Ensayo

Fronteras infranqueables

Fronteras infranqueables

Abril 24, 2022 / Por Jorge Escamilla Udave

La experiencia de leer un libro conjuga una serie de aspectos que suelen ser reglas de oro para el lector potencial y los más socorridos pueden ser anotados en una breve lista. Por ejemplo, inclinarse por autores reconocidos que gozan de merecido prestigio editorial, es decir, escritores prolíficos que constantemente ofrecen novedades a seguidores y nuevos adeptos. Por otro lado, tenemos los temas favoritos que las librerías catalogan rimbombantemente como “géneros literarios” —selección que no necesariamente responde a los contenidos que incluyen— y, finalmente, la conjunción de los dos anteriores, con la creación de selectos autores de culto como parte de fuertes campañas publicitarias, vueltos escritores consagrados aparentemente por el gusto de un sector de la población debido a que abordan temas destinados al gran público, moldeados alrededor de su obra y de quien ofertan sus libros bajo el membrete de betseller.

Para los compradores ocasionales quizás las reglas puedan variar. En el caso personal, los libros nuevos se han convertido en productos prohibitivos por sus altos costos y, en algunos casos, la desilusión que suelen provocar luego de haberlos leído, al no cumplir nada de lo que ofrecen. Por eso mismo, a la hora de adquirir un libro se torna difícil la decisión de cuál título llevar, al inclinar la balanza por un autor desconocido del que sólo se sabe que existen una variedad de títulos. Así me ocurrió con Agustín Cadena, de quien no sabía absolutamente nada y me encontré que existe un bosque paradisiaco habitado por su varia invención. Decidir entonces por cualquiera de sus títulos era la guía básica para comenzar a conocerlo.

Me incliné por su novela La casa de los tres perros (Fondo de Cultura Económica, 2020, Colección “A la orilla del viento” número 234), con la cual inician mis atisbos al amplio mundo de su creación. Ahora, cumplida su lectura, muestro la apreciable satisfacción del encuentro. Entonces me propongo a pergeñar un breve comentario de ella, procurando bordar mis impresiones en un decálogo de aspectos que, a juicio propio, centran lo más relevante de su propuesta, aclarando desde ahora que renuncio a la común reseña de la trama, que no es de dudar ya lo habrán realizado de manera abundante.

Comenzaré por señalar que la inclinación temática del autor puede verse reflejada a partir de los tres epígrafes escogidos, de escritores distanciados por el tiempo (Anne Rice, J. M. Barrie y Francisco de Quevedo). Con base en ellos, enmarca la aventura que bien comienza cuando se descubre su deambular literario en dos mundos completamente distintos: uno de fantasmas y el otro de las personas vivas, lo que evidencia al mismo tiempo la paradoja existencial que señala que, a pesar de tocarse, la barrera que divide no puede ser franqueada; sin embargo, sus habitantes han encontrado una forma de comunicación permanente.

Analizar la novela de Agustín Cadena confiere al lector la posibilidad de hacerlo desde dos posibles ángulos: por un lado, la llana descripción de la línea de la trama; y, por el otro, nuestra inclinación por analizar los elementos que consideramos construyen la línea narrativa de la trama y su abordaje. Comenzaremos por definir si se trata de literatura infantil o juvenil, o si bien, al abordar un tema de amplia reflexión existencial sobre mundos divididos entre vivos y seres fantasmales, cabría la posibilidad de extender el rango etario, considerando que cubre a ambos etapas al mismo tiempo.

Un aspecto relevante, que justo tiene que ser señalado, es que la temática fantasmal no necesariamente la convierte en una novela de espantos ni siquiera de misterios celosamente escondidos y por resolver, entretejidos alrededor de una trama que apuesta por mostrar que el más allá se torna en una latente amenaza para los vivos. Se trata más bien de una historia lineal con necesarios flash backs, en la que se van estableciendo las diferencias de ambos mundos, mientras que los fantasmas únicamente recuerdan su pasado, los vivos tienen la oportunidad de hacerlo, pensando en su presente y futuro.

Quizás el único aspecto coincidente entre espectros y vivos sea que en ambos existen los miedos permanentes y en dicha razón se finca la posibilidad de establecer cierta comunicación, ya que los mundos están pendientes de lo que pasa con “el otro”, lo que confiere un ingenioso desenvolvimiento a las historias de sus personajes, los que paulatinamente vamos conociendo al irse engarzando las situaciones que le dan sentido especial a la trama.

Resulta curioso apreciar que, al desvanecerse los miedos, los seres pueden establecer el acercamiento como si de amor se tratara. Mientras que para los vivos sucede que cuando un amor se atreve a ser revelado todo cambiará y entonces se estrecharían los sentimientos o definitivamente se conocerá el rechazo, con los muertos se trata de un paso definitivo a dejar de penar. Y como el amor se relaciona con el perdón, al revelarse permite saldar las cuentas de un pasado que atormenta a los muertos, mientras que para los vivos los recuerdos se revelan a quien puede verlos y escucharlos, así los mundos se pueden estrechar en un momento. En una palabra, mediante el perdón el fantasma puede marchar finalmente hacia el descanso eterno para dejar de deambular en los territorios en los que vivió en el pasado y así permitir una vida tranquila a los otros.

Agustín Cadena sostiene que los fantasmas son territoriales, como lo fueron en su existencia pasajera. Muchos de ellos ni cuenta se han dado cuenta de su situación y se desenvuelven en el mundo paralelo como si nada hubiera ocurrido, mientras que existen aquellos que no abandonan el sitio de sus dolores y tormentos, sobre todo los que tuvieron una muerte dramática, ya que se anclan al lugar cumpliendo una especie de penitencia que los encadena, como si de estatuas de sal se tratara, y tácitamente saben mirar hacia atrás, hacia un pasado ominoso, esperando una luz liberadora para poder partir por el camino sin retorno, dejando de sufrir para lograr entonces la marcha definitiva, ya sin tener que mirar a su pasado.

Ahí tenemos una razón para que el vagabundeo fantasmal establezca territorios y personas determinadas para hacerse audibles en sus lamentos y visibles como espectros que presentan la última imagen de despedida del mundo de los vivos. Los ahorcados, por ejemplo, presentan la huella que define su acto de escape, marcados con la orla aperlada en su cuello. Por otro lado, los envenenados con raticida presentan la tez verdosa que concede la espantosa muerte de piel pegada a los huesos y notorios signos de espasmos, previos a la exhalación del último halito de vida, esto a manera de botón de muestra.

Otra de las cosas que acercan a vivos y fantasmas es que unos conocieron de sobra el mundo que ahora miran desde el dolor de su recuerdo y parecen sentenciar una verdad de Perogrullo: para conocer al mundo, se tiene que seguir vivo, y para conocer el más allá se tiene que renunciar a la existencia, quedando en duda si realmente se trata de una renuncia voluntaria o por la fuerza de las circunstancias, ya que resulta requisito indispensable para verlo con distancia y la única forma de reconocer los fatales apegos.

Desde el ángulo de la creación literaria, al autor y su forma de narrar le permiten desplazarse sin dificultades como pez en el agua por dos mundos diferentes y sin tener que renunciar a la vida, ya que nadie ha podido ofrecer una versión personal desde el otro lado sin la obligada renuncia que hace imposible enterarnos del secreto anhelado por todos: ¿qué hay después de la muerte? Se requiere entonces de una gran imaginación para crear las situaciones que hagan creíbles las cosas narradas, alimentadas del imaginario popular que ha creado una idea de las cosas, muchas aterradoras, otras simpáticas, con el que caracteriza el humor la fatalidad mexicana. Pero entonces, ¿qué puede ofrecer el autor de una historia ampliamente conocida, donde vivos y muertos comparten fronteras infranqueables en apariencia? Ahí es cuando se revelan una pluma depurada y la hábil imaginación, aunque se pudiera pensar que pone en riesgo la ley no escrita de la relación de dos mundos que reza: cualquier acción puede cambiar el rumbo de los acontecimientos, puesto que en el caso de la literatura de ficción científica desencadenaría una serie de drásticos cambios en el futuro inmediato; sin embargo, en el relato de Agustín Cadena todos nos encontramos expectantes y a la espera que suceda desencadenando la peripecia central de la historia.

Resumiendo los aspectos antes mencionados: los seres humanos, desde su nacimiento, son territoriales, incluyendo los animales domésticos que los rodean y, al morir de forma dramática, se quedan varados en la pena que bordea la frontera de la culpa. Por eso sus lamentos y semblantes son escuchados y vistos por los que existen cercanos a la frontera. En ambos mundos existen los miedos que los aproximan, y hacen notorias las diferentes clases de los seres del mas allá: “Seres de luz” y los “tenebrosos”. Mientras los primeros se asoman a la vida intentando encontrar el sentido que les haga cambiar, los otros surgen de lo más profundo de lo aborrecible y como ya no tienen la opción de mejorar su alma, deciden seguir haciendo daño.

Por esa razón, y para conocer la historia con sus múltiples hilvanes vivenciales, le dejamos la noble y deleitosa tarea al lector, que seguros estamos la recomendará ampliamente.

Jorge Escamilla Udave

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