El monstruo de la depresión

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Portada: Edvard Munch, Melancholie, 1891

Hace unos días veía, en una serie, a una mujer que, debido a una ruptura amorosa, decía sentir tanto dolor que le era difícil aguantar la vida. Minutos después nos enteraríamos de que se suicidó. Por otro lado, en las noticias de Bolivia anunciaban que una adolescente de último curso de secundaria se había ahogado en un río cercano a la ciudad de La Paz. Su madre afirmaba que se debía al acoso por parte de sus compañeros, quienes en el colegio y por las redes sociales la insultaban.

Me puse a pensar en que ese sufrimiento es igual al físico, pero que no sabemos dónde está y cuán tan intenso es que haríamos cualquier cosa para detenerlo. Sin embargo, también me di cuenta de que ya van varios años que no lo padezco y me supe afortunada.

Estoy segura de que muchas personas han sufrido de esa manera y no sabían de qué se trataba, o no se dieron cuenta de que la tristeza se fue convirtiendo en ese monstruo que causa tanto padecimiento. Digo monstruo porque estar triste por alguna razón, como la muerte de alguien, la separación de una pareja, una enfermedad o lo que sea no es lo mismo a que esta tristeza se profundice al punto de no dejarnos ir, interfiriendo en las actividades diarias, sin permitirnos disfrutar de lo que antes hacíamos, dejándonos en vela cada noche o hundiéndonos en sopores de sueño todo el tiempo. También el cansancio crónico, sentirse vacío, sin esperanzas, irritable, ansioso y hasta culpable: lo peor será creer que la vida ya no tiene sentido. Estos son algunos de los síntomas de la depresión.

Millones de personas, a partir de la adolescencia y a cualquier edad, lo padecen sin estar conscientes. Unicef informa: “Diez adolescentes mueren cada día por suicidio en Latinoamérica y el Caribe. El suicidio es la tercera causa de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años”. Es más común en mujeres. Seguro hemos escuchado de la depresión post parto, por ejemplo; a otros les ataca el trastorno afectivo estacional en el invierno. Por tanto, esta es una enfermedad que no podemos tomar a la ligera y si creemos que la tenemos, debemos pedir apoyo. Tan solo hablar con una persona en un momento de crisis, no sentirnos desolados, sino que alguien se preocupa puede salvarnos. Por supuesto que es importante, luego, buscar ayuda profesional de un psiquiatra o un psicoterapeuta que nos podrá decir si la causa es un factor genético, biológico, ambiental o psicológico.

Es trascendental que si alguien de nuestro entorno nos dice que está sufriendo alguno de estos síntomas, hagamos algo, prestemos atención, escuchemos. A veces unas palabras, el estar ahí, simplemente, puede cambiar una decisión fatal. Solo si tomamos conciencia de estos aspectos, si nos preocupamos por la salud mental al igual que por la física, podremos encontrar equilibrio y paz. Asimismo, si disfrutamos de lo que hacemos, si no dejamos que otros marquen el camino de nuestra existencia, limitándonos, diciéndonos qué hacer, también viviremos mejor.

Todos tenemos derecho a ser felices, tanto como a estar tristes. La vida es un camino de bajadas y subidas, tendremos que preocuparnos si nos quedamos en un solo lugar por mucho tiempo. No seremos débiles o menos por pedir ayuda. Eso nos convierte en seres valientes que están conscientes que sin una mano amiga o profesional no podremos continuar.