Tinta insomne

Patsey y las mujeres en América Latina

Patsey y las mujeres en América Latina

Junio 17, 2022 / Por Fabiola Morales Gasca

Solomon Northup fue un hombre afroamericano libre del estado de Nueva York que, en 1841, fue secuestrado y vendido como esclavo en Washington D. C. Trabajó forzosamente en varias plantaciones de Luisiana hasta su rescate en 1853. Northup narra su historia en Doce años de esclavitud, libro donde también cuenta la vida de una mujer negra, compañera del dolor de cautiverio. La imagen que queda de ella a través de sus narraciones se pierde cuando el hombre se aleja en la búsqueda de su propia libertad personal.

Si uno busca información sobre esta mujer, cuyo nombre era Patsey, hallamos que era una esclava de ascendencia guineana. Su madre, nacida en Guinea, fue esclavizada y llevada a Cuba. Luego la vendieron a una familia apellidada Buford, en el sur de los Estados Unidos. Se cree que Patsey nació alrededor de 1830 en Carolina del Sur. En 1843, cuando tenía 13 años, fue vendida a Edwin Epps, en el estado de Louisiana. Según Northup, Epps tenía modales repulsivos, sin sentido de bondad o justicia. Solomon Northup y Patsey trabajaron en la plantación de Epps, el cual la llamaba La reina de los campos por su habilidad para recolectar grandes cantidades de algodón, hasta 500 libras por día. Northup dijo que ella era diferente a los otros esclavos y que tenía un espíritu inquebrantable. Patsey comenzó a ser violada por Edwin Epps. Si ella se resistía a sus demandas sexuales, era azotada y la esposa de Epps, celosa, también la maltrataba.

Su espalda estaba marcada por miles de latigazos, y no porque fuera negligente con su trabajo, ni porque tuviese un espíritu rebelde, sino porque era la esclava de un amo licencioso y una ama celosa. Ella atraía la lujuriosa atención del primero y corría el peligro de perder la vida a manos de la segunda, y ambos la trataban de forma execrable (Northup, p. 125)

Era vigilada al extremo. Así, cuando va a la plantación vecina por una pastilla de jabón es castigada por Edwin Epps quien le ordena a Northup azotarla. De acuerdo con la narración de Northup, primero obedece y luego se niega. Edwin Epps toma el látigo hasta que literalmente desolla a su esclava con más de 50 latigazos. Patsey no muere, pero queda quebrada de espíritu. “Una profunda tristeza se apoderó de su alma y nunca más volvió a moverse con sus andares alegres y ágiles, y sus ojos perdieron aquella chispa tan característica suya” (Northup, p. 170). Finalmente cuando Northup logra salir de la plantación, en 1853, describe su partida:

De regreso al carruaje, Patsey salió de detrás de una cabaña y me echó los brazos al cuello.

—¡Platt! —gritó con lágrimas que le corrían por las mejillas—, vas a quedar libre, te marchas lejos, donde nunca volveremos a verte. Me has librado de un montón de latigazos, Platt; me alegro de que vayas a ser libre, pero, Dios mío, Dios mío, ¿qué va a ser de mí? (Northup, p. 204)

Casi diez años después, durante la Guerra Civil estadounidense, llegó a la plantación el 110° Regimiento de Infantería de Nueva York. Conocieron a Bob, uno de los hombres esclavizados mencionados en el libro de Northup, que varios de los soldados habían leído. “Patsey dejó la plantación en mayo de 1863 con los soldados de la Unión.” (White, 2017)

En la actualidad hay varias investigaciones que giran en torno a Patsey. Se ha buscado su genealogía y su destino final. ¿Qué fue de esta mujer de color, amiga cercana de Northup y una de las principales figuras de su libro?¿Sucumbió ante uno de los tantos brotes de enfermedades que asolaron las comunidades de esclavos de su época? ¿Cedió ante las fuertes palizas de Epps o los celos desquiciados de su esposa? ¿O fue vendida después? ¿Viajó durante tras la Guerra Civil o se quedó a radicar en Luisiana?

Es difícil hallarla en los registros. Tras la emancipación, los esclavos no tenían dinero ni medios y a menudo se veían obligados a dedicarse a la aparcería, es decir un contrato a cambio de la explotación por lo cual recibían un poco de dinero. Muchos esclavos se quedaron en su zona de confort y pocos emigraron. Algunos que dejaban a los antiguos amos tomaban el apellido de ellos o de sus maestros. Se cree que Patsey tomó el apellido del amo de su madre, que era Buford, aunque es probable que su madre también acompañara a Patsey a otra plantación en Luisiana cuyo propietario se apellidaba Williams. (Schoenherrsfoto, 2020)

Pero independientemente de la suerte final del Patsey, de la historia de Solomon Northup nos queda todo el sufrimiento emocional y físico que los amos infligieron a la raza negra y un doble dolor por el daño que Edwin Epps infligió a la joven. Tuvieron que pasar más de cien años para que las primeras mujeres negras alzaran su voz contra la doble opresión por la que pasaban: el hecho de ser mujeres y ser de color.

La antropóloga social Ochy Curiel, en su texto Crítica poscolonial desde las prácticas políticas del feminismo antirracista, traza parte de la historia del movimiento femenino negro y comenta la importante aportación al feminismo en general. El pensamiento feminista antirracista y poscolonial surge en los años setenta en los Estados Unidos y es antecedente para los movimientos en América Latina y el Caribe. Ella señala que debemos traer a nuestra mente a “Maria Stewart, primera mujer negra que señaló en público el racismo y el sexismo en Estados Unidos, en una conferencia en 1831, así como también a Sojourner Truth que en su discurso “¡Acaso no soy una Mujer!”, emitido en la primera Convención Nacional de 1851 celebrada en Worcester, Massachussets”, así como la acción de Rosa Parks, quien con su negativa a cederle el asiento a un hombre blanco en 1955, una época de la segregación racial en el sur de los Estados Unidos. También recordemos a “Angela Davis, icono de la lucha por los derechos civiles, quien enriqueció la perspectiva feminista al articular la clase con el antirracismo y el antisexismo, no solo en sus contribuciones teóricas sino también en su práctica política.” (Curiel, p.95).

Para Ochy Curiel, estas mujeres son antecedentes del Black Feminism, “propuesta que interrelaciona categorías como sexo, ‘raza’, clase y sexualidad en el marco de sociedades poscoloniales, y que ha dado lugar a lo que actualmente se denomina feminismo tercermundista y, en muchos casos, feminismo poscolonial.” (Curiel, p.95). La socióloga Patricia Hill Collins ha contribuido a sistematizar el pensamiento político intelectual del Black Feminism. Considera que este pensamiento tiene dos componentes: su contenido temático y su enfoque epistemológico, que parte de experiencias concretas de las mujeres negras como conocedoras situadas. Todo esto lo sintetiza bien en lo que Collins denomina matriz de dominación. “El feminismo negro ha sido sin duda una de las propuestas más completas, a diferencia del sesgo racista del feminismo y del sesgo sexista del movimiento por los derechos civiles; ha contribuido a completar la teoría feminista y la teoría del racismo al explicitar cómo el racismo, junto con el sexismo y el clasismo, afectan a las mujeres.” (Collins, p. 289)

Así la historia de Patsey narrada por Solomon Northup tiene más de una dimensión, porque observamos que el peso no solo recae en las políticas racistas del tono de su piel sino por el enorme sesgo sexista impuesto siglos atrás. Para las participantes del Black Feminism el compromiso está en luchar “contra la opresión racial, sexual, heterosexual y clasista, y que nuestra tarea específica es el desarrollo de un análisis y una práctica integrados basados en el hecho de que los sistemas mayores de opresión se eslabonan” (Curiel, p.95). Para ellas, el Feminismo Negro es “lógico movimiento político para combatir las opresiones simultáneas y múltiples a las que enfrentan todas las mujeres de color. Una combinada posición antirracista y antisexista nos juntó inicialmente, y mientras nos desarrollábamos políticamente nos dirigimos al heterosexismo y la opresión económica del capitalismo” (Curiel, p. 96)

La activista dominicana Ochy Curiel nos recuerda que “El Black Feminism y el feminismo chicano en Estados Unidos han sido definitivamente dos de las propuestas más radicales que se han producido contra los efectos del colonialismo desde una visión materialista, antirracista y antisexista, que mucho ha aportado a las voces críticas en América Latina y el Caribe, y que deben convertirse en referencia importante para la teoría y práctica poscolonial.” (Curiel, p. 98) Para referirnos a las mujeres racializadas en América Latina y el Caribe debemos hablar de la colonialidad y su poder, así como sus efectos en las mujeres. Una de las graves secuelas del colonialismo fue la construcción de las nuevas naciones latinoamericanas y caribeñas bajo la idea de homogeneización con una perspectiva eurocéntrica, propuesta nacional a través de la ideología del mestizaje que aspiró a lo europeo como forma de mejorar la raza. Esta “supuesta democracia racial que muchos de los intelectuales de los años treinta instalaron como matriz civilizatoria” (98) en realidad fue también una ideología de dominación, “una manera de mantener las desigualdades socioeconómicas entre blancos, indios y negros, encubriendo y silenciando la permanencia del prejuicio de color, de las discriminaciones raciales y del racismo como dominación.” (98) Así, la nacionalidad latinoamericana y caribeña se sustenta sobre el mito de democracia racial que en realidad negaba la existencia del racismo.

Una de las contribuciones de las feministas afrodescendientes en América Latina y el Caribe es poner en evidencia “esta secuela del colonialismo, este mestizaje que supuso violencia y violaciones para las mujeres.” (Curiel, p. 98) Las experiencias de las mujeres han servido para formar teoría, “que desde un enfoque feminista han introducido la variable sexo/género para entender el patriarcado desde la instalación de los Estados nacionales. Pero las afrolatinas y caribeñas también han analizado cómo la visión de los estudios de las mujeres en la época colonial ha estado atravesada por una mirada colonialista y occidental, al ser las mujeres reducidas a sus roles de reproductoras de esclavos, madres de leche o como objeto sexual de los amos, o a lo sumo, estudiadas como fuerza de trabajo en el sistema esclavista” (Curiel, p 98). Además, durante centenas de años han existido formas de resistencia, así como fugas y otras formas radicales y arriesgadas de mujeres afro para salirse de la lógica y su la realidad esclavista.

Teóricas latinas han señalado estas desigualdades e intersecciones de poder. Por ejemplo Gayle Rubin menciona “toda sociedad tiene un sistema sexo-género, un conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanos es conformada por la intervención humana y social y satisfecha en forma convencional.” Por su parte, Mariana Alvarado, en Epistemologías feministas latinoamericanas: Un cruce en el camino junto-a-otras pero no-junta-a-todas, nos señala el pensamiento de otras latinas, como Breny Mendoza, Gloria Anzaldúa y Chela Sandoval, que señalan que “La colonización creó las condiciones para una distribución de roles y de posiciones de sujeto que llevó a las mujeres africanas e indígenas a perder los vínculos y relaciones que sostenían con los varones en el marco de las que se configuraban sus vidas previas a la conquista. Fueron sometidas a formas de relación de subordinación, dependencia y explotación bajo los varones colonizadores y los colonizados. Los varones “colonizados cedieron para conservar parte del control en sus sociedades. La subordinación de género parece haber sido la moneda con la que se tranzó la conservación del poder falo centrado” (Alvarado, p. 16-17)

Considero que el feminismo debe mucho al Black Feminism, a las mujeres racializadas en América Latina y el Caribe. Ellas han mostrado desde sus propias experiencias la opresión racial y sexual en beneficio de lo heterosexual y clasista. Ellas han mostrado que el primer feminismo surgido no bastaba para desenmascarar la injusta y doble desigualdad que arrasaron con  millones de mujeres afrodescendientes e indígenas, ya que las opresiones se acumulan y eslabonan.

Tal vez no exista ningún Solomon Northup latino que escriba y se comparezca de la compañera de esclavitud, tal vez debido a ese pacto de varones conquistador-conquistado. Ningún hombre en la búsqueda de su propia libertad se atreve a mirar las cicatrices de las esclavas latinas o con descendencia afro. Queda que las propias mujeres racializadas en América Latina y el Caribe curen sus propias cicatrices. Durante siglos ellas han hallado la forma de sobrevivir, prevalecer y prosperar por sí mismas sin ser propiedad de alguien. También hoy ellas, como nosotras, están luchando por ser dueñas de su propio cuerpo y espíritu. Ellas también buscan desesperadamente las formas de narrar su propia historia para mostrarla a los ojos del mundo entero. Sus ideas nos llaman al amor, a la desesperada suplica de igualdad. Debemos atender sus narraciones, escuchar su historia, que también es la nuestra, si no las escuchamos ¿qué será de nosotras?

 

Referencias  bibliográficas:

Alvarado, Mariana (2016). “Epistemologías feministas latinoamericanas: un cruce en el camino junto-a-otras, pero no-junta-a-todas”. INCIHUSA–CC– Mendoza, religacion. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades. I (3), 9-32. Recuperado de https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/43837

Collins, Patricia (1998). “La política del pensamiento feminista negro”, en Marysa Navarro y Catherine R. Stimpson (comps.), ¿Qué son los estudios de mujeres?, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Curiel, Ochy (2007). “Crítica poscolonial desde las prácticas políticas del feminismo antirracista”. Nómadas (Col), (26),92-101. Recuperado de: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105115241010

Gayle, Rubin (1975) “The traffic in women: notes on the Political Economy of sex” in: Reiter, Rayana (Comp.) Toward an Antropology of women. Neuva York. Mnthy Review Press. Publicado en castellano en Mastrangelo, Stella (Trad). 1986 Nueva Antropología Vol VIII, núm. 30, México

Martínez, Silvana, & Agüero, Juan (2020). Cartografías epistemológicas feministas: del feminismo occidental a la descolonización de los feminismos. La Manzana de la Discordia. doi:10.25100/lamanzanadeladiscordia.v15i2.9979

Mercedes Jabardo (ed.) (2012). Feminismos negros. Una antología. Madrid. España: Traficantes de Sueños.

Northup, Solomon (1853). Twelve Years a Slave: Narrative of Solomon Northup, a citizen of New York, kidnapped in Washington city in 1841, and rescued in 1853, from a cotton plantation near the Red River in Louisiana. Derby & Miller. p. 362. ISBN 978-1-84391-471-6.

Schoenherrsfoto. “Encontrar al verdadero Patsey de 12 años de esclavitud”. Consultada https://schoenherrsfoto.se/what-ll-become-me

Northup, Solomon. (1853). Doce años de esclavitud. EpubLibre. Rescatado de https://mep.janium.net/janium/Documentos/249165.pdf

White Jonathan W. ( 21 de Marzo 2017). The enduring legacy of Patsey. Civil War Era. https://www.journalofthecivilwarera.org/2017/03/enduring-legacy-patsey/

Fabiola Morales Gasca

Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.

Fabiola Morales Gasca
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