Ensayo

La invasión de los osos

La invasión de los osos

Marzo 15, 2022 / Por María Teresa Andruetto

Pues bien, mucho años antes, mientras Leoncio, el rey de los osos, junto a su hijo Tonio iba por el bosque buscando hongos, dos cazadores le robaron al osezno. El padre se había alejado un momento por un barranco y sorprendieron al osezno solo e indefenso, lo ataron como si fuera un paquete y lo bajaron por entre los precipicios, hasta el fondo del valle.

 

“¡Tonio!” “¡Tonio!”, llama a gritos,
pero pasan eternas las horas.
Responde el eco de las cavernas
y en torno solo hay silencio.

Finalmente, el rey volvió a su guarida, contó que su hijo había muerto, despeñado en un precipicio. Le faltó valor para contar la verdad, sería una vergüenza para un oso cualquiera, así que imagínense lo que hubiera sido para el rey. A fin de cuentas, había dejado que lo raptaran. Desde aquel día no volvió a tener paz. Y muchas veces estuvo tentado de bajar hasta donde vivían los hombres para buscar a su hijo. Pero ¿cómo hacerlo él solo? ¿Un oso entre los hombres? Lo habrían encadenado y matado.

Así comienza La invasión de los osos a Sicilia, del escritor italiano Dino Buzatti. Cada cultura, en un momento u otro de su historia, elige un “rey de los animales” (león, elefante, tigre, águila, jaguar, serpiente) y lo convierte en la estrella de su bestiario simbólico. En el caso concreto del oso, tanto los germanos como los celtas, los eslavos, los bálticos y los lapones hicieron de él la estrella del bestiario y le rindieron culto. Para los germanos, el oso era el rey del bosque, un animal invencible, una criatura intermedia entre lo bestial y lo humano. Creían que el oso macho se sentía atraído por las mujeres jóvenes, que podía raptarlas y violarlas dando lugar a seres mitad hombres mitad osos que resultaban guerreros indomables y fundadores de linajes prestigiosos. En tiempos de Carlomagno, en buena parte de la Europa no mediterránea, el oso aparece todavía como una figura divina, un dios ancestral sólidamente anclado a los pueblos paganos. Por eso la Iglesia cristiana medieval tuvo una lucha contra la imagen de los osos que duró cerca de mil años, hasta que desaparecieron las últimas huellas de los antiguos cultos ursinos y un animal exótico, el león, se adueñó definitivamente del título de rey de los animales, que hasta entonces había pertenecido al oso.

Muchos héroes legendarios se enfrentaron y vencieron a un oso, entre ellos Roland, Tristán, Lancelot y, por supuesto, el rey Arturo cuyo nombre de origen celta vendría a ser “oso fuerte”, “oso noble” o “guardián de la osa”, origen celta que viene a su vez de la raíz griega Arktos que significa “oso”. A primera vista, ningún otro animal presenta un aspecto más antropomorfo: la estatura, la silueta, el oso camina poniendo en el suelo la totalidad del pie, hasta el talón, y una vez privado de su pelaje, su cuerpo es idéntico al del hombre. Puede mantenerse de pie, sentarse, acostarse de lado, correr, nadar, zambullirse, trepar, saltar y bailar; puede caminar hacia atrás, bajar una escalera al estilo humano, con la espalda erguida, cosa que ningún otro animal es capaz de hacer, al menos eso dicen los conocedores de osos. Tanta similitud hizo que, hasta la Edad Media, se creyera que los osos copulaban no como los demás cuadrúpedos, sino a la manera humana, acostados y abrazados, y que la esperma del oso podía preñar a las mujeres. Una antigua crónica escandinava afirma que “el bisabuelo del prestigioso rey de Dinamarca Svend II Estridsen era hijo de un oso” y varias sagas nórdicas refieren proezas de seres medio hombres medio osos.

Rey de los animales, aterrador y temido, atributo de jefes y guerreros, símbolo de salvajismo y de sexualidad exacerbada, objeto de veneración y de ceremonias paganas, el oso aterrorizó a la Iglesia cristiana de la alta Edad Media. Por eso le declaró esa guerra de casi mil años hasta poder reemplazar las fiestas y los ritos paganos por celebraciones de la nueva religión. A partir de entonces, el oso empezó a ser un “animal de cuentos y de circo”. Una vez sacado de su trono, privado de todo prestigio, se transformó en un animal de feria, a menudo ridiculizado hasta casi desaparecer, salvo en zoológicos y circos, y en el siglo XX se convirtió en el osito de peluche con el que se acompañan los niños para jugar o dormir. Así, incitando a la ternura, se ha metido en muchos cuentos para niños y ha entrado en tantas casas como el osito de peluche, primer objeto que el niño domina totalmente, con el que puede hacer lo que quiera y llevarlo a donde quiera, haciéndolo su confidente, su cómplice, sustituto momentáneo de un adulto, a un mismo tiempo juguete y persona, peluche y humano.

Pero antes de irme, les cuento cómo termina aquella historia de osos de Buzatti:

 

el rey de los osos acude a Sicilia a recuperar a su hijo, capturado cuando era un osezno por unos cazadores y convertido en un equilibrista conocido como Goliat. Los osos deciden dar la batalla al ejército del Gran Duque, derrotándolo finalmente y gobernando rectamente durante algunos años. Pero poco a poco el ejercicio del poder y las comodidades van “humanizando” a esos osos, hecho que se manifiesta en la corrupción y el abuso, así como en una serie de vicios como el alcohol, el juego y el amor al lujo. Habiéndose convertido en los señores de la isla, los osos ven cómo la corrupción invade ahora su mundo como antes invadía el de los hombres: casas de juego, conspiraciones de palacio y el robo al Gran Banco Universal. Solo el regreso, en largas filas, a las viejas montañas devolverá a la tranquilidad de la naturaleza que tenían en otro tiempo.

 

Escrito para sus sobrinas durante la Segunda Guerra y publicado por primera vez en 1945 en el Corriere della Serra, esta invasión de osos no ha perdido una pizca de actualidad.

 

María Teresa Andruetto

Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.

Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.

Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).

Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.

María Teresa Andruetto
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