Ensayo
Septiembre 20, 2022 / Por Miguel Ángel Hernández Rascón y Adriana Hernández Rascón
Foto: Anónimo. El Lazarillo de Tormes (hacia 1887).
La aporofobia es el miedo irracional al pobre, al desposeído y al miserable. Al ser humano despojado de todo bien material y capital económico. A diferencia de la xenofobia o el racismo, la aporofobia desprecia al hombre más allá de otras condiciones. Porque puede aceptarse a cualquier persona, en cualquier condición, siempre y cuando no sea pobre. En la pobreza está el reflejo de lo que realmente somos, sin el artificio de la ropa, los perfumes y el acicalamiento. Los mendigos y aquellos absolutamente desposeídos nos muestran cómo olemos y lucimos, arrebatados de los avatares estéticos de la civilización y la cultura: la brutalidad de la naturaleza se visibiliza y eso es, quizá, lo que causa el rechazo.
Sin embargo, la aporofobia es un concepto relativamente nuevo en los estudios políticos y culturales. Acuñado por primera vez por la profesora Adela Cortina en 2017, la palabra surge como una conceptualización teórica para describir fenómenos de la sociedad contemporánea y capitalista respecto de las periferias marginales y los perímetros fronterizos: inmigrantes, exiliados, emigrados, desplazados y refugiados. El extranjero, ese “otro” (principal víctima actual de la aporofobia), tiene un lugar dentro de las fronteras siempre y cuando tenga con qué pagar. El “ajeno” no puede tocar lo “propio” si no tiene con qué. Las crisis internacionales, los conflictos bélicos y los éxodos humanos en general, en las últimas décadas, han puesto la mira en los grupos poblacionales que, varados y pobres en un país u otro, se enfrentan a una discriminación que rebasa los habituales sesgos étnicos: llámense ucranianos, sirios, centroamericanos, mexicanos, africanos o chinos. El problema es la falta de recursos y capital económico para intercambiar, por lo que se llega a las negociaciones del capital cultural y el capital erótico donde el emigrado y el inmigrante en estado de vulnerabilidad es lo único que posee como moneda.
No es nada nuevo y esto resulta tan viejo como el hombre mismo, solo que ahora tiene una categoría conceptual y teórica para escudriñar desde las academias.
Los pobres y desposeídos han existido siempre y, de hecho, han sido, para diversas tradiciones y movimientos, sujetos de enunciación en las artes, representados, parodiados, estilizados, traducidos y adaptados desde una verticalidad que los abisma y usa como medio discursivo, creando con ellos elementos de identidad simbólica. Porque el arte y la literatura está llena de pobres y miserables, dibujados y retratados bajo los cánones estéticos; romantizados e idealizados en medio de arquetipos de ingenio, bravura, libertad, gracia y simpatía. Alejándose de su realidad factual para recomponerse según los criterios estéticos de un autor.
Esto es una constante en la cultura occidental desde Diógenes o los ascetas, quienes probaban su virtud inmersos en la miseria y desprendidos voluntariamente de todo lo material, como si en esta ausencia y carencia se encontrara un elemento místico. Ulises, Edipo y Télefo, convertidos en “pordioseros” para accionar el sentido catártico; falsos mendigos y mendigos trágicos que se revisten y revuelcan en la pobreza como forma de provocar al lector: porque esa pobreza es trágica. Lo místico y espiritual se asocia estrechamente a la pobreza como parte, por ejemplo, del imaginario budista o cristiano: “de pobres está lleno el reino de los cielos”; “los últimos serán los primeros”; “el deseo y las posesiones son las causas del sufrimiento”, son algunas de sus más famosas máximas.
El arte y la literatura española no pueden ser la excepción, de ninguna manera, y, por el contrario, representa una cierta apoteosis del discurso de la pobreza y la miseria convertidas en arte. No vamos a detenernos en tratar de explicar las razones del porqué de este fenómeno tan constante en España entre los siglos XV y XVII, quizá se deba a la religiosidad dominante y los sentimientos encontrados respecto de la piedad y la misericordia. No es el tema a tratar. Lo que sí es un hecho es que artistas como Velázquez, Riviera, Murillo, Zurbarán, por tomar un ejemplo de las artes plásticas del barroco, y solo por mencionar lo más famosos, usaron a los pobres y sus elementos visuales como puntos de enunciación y los convirtieron en sujetos discursivos, para bien o para mal, despojándolos de su miseria real e insertándose en lo ilusorio del arte, ahí donde los valores sígnicos de la pobreza se vuelven valores estéticos y quedan sublimados para la posteridad.
Tanto lo picaresco como lo celestinesco, tema que nos compete en este congreso, tienen un origen significante en los pobres y ambos cánones subliman y aurean dicha condición. Son ellos y su sufrimiento el andamiaje literario y el constructo poético de los cientos de obras que conforman este extensísimo corpus literario. ¿Qué es el pícaro sino alguien motivado por la pobreza y el hambre?, ¿qué es la celestina, la prostituta y la alcahueta sino las mujeres en estado vulnerable tratando de sobrevivir en un entorno de hambre y miseria? Todos ellos engañando al pudiente, al burgués, al noble y al religioso, dueños todos del capital económico necesario para vivir y que guardado celosa y avaramente reparten en migajas. Revestidos de elementos ficcionales, prosísticos, retóricos y estéticos, estos pobres, estos desposeídos, usan su ingenio, su verborrea; su cuerpo o su erotismo para conseguir lo más fundamental: comida y techo, ya no digamos uno digno, al menos “uno”. Siempre con hambre, siempre con una moneda incierta, con un mendrugo de pan o un techo temporal. Llámese posada, muelle, callejuela, mesón o camino, estos personajes viven la incertidumbre del nuevo día; “aventuras” y “fortunas”. Y mucho se escribe y mucho se admira el ingenio y ese revestimiento artificial del arte, donde ellos son sujetos discursivos al servicio del escritor, poeta o dramaturgo en turno. George Bataille habla mucho de la estrecha relación que existe entre la violencia, el humor y el erotismo. La risa y el placer surge de todo aquello que duele o que excita. Pero ¿quién habla a través de miles de páginas donde los sinsabores se entremezclan con el humor y la violencia? La literatura y el arte se apropian precisamente del dolor y la excitación para mover sensaciones en un lector que solo puede mirar desde afuera, para conmoverse o reírse, pero sin tocar realmente la terrible tragedia del pícaro o la prostituta.
Bajtín propone que el bivocalismo es la apropiación ajena del Otro a través del Yo, es decir, la voz exógena que llega al escritor. Porque el pícaro habla a través de la pluma del autor, pero no habla él mismo. El pícaro está mudo y su voz solo es una estilización, un relato o una parodia. Jamás será la voz del pobre porque está filtrada, apropiada y traducida por el autor. Se trata de un sistema dialógico desde lo estrictamente bajtiano, sí, pero no deja de ser un sistema vertical que mira hacia abajo, desde arriba. El listado de obras podría ser interminable y la tradición española es tan vasta y rica en ese sentido que lo picaresco y lo celestinesco da para mucho. Tanto que llega casi intacto hasta nuestros días a través de adaptaciones, traducciones o hibridaciones.
Empero, este fenómeno no fue exclusivo de España, es parte de lo que denomina Lotman, un continuum enunciativo de occidente. El pobre y el desposeído fueron temas también en “El Tartufo” de Moliere, las óperas bufas dieciochescas y las novelas costumbristas/naturalistas decimonónicas, solo por poner un ejemplo.
Si bien cada pobre conforma un leitmotiv que se repite a lo largo de la literatura europea, lo hace con características propias de cada epicentro cultural. Lotman, por medio de su concepto de semiósfera, explica que los epicentros culturales mantienen fronteras muy estrictas con sus periferias, sin embargo no son epicentros culturales homogéneos y sistematizados, por el contrario, son sistemas heterogéneos y arbitrarios. La tradición y la memoria de cada cultura depende de la interacción y dinamismo entre los centros y las periferias. Que si bien están delimitados por fronteras (lingüísticas, por ejemplo), estas son mutables y altamente interrelacionales. No existen culturas estáticas. Queda claro que a través del tiempo y el espacio, desde la literatura antigua, el pobre, como sujeto discursivo o punto de enunciación, está presente en la misma verticalidad apabullante en la que sigue sin poder hablar. Vive y muere en la periferia, pero es traído al centro, de una manera artificiosa, por medio del arte y la literatura, o el cine, como sucede en la actualidad. Los Olvidados, de Buñuel, o Parasites, de Bong Joon-ho, son dos buenos puntos de partida para comprender el fenómeno en diferentes diacronías y diatopías.
Reinhard Koselleck menciona en su Historia de los conceptos que la palabra tiene un significado enciclopédico muy limitado, pero que el concepto trasciende las fronteras del espacio y el tiempo para convertirse en un complejo entramado semántico/histórico. Es decir, la palabra pobreza sólo remite a un significado: la falta de recursos económicos y capital suficiente para cubrir necesidades básicas. El concepto pobreza incluye diferentes versiones a través de la historia y el mundo que resultan inconmensurables. Queda claro que no es posible comprender el concepto pobreza o miseria tal y como lo vivían en la España del siglo XVI y sólo podemos acercarnos tímidamente a esa realidad abismal por medio del pícaro, la alcahueta o la prostituta. Pero no puede negarse que dicha traducción parcial de ese mundo desconocido contiene cierto sentido aporofóbico, del lector y del autor, quienes por medio de las letras pintan y estilizan un mundo de analfabetas que seguramente no tuvieron acceso a ninguno de esos tomos, hoy tan celosamente coleccionados. No es aporofobia desde el punto de reflexión actual, que viene de la política y los derechos humanos contemporáneos, sino del enmascaramiento de la pobreza por medio de la poética y la retórica: el artificio del arte. Se enmascara y embellece aquello que causa pavor; y no existe mayor terror en el hombre que ser pobre.
Este texto es la ponencia íntegra que se presentó en The City College Of New York el 11 de junio del 2022, en el marco del II Congreso de Estudios Picarescos y Celestinescos (CELPYC 2022), en la ciudad de Nueva York.
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