Ensayo

Cuautla, oasis literario de José Agustín

Cuautla, oasis literario de José Agustín

Junio 17, 2022 / Por Jorge Escamilla Udave

No resulta ocioso reflexionar sobre la manera en que los libros llegan a nuestras manos. Casi siempre sucede como invocación de notas sueltas que marcan un destino de lectura. Por ejemplo, a partir de un artículo memorioso en un suplemento centrado en recordar la “última entrevista” realizada al connotado escritor mexicano José Agustín en el Teatro de la Ciudad de Puebla en el año de 2009, escenario del lamentable accidente que irrumpió dramáticamente su vida personal y literaria.

A la semana siguiente, recibir —no por simple casualidad sino por causalidad— el obsequio de un libro sobre la vida y obra del susodicho personaje, centrado en definir su existencia en el territorio literario adoptado. Se trata del texto compilado por Mario Casasús con el título José Agustín en Morelos, bajo el sello editorial de Libertad bajo palabra y Archipiélago, publicado en 2020. Estoy convencido de que, cuando se trata de escritores reconocidos, las crónicas de vida poseen un morboso atractivo al ubicarnos primeramente en una geografía personal que es ombligo existencial y centro de las cuitas de su creación literaria.

Paulatinamente vamos conociendo los pormenores de cómo la ciudad de Cuautla, Morelos, se transformó al mismo tiempo en paraíso familiar y refugio para la realización de tertulias literarias, comandadas por el acapulqueño de adopción chilanga, conocido por varias generaciones como el mayor representante de la contracultura a través de la llamada “literatura de la onda” (por cierto a disgusto de la etiqueta acuñada por Margo Glantz).

En el libro en cuestión, Mario Casasús aborda, en complicado rompecabezas de colaboraciones de distintos escritores, la narración de la existencia del escritor en el oasis literario creado en territorio morelense, historia que, aunque verdadera, parece haber sido extraída de una curiosa ficción en la que participa una larga lista de personalidades que contribuyeron a la germinación de la semilla de la creación literaria en un territorio minado por la incomprensión de las instituciones culturales. Se trata quizá de un espacio regional con profunda historia patria, pero en lo contemporáneo afecta la enferma cercanía con la ciudad de México, fenómeno que se aprecia como una especie de maldición que diluye todo posible proyecto de creación de un epicentro literario. Aquí la historia es la otra cara de la moneda, ya que pudo ser lograda por la participación de la caterva de escritores que contribuyeron con su presencia en charlas, talleres literarios y, por supuesto, aquellos jóvenes que descubrieron, junto con el maese de la contracultura, su propia vocación de escritores y finalmente el esfuerzo de todos contribuyó a que fuera una realidad este peculiar homenaje.

En el libro, Mario Casasús hilvana los hilos que entretejen la trama de una apasionada historia de vida con la maestría que caracteriza su depurada pluma. Con puntual presentación dibuja de cuerpo entero a José Agustín para neófitos y conocidos. Todo comienza como en muchas de las historias familiares: el padre del escritor resume su mudanza a la provincial ciudad de Cuautla, en la casa que el mismo José Agustín adquiere con lo obtenido de su labor como escritor. Pasará a convertirse entonces en su propio hogar, donde florece su existencia al lado de su esposa y sus tres hijos.

Cuautla está llamada a ser su oasis paradisíaco y Casasús narra reconstruyendo el proceso a través de testimonios del biografiado obtenidos de esporádicas entrevistas, reproduciendo escritos breves del maese emergiendo como claras influencias temáticas del terruño morelense. El compilador organiza las colaboraciones para ofrecernos el relato pormenorizado de los avatares, filias y fobias del maese de la onda, mismas que únicamente se pueden describir de manera coherente al estar fundadas en la confianza derivada de una larga amistad. Es de notar que penetra, amplía su visión y opinión que reconstruye la historia de vida, a través de los testimonios de los hijos y los amigos del escritor.

En ese guiño de homenaje a perpetuidad es donde sentimos que radica el sentido de considerar a Cuautla como ombligo paradisiaco, a manera de oasis literario existencial. Las diferentes miradas contribuyen a la idealización del lugar y sus alrededores, al mismo tiempo que ayuda a configurar la idealización del personaje, y con ellos se arma el rompecabezas de multiopiniones: las que inician precisamente con la visión que Agustín se ha creado del entorno de Cuautla, y de ahí pal real se desprenden las otras.

Quizás lo único que pueda objetarse a un escritor al impulsar su paraíso idílico en el sitio donde escogió detener su camino migrante, es la supuesta razón que esgrime y que le confiere pertenencia, ya que notamos que sus deseos están permeados con los referentes personales de los lugares donde antes viviera. Esto nos hace pensar que José Agustín es el típico caso del ser de alma chilanga, con un corazón de nuevo conquistador que niega la máxima que reza “a la tierra que fueres has lo que vieres”, invirtiendo su sentido original para transformarlo en “a la tierra que fueres has lo que quisieres.”

El de origen acapulqueño con injerto de corazón chilango no se permite ver a Cuautla como la tierra de la gran promesa, ya que él siente ser esa promesa que la transformará. De ahí nuestra consideración de que se trate de un oasis creado artificialmente y que obedece a los deseos de un grupo de amigos intelectuales que abrazaron su utopía, pues es de todos conocida su falta de aceptación de la gloriosa historia de Cuautla, en la que no logra descubrir en tiempos actuales algo que le brinde el glamour esperado.

Mario Casasús ofrece, con mirada clara, los aspectos más destacados de su vida personal subrayando, entre otros, la posición política del escritor, quien a toda costa ha luchado por seguir una línea consecuente con sus ideas. Por supuesto, los analistas de su producción literaria han dado cuenta del reflejo de sus ideas y su infierno personal, en el que se regodea su literatura. Son radicales las diferencias, sin embargo no se descartan sus vasos comunicantes. Lo único que en lo personal tendría que reprochar a Casasús es su evidente y traslúcida admiración por José Agustín, que provoca, sin pretenderlo, erigir un monumento al escritor al declararlo el nuevo héroe terreno incluso por encima de los propios del terruño: “...vivió entre la independencia creativa, la contracultura y la disidencia política”, al parecer contribuye a crear una leyenda en vida...

El libro parece tener el cometido de homenajear vida y obra del escritor, para lo cual Casasús retoma algunos textos publicados con anterioridad y complementa con los que solicita a los participantes, a quienes parece haberles sugerido referir el primer encuentro y de las enseñanzas obtenidas como herramientas para el largo camino de las letras.

Como es costumbre en textos variopintos, mientras algunos se inclinan por la narración del idílico primer encuentro, otros reflexionan sobre el sitio meritorio ganado a toda ley, con justicia y esfuerzo. Todas las colaboraciones están unidas por el hilo conductor de la amistad y la admiración, en la esperanza de no atorarse en el recuerdo con el anhelo de la pronta recuperación del maese de la onda.

Y por si pareciera que hubiese olvidado el inicio de mi reflexión sobre el morbo que despierta, para el lector y admirador de la obra del maese Agustín, conocer la situación de salud del escritor luego de un poco más de una década del accidente, vemos que hasta el mismo Casasús le entra al quite desde el libro-homenaje, al integrar un texto que analiza la obra Cerca del fuego como acto premonitorio de su vida, proyectada en su personaje protagónico (Lucio) quien, como él, perdiera la memoria.

A mi parecer, es la ocurrencia más disparatada que salta a la vista y no logro entender del todo la manera en que Casasús establece las coordenadas de sus analogías para sostener tal desatino. Es claro que se apoya en testimonios coincidentes, por lo que creemos se trata de una clase de morbo literario que bien puede derivar en un cliché al hablar desde ahora del maese José Agustín como "el profeta de la onda".

Propongo detenernos por un momento y analizar su alocada propuesta. Según esto, resulta que Ignacio Manuel Altamirano inicia su novela El Zarco (1901) en el mismísimo Yautepec, cosa que Casasús interpreta como un guiño el que Agustín tenga uno incluido en Cerca del fuego y de ahí establece una sugestiva analogía con tramas de personajes que derivan en la influencia que ejercieron en él los grandes autores, algunas de las cuales tuvo que adaptar en su labor de guionista cinematográfico.

Cualquiera malpensado, como yo, podría argumentar que la admiración de José Agustín se deriva en una especie de plagio, que él mismo se concede adoptado como licencia literaria —que ni al caso—, nada más por el gusto de llevar la contraria a los planteamientos de Casasús y, sobre todo, al no coincidir con sus alucinantes analogías. Ya encarrerado el ratón, comentemos que en el mismo tenor establece otra contrastante analogía, ahora con la trama del libro La panza del Tepozteco y por supuesto que nos sorprende su viaje imaginativo, parecido al alucinado de los ocho jóvenes de la trama que, penetran en la mismísima panza de uno de los cerros de la cordillera, donde realizan un inventario de los dioses prehispánicos —que despertaría la envidia de Bruno Traven para integrarlos como los personajes que le faltaron en Macario—, y de ahí desprendemos el parecido, que no licencia, con las aventuras de los gemelos divinos que inspira el relato del Popol Vuh, versión que consideramos fuera corregida y alucinada por José Agustín que, dicho sea de paso, la SEP se ha encargado de convertir en “un clásico”.

En el recuento final, Casasús recoge viejas entrevistas de la venturosa juventud de José Agustín, donde aborda sus publicaciones, reconocimientos y becas. En ellas es posible apreciar los pensamientos de contracultura que distinguieron al grupo de la onda, contrastando con la imagen actual que el libro promueve, de homenaje y reconocimiento oficial que tanto negaba y evitaba José Agustín en su primada etapa de rebeldía. Al parecer, las furias de la juventud se apagaron y quien lo promueve piensa inmortalizarlo, negando todo su atronante pasado, buscando institucionalizar su legado.

Aproximándonos al final, diría no estar del todo seguro de que un libro-homenaje tenga que leerse en el orden marcado por una novela o simplemente hacerlo de manera aleatoria. Sin embargo, siento que en cada intervención de los participantes se presentan calcados: fechas, nombres, títulos y los etcétera que deseen agregar; es decir, reiterados de manera indiscriminada en las colaboraciones que, sin restarles relevancia, vuelven farragosa la lectura, como si de un déjá vu se tratara. Se deja sentir particularmente después de leer el texto introductorio y la entrevista que Casasús mismo realiza a José Agustín, pues en la primera se reproducen párrafos enteros de las abundantes respuestas de la segunda que, no está de más señalar, al lector resultan innecesarios. Como colofón, me parece justo señalar que se distingue el acierto del libro al abrir y cerrar con dos textos breves de José Agustín: Con el espíritu de Emiliano Zapata en torno al ejido de Yautepec y Feliz cumpleaños, Emiliano Zapata (Sinopsis). Basta con lo dicho hasta aquí, para comenzar su lectura.

Participan: Norma Abúndez, José Antonio Aspe, Marco Antonio Campos, Ana V. Clavel, David Martín del Campo, Barry Domínguez, Yolanda de la Torre, Mónica Lavín, Pedro Ángel Palou, Jesús Ramírez-Bermúdez, Alberto Ruy-Sánchez, Socorro Venegas, Enrique Serna, Juan Villoro; anexos de entrevistas: Rafael Vargas, Ana V. Clavel, Raúl Godínez, Mario Casasús, Emiliano Ruiz Parra.

Jorge Escamilla Udave

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