Ensayo

Desde la oscuridad de lo guardado

Desde la oscuridad de lo guardado

Mayo 03, 2022 / Por María Teresa Andruetto

FOTO PORTADA Manoel do Barros. Tomada de https://www.blogdacompanhia.com.br/conteudos/visualizar/O-centenario-de-Manoel-de-Barros

Una mujer corta con cutter y regla, y un entusiasmo casi infantil, fotos de escenas privadas. En la molienda del tiempo, mi diario visual emerge de la oscuridad de lo guardado, dice la artista Graciela de Olivera en Anacronías biográficas, un video que registra el proceso de demolición y construcción que ella hace con sus experiencias de vida, en una muestra a la que se puede acceder ahora mismo en el sitio virtual del Museo Palacio Dionisi.

Mi realización estética —dice— está en la molienda de varios tiempos. Tiempos surcados por lo poético, lo político, lo doméstico. El tiempo de las mujeres es como el de un rizoma: un período muy activo bajo tierra sacando un brote cada tanto, pero a medida que van pasando los años los brotes pueden multiplicarse y llegar a cubrir un terreno muy amplio.

Mucho se ha hablado (y eso me preguntan casi siempre los lectores) sobre la relación entre vida y obra: cuánto hay de quien hace en eso que hace. Es una pregunta compleja porque nadie puede hacer algo sin ingresar su experiencia y su vida toda, con la potencia de un caballo. Pero al mismo tiempo, al menos en la escritura, no se trata tanto de contar la propia vida como de hacer con eso otra cosa. Transformar la experiencia en algo nuevo, se diría.

Todo esto me lleva a un libro precioso del poeta brasileño Manoel do Barros que se llama Memorias Inventadas. Do Barros nació y vivió en pueblos del Mato Grosso entre 1916 y 2014, y estéticamente está cerca de las vanguardias europeas de principios del siglo pasado, de la llamada “Poesía Pau-Brasil” (pau es madera, palo, disputa, enojo, hartazgo) y al movimiento Antropofagia, que generó un arte brasileño enraizado en sus orígenes y nos enseña que toda obra nace devorando lo que antes hicieron otros. Leído tanto en los círculos académicos como por lectores de todas edades y regiones de su país, fue, como se ha dicho, un usuario o usante o creante de palabras —habidas, habientes, habibles— que sangran, sonríen, se desvergüenzan, y convidan al lector a gozar —en la rudeza de la vida que corre— la infinita gracia del juego y lo gratuito...

En él, el estado rústico, ilógico, salvaje de las palabras puede revelar nuevas formas de aprender lo otro, lo de otros, lo distinto. Como los niños, juega con las palabras y, como si estuviera aprendiendo a manejar el idioma, lo imaginario fluye por medio de experimentaciones lingüísticas. Él dice que es por ahí por donde aparecen nuevas ideas y nuevas respuestas para las cuestiones de la existencia humana.

Los niños des escriben la lengua —dice—, rompen las gramáticas. Dice también de su propia vida: Guardo algunas historias vividas, me veo en ellas y me convierto en poemas con ellas. Solo ando por caminos ignorados. Nunca sé lo que está al final. La primera frase sugiere las otras. Voy ciego. Solo percibo el aroma de las palabras. Llego al final del poema con sorpresa. Soy comandado por las palabras.

Por eso nunca dije cómo debe ser la poesía. Porque yo tampoco lo sé. Creo que la poesía no resiste el examen de la razón. Repito: en poesía tenemos que tirarle piedras a la razón. Creo que el inconsciente es el lugar donde las palabras se están formando. Ese es el sótano de la poesía. Después de que la palabra sale del sótano. tenemos que limpiarla de sus placentas. Duele secar lo oscuro de las palabras. Pero Repetir, repetir… hasta que quede diferente y desaprender ocho horas al día, enseña.

Esas y otras cosas dice Manoel en sus Memorias inventadas, un libro que se editó entre nosotros el año pasado, con traducción de José Ioskyn, publicado por Griselda García editora, se editó por primera vez en nuestra lengua estando el aquí tan cerca de nosotros.

Los dejo con un poema de Manoel construido a partir de la palabra Opa

Opa

Cuando el chico estaba juntando caracoles y piedritas

en la orilla del río hacia las dos de la tarde, allí también

estaba Nhá Velina Cuè. La vieja paraguaya al ver

a aquel chico juntando caracoles en la orilla del río hasta las dos

de la tarde, balanceó la cabeza de un lado para el

otro con el gesto de quien siente lástima por el chico,

y dijo la palabra opa. El chico escuchó la palabra opa

y fue a su casa corriendo para ver en sus treinta dos

diccionarios qué cosa era ser opa. Encontró cerca de

nueve expresiones que sugerían símiles de tonto. Y se rió

de gusto. Y separó para él los nueve símiles. Tales como:

opa es siempre alguien con una niñez aumentada. Opa

es un árbol de excepción. Opa es alguien a quien le gusta

conversar pavadas profundas con las aguas. Opa es

aquel que habla siempre con el mismo acento de sus orígenes.

Es siempre alguien oscuro de mosca. Es alguien que

construyó su casa con unas pocas basuritas. Es uno que descubrió

que las tardes son parte de que haya belleza en los pájaros.

Opa es aquel que mirando el suelo ve a un

gusano siéndolo. Opa es una especie de pus con

alboradas. Fue lo que el chico recogió en sus treinta y

dos diccionarios. Y se valoró.

María Teresa Andruetto

Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.

Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.

Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).

Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.

María Teresa Andruetto
En pocas palabras

Mayo 10, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Konrad o la madre que abrió la lata

Mayo 10, 2024 / Por Maritza Flores Hernández

Con las valijas a cuestas

Mayo 07, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

En pocas palabras

Mayo 03, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Entre Pessoa y Nandino, la infancia recobrada

Abril 30, 2024 / Por Maritza Flores Hernández

Para Cristina Botelho (hilandera de utopías)

Abril 30, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

La niñez abandonada

Abril 30, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz