De color humano
Noviembre 19, 2021 / Por Eliana Soza Martínez
En estos dos últimos años, y debido al acercamiento de más personas a la Internet, ha sucedido un fenómeno interesante: la valorización del arte en general. Si no, recuerden durante la época de cuarentena, cuando casi el ochenta por ciento de la humanidad estaba encerrada en sus casas y ya no podía salir al cine, al teatro, a conciertos, exposiciones y otros, los artistas, centros culturales y museos decidieron llevar el arte hasta las pequeñas pantallas del ciberespacio.
De esta manera, en medio de las redes sociales encontrábamos, conciertos y visitas virtuales de museos. Algunas bibliotecas y editoriales liberaron libros para que los leyéramos por unos meses, y así un sinfín de actividades artísticas llegó, de forma gratuita, a los hogares de las personas. Me animo a decir que estos desprendimientos salvaron nuestra salud mental y emocional. Más allá de tanta incertidumbre y terror a la enfermedad, mirar una película, obra de teatro, disfrutar de un concierto o experimentos de bailarines que se filmaron bailando en su casa eran hermosos oasis.
Retomo estos aspectos porque pienso que el arte es subvalorado en la vida cotidiana; desde la escuela. Mi hijo de diez años pasa la materia de artes plásticas y otra de música una vez a la semana. Es lamentable, pero en ninguna de ellas se ha conseguido contagiar a los pequeños de la pasión por éstas. En la primera, por ejemplo, se limitan a obligarlos a copiar figuras, trazarlas y revisar teoría. Recuerdo solo una tarea creativa que le dieron para crear algo con los conocimientos que le impartieron: dibujó un robot a partir de esas figuras.
En música, además de aprender a cantar los himnos como el nacional, a la madre, al padre y al maestro, empezaron a tocar zampoña (instrumento de viento boliviano). Sin embargo, sentí que fue un salto que los chicos resintieron y tuvieron que buscar métodos fuera de las clases para lograr un avance. En mi caso, mi cuñado le enseñó el ritmo y la lectura de notas de formas más atractivas, con canciones que hasta el pequeño de cuatro años repetía.
A lo que quiero llegar con esta reflexión es que estudios científicos, desde la neurociencia, han comprobado que el arte puede mejorar nuestra salud mental y emocional porque su consumo es —para decirlo en forma simple— como cuando comemos un helado o chocolate; es decir, proporciona un tipo de placer al cerebro que estimula, por ejemplo, una comunicación y expresión más abierta, asertividad creativa, empatía, entre otros. Además de que un acercamiento a ella abre la mente a nuevas ideas.
Por tanto, sería significativo que desde pequeños nos aproximen a esta área de la vida, pero no solo para rellenar un plan curricular sino con el objetivo de que los niños conozcan a los grandes artistas del mundo, también a los contemporáneos de su país, que los animen a crear, aunque luego solo algunos se inclinen por esa profesión. Lo mismo con la música. Necesitamos profesores que contagien su pasión por este arte, buscando ejercicios, temas y maneras atractivas de acercar a chicos y jóvenes.
Si tenemos esa experiencia en el colegio, será más natural, en el transcurso de nuestra vida, disfrutar del arte en el día a día, consumiendo música, teatro, danza, literatura, pintura y todo tipo de artes plásticas. Entonces nos formaremos de manera equilibrada y no solo con las materias a las que se les da suprema importancia: matemáticas y lenguaje, pues se ha comprobado que el arte ayuda a superar enfermedades degenerativas como el alzheimer y otras como la depresión y la ansiedad.
En conclusión, la importancia del arte la verificamos en este último tiempo de crisis y debiera llamarnos la atención que en la cotidianeidad no la consumimos. Pero eso no quiere decir que podamos cambiar y desde ahora estemos atentos para hacerlo, más cuando está una parte al alcance de las manos, gracias al Internet. De la misma forma si la escuela no acerca a los pequeños, es nuestro deber conseguirlo porque sus beneficios son variados.
Eliana Soza Martínez (Potosí, Bolivia) Autora de Seres sin Sombra (2018). 2da. Edición (2020) Ed. Electrodependiente, Bolivia. Junto a Ramiro Jordán libro de microficción y poesía: Encuentros/Desencuentros (2019). Antología Iberoamericana de Microcuento (2017), compilador Carvalho; Escritoras bolivianas contemporáneas (2019) compiladoras: Caballero, Decker y Batista, Ed. Kipus. Bestiarios (2019), Ed. Sherezade, Chile. El día que regresamos: Reportes futuros después de la pandemia (2020), Ed. Pandemonium, Perú. Brevirus, (2020), Brevilla, Chile. Pequeficciones: piñata de historias mínimas (2020) Parafernalia, Nicaragua. Historias Mínimas (2020), Dendro Editorial, Perú. Microbios, antología de los Minificcionistas Pandémicos (2020), Dendro Editorial, Perú. Caspa de Ángel: cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico, Carvalho y Batista. Umbrales, Antología de ciencia ficción Latinoamericana (2020), Ediciones FUNDAJAU, Venezuela. https://www.facebook.com/letrasenrojo Instagram: @Eliana.Soza https://www.youtube.com/channel/UCJC8RtYxDvq0JVrb2ZIioeg
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