Tinta insomne
Noviembre 29, 2024 / Por Fabiola Morales Gasca
El cuerpo no es solamente el sitio donde reposa nuestra existencia. El cuerpo no sólo es nuestro territorio natal donde parten nuestras luchas diarias, es el sitio por excelencia (¿acaso supervivencia?) donde nuestros deseos y limitaciones anidan. El cuerpo ha sido tema de discusión desde la antigüedad. Platón, Descartes, Foucault y cientos más de pensadores han aportado sus ideas buscando bordarlas con la idea del alma, espíritu o mente. Cuerpo y alma se funden para formar lo que conocemos como un ser vivo. Para Platón, el cuerpo era la cárcel del alma, en el sentido de que constituye una limitación a los deseos. El alma existe ligada al cuerpo, está forzada a sentir a través de él y no por sí misma, como si en un calabozo se encontrase. Mientras que para el filósofo e historiador francés Michael Foucault, es el alma la verdadera cárcel del cuerpo, porque impone deseos que van en contra de lo que es bueno para nuestros cuerpos.
Judith Butler en su ensayo Cuerpos y poder reconsiderados señala que además “el cuerpo no es una sustancia, una superficie, un objeto inerte o intrínsecamente dócil; ni es un conjunto de pulsiones internas que lo califican como el lugar de la rebelión y la resistencia. Entendido como el punto nodal, el nexo, este sitio de la aplicación del poder sufre una redirección y, en este sentido, es un cierto tipo de padecimiento [undergoing]. Así que si el ‘nexo’ redefine el poder como lo que es estrategia, significando actividad, dispersión y transvaloración, entonces el ‘nexo’ redefine el cuerpo como lo que es también una especie de padecimiento, la condición de una redirección activa, tensa.”
Butler, tras analizar algunas de las ideas de Foucault en Vigilar y castigar, coincide con su autor: “Hay un reconocimiento de que el poder está involucrado en la propia realización de lo que somos y en restringir las formas en que podemos referirnos a nosotros mismos y finalmente representarnos a nosotros mismos” (Butler, 2017). Es decir, el cuerpo no es sólo de nuestro interés particular sino que forma parte de una construcción social y cultural. Esta idea impuesta por lo que debe ser un cuerpo humano la mayoría de las ocasiones es determinada por políticas impuestas. Los cuerpos tanto de hombres como de mujeres son definidos por mecanismos de poder específicos. Así, Butler se pregunta: ¿Qué significa estar sujeto al poder de tal manera que el poder lo ate a su propia identidad?
Ella misma responde a la inquietante pregunta: “nos apegaremos a nosotros mismos a través de normas mediadoras, normas que nos devuelven el sentido de quiénes somos, normas que cultivarán nuestra inversión en nosotros mismos. Pero dependiendo de cuáles sean estas normas, estaremos limitados a ese grado en cómo podríamos persistir en lo que somos. Lo que cae fuera de las normas no será, en sentido estricto, reconocible. Y esto no significa que sea inconsecuente; por el contrario, es precisamente ese dominio de nosotros mismos el que vivimos sin reconocer, el cual persistimos en un sentido de desobediencia, para el cual no tenemos vocabulario, sino que soportamos sin saberlo. Esto puede ser, claramente, una fuente de sufrimiento. Pero también puede ser el signo de cierta distancia de las normas reguladoras, y también un sitio de nuevas posibilidades” (Butler, 2017). Es evidente que en mayor o menor medida las normas nos someten, nos restringen.
El cuerpo está como eje en varias de las narraciones a lo largo de la historia, como la escrita por Mary Shelley en 1816 en una noche veraniega cerca del lago Leman, en Suiza: Frankenstein. Ahí se describe a esta criatura fuera de los cánones como un ser humanoide, de gran estatura, piel amarillenta y translúcida, que deja ver los músculos y arterias. Su pelo negro y grasoso, sus ojos acuosos que parecen hundirse en sus pálidas órbitas, genera inquietud sólo al verlo. Pese al aspecto horroroso del cuerpo de Frankenstein, en él se alberga un espíritu sensible y un corazón cargado de buenas intenciones, pero esto no parece importar mucho a los ojos humanos porque Frankenstein es catalogado como monstruo. De forma inevitable, la apariencia es carta de presentación.
El cuerpo, con su belleza y horror fluye en los libros, en la literatura actual como una expresión lejos de lo romántico de siglos anteriores; se manifiesta más real y plural en las nuevas plumas, lejos de los cuerpos perfectos de las musas. La escritura reciente, con sus referencias al cuerpo, son acaso un leve anhelo de deshacerse de él y de sus dolores. Tal es el caso del cuerpo travesti descrito en Las malas, de Camila Sosa. Su narración no sólo es el testimonio de una vida sino un clamor de los cuerpos despreciados y a la vez deseados por impulsos sexuales reprimidos, el cuerpo de la imposibilidad maternal. Camila Sosa nos cuenta, al sufrir en carne propia el hecho de habitar un cuerpo travesti, que es “la continuación de la guerra” (Sosa Villada, 28). Un cuerpo ininteligible, monstruoso, sometido, que no tiene paz en su alma. Un cuerpo sometido por el binarismo y el escrutinio social. Así “Será humano, entonces, aquel en el que haya operado la represión fundacional de lo animal que habita en él, configurando una identidad unitaria, coherente y estable, normativamente sexuada y generizada. Toda transgresión en este encadenamiento de términos vinculados a partir de relaciones de coherencia y continuidad se pagará con la ininteligibilidad, el no reconocimiento que pesa sobre aquellos cuerpos monstruosos que quedan reducidos a la condición de meros «vivientes»” (Gomariz, 2021)
Otro libro que merece leerse por esta extrañeza y rompimiento con la normalidad es El cuerpo en que nací, novela de Guadalupe Nettel. Aquí se narra la historia de la protagonista que nace con un defecto en el ojo. El monólogo constante de la niña entrando a su adolescencia nos introduce a un México de los años setenta y las ideologías de su momento. La incomodidad del cuerpo y su extrañeza se ve acompañada con la experiencia de viajar a los Estados Unidos como a Aix-en-Provence, para encontrarse con su madre. El choque cultural y la no aceptación de su cuerpo harán de ella «una niña retraída, en los límites de lo antisocial» (137). Sus viajes representan no sólo la expedición del héroe sino la búsqueda incesante, la formación de personalidad, la transformación y aceptación del propio cuerpo, algo que muchos de nosotros hacemos a lo largo de la vida. La misma autora, en La hija única, trata el cuerpo femenino desde la maternidad y los mitos que giran alrededor. Las voces femeninas que componen este libro tratan sobre afrontar la maternidad desde aspectos y cambios psicológicos hasta los de la carne. El cuerpo de la mujer es vital para el funcionamiento social reproductivo como depósito de nueve meses de embarazo, otros tantos meses de lactancia, las frecuentes desveladas y la angustia constante de la crianza, la niñez y de la adolescencia. Nettel plantea que “la sociedad está diseñada para que seamos nosotras, y no los hombres, quienes se encarguen de cuidar a los hijos, y eso implica muchas veces sacrificar la carrera, las actividades solitarias, el erotismo y en ocasiones la pareja”. Hay una pregunta latente en este libro ¿Vale realmente la pena?
“Después del embarazo, su vientre se había surcado de estrías, y justo por encima del vello púbico se extendía hacia los lados la cicatriz de la cesárea. La obstetra que la atendió había tenido la delicadeza de hacerle el corte lo más abajo para poder ocultarla, pero ella no podía quitarle la vista encima siempre que se miraba desnuda en un espejo de cuerpo entero. Su color marrón oscuro, pero sobre todo la forma en que su piel desbordaba por encima de la marca como un flan mal cuajado le resultaba monstruosos. El ombligo tampoco había recuperado su forma original. Aurelio en cambio seguía teniendo un cuerpo tan perfecto como siempre. Su piel no se había dilatado nunca como la suya, y por lo tanto ahora no colgaba. Para ser padre le había bastado con eyacular un chorro de esperma dentro de ella” (187-188).
Amparo Dávila, Mónica Ojeda, Marta Sanz, Isabel Allende y otras escritoras han puesto los detalles cotidianos en la corporalidad femenina. Actualmente muchas mujeres han tocado el punto sensible de la corporalidad a través de las narraciones. ¿Por qué? Porque tienen derecho de expresarse, porque sólo son ellas capaces de tocar matices que los hombres pasan por alto y porque su propio cuerpo se erige como un paradigma, un punto donde observar la femineidad. Sigmund Freud, a principios del siglo XX planteó con el psicoanálisis nuevas formas de ver el mundo y el cuerpo. Para Freud, estudioso de la psique humana, el símbolo, la palabra, es más importante que lo real (la carne, lo biológico), en tanto que es capaz de modificarle. Para él, hay una anatomía psíquica formada en la percepción interna del sujeto. Este cuerpo psíquico se constituye por medio de la imagen, la representación, que opera como intermediario con el cuerpo biológico. Es en ese cuerpo representado psíquicamente donde habita el sufrimiento subjetivo, ahí se anida el dolor de existir. Sin ese cuerpo representado, como ocurre con todos los demás seres vivos, habría dolor, sin duda, pero no sufrimiento. “Es mediante ese cuerpo hablante, interior, subjetivo, psíquico, erógeno, que se hace posible ir más allá en la relación con el Otro, más allá de los ciclos biológicos, naturales, que se cierran en la conservación y la reproducción. El cuerpo psíquico no puede ser constituido sin el Otro.”
A lo largo de la Historia Universal, para las mujeres la representación del cuerpo a través del otro tiene más peso que su propia concepción frente al espejo. Además, el cuerpo femenino se ha construido durante siglos a partir de la percepción masculina de lo que debe ser o no hermoso. Con la posmodernidad, sobre el endeble ideal del cuerpo femenino se ha puesto un peso adicional: un exagerado cuidado. La idea de belleza y salud actual no dejan espacio para la enfermedad, vejez y muerte, procesos naturales en los seres humanos. Mónica Bellucci, una de las mujeres más bellas en la industria cinematográfica, dijo sobre los negativos comentarios tras una pasarela en alfombra roja: “Envejecí sin pedir permiso, desatando tormentas y provocando la indignación de quienes combaten ferozmente el paso del tiempo. Tuve el valor de caminar por la alfombra roja, mostrando con orgullo mi rostro y cuerpo tal como son: con arrugas, una mirada más profunda y el peso que la vida me ha dado, sin dudarlo y sin prestar atención a los que persiguen la eterna juventud. Y eso me llena de satisfacción. Porque alguien tiene que decirle al mundo que envejecer no tiene nada de vergonzoso”.
No sólo la literatura sino también el cine revela la necesidad de manifestar otros estados del cuerpo como parte elemental de la naturaleza humana. Para ello basta ver el subgénero Body Horror, o terror corporal, que apareció por primera vez en 1983 y que usa al cuerpo humano como fuente de miedo y brutalidad. IMDb lo describe de esta forma: “El subgénero del terror corporal se caracteriza por la transformación, deformación o degradación física y psicológica del cuerpo humano. En las historias de terror corporal, el propio cuerpo humano se convierte en una fuente de miedo, ansiedad y repugnancia, a menudo a través de representaciones gráficas y perturbadoras de cambios corporales, mutilaciones o alteraciones”.
El filme La sustancia, recién puesto en cartelera y protagonizado por Demi Moore y Margaret Qualley, es una inquietante fantasía de Body Horror. Se debe considerar, más que como una impactante película de terror, como una reflexión sobre los actuales estereotipos de belleza, juventud y del valor que le damos a las personas por su cuerpo. La sustancia ha dado de qué hablar porque manifiesta la paradoja actual de los efectos de una belleza desbordante. El ideal de belleza posmoderna nos lleva al conflicto de si podemos aceptar la enfermedad, la vejez y por lo tanto la muerte misma. La sustancia, a través de sus fuertes escenas de mutilación, sangre y mutantes, lejos del horror o de la risa, nos debe de llevar a la reflexión sobre qué tanto estamos dispuestos a ceder por tener una versión “más joven y mejor” de nosotros mismos.
Desde la literatura, Mary Shelley, en Frankenstein o el moderno Prometeo, presenta el conflicto constante que entabla el monstruoso ser creado por Víctor con todas aquellas personas con que se encuentra. En la novela hay una discusión acerca de qué es la humanidad y qué la belleza, y cómo se relacionan. También se refleja una violencia tácita: aunque el monstruo reflexiona, siente, recuerda y puede pensar como un ser humano, es rechazado por su condición estética. Debemos de situarnos en el pensamiento del siglo XIX, donde de los ideales defendían que toda belleza era expresión de la divinidad y que la bondad absoluta estaba profundamente enraizada en aquella. “Shelley se situaría en el terreno de las excepciones, más cercana a un pensamiento nietzscheano o crítico de los juicios sociales. La belleza del monstruo, o su ausencia, se debe más a cómo observan los otros a este que a cómo sea él en realidad, puesto que nadie (exceptuando al ciego y, en parte, a Frankenstein) observa lo agradable de los sentimientos del ser despojado. La maldad de este también nace de la agresividad con que lo recibe el mundo.” (Wagner, 2020)
Mary Shelley expone “el desconsuelo existencial ante un mundo injusto, en el que la belleza es un absoluto que se impone” y como contraparte lo contrarios a lo bello y, entonces, malo. La autora probablemente hace una crítica al universalismo de los valores y busca la reivindicación de una actuación social radicalmente distinta de la expuesta. “La literatura expone, de la mano de Shelley, los daños que la ley, entendida en sentido dogmático, produce en aquellos que se hallan subyugados a la misma.” (Wagner, 2020) Al final regresamos a la pregunta que se planteaba Judith Butler: ¿Qué significa estar sujeto al poder de tal manera que el poder lo ate a su propia identidad? Específicamente, ¿cómo ver nuestra propia belleza sin depender de la mirada del otro? Retornar a lecturas filosóficas antiguas no está de más. Leer historias que hablen sobre todo tipo de cuerpos de forma franca y abierta nunca sobrará para entender mejor y empatizar. Replantearnos quiénes somos, qué cultivamos para nosotros mismos y los más cercanos, nos ayudará a contrarrestar las normas y limitaciones que nos sujetan. Es cierto que nos representamos a través de la mirada de los otros, pero sólo si hemos mirado con calma desde nuestro interior podemos aceptar y apreciar la mejor belleza frente a nuestro espejo.
REFERENCIAS
Butler, J. (2017). Cuerpos y poder reconsiderados. Publicado por NDM 19 enero, 2017 https://nochedelmundo.wordpress.com/2017/01/19/cuerpos-y-poder-reconsiderados-por-judith-butler/
Gomariz, Tomás. (2021). El cuerpo como exceso intestimoniable: poesía y figuras de la animalidad en “Las malas” de Camila Sosa Villada. XIII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. Dirección: https://www.aacademica.org/000-012/207 Y ARK: https://n2t.net/ark:/13683/even/nOm
Sosa Villada, Camila (2019). Las malas. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Tusquets Editores.
Nettel Guadalupe. (2019). El cuerpo en que nací. México: Anagrama.
Nettel Guadalupe. (2020). La hija única. México: Anagrama.
Wagner Moll Alberto. La noción de belleza en Frankenstein. El cuaderno estudios literarios. Febrero 2020. https://elcuadernodigital.com/2020/02/21/la-nocion-de-belleza-en-frankenstein/
Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.
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