Káos

El despertar de la primavera

El despertar de la primavera

Septiembre 17, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Que lo que Freud delimitó de lo que él llama sexualidad haga un agujero en lo real, es lo que se palpa en el hecho de que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se preocupe más por el.

Jacques Lacan

 

La sexualidad humana, según lo ha planteado Sigmund Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual, acontece en dos tiempos, y entre ellos se presenta un periodo de latencia. Esta secuencia es justamente lo que va a diferenciar al humano de todas las demás especies y lo va a alejar del circuito de la evolución biológica.

En el primer tiempo, también llamado de la sexualidad infantil (etapa que por lo general queda olvidada), la sexualidad quedará marcada por la vía que iría del autoerotismo a las elecciones de objeto hasta llegar al complejo de Edipo y sucumbir a la represión. El momento inicial, de carácter autoerótico, el chupeteo y las prácticas masturbatorias serían muestras de la exteriorización de esta sexualidad infantil. Sólo más tarde se espera alcance el estatus de la primacía genital y ésta sea sofocada por la represión y así dar paso al periodo de latencia. Durante este primer momento fundante, el cachorro humano enfrenta sin mayor defensa su primer pasaje al acto normativo: dejarse caer en el campo del Otro, como señala la psicoanalista Silvia Amigo en su libro Clínica de los Fracasos del fantasma. Se trata de la primera alienación fundante.

En el periodo de latencia se va a constituir (o no) lo que después serán los diques de la sexualidad: el asco, el sentimiento de vergüenza y los reclamos ideales en lo estético y lo moral. Aquí el flujo de los impulsos sexuales no ha cesado, pero su energía es desviada del uso sexual y aplicada a otros fines. La cultura se convertirá en la fuente de donde vendrán las satisfacciones que antes provenían de su propio autoerotismo.

Después de este periodo de latencia, por cierto cada vez más corto, con la pubertad se van a introducir los cambios que llevan la vida sexual infantil hacia su conformación definitiva, heteroerótica. Se trata de este periodo de la vida que Freud va a llamar Las metamorfosis de la pubertad, en el tercero de sus ensayos de teoría sexual.

Freud escribe los mencionados ensayos en 1905, y para entonces no existe la palabra “adolescente”, por lo que usa “pubertad”. El doctor vienés va a señalar dos procesos relevantes en esta etapa, partiendo de la maduración genésica: las transformaciones corporales propias de la madurez sexual y los cambios psicológicos que le acompañan. Estos dos aspectos son: un marcado desasimiento de la autoridad de los padres y, además, el hallazgo del objeto exogámico a partir de la diferencia de los sexos.

En la pubertad, con la tensión genital que le es propia (la edad de la cosquilla o de la punzada, le dicen, y no sin razón) se re-edita el drama del complejo de Edipo y castración. Ello presenta una complicación, dado que ya se está en condiciones físicas para hacer posible el incesto y el parricidio.

De tal modo que a esta nueva oleada de sexualidad (en muchos casos resulta devastadora psíquicamente hablando, al grado de hacer surgir la psicosis o demencia precoz) habrá de oponérsele una renovada represión que le lleve a abandonar los objetos edípicos y posibilitar así el hallazgo del objeto exogámico y heterosexual (haciendo referencia al “hetero” como alteridad, como otro, diferente de sí, sea del otro sexo o del mismo). Más aún, también con la pubertad se abre, con toda su magnitud, el terreno de la fantasía donde se desarrollará, en principio, el encuentro con el objeto de satisfacción. Un encuentro que en sentido estricto es un reencuentro. No podemos soslayar que muchos cambios se han dado desde que Freud planteaba sus ideas (aunque hay que decir que a los tres ensayos le hizo comentarios hasta incluso 1925) y lo que hoy vivimos con la adolescencia. Por ejemplo, la pubertad inicia cada vez más temprano y se prolonga hasta muy tarde en la vida de los sujetos. Así, el desasimiento se prolonga y la compleja tarea de construirse un proyecto propio se ve obstaculizado. Además, en una época socio-histórica marcada por el capitalismo salvaje que impone su mandato de consumo, los adolescentes quedan excluidos de lo social.

Freud en 1905, aunque lo intenta, no se puede desprender de cierto tufo evolucionista, por más que marque diversas líneas en torno a la constitución del sujeto que lo van a distanciar de lo biológico (como ubicar la sexualidad en dos tiempos). Por lo tanto, será Jacques Lacan quien vendrá, desde el psicoanálisis, a marcar la ruptura con la idea de una psicogénesis o desarrollo psicológico. Llamará a estas posturas, enmarcadas en los discursos científicos e incluso filosóficos y humanistas, “psicología general”.

Lacan nos recuerda que en la reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Viena del miércoles 13 de febrero de 1907 se abordó el tema del Despertar de la primavera, obra de teatro del dramaturgo Frank Wedekind presentada en 1891. Esta obra de teatro fue titulada en principio Eine Kindertragödie (La tragedia de los niños) y narra la tragedia que viven tres adolescentes (Moritz, Melchior y Wendla), de entre 13 y 14 años, en su segundo despertar a la sexualidad en la adolescencia. Justamente, se utiliza el significante “primavera” para aludir a la primavera, donde despierta lo que se encontraba latente. El argumento, que se puede leer en las actas, es tan intenso como simple y pleno de actualidad: los estudiantes Melchior y Wendla encuentran respuestas a sus preguntas sobre la sexualidad en una granja. Wendla le pregunta a su madre: ¿cómo nacen los niños? La respuesta es el silencio de la madre. Wendla busca a Melchior y queda embarazada. Su madre la obliga a practicarse un aborto, algo sale mal y antes de morir, la adolescente vuelve a preguntar: “¿Por qué nunca me hablaste de estas cosas?” Por otro lado, Moritz, amigo de Melchior, se suicida porque ha tenido malas notas en la escuela. El perturbado padre, revisando la habitación de Moritz, encuentra un escrito obsceno sobre el coito. La letra le resulta desconocida y luego descubre que es de Melchior, que le había dado a leer lo que había escrito sobre sus interrogantes sexuales. Melchior es expulsado de la escuela y, al huir del reformatorio al que lo llevaron sus padres, llega a un cementerio. Lee la inscripción en la tumba de Wendla, que reza: “Murió de anemia. Bienaventurados los que tienen puro el corazón” (vemos a una madre que se niega reiteradamente a reconocer a su hija como sexuada). Repentinamente ve a Moritz, que se ha levantado de su tumba y se le acerca llevando la cabeza en las manos. Moritz intenta seducir a su amigo vivo para que se una a él en el reino de la muerte, donde no hay soledad ni sufrimiento. Sin embargo, en medio de esta escena de mortífera seducción, aparece un misterioso “hombre enmascarado”, quien obliga al fantasma a volver a su tumba y lleva a Melchior consigo, ofreciéndole un plato de sopa caliente, dejando de culparse por el disgusto de sus padres. Este hombre enmascarado, al poner en juego el falo significante, hace un agujero en lo real de la muerte y, por tanto, hace un lugar a la vida, a la sexualidad. Lacan, en un texto de 1974, sintetiza este argumento diciendo que el dramaturgo… De este modo aborda el asunto de qué es para los muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños. Pero también se presenta en la adolescencia lo que Lacan señala como la irrupción de lo real del cuerpo que se presenta con los cambios somáticos o caracteres sexuales secundarios.

El despertar de la primavera será entonces una irrupción de lo real del sexo. En ella, se enfrenta el adolescente a la ausencia de un saber sobre el sexo. Es un encuentro brusco, despertante con lo real que hace que el sujeto se vea obligado a bordear con significantes esa masa que irrumpe. Se requiere, desde lo simbólico, un intento de anudamiento con lo imaginario que podría apartar de lo real su tendencia inercial a la muerte.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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