Ensayo

Bellezas de la ciencia

Bellezas de la ciencia

Diciembre 22, 2022 / Por Manuel Escudé Bartolí

(Texto recuperado y transcrito por Miguel H. Rascón)

 

En el estudio de la naturaleza se descubren inagotables tesoros de poesía; así lo han reconocido todos cuantos se han dedicado a ello. Cultivar la ciencia es dar vida a la belleza. La naturaleza, como ha dicho Humboldt, es la única fuente de inspiración. Me avergüenzo, decía Michelet a sus amigos, de haber desconocido hasta el último periodo de mi vida la riqueza que atesora el estudio de las ciencias, pues que la naturaleza es el manantial más rico de todo goce y de todo amor.

Y por lo general su estudio es poco cultivado, porque juzgamos de sus maravillas superficialmente y por apariencias frívolas se respira el ambiente perfumado por el aroma de las flores, se goza del calor y de la luz del sol, se disfruta de los beneficios que reporta el reino vegetal, se contempla el soberbio espectáculo de las noches estrelladas, sin que esto nos impresione por lo general y sin que intentemos inquirir la causa de tantos portentos.

Estudiad y gozareis, Y no se nos objeta que no es dable a todas las inteligencias el conocer el conjunto de las maravillas de los fenómenos naturales. Cierto es que, en medio de esta fluctuación universal de fuerzas, en esta red intrincada de organismos que se desarrollan y destruyen sucesivamente, cada paso que se da hacia el conocimiento más íntimo de la naturaleza conduce a la entrada de nuevos laberintos, pero esa intuición vaga de tantos misterios que nos esforzamos en descubrir, aviva y estimula en nosotros el ejercicio de la razón.

La ciencia moderna tiende hacia la unidad de las fuerzas físicas, y de esa misma unidad, en su variedad de manifestaciones, nace su belleza. Una ley fatal rige todo lo creado, desde los movimientos siderales de los astros hasta las vibraciones infinitesimales del átomo imperceptible. Toda, absolutamente toda la serie de fenómenos que la humana inteligencia puede observar, están armonizados por fuerzas recíprocas que los producen

La fuerza de la gravitación universal sostiene las armonías del cosmos. Las fuerzas moleculares constituyen la armonía de los átomos de un mismo cuerpo, haciéndole aparecer a nuestra vista, ya como sólido o líquido, ya como gaseoso.

Hay una lucha incesante entre fuerzas contrarias, simbolizadas por la atracción y repulsión, la simpatía o antipatía, el amor y el odio que gobierna todos los fenómenos del universo, así que se refiere a los cuerpos que los rodean, como los que se refiere a nuestra propia personalidad. Ellas hacen reverdecer cada año las hojas de los árboles; ellas convierten en fruto delicioso de la hermosa flor que engalanaba el peral. ¡Todo se atrae y se busca, se destruye y se recompone al mismo tiempo, en las mismas épocas y de la misma manera!

¿Cómo se verifica este gran misterio?

Lo ignoramos. Sólo sabemos que es hijo de la atracción, fuerza que cuando obra a cortas distancias recibe el nombre de afinidad, fuerza que mantiene unida las moléculas de los cuerpos, obrando sobre ellas, y modificándolas incesantemente. La yerba, por una serie de transformaciones producidas por diversas afinidades, va a convertirse en leche de ciertos organismos de los animales mamíferos; esta leche sirve de alimento a sus hijuelos formando los tejidos de sus carnes. Veis crecer y desarrollarse el verde trigo, levantarse esbelto, mirando al cielo, teñirse de oro poco a poco, merced al dorado baño de los rayos solares, dar ricas espigas que el labrador recoge, que el panadero amas y el hombre come, para dar nuevo alimento a su cuerpo, actividad a su organismo y nueva vida a su personalidad. Y por una serie interrumpida de fenómenos análogos se reproducen y conservan todos los seres de la naturaleza, las flores, los frutos, el aire y el agua.

La luz del sol vivifica todos los seres del globo terrestre. Flores y aves, corolas y gorjeos, vegetales y animales van buscando el elixir vital, la luz y el calor que los anima. La savia que circula por el campo que hinovia las yemas de los árboles, es la misma que golpea las sienes del poeta, el calor de la vida corre desde las regiones celestes al microcosmos del humano cerebro.

El velo que nos ocultaba en tiempos pasados los esplendores de la creación, ha sido ya rasgado por los maravillosos progresos de la inteligencia humana, extendiendo sin cesar el alcance de nuestras percepciones y vislumbrando en lontananza la satisfacción de haber descubierto un secreto de la naturaleza en el complicadísimo laberinto de sus ocultas y formidables fuerzas.

Todos habréis observado el cielo algunas noches, cuando las brillantes estrellas derraman en el espacio su melancólica lluvia de luz, y que tachonan caprichosamente el pabellón que se cierne sobre nosotros; esa bóveda azul de día, túnica bordada de oro y negro velo cuando el sol se oculta, cubierta de ornamentos resplandecientes, vividos diamantes del espacio.

¿Cómo habla a nuestro espíritu la plácida contemplación de ese cielo?

¿No habéis quedado extasiados contemplando estos miles de globos que nadan como el nuestro por los espacios etéreos?

¿De qué naturaleza es el vivo esplendor de esa bóveda de zafiro? ¿Cuál es la extensión de ese firmamento que nos sorprende y encanta?

Y vuestra admiración sube de punto, si dirigís la escudriñadora a aquellas celestes regiones, auxiliados por un potente telescopio. Allí veréis soles de varios colores, mundo iluminados a la vez por dos astros, uno carmesí y otro verde, o bien el uno amarillo y el otro azul. Considérese los infinitos matices, variados y desconocidos dioramas y sorprendentes medias tintas que se reflejaran sobre esos mundos regidos a la par por dos soles, el uno de rubí y el otro de esmeralda imagínese cuántos contrastes de luz y colores ya suponiendo un sol en el horizonte y otro y otro cen, ya cada cual alumbrado un hemisferio; ya eclipsándose uno de los dos; ya marchando paralelos, o en sentido inverso, pues todo ello es factible.

Todos estos resplandecientes soles de grana, amarillo de oro, azul de plata, verde esmeralda, blanco argentinas, esparcidos por las especies etéreos, irradian luz, cuyas vibraciones esparcen sublimes esferas luminosas que vibrantes llevan la armonía por los vecinos mundos, despidiendo luz y calor, vida y poesía por los insondables espacios del infinito cielo.

En los intrincados laberintos de los estudios astronómicos se descubren inagotables tesoros de belleza y embebidos en su estudio, la imaginación en atrevido vuelo atraviesa con vertiginosa carrera los infinitos espacios, abismándose en la grandiosidad de aquel espectáculo, inclinándole al estudio, elevándose con alas de céfiro, presa el alma de un éxtasis divino por las alturas celestes, para sentir el secreto de tanta belleza, siempre majestuosa y escudriñar el secreto de tanta verdad.

 

Madrid. Lunes 17 de julio de 1882

Manuel Escudé Bartolí

Manuel Escudé Bartolí
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