

Al día siguiente, después de la noche de golpes y gritos, mamá y papá se trataban con indiferencia. En un esfuerzo por aparentar que no pasaba nada, hacían sus actividades cotidianas, pero la verdad es que ellos no sabían fingir bien. Yo veía en sus caras el disgusto. Mina se restregaba en mis piernas y yo espantaba la tensión acariciando a mi blanca gatita. Deseaba que todo el enojo de mis padres desapareciera como las nubes negras después de una intensa lluvia. Deseaba que todo se desvaneciera  como las ojeras y la palidez por contemplar el cielo nocturno.

La maestra sabe que me gusta ver las estrellas, no me ha dicho nada por quedarme dormida en sus clases. Hoy me ha regalado un libro sobre mantos estelares y galaxias. Hay cosas que no tienen sentido para mí, supongo que para los adultos es lo mismo. Aunque creo que a veces se comportan peor que nosotros. Cuando oíamos gritar a mis padres, la pequeña Sofía se echaba a llorar quedito en un rincón de la sala. A veces corría a abrazarla. Un día me preguntó si ese era el fin de la infancia. No sé bien si Mina sintió el mismo hueco en el estómago que mi hermana y yo sentimos en ese instante. No sabía qué hacer ni que contestarle, sólo acariciaba más a la gatita. Las tres nos abrazábamos.

¿Por qué se puede saber casi todo de las estrellas y de las personas no? ¿Habrá libros sobre cómo son las personas y cómo cuidar de ellas?

Un día tomé del librero un álbum viejo. Mire las fotos de mis padres jóvenes, fotos mucho antes de casarse, su sonrisa era fresca y natural. Mi mamá de joven era una mujer muy guapa, la luz de sus ojos irradiaba la felicidad del mundo. En mi libro dice “Los Yolngu, habitantes de Australia, el Sol-mujer es llamado Walu, quien enciende un pequeño fuego cada mañana, y que nosotros vemos como el alba. Derramando en las nubes su color ocre rojo, para crear el amanecer, Walu, después enciende una antorcha y se mueve con ella a lo largo del cielo para crear la luz del día.” Para nosotras, mi madre es Wali. Es un Sol-mujer, sin ella no habría luz. Cuando reviso las fotos, sé que ellas nunca mienten: mi madre parecía una niña feliz con su gran helado en mano mientras el abuelo la cargaba en medio del parque. Hay otra foto que me gusta mucho, cuando mi padre le pone un anillo en la mano, son luciérnagas resplandeciendo de felicidad, con gente que ríe a su alrededor. Sofía y Mina se me unieron para ver más fotos: El día de su boda, el blanco pastel, la fiesta sencilla en un jardín, el abrazo en la playa, los dos pintando de azul la pared de la nueva casa, la pequeña mesa cuadrada con un rosa blanca. También hay fotos de mis padres en su trabajo, viajes y fiestas. Mamá embarazada, mamá cargándome con Sofía y mamá con una alegría que se resistió a reinar por muchos años.

Mientras Mina lamía con su pequeña lengua mi mano le pregunté ¿Por qué el amor duele? Es algo que mi mamá siempre pregunta a la pared y nadie contesta, mientras mi padre azota la puerta. Lo mismo le pregunto yo a la noche que oculta el cinturón de Orión.

No había pensado nunca sobre los inicios y finales hasta que un día, leyendo sobre la edad de las estrellas, leí que cuando una de ellas es joven su luz es azul; cuando son maduras, dependiendo de su masa son amarillas o naranjas, finalmente en su “muerte” son blancas. En medio de los gritos de mis padres, nuevamente escuchamos golpes continuos en la puerta, mamá lloraba y pedía ayuda. Pensaba en mi madre como una gran estrella azul brillando, luego parpadeando. Intentábamos entrar pero no pudimos. Ella pasaba de azul a blanco para terminar desintegrándose. La vecina entró a la casa con dos policías, me miró con cierta preocupación y nos preguntó si estábamos bien. Nos llevó a su casa, nos dio de cenar y nos llevó a dormir. Le extrañó que no quisiera soltar mi libro sobre constelaciones. Le extrañó que supiera tanto de estrellas.

Hay inicios y finales. Hay astros jóvenes y otros muriéndose. Ignoro si tengan sufrimiento y dolor o si se quejan como mis padres. Un mes en casa, dos costillas rotas y el rostro morado de mamá me confirmaban que tal vez sí; si toda materia se transforma y deja de ser algo para convertirse en otra cosa, ¿por qué no dejo de ir a la escuela? ¿Por qué el gato y Sofía no dejan de chillar en la noche? ¿Por qué los astros sólo tienen que brillar en la noche?

Mamá no sale de su recámara más tiempo, me dice que no debo de ponerme triste, que todo estará bien. Es contradictorio, pues en su mirada se desprende una melancolía centelleante. Mamá casi no sonríe y nos dice que los golpes no duelen tanto como las palabras. Me pregunto si es verdad. Hay estrellas como palabras dulces y alegres. Palabras lejanas o cercanas, como el Alpha Centauri. Hay palabras fuertes y blandas, las hay pequeñitas y largas como un tren con su pesada carga. Existen cometas, asteroides y palabras ligeras como viento, que vuelan y dan libertad, mientras que hay palabras que son piedras lanzadas al viento para herir. Palabras enormes y pesadas como NML Cygni. No creo que las palabras lastimen, sólo nos dan brillo como las estrellas. Sin embargo, me doy cuenta, desde aquel día que llegaron los policías por mi padre, aquel día que le dijo a mi mamá ramera y muchas cosas sin sentido, que mi madre llora por cualquier cosa.

Reviso de nuevo las fotos de nosotros cuatro como una familia completa, recuerdo cuando papá compró la lavadora y su caja enorme que nos sirvió durante más de una semana para escondernos a mi hermana y a mí. Todo era divertido en esos días, papá olía a pasteles de nuez y fresa. Ahora él tiene muchas canas y algo en su sonrisa no es auténtico.

 

Desde que salió mamá del hospital y la vecina nos cuidó por lástima, han pasado muchos meses, años luz de recuerdos y olvido. A mis doce años casi ya no veo las estrellas ni la luna, he perdido el interés por ellas. Desde hace meses no salimos de paseo los domingos ni paseamos el espantoso mantel a cuadros; aunque ocasionalmente salíamos a comer helados y jugábamos con el agua de la fuente, me siento triste. En uno de mis libros viene que para el pueblo Warlpiri cuando el Sol-mujer se oculta detrás de una Luna-hombre hay un eclipse. El hombre-luna y la mujer-sol son complemento No sé si papá entienda que al salir de casa una fisura muy pequeñita se abrió en mi corazón. Sofía repite seguido que hemos perdido la infancia, mamá dice que no y que tengamos paciencia ¿Cómo tenerla si la veo llorar en las noches? Su apagado llanto me impide buscar con calma las estrellas escondidas tras el humo de la ciudad.

 

Papá llegó a pedir perdón, lloró tanto que mamá lo dejó entrar a casa. Mina salió corriendo en cuanto lo vio, pero a mi hermana y a mí nos dio gusto. Han pasado días y parece normal la casa. Tal vez no hemos perdido la infancia. ¡Con lo que me encanta ir a patinar y jugar con mis amigas! La maestra nos volvió a repetir en clase que habrá un eclipse lunar el fin de semana. Repito con Mina mis lecciones y hago la tarea. Mi hermana ya no orina la cama. El amor debería ser tan eterno como las estrellas.

Es domingo de madrugada. Mis padres empiezan a discutir, me pongo algodón en los oídos y me encierro en la habitación. Tomo mis libros de mapas estelares y abrazo a mi hermana. Más gritos, más golpes. Cierro los ojos con más fuerza. No oigo nada, nada ¡Tengo orejas de palo! ¡Tengo orejas de palo! Yo tenía al mejor padre del mundo, ahora ya no. Tenía a la madre más feliz del mundo, hoy no. No escucho nada. Tanto silencio me aterra, tengo miedo de abrir la puerta. Me levanto despacio y abro la ventana. Mi corazón me dice que es hora de ver la vía láctea. Observó el cinturón de Orión, quiero estar en el centro. Quiero subirme a la canoa Julpa y pedir un deseo. No es posible. Hay eclipse: Luna-hombre ha cubierto a Mujer-sol.

 

¡NO A LA VIOLENCIA!

 

Cuento publicado en Eclipses (2022) Bitácora de vuelos. Colección Fuegos (Narrativa).

En Amazon  https://www.amazon.com/dp/B0BCCXM6KH   © Fabiola Morales Gasca

Fabiola Morales Gasca

Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.

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