Káos

La joven homosexual: amar a una mujer

La joven homosexual: amar a una mujer

Abril 24, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

“tras esa desilusión había arrojado de sí
el deseo de tener un hijo, el amor por el varón y,
en general, el papel femenino [...], se trasmudó en
varón y tomó a la madre en el lugar del padre
como objeto de amor”

Sigmund Freud


La homosexualidad es un enigma, como lo es la heterosexualidad y la sexualidad humana toda. Pese a que Sigmund Freud ya había aclarado que la homosexualidad, por no ser una enfermedad, no tiene cura (lo hace en una carta a la madre de un joven homosexual, mucho antes de que en 1973 la Sociedad Psiquiátrica Americana la haya sacado de sus manuales), no abandona el tema de la homosexualidad femenina. En nuestros días, sólo desde los fanatismos más extremos y retrógradas puede sostenerse una posible cura de la homosexualidad.

En 1918 Freud escribe un texto que lleva por nombre Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. Se trata de una muchacha de dieciocho años, Sidonie Csillag, que es traída a la consulta de Freud por su padre, luego de un intento de suicido.

El incidente ocurre después de un episodio en que se paseaba por el centro de la ciudad de Viena junto a una cocotte (dama de mundo) a la que cortejaba. Se trata de la baronesa Léonie von Puttkamer, a la cual había conocido un año antes durante una estancia veraniega. Durante el paseo se acercan por las calles aledañas al trabajo de su padre, se encuentran con él quien le lanza una mirada cargada de indignación a su hija. El padre conocía la fama pública, como prostituta de lujo, de la dama. La mujer interroga a la joven sobre la situación ocurrida y Sidonie le contesta: “mi padre, ahí enfrente”. Léonie la despide fríamente diciéndole: “Todo esto sólo me arruina el humor. Ahora vete, adiós”. Ante tal respuesta, la joven se precipita sobre las vías del tren. El intento de suicidio no tiene éxito. Seis meses después Sidonie le envía a la baronesa un ramo de orquídeas.

Seis meses después del intento de suicidio, los padres deciden llevarla con quien era ya considerado el mejor médico de Viena, el doctor Freud. Los padres le piden al profesor que “la enderezara”, pero Freud decide escucharla por un tiempo (lo que se conoce como entrevistas preliminares) y después decidiría si la atiende o no. La joven comunicó su deseo de dejar de ver a la baronesa y acudió al consultorio de Freud cinco veces por semana. Sin embargo, al salir de la sesión veía a la baronesa, es decir, le mentía a Freud como lo había hecho con el padre.

Para Freud, estos paseos no son otra cosa que desafíos al padre, e incluso hace coincidir la consolidación de la homosexualidad como un modo de venganza respecto al padre. La afrenta que el padre le hace a la joven ocurre cuando ella cuenta con 16 años y su madre le anuncia un nuevo embarazo, y con ello cancela la fantasía femenina de tener ella un hijo del padre. Escribe Freud: “sublevada y amargada dio la espalda al padre, y aún al varón en general”.

Los paseos para Freud son también “artificiales” en tanto que su elección de partinaires nunca eran mujeres que tuvieran fama de homosexuales y con quienes, por tanto, fuese posible alcanzar cierta satisfacción o aceptación. En el caso de su vínculo con la cocotte, ya que la posibilidad de contacto sexual está cancelada, por más que la joven se conduce como un varón a la hora de seducirla, su conducta está dirigida al padre, según nos ha dicho Freud.

Su acto —arrojarse al vacío— es, propiamente dicho, un pasaje al acto en tanto que ella, sin previo aviso, sale de la escena. Así responde a la angustia que le produce el abandono de su amada al enterarse de que se trata del padre. Como plantea Lacan en el seminario 10 sobre La Angustia, el pasaje al acto no es una actuación, es decir, un acting out, donde se haría un llamado o demanda para que el que el Otro (tesoro de los significantes, lugar de la cultura) la incluya en la escena.

Ante esto es posible formular una cuestión: ¿este desafío es uno de tipo histérico o más bien se trata de un desafío propio de la homosexualidad femenina? Obviamente, Freud va a buscar los elementos que le permitan “leer” el acto en la historia infantil.

De inicio Freud destaca un dato relevante en todo análisis, la advertencia de la diferencia anatómica de los sexos en el sujeto. Escribe el maestro vienés que “la comparación de los genitales de su hermano mayor con los propios, ocurrida al comienzo del periodo de latencia (hacía los cinco años o algo antes), le dejó una fuerte impresión”. Esto nos puede dar píe a pensar que en ella se presenta una de las tres salidas: el complejo de masculinidad. Podríamos pensarla como una identificación viril de la muchacha y desde ahí busca a la cocotte. Este tipo de identificación es, desde luego, imaginaria y se constituye como una respuesta ante la pregunta ¿qué es ser una mujer para un hombre? Freud nos describe de la siguiente manera la relación entre la joven y su amada: “si esta muchacha bella y bien formada exhibía la alta talla del padre y, en su rostro, rasgos más marcados que los suaves de las niñas, quizás en eso puedan discernirse indicios de una virilidad somática”. Y más adelante escribirá: “A un ser viril podían atribuirse también algunas de sus cualidades intelectuales, como su tajante inteligencia y la fría claridad de su pensamiento cuando no la dominaba su pasión. […] Más importante, sin duda, es que en su conducta hacia su objeto de amor había adoptado del todo el tipo masculino, vale decir, la humildad y la enorme sobreestimación sexual que es propia del varón amante, la renuncia a toda satisfacción narcisista. […] Por tanto, no sólo había elegido un objeto femenino; también había adoptado hacia él una actitud masculina.” Aunque Jacques Lacan, en el seminario 8: La transferencia, nos va a aclarar que la identificación masculina nada tiene que ver con adoptar una actitud masculina.

Así describe el inventor del psicoanálisis la posición masculina en la joven homosexual: “Su humillación y su tierna falta de pretensiones […] su felicidad cuando le era permitido acompañar a la dama un poquito más y besarle la mano […] su peregrinación a los lugares donde la amada había residido alguna vez…”

Para la joven homosexual, la pésima reputación de las amadas era un rasgo destacado, “sus primeras exaltaciones estuvieron dirigidas a mujeres que no tenían fama de una moralidad particularmente acendrada […] la pésima fama de la ‘dama’ era directamente para ella una condición de amor”.

En relación a este último punto, es que también podría apreciarse cierta dimensión del carácter mostrativo de la joven homosexual. Es decir, no le muestra al padre su vínculo con cualquier mujer sino justamente con aquella que, por su mala fama, sería absolutamente abominable para él. Antes que a la cocotte, es al padre a quien Sidonie buscaría enseñar cómo amar a una mujer, a la peor mujer.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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