Ensayo
Abril 01, 2022 / Por María Teresa Andruetto
Navegando entre mis archivos encuentro una foto en blanco y negro: la imagen de una adolescente desnuda, apoyada sobre la columna de un edificio antiguo, con dos fajas de censura —esas barras de tinta negra sobreimpresas—, una a la altura de los senos, otra a la altura del pubis. Al pie de la foto dice: India guayakí
Los guayakies o guaiaquies son una etnia guaranizada que habitaba y habita (en el año 2008 se censaron 1,211 personas) el actual territorio paraguayo. La denominación Guayakí o guaiaqui es el nombre despectivo que le dieron los otros, los de afuera, y significa “ratas feroces”, pero ellos se llaman a sí mismos aches, que quiere decir humanos o personas.
La imagen de la foto es de Aché Damiana, conocida en su pueblo como “Kryygi”, que quiere decir “Tatú del monte”. Fue fotografiada por un antropólogo alemán antes de su muerte, en 1907.
Kryygi era, en 1896, una criatura de dos o tres años cuando colonos alemanes atacaron la aldea en que vivía, en un bosque al sur de las sierras paraguayas del Ybytyruzú. Después de la matanza, los colonos se la apropiaron y la bautizaron “Damiana” en honor a San Damián, el patrono del día. El antropólogo en cuestión (quién también recogió los huesos de la madre de Kryygi para estudiarlos) anotó las medidas antropométricas de la niña y le saco una fotografía cuando aún era pequeña.
En 1898 Kryygi fue trasladada a San Vicente, en la provincia de Buenos Aires, para prepararla como sirvienta en la casa de la madre del filósofo y psiquiatra Alejandro Korn, a unos pasos del Museo de Historia Natural de La Plata. El museo estaba lleno de antropólogos alemanes y uno de ellos la sometió durante años a estudios antropométricos para compararlos con los de una niña europea de la misma edad. Quedó asombrado ante la soltura con que la niña hablaba el castellano y el alemán. Más asombrado aun por considerar —como sucedía entre los científicos de la época— que las etnias indígenas eran subhumanas.
Al llegar su despertar sexual, los estudiosos se asombraron de que considerara el sexo como algo natural y “se entrega a satisfacer sus deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo”. Intentaron educarla dentro de las reglas morales cristianas de la época y no resultó. Entonces la declararon insana mental. Alejandro Korn la internó en el hospital Melchor Romero, pero como no pudieron contenerla, consideraron que era delincuente y la encerraron en una casa de corrección de Buenos Aires. Allí, en 1907, cuando tenía alrededor de 15 años, murió de tuberculosis.
Una vez muerta no terminó el martirio. La decapitaron. Mandaron la cabeza a Berlín para que la estudiara otro conspicuo antropólogo y publicaron numerosos estudios en numerosas revistas especializadas.
Cien años tuvieron que pasar para que, en 2010, un grupo de antropólogos argentinos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata restituyera los restos mortales de Kryygi a la comunidad Aché de Ypetimi, en el departamento de Caazapá, en Paraguay. Ancianos y jóvenes de la comunidad y miembros de otras comunidades vecinas fueron a rendirle homenaje. La velaron durante la noche y la sepultaron en el bosque. Y dos años después, en 2012, el hospital La Caridad de Berlín devolvió su cráneo, con lo que Kryygi, Ache Damiana, Tatu del monte reunió finalmente sus desperdigados restos y pudo volver a la tierra en donde nació.
La tierra de este pueblo de cazadores y recolectores, miembros hablantes de una variante del guaraní, cuyos orígenes étnicos no han podido ser aclarados. Tienen piel clara, a veces ojos claros, barba, rasgos asiáticos, y practican o han practicado rituales caníbales. Hay quienes dicen que, siendo originariamente guaraníes, desarrollaron una cultura propia. Otros, que se trata de un grupo étnico diferente que fue guaranizado. Durante siglos mantuvieron de modo independiente su vida de cazadores-recolectores, rehuyendo contacto con otros grupos. Las normas sociales les prohíben comer su propia presa sin distribuirla. Lo que cazan se cocina y reparte entre las familias de acuerdo al tamaño de cada una de ellas. Los demás productos también se comparten, aunque en menor medida. Se reservan la mitad de lo obtenido, y entregan el resto a la comunidad, siempre siendo más generosos con los que están enfermos o impedidos de lograr el alimento por las suyas.
No tienen jefes ni cargos políticos o religiosos. Las decisiones se toman por consenso y la disidencia se expresa abandonando el grupo. Tampoco hay chamanes. Los ancianos y las embarazadas se ocupan de las actividades curativas. Los matrimonios están determinados por las mujeres: son ellas las que eligen. Es común la poligamia y alta la proporción de separaciones. Una mujer se casa a lo largo de su vida con varios hombres y tiene hijos al menos con dos de ellos. Los hermanos y primos hermanos tienen prohibido casarse entre sí. El nacimiento de un niño presenta una serie de obligaciones entre él, los padres y aquellos que asumen roles rituales durante el parto. Quien corta el cordón umbilical se convierte en padrino y el bebé es entregado inmediatamente a una “madrina” que lo cuida durante sus primeros días, mientras la madre descansa. Cada niño puede esperar ayuda y apoyo de sus padrinos a lo largo de su vida y debe corresponderles cuando son ancianos. Un compromiso de ayuda mutua de por vida.
Estas y otras cosas han hecho los achés para vivir en armonía. Esos que los otros llamaron ratas rabiosas o ratas feroces, y que ellos se llaman a ellos mismos, con experiencia plena de vida, aches, que significa simplemente humano.
Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.
Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.
Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).
Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.
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