La necesidad de un proyecto de vida

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Hace un año, cuando tuve la oportunidad de ser parte de los facilitadores del curso preuniversitario de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, estuve en contacto con cientos de jóvenes, algunos con la idea clara de lo que desean para su futuro y otros (una gran mayoría) sin saber exactamente cuál es su mayor sueño.

Es cierto que no pregunté a cada uno sobre sus metas inmediatas o a largo plazo, pero uno puede inferir esto a partir de sus acciones, de la voluntad, del interés que le ponen al curso que se constituye en la antesala de la puerta que los llevará a su futuro profesional. Algunos continúan con una mentalidad infantil, pensando que todo es sencillo y lo peor, que no es necesario esforzarse por una meta.

En parte, esto es responsabilidad de los padres de esta generación, que amamos tanto a nuestros hijos que nos olvidamos de darles responsabilidades, se las quitamos de las manos. Por ejemplo, cuando hacemos sus tareas porque nos da pena que estén toda la tarde en esa actividad o negociamos con los profesores con el fin de que no se aplacen. También, si no les ponemos límites y nunca les decimos que no.

Hay demasiada información en Internet sobre cómo educar a los hijos y tantas opciones que quedamos confundidos y nos podemos equivocar. Especialmente cuando buscamos evitar dolor a los pequeños y por eso vamos quitándoles las piedras del camino, sin darnos cuenta de que en realidad debemos prepararlos para que ellos solos puedan sortear esos obstáculos.

Las consecuencias: estamos criando jóvenes que no saben lo que quieren, que están acostumbrados a obtener todo fácilmente, sin esfuerzo, y si fracasan buscan culpables fuera de ellos. Por tanto, no son capaces de afrontar sus propias responsabilidades. Es una realidad que este tipo de personas solo sufrirá. Algún día sus padres ya no podrán protegerlos ni sacarles de apuros y en definitiva no lograrán vivir de forma independiente.

A esto se suma que son pocos los progenitores que enseñan a sus hijos la necesidad de contar con un proyecto de vida, o sea tener un sueño por el cual luchar con cada decisión que tomemos y acción que realicemos. No es simple: la mayoría nos proponemos tan solo metas: salir del colegio, entrar y terminar la universidad, conseguir un trabajo, etcétera. La pregunta es, sin embargo, ¿qué es lo que deseo lograr?, ¿en qué quiero convertirme? No puedo decir que yo lo tenía claro cuando fui bachiller, ni siquiera al momento de egresar de Comunicación Social; o tal vez sí, pero no estaba segura. Entonces, lo que hacemos no se concentra en nada específico y vamos picoteando uno y otro interés. Los días pasan cumpliendo tareas sin dirigirse a ningún norte.

Encontré mi sueño apenas unos cuantos años atrás y no saben lo feliz que me hace, aunque a veces pienso que hubiera podido hacer más y tener mayor tiempo si lo determinaba antes, y ahora estaría en otro nivel de ser escritora. Por eso es fundamental motivar a los jóvenes a encontrar ese proyecto de vida que será su norte, al que dirigirán todas sus acciones y decisiones, porque el que lucharán incasablemente a pesar de caer y equivocarse.

Como padres, no podremos hacerlo por ellos, por eso es nuestra responsabilidad enseñarles y darles confianza de que pueden conseguirlo, prepararlos para superar fracasos, levantarse después de una caída, intentarlo una y otra vez, porque la perseverancia, la voluntad y la pasión son lo más importante para convertirse en lo que uno ha soñado ser.