Desde el Sur
Octubre 06, 2023 / Por Márcia Batista Ramos
Antoine de Saint-Exupéry fue quien, acertadamente, dijo: “¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!” Y pienso en los miles de veces que lloré, en respuesta emocional a alguna situación de sufrimiento. No puedo precisar si soy más sensible que otras personas, pero lo cierto es que la angustia me invade fácilmente y lloro.
Los niños lloran cuando sienten dolor, temor, tristeza, frustración, confusión, ira o cuando no pueden expresar sus sentimientos. Cuando yo era niña, lloraba mucho. Alguna vez, mi madre me dijo: “Lloras como plañidera”. Le parecía muy exagerada la facilidad con que yo derramaba lágrimas como reacción a todo, especialmente ante alguna contrariedad. A veces, recuerdo muy bien, yo lloraba por adelantado ante la posibilidad de escuchar alguna negativa. También acostumbraba a llorar hasta conseguir algún resultado que quería, y lo lograba.
Fueron muchas horas de llanto en mi vida larga. De la infancia quedó, para el resto de los días, la dificultad de lidiar con la frustración. Porque crecí y no estaban mis padres para apiadarse de mi llanto y cambiar de parecer o arreglar algo que no me gustaba.
En su libro Historia del llanto, Tom Lutz explica que: “Llorar nos permite distraernos de la causa de nuestra angustia, desentendernos del mundo y fijar la atención en nuestros sentimientos, que en ese momento rebasan al mundo o, cuando menos, nuestra capacidad para procesar cualquier información nueva que provenga del exterior”.
La ciencia cree que ningún otro animal puede producir lágrimas en reacción a estados emotivos, solo el animal humano. Existen estudios que afirman que los hombres lloran una vez cada mes, y las mujeres al menos cinco veces cada mes, especialmente antes y durante la menstruación, cuando el llanto puede tener lugar hasta cinco veces más de lo normal. La ciencia no pudo comprobar los beneficios físicos y psicológicos del llanto. Sin embargo, según las encuestas, mujeres y hombres aseguran sentirse mejor después de llorar. Yo recuerdo un gran amigo, que siempre me decía, con su sonrisa amplia: “Hay que llorar lindo. Es bueno llorar. A veces yo lloro, bien lindo”.
La plañidera es una profesional femenina cuya función es llorar para un difunto ajeno. Para tal efecto, se hace un acuerdo monetario entre la plañidera y la familia del difunto para que ella muestre sus llantos a pesar de no tener ningún sentimiento, parentesco o amistad con el occiso.
La historia cuenta que las plañideras surgieron en la cultura egipcia debido a un tabú que prohibía a los deudos llorar en público. A lo largo del tiempo se las contrató para realzar la importancia social de un difunto; otras veces, ante la posibilidad de provocar, por imitación, el llanto en los deudos para efectuar una catarsis del duelo; también, en la Antigüedad, creían que el llanto de las plañideras ayudaba a limpiar el alma del difunto y llevarla a la plenitud.
La plañidera (del latín plangere) era la mujer a quien se le pagaba por llorar en el rito funerario o el entierro. Aparece en documentación iconográfica y documental de la antigüedad, como en la antigua Roma, por ejemplo. Los romanos llamaban de praefica a la principal de cada comitiva de lloronas porque era ella la que presidía las lamentaciones y la que daba el tono de tristeza que convenía según la clase del difunto. Actualmente, en algunos países del mundo, diferentes culturas siguen practicando usos similares.
Para expresar de un modo más enérgico la desolación que debía causar al pueblo judío la devastación de Judea, el profeta Jeremías dice que el Dios de Israel mandó a su pueblo a hacer venir plañideras para lamentar semejante hecho. Este uso del pueblo hebreo pasó a otras naciones y se conservó entre los griegos y romanos.
En Brasil, las plañideras llegaron con la colonización portuguesa; aún quedan resquicios en algunas localidades del país continente.
En India, son conocidas como "Rudaali", especialmente en el estado occidental de Rajastán.
En México aún se tiene registro de la existencia de plañideras. Además, se realiza el concurso anual de plañideras en el Festival de Día de Muertos de San Juan del Río, Querétaro. En el Estado de México, se tiene conocimiento de algunas plañideras que siguen ejerciendo su oficio actualmente y se las conoce como “lloronas”, “chillonas” o “mariquitas”.
Se considera herencia de las plañideras los coros de mujeres que lloran y se lamentan en las procesiones de Semana Santa en España, en especial en la del Santo Entierro.
En China aún persisten, así como en algunos países asiáticos.
Las plañideras son citadas en canciones, películas, series televisivas y en la literatura, siempre inundando con sus lágrimas las escenas de las exequias fúnebres.
El hecho es que, de la niñez, quedó en mi imaginario la palabra plañidera (carpideira, en mi idioma materno), porque yo lloraba como pagada para hacerlo.
Nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín Internacional, España. Columnista en la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, Mandeinleon Magazine, España, Archivo.e-consulta.com, México, Revista Barbante, Brasil, El Mono Gramático, Uruguay. Además, es colaboradora ocasional en revistas culturales en catorce países (Rumania, Bolivia, México, Colombia, Honduras, Argentina, El Salvador, España, Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, USA, China, Nepal, Uzbekistán, Paquistán, Arabia Saudita). Publicó: Mi Ángel y Yo (Cuento, 2009); La Muñeca Dolly (Novela, 2010); Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010); Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011); Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011 y 2020); Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015); Dueto (Drama, 2020); Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020); Universo Instantáneo (Microficción, 2020).
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