Tinta insomne

Domador de centauros

Domador de centauros

Mayo 18, 2021 / Por Fabiola Morales Gasca

Jesús Bonilla Fernández y alumnos del IMACP. Cortesía de la autora

 

El agua, la tierra, el aire, el fuego y otros componentes de

mi edificio, así son instrumentos de tu vida como de tu

muerte. ¿Por qué temes tu último día? Tu último día

contribuye lo mismo a tu muerte que los anteriores que

viviste. Él último paso no produce la lasitud, la confirma.

Todos los días van a la muerte: el último llega. Tales son

los sanos advertimientos de nuestra madre naturaleza.

Montaigne. Capítulo XIX

 

Nascentes morimur; finisque ab origine pendet.

Nacer es empezar a morir; el último momento de nuestra

vida es la consecuencia del primero.

Manilio, Astronomic, IV, 16.

 

Quien desea incursiona en el arte de la escritura y el pensamiento se enfrenta a un enorme reto. El descubrir libros y escritores que iluminen nuestra mente no es periplo sencillo; siempre es conveniente rodearse de hombres o mujeres cuya guía nos lleven a encontrar nuestro propio camino con un mapa de historias y escrituras ajenas. Esa guía en el género centauro fue, para mí, el maestro ensayista Jesús Bonilla Fernández, y el conjunto de mapas, las reflexiones de la obra de Montaigne.

“Todo hombre por naturaleza desea saber” señala el axioma de Aristóteles contenido en su Metafísica, que coloca en la primera línea. Como todo buen curioso, pregunté y el destino me llevó, más por causalidad que casualidad, a los talleres del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla y a la Casa del Escritor, donde conocí al maestro Bonilla y tuve la oportunidad de aprender de él el difícil arte de organizar pensamiento y escribir ensayos.

Para Michael de Montaigne la escritura siempre fue un acto de pensar y sentir, un continuo “ensayar”, pero ante todo una erudición tácita en cada texto emitido no sólo por lecturas sino por la pasión y entrega a ellas. En las clases del profesor Bonilla siempre experimenté esa consagración. Si bien es cierto que el ensayo es “centauro de los géneros”, como Alfonso Reyes lo definió, y donde “hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera cantado ya por un poeta contemporáneo preocupado de filosofía”, es un género que no es muy popular y se debe precisamente a ese raciocinio adicional que exige. No era por lo tanto de extrañarse que los cursos iniciaran con más de veinte o treinta alumnos y terminaran, en el mejor de los casos, con menos de diez necios que nos empeñábamos en corregir una y otra vez hasta obtener un “ensayo decente”.

Más de una vez regresé a casa contrariada y dispuesta a releer mis fuentes, pensar y corregir observaciones hechas por el profesor Bonilla. Su forma de dar clases, que al principio se mostraba ruda, poco a poco se me iba tornando agradable y llena de comentarios reflexivos, acertados y hasta irónicos en torno a los diversos temas que se planteaban. La Literatura siempre fue la punta de lanza para sumergirnos a una gama de temas, un caleidoscopio y un mundo enriquecido por la pluralidad de las visiones e ideas, cuyos desacuerdos en lo más esperado, sirven de pretexto para generar nuevos juicios y argumentos que lejos de debilitar —como se cree en muchas ocasiones— fortalecen el pensamiento.

Montaigne señalaba: “Cuando me llevan la contraria despiertan mi atención, no mi cólera; me ofrezco a quien me contradice, que me instruye. La causa de la verdad debería ser la causa común de uno y otro”. Y al igual que para el escritor francés, el maestro Jesús Bonilla nos señalaba la importancia de buscar “más el trato de quienes me reprenden que el de quienes me temen. Es un placer insípido y nocivo tener relación con gente que nos admira y nos cede el sitio”. Tal vez fue ese el zurcido invisible que me unió más a su forma de ver el mundo y que produjo en mí un efecto benigno tanto en mi persona como en mi práctica de escritura. Aquellas clases, al principio monótonas, fueron poco a poco tomando otra perspectiva, abriendo la estrechez de la mente y permitiéndome visualizar los libros y sus contenidos de otras maneras. Como alumnos, probábamos nuestro pensamiento de manera diferente, no desde nuestra plácida lección sino desde el diálogo acalorado y la práctica nunca definitiva de mejorar los razonamientos escritos.

Como un buen jinete del peculiar género, Jesús Bonilla sabía que el mundo se enriquece por múltiples colores. Por ello nos exigía ser buenos observadores y leer a los autores clásicos. Su honestidad varias veces me hizo reflexionar y hacer que me preocupara más en la selección de mis lecturas y palabras a la hora de escribir. Una vez fuera de la Casa del Escritor, “Ville refuge, City of asylum”, cerrada en el años 2016 bajo la administración de Rafael Moreno Valle, nuestra charla se vio siempre enriquecida en diversos cafés del centro histórico. Nos volvimos nómadas, huérfanos sin hogar propio pero fieles a la búsqueda de mansos espacios para la lectura y la reflexión. Me enorgullece ser de sus últimos alumnos y la única mujer —a veces corriendo a sus clases y otras tantas con mis hijos pequeños— que sobrevivió a esa etapa de incertidumbre por la falta de espacios y a ese grupo de fraternos compañeros que hacían diálogos extensos tras la revisión de nuestros textos. Siempre fue un hombre directo, con un elevado sentido de humor, correspondiente a las mentes de ideas claras y pocas palabras, La jaula invisible, libro publicado en 1999 y reimpreso en 2014 por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla es testimonio de ello. En la escritura como en su vida abogaba por la sencillez y la sabiduría al igual que el autor humanista de Burdeos: “Conquistar un puerto, dirigir una embajada, gobernar una nación son obras brillantes. [Sin embargo] Reprender, reír, comprar, vender, amar, odiar, convivir con amabilidad y con justicia en el hogar y con usted mismo; no ser flojo ni falso consigo mismo, esas con cosas aún más notables, más raras y más difíciles.” Agradezco infinitamente su exigencia como el buen tutor que vela por sus pupilos. Siempre me sugirió escribir y no desistir, abrió la puerta a muchos autores pues estaba convencido de que un buen ensayista se forma en el constante ejercicio de la escritura y no en la academia.

Afirmaba Nietzsche que cada vez que abría los Ensayos de Montaigne le crecía un ala o una pierna. Ignoro a cuántos de los alumnos de Jesús Bonilla nos crecieron alas a los juicios y a la imaginación; lo que sí es seguro afirmar es que, como señala el mismo creador del ensayo, “el más fructuoso y natural ejercicio de nuestro espíritu es la conversación”. Al igual que los sofistas, aquellos hombres expertos en el arte de la retórica, oratoria y practicantes de diversos saberes de la Grecia antigua, por lo que en su tiempo se les consideró sabios, el ensayista Jesús Bonilla Fernández supo enseñar el difícil arte de domar centauros.

Siempre te recordaremos. ¡Que en paz descanse el maestro y amigo!

Fabiola Morales Gasca

Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.

Fabiola Morales Gasca
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