Ensayo

El sentimiento anti-yankee en España en 1882

El sentimiento anti-yankee en España en 1882

Julio 08, 2022 / Por Miguel Ángel H. Rascón

Foto portada: Calle 42, New York. 1910

 

Eusebio Martínez de Velasco fue un “autor de numerosas obras, de carácter histórico entre las que se encontraron títulos como Noche de venganzas: episodio histórico de la Guerra de las Comunidades de Castilla (1874); Guadalete y Covadonga del año 600 al 900: (páginas de la historia patria) (1879, 3ª ed.,1882); León y Castilla del año 850 al 1350: (páginas de la historia patria-reconquista) (1880); Ecos de gloria: leyendas y tradiciones históricas en verso y prosa (1880); La corona de Aragón (páginas de la Reconquista), Del año 1850 al 1350 (1882), Isabel la Católica: 1451-1504 (1883). o Comunidades, germanias y asonadas, 1517-1522; entre otros”[1].

Nacido en la ciudad de Burgos el 15 de septiembre de 1836, hay muy poca información sobre él y quizá fue más conocido por haber sido sobrino del general carlista Gerardo Martínez de Velasco, que como escritor. Muy prolífico en su tiempo, pero olvidado con el pasar de las décadas, es el claro ejemplo de los autores que no consiguieron lectores a pesar de su extensa producción literaria, erudita y académica. Su tono irónico, sin embargo, en muchas de las publicaciones en periódicos y revistas, reflejaba el descontento de la sociedad española de su época en sectores más conservadores. Sin duda, el descontento por el desmembramiento del Imperio Español en América y la inminente independencia cubana, agrega unas notas interesantes a su prosa, que sin duda trataba de ser incendiaria entre sus compatriotas, muchos indiferentes ante el colapso del viejo orden de cosas en la Iberia. Escribe textos para La España, La Ilustración Española y Americana y La Moda Elegante, El Teatro, La Edad Dichosa, Blanco y Negro y El Día, entre 1868 y 1883, anunciando en sus textos la inconformidad por el expansionismo estadounidense y los movimientos de emancipación cubana. Falleció el 6 de marzo de 1893 en Madrid, sin conocer el descalabro español en 1898.

Bajo esta luz, el siguiente texto resulta muy interesante ya que en éste hace evidente la visión de los sectores conservadores españoles respecto del expansionismo estadounidense y las nociones de progreso y ciencia que provenían de la nación yankee. Rescatado y transcrito de la publicación original del “Suplemento Literario”, en el periódico madrileño El Día, el lunes 18 de septiembre de 1882, el siguiente texto —una audaz mezcla entre crónica, testimonio y cuento (sin cuajar en uno ni otro)— resalta el contrapunto ideológico entre los liberales españoles, adeptos a las ideas que venían de Estados Unidos, respecto del pensamiento conservador que sin duda fue imperante en muchos sentidos. Si bien, como texto literario podría carecer de estilo literario, lo cierto es que es divertido y vibrante, con un ritmo rápido y entretenido, que tiene la única función de exponer los males de una sociedad que se veía a sí misma como superior (a pesar de sus enormes contradicciones) y cuyas ideas liberal/protestantes estaban esparcidas en el Viejo Mundo con mucho éxito. Un relato que, a pesar de los años, puede ser “fresco y vigente” para los conservadores trasnochados y algunos anti-yankees que ven en la potencia del norte la causa y fin de todos los males del mundo.

Cepo y Azotes[2]

—¡Te digo que me entusiasma ese país!

—Observó, en verdad, que cada día es más yankeefilo… si admites esta palabreja.

—Y con muchísima justicia: no hay civilización tan poderosa como la suya; no hay pueblo en este viejo continente que se llame Europa, abrumado con el peso de su historia y carcomido por sus vicios, que se pueda comparar con los Estados Unidos de la América del Norte…¿Sabes lo que representa en nuestros días, en este momento histórico, según ahora se dice, la nación de Washington y de Monroe?

—¿Y de Guiteau..?

—No te burles Pedro... Pues representa al antiguo Egipto, el Egipto faraónico.

—¡Sopla! Pero… sin los faraones ¿eh?

—Lo repito, aunque te empeñes en tomarlo a broma. Más de 3.000 años antes de la fundación de Nínive y de Sidón, las primeras ciudades históricas, según el Génesis, alzábanse los obeliscos de Tebas y las pirámides Memphis; en aquel país de los misterios y de las maravillas, como le llama el egiptologista M. Mas, pero…

—Pero ¿a dónde vas a parar, Emilio?

—A esto: si quieres ver construcciones gigantescas, allí están el puente de Missouri, sobre el Mississipi y el túnel del Hudson, que enlazará, dentro de poco tiempo, las dos grandes secciones de la Metrópoli neoyorkesa; si buscas progreso científico y sorprendentes aplicaciones industriales, alli encontrarás la cuna del teléfono y el fonógrafo, la máquina para escribir de Mr. Remingthon, el aparato parlante de Mr. Faber, las baterías eléctricas de Mr. Ruggles, que producen la lluvia artificial…

—Y el hotel para gatos de la rechoncha cuákera miss Hatxhire…Lo sé, lo sé…

—Vaya, Pedro: no se puede discutir contigo.

Anoche mismo, en el café de (...) , y entre sorbo y sorbo de una Moka más o menos verosímil (pero jamás auténtico), dos elegantes mancebos sostenían la animada conversación que aquí transcribimos: el llamado Emilio, abogado, daba el tono a sus palabras golpeando en la marmórea mesa con un folleto de pocas páginas y colorada cubierta, en la cual se veía un grabadito que representaba a un pobre negro arrodillado, con espozas en las manos, y en actitud de implorar clemencia; el llamado Pedro, comerciante, hombre práctico, que no concedia gran crédito a los mas ruidosos trompetazos de la moderna fama, y que siempre tenía en sus labios la sonrisa de la duda, apoyaba los brazos en un periódico extranjero que habia sobre la mesa, y oía como quien oyo llover, la crudita y entusiasta loa de su amigo Emilio a los Estados Unidos de America del Norte.

—Te digo, Pedro, que no se puede discutir contigo.

—Al contrario, amigo mío: no discuto, opongo hechos a hechos… Tú enumeras y enlazas las conquistas científicas y el progreso industrial de los Estados Unidos, y yo indico, no hago más que indicar, las extravagancias morales de aquel país… ¿Dónde está, la sociedad elegante de Broadway y Church Street, Nueva-York, o en la infame corrupción de Salt Lake City, entre los mormones?...

—¡No me hables de eso!

—Espera un poco, y escucha: en mayo último desembarcaron en los muelles del Hudson 27.000 alemanes, daneses y suecos; pues bien: 12.500 de esos desdichados inmigrantes fueron a buscar la civilización norteamericana entre los sectarios de Bridgam Young…

—¡Eso prueba la corrupción de Europa!

—No, querido Emilio; eso prueba, por lo mismo que el Gobierno de Washington no puede o no quiere: disolver radicalmente aquella secta asquerosa, que una buena parte de la sociedad norteamericana, ha retrocedido, en el orden moral, a los tiempos de las sociedades primitivas, a la infancia de los pueblos…Y no vayas a creer que las gentes del Utah viven en el periodo neolítico: viven en nuestros días, es decir, con caminos de hierro, con telégrafo, con luz eléctrica, con todos los progresos y todo el confort de las poblaciones más cultas.

—Hablas, Pedro, de un hecho aislado que nada prueba.

—Un hecho aislado que tiene, sin embargo, más de sesenta años de vida, y más de tres millones de adeptos… Pues entérate de este hecho aislado, que basta para demostrar cuál es la civilización de otro Estado norteamericano: el diario The Herald, de Aurora (Nevada), publica, en letras gordas, en el número correspondiente al 1° de abril de este año, el anuncio que, traducido al pie de la letra, dice así: “Predicador. Hace falta uno, pero no le queremos hipócrita, ni harapiento; queremos un buen cristiano, pero que tenga puños para agarrar por el pescuezo a los pecadores empedernidos, y arrastrarlos hasta el puerto de salvación; queremos también que solo beba lo que su estómago pueda buenamente contener…” Siguen siete firmas de mayores contribuyentes…

—Vaya una grosera aberración!,

—¡Aberración y grosera! es verdad; pero han incurrido en ella todos los habitantes de Aurora, desde los contribuyentes que firman el anuncio y el periódico que le publica hasta las autoridades y el pueblo que lo consiente, si es que no lo aplauden. Por el estilo, amigo mío, podría citarte otros hechos… aislados.

—Pero no te atreverías a negar, a pesar de esos hechos, que aquella nación es la más civilizada del mundo.

—¿Pues no he de atreverme? Si tú crees que la verdadera civilización consiste en aprisionar la palabra articulada dentro de un fonógrafo; en inventar aparatos que, como el fotófono, transmiten los sonidos por medio de vibraciones luminosas, en buscar el secreto de la divisibilidad de la luz eléctrica, para que esta maravilla de las maravillas, según la denomina Mr. Haghes, se acomode exactamente a los usos más vulgares del servicio doméstico, ni más ni menos que las cerillas del Cascante y las bujías esteáricas… te confieso, Emilio amigo, que la nación norteamericana es una gran nación.

—¡Sí, no podías menos de confesarlo!

—¿Eh? Pues atiende ahora a su progreso moral, y dime si este corre parejo con su progreso científico…

—No te olvides de Salt Lake City, ni de los ridículos shakers o tembladores, ni del muscular predicador que desean los contribuyentes de Aurora… ni siquiera del hotel para gatos que dirige la venerable cuákera miss Hatxhire…

—No me convences, Pedro.

—Ni tu a mi, Emilio…Desengañate: ese vivo afán que teneis los yankeefilos, de presentarnos los Estados Unidos como un país modelo, como el país por excelencia en nuestros días, que camina casi desbocado, digámoslo así, por la abrupta senda que conduce hasta la perfectibilidad humana; ese afán, repilo, es tan inocente, por no decir otra cosa, como el del niño de la fábula, que se empeña en echar toda el agua del mar en una cesta de mimbres…

—Es modelo, sin embargo, para nuestra desventurada España…

—Si lo dices por los malos gobiernos, allá se van, y se han ido hace muchos años, los unos y los otros.

—No te lo concedo: ¿cuándo tendremos un gobierno que decrete en absoluto la abolición de la esclavitud?

—¡Tate! ¡Ya salió aquello!

—Y es verdad: España es la única nación europea que tiene, vergüenza, causa decirlo, esclavos legales…

—Habla, hombre, habla.

—Y como si eso no fuese bastante, los negreros de Cuba, mejor dicho, los peninsulares que son propietarios de esclavos, todavia aplican inhumanamente a estos infelices el horrible castigo del cepo y el grillete, como si los instrumentos de tortura inventados por la barbarie y expalsados de Europa por la civilizacion moderna, hubiesen hallado asilo y empleo en los ingenios cubanos…

—¡Alto, Emilio, alto!

—¿Quieres oír un breve párrafo de este folleto?

—Lee lo que quieras, hombre.

—Pues oye.

Y Emilio, doblando por la mitad, aproximadamente, el folleto de la cubierta colorada, leyó lo que sigue: “... Allí, en las húmedas y negras mazmorras (sic) de los ingenios, yace el pobre esclavo, teniendo en sucia paja, cuando no en el duro suelo, amarrado por los pies, o por las manos, o por el pescuezo —¡qué tanta suele ser la crueldad de sus carnes y despedaza sus huesos; allí, como si no fuese bastante suplicio para el desdichado delincuente, se le carga de pesadas cadenas y se le ciñen a martillazos, con crueldad inaudita, acerados grilletes; allí también, cuando la hora del castigo ha terminado, se le azota bárbaramente con ásperas correas de cuero y alambre, y a veces con manojos de ortigas…

¡Esto pasa en Cuba! ¡Esto pasa casi a la vista de los Estados Unidos, esa nación incomparable, modelo de las naciones cultas, que tenía millones de esclavos en las vastas comarcas del Sad, y que les dio libertad a todos en un solo día!

Dobló Emilio el folleto y le dejó sobre la mesa; cruzó las manos; miró arrogantemente a su interlocutor, y preguntole:

—¿Qué dices, vamos, que dices?

—Que está muy mal hecho… si es verdad.

—¡Cómo! ¿Dudas acaso? Lo dice este folleto…

—Aunque lo digan cincuenta folletos y se repita en cincuenta meetings: lo necesario es, en primer término, comprobar el hecho, y en segundo, demostrar que este hecho no es una excepción de la regla, sino la regla misma, general, amplia, y aun sancionada por la ley o por el uso … Entonces también volvería a decirle: está mal hecho; horriblemente mal hecho.

—Tienes razón: horriblemente mal hecho

—Pero no te ensanches, hombre, ni vuelvas a traer de los cabellos a esos flamantes Estados Unidos, que forman, según tú crees, y cree el autor del parrafillo que acabas de leerme, el prototipo de los pueblos civilizados.

—Pero, si es la verdad…

—Pues a esa verdad dudosa te contesto con una verdad cierta: en esos mismos Estados Unidos, tan cacareados por ti y por los folletos y discursos más o menos abolicionistas, hay pueblos que tienen fundado su sistema penal en el cepo, el grillete y los azotes…

—¿Qué dices, Pedro?

—Lo que oyes, Emilio…Por manera que algún pobre esclavo, en oyéndote ponderar las excelencias de la civilización norte-americana, podría replicarte: Calle, señor, que usted es al revés que todo el mundo: ve la paja en su ojo y no ve la viga en el ajeno.

—No probarás esa afirmación.

—Pues prueba al canto, amigo mio: nos la ofrece bien cumplida el número ultimo del semanario ilustrado Frank Leslie´s Illustrated, periodico de Nueva York, correspondiente al día 26 de Agosto del año de gracia 1882. Aquí está.

Y Pedro, sonriéndose con sarcástica expresión tomó el periódico en que apoyaba sus brazos, abríole, extendióle sobre la mesa y mostró a su amigo el excelente grabado que ocupaba las dos páginas centrales.

—Mira, mira…¿Sabes el inglés?

—Para comprender la escena que representa ese grabado, no es necesario conocer el inglés.

—Te equivocas: para comprender la escena que representa este grabado, es necesario comprender también el artículo correspondiente. Uno y otro se completan.

—Sírveme de intérprete.

—A eso voy…Por de pronto, escucha el epígrafe: Delaware…Ya ves: en Delaware, cerquita de Filadelfia, la Metrópoli de la civilización Norte Americana… Una reliquia del barbarismo (A relic of barbarism…). Parece que te han oído…que el Estado rehúsa abandonar…¡Terco!... el poste de los azotes en Newcastle… —¡Es verdad, o es mentira?

—Sigue, sigue.

—Permiteme que describa el grabado: en un patio de la carcel del Newcastle, se levanta el poste de los azotes (the whipping-post), que tiene unos cuatro metros de altura, por medio de grueso; hacia la mitad, hay una plataforma saliente, que puede sostener dos hombres; la parte superior del poste remata en forma de cruz, y los brazos de esta, que se abren y cierran (a voluntad del sheriff, por supuesto), en virtud de sencillo mecanismo, tienen tres agujeros, el central de mayor diametro que los laterales… Atiende ahora: en el whipping-post, en la plataforma superior y en los brazos de la cruz, hay dos muchachuelos, uno blanco y otro negro, cogidos en el triple cepo, agarrotados, mejor dicho, por la cabeza y los brazos; en la parte inferior del mismo whipping post se ve a un negro de herculeas formas, preso por las muñecas con grillete y candado, desnudo de medio cuerpo arriba, agarrándose con las rodillas al grueso poste, retorciéndose de dolor y congoja: el sheriff, esto es, el ejecutor de las justicias, empuña en la mano derecha fuertes disciplinas, y administra al desdichado cincuenta golpes ( the sheriff administers the blows) en la espalda… Ahí lo tienes todo reunido: cepo, grillete y azotes.

—Eso también es horrible.

—¿Te vas convenciendo? Pues oye lo mejor: ese castigo se aplica a los criminales convictos y confesos de robo, sean blancos o negros, y el del triple cepo, sobre la plataforma de whipping-post, a los muchachos menores de diez y seis años, por via de correcion… ¿paternal?

—¿Y es público?

—Público, y muy concurrido; el día en que se hacen tan bárbaras ejecuciones, en cualquiera de las tres cárceles principales del Estado, se llama the St. Pillory’s day, aludiendo a las picotas de la Edad Media, y se anuncia en los periódicos, y aun por carteles, con mucha anticipación: las cárceles se llenan de remilgadas ladies, gentlemen, de sportsmen, hasta de madres que llevan a sus hijos…¿Te parece que es un espectáculo edificante?

—¡Oh, no! Es un espectáculo propio de los tiempos de la barbarie…

—Cabal: el periodico que aquí tenemos lo califica de igual manera, con una diferencia: tal combinacion, dice, de instrumentos de tortura, presenta de la Inquisicion. (The combination of these instruments od torture presents a spectacle whick suggests the days of the Inquisition…)

—¿Y eso acontece en los Estados Unidos?

—Allí mismo, en el estado de Delaware, en la culta ciudad de Newcastle… En ese país modelo que tanto te entusiasma.

—¡No durará muchos años tan ruín espectáculo!

—También te equivocas: dura ya bastantes, y durará más, por la sencilla razón de que el Estado, desoyendo los consejos del gobierno central, rehúsa abandonar esa reliquia del barbarismo…Por añadidura, tendrá bien pronto imitadores…

—No es posible.

—Como te lo digo: el Estado de Maryland, que forma uña y carne, como se suele decir, con el de Delaware, tendrá, desde el año próximo, su whipping- post y su St. Pilory s day.. Así lo han resuelto los patres conscripti de la comarca.

—¡No me queda más que oír!

—¡Bali! Todavía queda mucho, pero muchísimo: por hoy, sin embargo, basta y sobra para que tú y los que se te parecen, dejéis de cantar himnos y loores a la privilegiada civilización de los Estados Unidos, acordándose de esta vieja locución castellana: “En todas partes cuecen habas…” Vámonos.

Y esto dicho, Pedro llamó al camarero, pagó el gasto, y los dos amigos salieron del café. Indudablemente, Emilio diría para sus adentros, al guardarse en un bolsillo de la levita el folleto de la colorada cubierta:

—Esto sí que ha sido… Al maestro, cuchillada.

 

Eusebio Martínez de Velasco

El Día, “Suplemento Literario”, lunes 18 de septiembre de 1882. Madrid, España.

 

[1] Existen pocas fuentes que lo mencionen: https://es.wikipedia.org/wiki/Eusebio_Mart%C3%ADnez_de_Velasco

[2] El siguiente texto es una transcripción exacta del texto original. No se corrigieron algunos acentos o signos de puntuación, que resultaban muy comunes en las publicaciones periódicas del siglo XIX. Como parte de este rescate, es importante conocer todos los aspectos diacrónicos del texto para sus posteriores estudios.

Miguel Ángel H. Rascón

Músico y escritor. Doctorante de Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Autor de dos libros de narrativa y uno sobre ciencias de la administración. Coordinador Editorial en la UVP.

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