Ubú
Diciembre 30, 2020 / Por Ismael Ledesma Mateos
Me apena mucho que un gran escritor e intelectual como Guillermo Sheridan escriba las diatribas que recientemente han aparecido en la revista Letras Libres, cargadas de ideología y de odio en contra de la transformación que se está emprendiendo en el país. Recuerdo de él un texto extraordinario que publicó en La Jornada el 23 de febrero de 1997, que me encantó y que, cuando lo difundí en mi trabajo en la UNAM, generó malestar entre algunos amigos y colegas. Ahí decía, con sobrada razón, que: “Los mecanismos diseñados por las universidades y el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) para condicionar los ingresos de los académicos a su producción comprobable (los ‘estímulos’), han aumentado la cantidad de currícula, pero no necesariamente la producción de conocimiento ni su calidad. También han creado nuevas, solapadas formas de corrupción académica”.
Y Prosigue: “Los estímulos pueden llegar a constituir hasta las cuatro quintas partes del ingreso de un académico: más que un sobresueldo, son la sobrevivencia. Como los estímulos se otorgan con un criterio de cantidad, es natural que el académico prefiera emprender cinco proyectitos de un año a un proyecto de cinco años. Consecuencia: los resultados son desplazados por los resultaditos. Desde luego no todos, pero muchos académicos, someten su deseo de saber a su necesidad de informar. Como cada tres años van a evaluarlos, los impulsos inciertos de su curiosidad claudican ante los réditos concretos del puntaje. Varios proyectitos parciales, que llenan informes, son preferibles a uno que dilate en arrojar patentes o publicaciones. Se subordina el impredecible deseo de conocimiento al escrutinio periódico de unos evaluadores (que ganan puntos por serlo), sin más tiempo que para contabilizar los cuadros sinópticos […] Un elemento curioso en todo este proceso es que las mismas instituciones que fijan las condiciones aportan los medios para cumplirlas. De ahí que los ‘académico-administrativos’, los acadestrativos que controlan esos medios con la parte administrativa de su poder, sean más poderosos que antes (y desde luego que los académicos que carecen de poder administrativo). Los acadestrativos pueden reclutar ayudantes, servicios socialeros y alumnos que les hagan el trabajo, o condicionar el de otros al reparto de puntos (se imprime tu libro, pero le hago el prólogo). Esto, que se llama coordinar, gana tantos o más puntos que saber, que es más difícil que coordinar. La impartición de cursos, el merecimiento de grados, las publicaciones y los premios, han aumentado en proporción directa a los estímulos en subasta. Y no es que haya una súbita bonanza del conocimiento: lo que hay es bonanza de puntos disponibles. En una bolsa tan especulativa como la de valores aumenta la inversión en currícula, no necesariamente la producción de inteligencia”.
Me parece un texto genial, cuya perspectiva comparto completamente, un texto crítico, pleno de sentido y ese concepto de acadestrativo es de una enorme potencia y nos da una idea de la burocratización de la vida académica de las instituciones educativas en el contexto de los gobiernos neoliberales, un escrito crítico que nos lleva a la reflexión. Sin embargo, ahora en el 2020, me sorprenden las posturas de Sheridan, que aparece como un personaje derechizado al servicio de los detractores del régimen. Es así que el 20 de diciembre de 2020, en Letras Libres, escribió un artículo titulado “¿De quién es el Conacyt? (I)”, donde luego de una serie de diletancias históricas tales como decir que: “El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) es la culminación de un largo proceso histórico. Inicia con el primer teotihuacano que leyó las estrellas y el primer maya que hizo matemáticas. Siguió en 1551 con la Imperial y Regia Universidad de México que dispuso fundar el invasor Carlos V, quien ya podría ir pidiendo perdón por habernos impuesto el estudio de la medicina, las matemáticas, la astronomía y lenguas indígenas. Luego vendrían los seminarios y las ‘sociedades’ científicas, y después los institutos y las universidades, hasta que el Estado decidió en 1970 consagrar el valor de esa potencia intelectual en el Conacyt. Conviven en él, pues, de Carlos de Sigüenza y Góngora a Francisco Bulnes y de ellos a Mario Molina y hasta la más joven miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). El Conacyt es de todos los científicos que ha habido, hay y habrá en México y, desde luego, de todos los mexicanos que han financiado sus labores y se benefician de él.
”Pero el Conacyt ahora es “de la 4T”, como lo proclama su actual directora, la bióloga María Elena Álvarez-Buylla Roces. No estoy muy seguro de que sea cierto. Declarar al Conacyt propiedad “de la 4T” asume que la ciencia y la tecnología son un apéndice del partido en el poder y, por lo tanto, de sus proyectos ideológicos y políticos. Ignoro si así lo dispuso la directora desde su autoridad personal, conferida por el Ejecutivo, o si lo decidieron el Consejo interno o el Consejo Consultivo del Conacyt que le ordenan a la directora qué aconsejarle al Ejecutivo. Y dudo que le hayan ordenado apropiarse del organismo.”
¡Qué argumentación tan absurda, resulta que ahora el Conacyt viene de los teotihuacanos hasta el sexenio de Echeverria en 1970, es apabullante!, una total carencia de historicidad y una ofensa a la inteligencia, más grave vienendo de alguien como Sheridan. Pero luego continúa en su embate político diciendo: “El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de la Cuarta Transformación ha dado un golpe de timón en las políticas de ciencia, tecnología e innovación que se aplicaron durante el periodo neoliberal, caracterizado por privilegiar los intereses privados e individuales por encima de los intereses públicos y sociales… El nuevo Conacyt apoya a la ciencia pública comprometida con el pueblo y con la protección del patrimonio ambiental y biocultural del país. Este cambio de paradigma se sintetiza en una sola frase: Ciencia por México”.
Y doctamente nos enseña que: “Esa voluntad contradice el carácter nacional que caracteriza a su objeto: si el Conacyt es nacional, no puede pertenecer a una parte de esa nación (‘la 4T’ o su partido el MoReNa), su todo no puede caber en la parte de una ideología. Y contradice también a la ciencia, en tanto que el suyo es un hacer cuya naturaleza carece de propietario (o propietaria), un hacer que, de ser expropiado por un interés político, pierde como ciencia al subordinarse a una ideología; sacrifica su naturaleza científica, su esencial desinterés. El voluntarismo declarará ‘ganadora’ a una ciencia no por ciencia, sino por ideológica, y quedará exenta de rigor científico, ya no podrá ser desmentida por las posibles evidencias en contrario, ya nunca será ‘falsificada’ por la evidencia, como argumentaba famosamente Karl Popper: será una pseudo-ciencia”. Y aclara: “Breve paréntesis: Popper carga con la fama de esa célebre crítica al falsificacionismo desde Conjectures and refutations. The growth of scientific knowledge, libro de 1962”. No pocos se sorprenderían al leer “El socialismo y la enseñanza”, un ensayo de Jorge Cuesta escrito en 1934, que anticipa esos razonamientos. Un solo ejemplo, trasladable a la ficción de que el Conacyt “es de la 4T”: la fe, escribe Cuesta, “es también una razón para que el socialista no tenga que esperar el triunfo de su causa, a fin de poder pensar con certidumbre, a fin de poder dar un valor científico a su pensamiento”. ¡Extraordinaria demostración de un pensamiento conservador, reaccionario y orientado claramente a la derecha!, donde la esencia de lo que escribe es atacar al Presidente López Obrador, al gobierno de la llamada 4T y especialmente a la directora general de Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla, denostando su valor como gran científica que es y equiparándola con una burócrata cualquiera, como muchos los que dirigieron esa dependencia en sexenios anteriores.
Días después, el 18 de diciembre, publicó una continuación titulada: “El Conacyt es de quien lo trabaja (II)”, donde además de seguir atacando a la Dra. Álvarez-Buylla, dedica especial atención a un investigador universitario de alto nivel, afín a la 4T, John Ackerman, refiriéndose a “un programa estratégico de carácter político”. Y cuando ya lanzó oficialmente los Pronaces (Programas Nacionales Estrategicos), Álvarez-Buylla incluyó como uno de sus once ejes temáticos la “Construcción democrática”, ya a sabiendas de que “su realización estaría a cargo de su amigo John Ackerman. Unos meses más tarde ese eje temático desapareció de la estratégica lista, pero para todo efecto, según el Conacyt ‘de la 4T’, Ackerman sigue siendo el encargado científico de construir la ‘auténtica’ democracia mexicana”.
Y reitera. “Por fin un caso en que el Conacyt sí es ‘de la 4T’ por donde se le vea. El popular animador de TV Ackerman, que se jacta de ser asesor de AMLO, es, gracias a él, el titular de un Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) de la UNAM. Es un programa que desarrolla proyectos académicos titulados, por ejemplo, ‘Pensamiento crítico para una democracia democratizante’ como la de Venezuela, donde, como dice Ackerman, ‘los logros de la Revolución Bolivariana son espectaculares’. La relación de tiempo entre Álvarez-Buylla y Ackerman se fortalece en su admiración por la revolución soviética, en el cariño al ‘Che’ Guevara y en el combate contra ‘la ciencia neoliberal’, ése que Ackerman procuró activar en la UNAM en balde, pues fue sumariamente cancelado. Apenas fue Álvarez-Buylla destapada para el Conacyt, Ackerman celebró en un editorial ‘su compromiso irrestricto de hacer realidad la 4T en materia de investigación científica’. Luego acusó a quienes se atreviesen a criticar la política anticientífica del gobierno (como Sergio Aguayo y Antonio Lazcano) de hacerle ‘una guerra sucia’ a su protegida. Álvarez-Buylla es frecuente ‘invitada de lujo’ en los programas de TV de Ackerman, dicta conferencias en la Secretaría de la Función Pública (SFP) que preside Irma Eréndira Sandoval, esposa de Ackerman; si Álvarez-Buylla necesita un coloquio contra ‘la ciencia autoritaria’, Ackerman se lo organiza en la UNAM y si Ackerman quiere exaltar la grandeza científica de AMLO, Álvarez-Buylla le hace segunda”.
Ya he abordado el tema acerca del carácter social de la ciencia y lo que Elena Alvarez-Buylla ha llamado con acierto “La ciencia neoliberal”, pero la falta de espacio y las náuseas que me causa escuchar tantas calumnias y expresiones de encono me llevan a concluir. No de hoy crédito a tanta falacia e infamia intelectual de alguien que admiré y respeté.
El Padre Ubú estaría desconcertado, pues en su pequeño reino no se daban cosas tan abyectas por gente que, siendo brillante, pareciera que le aplicó el capitán Bordura las tenazas de descerebración.
¡Vamos a interrumpir aquí!
ubú[email protected]
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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