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Pascal Quignard: La noche sexual

Pascal Quignard: La noche sexual

Junio 06, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Yo no estaba ahí cuando fui concebido [...]

Una imagen falta en el alma

Pascal Quignard

 

“Yo no estaba ahí la noche en que fui concebido. Es difícil asistir al día que te precede. Una imagen falta en el alma. Dependemos de una postura que tuvo lugar necesariamente, pero que nunca se revelará a nuestros ojos. A esta imagen que falta la llamamos ‘el origen’”. Con estos contundentes versos, el mayor escritor de las actuales letras francesas, Pascal Quignard (nacido en Normandía en 1948), inicia su magistral ensayo titulado La noche sexual (La Nuit sexualle).

Lo supongo metido en los silencios de la noche y, desde ahí, mediante su escritura, después de confrontarse con sus demonios, nos sumerge en esa cuestión esencial (e inaccesible) para todo sujeto que es el momento, la noche sexual, en que fuimos concebidos. Una noche en la que no estuvimos, pero de ahí provenimos: “¡hay una noche de mi vida en la que no estuve!” Dado que No estuvimos en nuestro origen, somos extranjeros de nosotros mismos. Una imagen nos falta, y “la buscamos detrás de todo lo que vemos” y “la buscamos detrás de todo lo que vivimos”.

La noche sexual es un libro de 2007 hermosamente editado en castellano por la editorial funambulista. La edición, además, está enriquecida con ilustraciones de arte que el propio Pascal Quignard ha ido coleccionando durante su erudita vida (estudió filosofía, filología, música, dramaturgia), y que nos llevan a la experiencia tenebrosa de aquello que emerge cuando el día se va y nos deja en ese penetrante silencio tan habitado de nosotros mismos. En La noche sexual no sólo somos interpelados desde la potente, creativa escritura de Quignard. Tambien la edición se saborea a partir de estas ilustraciones, colección del autor: pinturas y grabados, preponderantes, llamados nocturnos, o lugubrescos, que nos remiten, por la vía de los mitos universales, a los orígenes del espanto, a la Noche, a la noche en que fuimos concebidos y le dan al libro un toque muy personal, una confrontación del autor con esos dos vertientes que nos constituyen y fracturan, nos estructuran, nos desgarran, más allá de todas las modulaciones de vida: la sexualidad y la muerte.

Hay tres noches en la vida de los sujetos, tal es el planteamiento central de Quignard en La noche sexual. La primera, antes del nacimiento, fue la Noche, la noche uterina. La segunda corresponde a la noche terrenal, esa que vivimos al final de cada día y que para algunos resulta aterradora. La tercera ocurre tras la muerte, dice nuestro autor, hablando de esta tercera ineludible e infernal noche: “La noche que reinaba dentro del cuerpo se disuelve en una disolución que no podemos prever”. La muerte nos habita y se nos revela en la tercera noche.

La noche que le interesa a nuestro autor es la primera noche, noche sensorial, la de la oscuridad primera que, como una ola, regresa sobre nosotros. Quignard nos propone recorrer, de su mano, los mitos que permiten pensar esa noche que falta en la vida de todos los sujetos y nos mete en su embrujo para revelarnos la fascinación que desde siempre la humanidad ha tenido con lo sexual.

Como sabemos, ese original revolucionario del alma, el inventor del psicoanálisis, Sigmund Freud, le reconoce a la sexualidad, y en particular a la sexualidad infantil, una importancia vital para la vida subjetiva de los sujetos. En esa época conocida como entre siglos, entre el siglo XIX y el XX, en la Viena Imperial, en pleno dominio ideológico del positivismo, el progreso y la norma, cuando la moral vitoriana silenciaba lo sexual, Freud genera una conmoción en los círculos académicos y sociales al hablar de la sexualidad en el origen de la histeria, y más aún al presentarnos al niño como sexuado.

Uno de los aspectos de la sexualidad destacado por Freud se refiere a la Urszene o escena primaria, también conocida como proto-escena, que consiste en que los niños visualizan (o fantasean ver) el coito de los padres. La escena que se ve o fantasea tiene que ver con lo sexual, con la noche en que fuimos concebidos.

Esta escena sexual pudo haber sido vista por el niño y después reprimida o bien sólo fantaseada. La curiosidad de los niños con respecto a la sexualidad, en particular la de los primeros objetos de amor que son los padres, les llevan a, como dice Freud, “espiar con las orejas” el coito de los padres. Esta irrefrenable curiosidad la podemos ver  en la pregunta que un niño de cinco años le hace a su mamá, conocido en psicoanálisis como el pequeño Hans: “¿Tú también tienes un ‘hace-pipí’?” Los niños no sólo se hacen y hacen preguntas sobre lo sexual, además construyen teorías al respecto.

En 1908, Freud escribe en un artículo llamado Sobre las teorías sexuales infantiles: “La tercera de las teorías sexuales típicas se ofrece a los niños cuando, por algunos de los azares hogareños, son testigos del comercio sexual entre sus padres, acerca del cual, en ese caso, pueden recibir sólo percepciones harto incompletas. Pero cualquiera que sea la pieza de ese comercio que entonces observen, la posición recíproca de las dos personas, los ruidos que hacen o ciertas circunstancias secundarias, siempre llegan a lo que podríamos llamar la misma concepción sádica del coito”.

Pero Quignard no sólo nos confronta con esa noche perdida, esa falla en la vida de todo sujeto, esa imagen original que no está, más allá de ello, nos lleva a la otra noche, la que nos espera tras el día la vida.

En el texto que se considera princeps del psicoanálisis, La interpretación de los sueños, escrito en 1899, Freud no habla explícitamente de la escena primaria, sin embargo, sí le da lugar a aquella visión infantil del coito de los padres, que aparece en los sueños, imagen que altera, trauma por lo incomprensible y angustiante que resulta. Pero más allá de ello,  mejor aún, ese texto princeps Freud lo inaugura con un epígrafe de Virgilio y su Eneida que dice: “Flactere si nequeo superos, Aqueronta movebo”, es decir, “si no alcanzo a doblegar a los dioses de arriba, sublevaré al Aqueronte”. Así lo recupera Quignard en el capítulo XII de La noche sexual, llamado justamente “Los infiernos”, ahí donde Virgilio guía a Dante. Porque del otro lado de la noche inicial que nos resulta desconocida, del otro lado nos espera otra noche no pronunciable: el infierno. Nos recuerda Quignard que en 1897 Freud llegó a Orvieto y descubrió el fresco El juicio final, de Luca Signorelli, y ahí comprendió, de súbito que el goce del hombre roza con el infierno. Del otro lado de la incognocible noche que nos dio vida está la noche infernal. El Hades, para nosotros quizás el Mictlán o la Nada, el mundo de los muertos que nos espera. Efectivamente, dice Quignard, “El río del que habla Freud, el río al que se refiere Virgilio, es el río de agua muerta que precede el reino de los muertos”, el río que es la vida empieza en el Leteo (olvido) y termina pasando por Aqueronta (olvido). Nos espera la negra noche de la muerte, también inasible al sujeto. Citando a T.S. Eliot, dice Quignard que “en la medida en que envejecemos, el mundo se vuelve más extraño e intenso, el final se acerca al descubrimiento del mundo. Llegamos repletos de palabras, maniatados, amanerados, agotados, desconcertados, al Allí intenso de donde en su día partimos azorados, aterrorizados, explorando, mudos”. Parece que la vida es el tránsito entre la erótica y el espanto.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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